Ilustración de Alejandro Cañer

Seattle, 4/1/93

Jaime Labastida
Revista Plural

Estimado Jaime:

Fue una gratísima sorpresa para mí recibir (por la vía rápida, como diría el argot boxístico: courier) tu Dominio de la tarde, del que hablaré en un momento, y el Plural de diciembre con mi ensayo sobre el Divino y Neruda.

Eso fue el 3 de diciembre. Una semana después me llegó el número de noviembre, que leí con más pena que amargura. Recuerdo que te escribí hace más de un año, felicitándote por un editorial tuyo sobre el Nobel a Paz. Lamento que ahora tenga que hacerlo en otras circunstancias que no son las más agradables, por más que tú y yo continuemos reafirmando nuestra solidaridad con la Revolución cubana. Creo que a estas alturas no hay malentendidos (y no sería mala idea revisar la forma en que Roberto Fernández Retamar trató a muchos intelectuales en Calibán, desde un punto de vista con olor a sotana y parroquia, según lo entendí siempre; pero ese es otro cantar, que al propio Fernández Retamar le compete…); no los hay porque tus dos cartas de respuesta (a la UNEAC y a Timossi) son la cordura misma. Aquí el problema (y me adelanto a decir que estoy contigo y con el concepto que al parecer compartimos sobre la revolución en general y, por lo tanto, en la defensa de la cubana) es que la solidaridad que se pide desde la ortodoxia hoy día tiene más de exigencia que de persuasión. Y si se trata de una exigencia como la de ambas cartas contra ti, me parece desde ya prejuiciosa, y despistada. Sobre el punto habría muchísimo que decir (y que hacer, para citar al Cholo Vallejo), y lamento que hasta el día de hoy no haya podido ir a México ni para tomarnos una cerveza. Algún día, pues.

Dominio de la tarde se me hace un gran libro, en la línea de Gorostiza y Chumacero y, por qué no, de Paz. Hay una densidad que me llama, precisamente por oposición a mis obsesiones con el decir. Densidad implica también dificultad en la composición. Libro difícil por dos razones: la materia de que está hecho y, sobre todo, las tragedias que toca (sean personales o “ajenas”, aunque en poesía es imposible mentir). Dolor de pesar una palabra y tener, encima, que exponerla. He ahí la clave de todo: las palabras, a su vez, nos tocan, siempre y cuando aceptemos la invitación a esta mesa en la que la muerte está sentada y nos pasa las fuentes y quiere darnos de beber. Leí tu libro varias veces, sobre todo de ida y venida del campus a la casa en ómnibus, con la llovizna de Seattle, su neblina, y nacían los deseos de compartir un pan soñado con la tierra lejana, una sola cerveza por la vida, una caricia. Es un libro para leer a puchos, como una insinuación que solo puede concretarse si el lector persevera. Gracias por mandármelo. Y gracias por incluir “Cuatro canciones y un final feliz”. Ahí respiras tú también y nosotros recobramos el aliento.

Dame, cuando puedas, noticias nuevas del estado de la “polémica”. En abril del año pasado dicté un Seminario graduado sobre “Cuba 60/70”, que volveré a dictar a finales del presente o comienzos del 94. Puedo decir con orgullo que nunca he ido a Cuba porque me negué al “turismo revolucionario”, tan difundido entre la comidilla peruana. Y te afirmo claramente (recuerda que dirigí la sección cultural de la revista Marka, que era la izquierda peruana) que gran parte del embrollo y la incomunicación estriba en que la oficialidad cubana prefería, a la hora de los loros, los extremos: invitaban a gente de lo más reaccionaria (con la creencia de que por arte de birlibirloque “abrirían los ojos”, mismo retiro jesuita, por la puta madre) o a los botafuego de siempre, que no veían más allá de la línea correcta de Granma o, en el mejor de los casos, de Casa de las Américas. Tanto afán purista, carajo, tanto prurito curacal de la “limpieza revolucionaria” tenían que conducir a una encrucijada. Ojalá haya una salida más que digna, edificante. La revolución se lo merece. Y quienes creemos en ella también, por más que nos neguemos a comulgar los primeros viernes de mes en La Habana…

Te envió un ensayo un poco largo pero que me apasiona. Es sobre la distinta relación con el lenguaje de la vanguardia peninsular y dos ejemplos de la peruana. De repente podría entrar a manera de homenaje a Rafael Alberti en algún número próximo. Dímelo, pues.

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Un abrazo por el 93. Conserva esa ecuanimidad. Te debe venir de la poesía, tu dominio.

Édgar O’Hara
University of Washington
Department of Romance Languages and Literature, Seattle


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