El diseño y la arquitectura cubanos se mudaron a México

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Exposición ‘Cuba: la singularidad del diseño’ en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México (Foto Design Week Mexico)

Después de viajar por San Petesburgo y Viena, donde las obsesiones más sobrias o decorativas, rocambolescas o geométricas de los diseñadores y los arquitectos de los últimos siglos tienen altar por derecho propio en museos como el Hermitage o el Leopold, la exposición colectiva Cuba: la singularidad del diseño despierta en mí encantos y frustraciones.

La muestra ha llegado con materiales gráficos e interactivos al gran público mexicano, para regalarle una idea de la cultura cubana a través de esas dos manifestaciones de la vida material y también espiritual de la Isla –según destacó Design Week Mexico (DWM), el evento de acogida–. Las piezas se han exhibido en el Museo de Arte Moderno (MAM) desde el 5 de octubre del pasado año y aún pueden visitarse por entrada libre hasta el próximo 8 de marzo, de martes a domingo, en el horario entre las 10:15 a.m. y las 5:30 p.m.

Camino del Bosque de Chapultepec, ubicado en Ciudad de México, en la Avenida Paseo de la Reforma, justo donde se dan cita en sus promenades domingueras los patinadores y ciclistas de la ciudad, el MAM está dirigido actualmente por una mujer, Natalia Pollak, quien inauguró personalmente la expo junto a la subdirectora del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), Laura Ramírez Rasgado, y al embajador de Cuba en México, Pedro Núñez Mosquera.

Como difundió el propio museo, desde 2008, gracias a las colaboraciones entre el MAM y el DWM, la Ciudad de México ha podido acceder a un panorama que da cuentas de la “importante vocación historiográfica hacia el diseño” de tales instituciones. Con motivo del cacareado aniversario de la fundación de la capital cubana, Cuba asistió como país invitado al otrora Distrito Federal, gracias a la generosidad de coleccionistas públicos y privados de la Isla –así Pepe Menéndez, Eduardo Luis Rodríguez y Luis Ramírez–, o de instituciones mexicanas como el Centro de Investigaciones en Diseño Industrial, la Facultad de Arquitectura y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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Muestra de la arquitectura cubana en ‘Cuba: la singularidad del diseño’

La curaduría, en manos de dos mujeres, Jimena Acosta e Inbal Miller (la segunda, curadora invitada y colaboradora de DWM) –según se informó en La Jornada y en el sitio del MAM– la integran noventaicuatro piezas: “carteles, fotografías, videos, planos arquitectónicos y maquetas” y, para ilustrarlo mejor, también sillas, luminarias, libros de época, vajillas, un documental, una película y “reproducciones contemporáneas del mobiliario de la escuela rural Camilo Cienfuegos”. Los “ejes temáticos” que permitieron organizarla incluyen varios contrapunteos, entre los que se fue gestando el diseño y la arquitectura en Cuba, entre “tradición y vanguardia” o entre la España colonial y el África esclava, entre las Europas y los Estados Unidos, o entre “la influencia escandinava y el arte pop” (de los archillevados y traídos setenta), entre “el entretenimiento y la internacionalización” (del cabaret Tropicana o la heladería Coppelia al hotel Habana Hilton, luego Habana Libre, donde Fidel Castro tuvo sus oficinas en los sesenta), o entre la herencia patrimonial y el “bienestar social”, en ese proceso político que tras 1959 removió las estructuras sociales del país y se reflejó evidentemente en su construcción, no solamente ideológica.

El encanto por estos vestigios de “nuestros años felices” me hace pensar en más de un par de referentes que me han impresionado alrededor de la cultura mobiliaria de nuestro país. De un lado, los diálogos que circularon en 2016 alrededor de la puesta en La Habana, en el lobby del Teatro Mella, de Chesterfield sofá capitoné, obra de teatro de Nara Mansur, que pone en el ojo del huracán cubano otra vez a Simone de Beauvoir y a Jean Paul Sartre. Y la publicación ese año no sólo del texto, por Ediciones sinsentido, sino de un tarjetero de doce postales donde se regresaba (pensándola, extrañándola, homenajeándola, queriendo desentrañar su existencia y su extinción), justamente, sobre la industria local cubana y sobre colectivos como los de la EMPROVA, donde “todos hac[ía]n de todo”, al estar especializados en “interiores, muebles, vestimenta, estampados textiles y objetos de uso (bisutería)” –según un reportaje de la revista Bohemia, allá por 1981, en el año de mi nacimiento–. Así también, en las tarjetas se pueden repasar exposiciones como Cubarama o Sol de Cuba, que acontecieron en la Francia de 1968, a las que se llevaron desde un sombrero hasta la butaca Tambor de Antonio Peralta, o la butaca Habana, el sofá Turiguanó, el grupo Guamá, la mesa Ronda y la mesa Plania, la cama de piscina y otros muebles de listones, de Gonzalo Córdoba…

El desenterramiento orquestado por Nara y los editores de sinsentido (Martha Luisa Hernández Cadenas y Rogelio Orizondo) se entremezcla a más nostalgias. Vienen, de otro lado, las texturas y los vivos colores de Telarte o el arrellanarme para hacer mis tareas en muebles ergonómicos como aquel juego de comedor que les era entregado a todos y cada uno de los inquilinos que estrenaron el 12 plantas de Holguín, a principios de los ochenta –y que mi mamá vendió para quedarse con el tieso juego de leaving de mi tía, forrado de vinil rojo, también producto, por cierto, de una industria local privada que nunca cesó de producir sus propios paradigmas de confort y que hoy sigue dando su hora–. Y me viene con ellos aquella tienda situada en una de las oscuras cuadras de OʼReilly, La casa de las maletas, que descubrí al comenzar la universidad, hasta que algún día la vaciaron de todos los objetos de oficina (burós, lámparas, máquinas de escribir eléctricas, archiveros…) que allí se habían conservado, entre el polvo y la desidia, desplazados por otras modas, cuando todo lo proveniente de la URSS o de la RDA empezó a oler a caduco, a saber rancio…

A esta expo que se desenvuelve en predios mexicanos, donde –por cierto– la diseñadora cubana Clara Porset dejó amplia huella, quiero conectar por último otro par de síntomas, que son a su vez gestos culturales. Una acción llevada a cabo en 2019 por CANCHA, también para repensar cuerpos/modas/país, al comprar el vestuario de un performance poético posible en los Mercados de Artesanía Industrial, conocidos como tiendas MAI, en un recorrido por Centro Habana y La Habana Vieja. Y pienso, por supuesto, en ese sitio online de nombre tan bien puesto que es Cuba Material, llevado por María Antonia Cabrera Arús, bien conocido entre los que gustan del género de álbumes que allí se remeda, para atesorar no ya los celofanes de chocolate o los estuches de jabón que los niños cubanos coleccionaron en los noventa, sino los imaginarios del pasado de la Isla, a través de soportes documentales y objetuales, que van desde un papel de regalo hasta una factura, sin dejar de pasar por la EMPROVA…

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Muestra de la arquitectura de la Revolución a través del cartel en ‘Cuba: la singularidad del diseño’

Volviendo a Cuba: la singularidad del diseño, y habiendo dejado claro el encanto evocador que puede suscitar, quiero remitirme al desencanto, a las frustraciones. Porque, de acuerdo con las curadoras –citadas por La jornada–, allí se examinan “el diseño y la arquitectura concebidos bajo la pauta ideológica de la Revolución Cubana de 1959”, en pos de visibilizar “los alcances y [las] materializaciones que dicha doctrina tuvo en el ámbito de la construcción y de la producción material e iconográfica”, así como “la arquitectura y los sistemas de vanguardia desarrollados para la agricultura y el urbanismo” en la Isla, y en pos de exhibir “de qué manera el proyecto revolucionario utilizó estratégicamente al diseño como una herramienta para el cambio social”. Llegados a tal punto viene a cuento considerar otros terrenos del despliegue de la utopía donde no ha habido, literalmente, gran cosecha, y me refiero, claro está, a nuestra vilipendiada agricultura, de la que allí se destaca más bien el Proyecto Cuba y los Laboratorios para la Agricultura Urbana, del estudio Bohn y Viljoen Arquitectos, para el cultivo en entornos urbanos. Y no hay que ir muy lejos para contraponer aquel empeño de cambiarlo todo con la situación de la vivienda en Cuba. Con un fenómeno álgido que abarca –se sabe– desde lo que la Revolución heredó construido y hoy se mantiene en pie, más por “estática milagrosa” que por restauraciones, hasta lo que hizo y hace, y evidencia sus fallas constructivas o el abandono de tanto edificio prefabricado (de escuelas en el campo a consultorios o edificios multifamiliares hasta centros deportivos y plazuelas y tribunas de toda laya…), pasando por las obras públicas y los continuos destrozos de la “ciudadanía” en que no prendió la idea de la “propiedad social”, y por las soluciones de los “particulares” y la “arquitectura de la necesidad” (que inventa y transforma por vivir) para recalar en las elevaciones dantescas hoteleras que inundan los litorales y que han llegado a centros urbanos como La Habana, más pensadas como industria que como patrimonio cultural.

Ese “arte de hacer ruinas” del que habló Antonio José Ponte es, por supuesto, poco visibilizado en la muestra de Cuba en México, pero llega a emerger inevitablemente, como señala alguna de las fuentes que ha promovido la expo y que habla de las fotos que “capturaron momentos históricos”, así como “los estragos de la actualidad”, como en la serie Monumentos efímeros, de Tania Candiani, “retrato del deterioro y abandono en el que se encuentran algunos proyectos arquitectónicos que se emprendieron con gran entusiasmo bajo la bandera del progreso”.

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De la serie ‘Monumentos efímeros’, Tania Candiani

De la prisa del socialismo a la prisa de la transición por obtener capital de cualquier modo, para no perecer en el quincuagésimo intento… es mucho lo que se hizo mal y otro tanto lo que se hizo bien y se borró de un plumazo o quedó inconcluso o se debió dejar atrás, acaso por “rezago burgués” o exceso de “belleza” o por redistribuir milimétricamente lo vital, como nos recuerda un texto de Larry J. González inspirado en Alamar, donde se cuenta la leyenda de que Fidel decidió a grandes zancadas el espacio que necesitaba un cubano para vivir en aquel nuevo reparto. Esa viñeta acompañó con otras suyas los carteles de la exposición de diseño La Habana 500 años, inaugurada en la Fábrica de Arte en noviembre, con obras de Giselle Monzón, Nelson Ponce, Michelle Miyares (Hollands), Edel Rodríguez (Mola) y Raúl Valdés (Raupa), entre otros que llevaron al cartel barriadas habaneras de rostro arquitectónico y culturalmente diverso como Regla, Miramar o Cayo Hueso, sin dejar fuera, claro está, el Vedado ni La Habana Vieja.

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Piezas expuestas en ‘Cuba: la singularidad del diseño’

Leer entre la promoción del MAM que en el universo revolucionario cubano “la educación fue fundamental, y enfatizó la práctica del deporte, las artes y el diseño, a fin de propiciar la equidad”, o que se defendió “la necesidad histórica de una sociedad sin clases”, donde “un contingente de artistas, diseñadores y arquitectos serían los operadores de tal cambio bajo la premisa de que el país podría ser diseñado” suena muy bien, como es propio de un proyecto ilustrado. Pero recorrer Cuba –aun conociendo la historia de continuos virajes, derrames y ahogaduras de su economía– con ese paradigma en mente, y constatar lo que queda en pie y cómo… si no entristece enerva, mas difícilmente deje indiferente.

Otra es ya la historia de la cartelística, que sí que ha seguido su rumbo en la cinematografía y en muchos otros ámbitos, y que desde temprano se plan(t)eó “partir de ideas de cubanidad, es decir, lograr un desarrollo cultural que representara lo cubano”, a la par que transmitir los mensajes clave de la época. Desde la estrategia comunicacional de la “Cuba revolucionaria”, con artistas como Helena Serrano, Félix Beltrán, Alfredo Roostgard, Antonio Pérez (Ñiko) o Eduardo Muñoz Bachs, entre muchos otros, se produjo –como recuerda el MAM– una “iconografía” de trazos reconocibles, “por la cual se reconocería, no sólo a Cuba y su revolución, sino a un tipo de plástica eficiente en sus recursos, inteligente y precisa en su mensaje que influiría a futuras generaciones de artistas”, como se hace evidente en grupos de diseñadores como los que integraron Camaleón o los que trabajan hoy bajo el aura de Nocturnal. Ni ellos –por supuesto– llegan a estar en esta muestra que es sobre todo retrospectiva, y que fue preparada en colaboración con la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, ni la componen ejemplos de lo más contemporáneo de nuestro arte en esos ámbitos, como las obras de tantos estudios de arquitectura cubanos o de diseñadores de interiores que, diseminados por toda la Isla, e incluso por el mundo, trabajan la mayor parte del tiempo en empeños de clientes privados que sueñan sus hogares y sus negocios. Los mismos que eligen sus mobiliarios por estos días entremezclando productos de ARTEX o de los MAI con los de tantos artesanos anónimos, sin descontar exportaciones de Miami, la Conchinchina o Ikea, y quién quita si de vez en cuando con un dejo de desprecio o de nostalgia por la Cuba material que se nos va.

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JAMILA MEDINA RÍOS
Jamila Medina Ríos en poesía: Huecos de araña (Premio David, 2008), Primaveras cortadas (México D. F., 2011), Del corazón de la col y otras mentiras (La Habana, 2013), Anémona (Santa Clara, 2013; Madrid, 2016), País de la siguaraya (Premio Nicolás Guillén, 2017), y las antologías Traffic Jam (San Juan, 2015), Para empinar un papalote (San José, 2015) y JamSession (Querétaro, 2017). Jamila Medina en narrativa: Ratas en la alta noche (México D.F., 2011) y Escritos en servilletas de papel (Holguín, 2011). Jamila M. Ríos (Holguín, 1981) en ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier, 2012), cuyos títulos ha reditado, compilado y prologado para Cuba y Argentina. J. Medina Ríos como editora y JMR para Rialta Magazine. Máster en Lingüística Aplicada con un estudio sobre la retórica revolucionaria en la obra de Nara Mansur; proyecta su doctorado sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas. Nadadora, filóloga, ciclista, cometa viajera; aunque se preferiría paracaidista o espeleóloga. Integra el staff del proyecto Rialta.

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