Ilustración de Alejandro Cañer

Jaime Labastida
Revista Plural

Jaime:

No puedo menos que repetir lo que te dije por teléfono a propósito del número de Plural que ha hecho arder Troya. El ensayo de Osvaldo Sánchez es excelente. Me fue inmensamente placentero y no solo porque haya reunido dentro de sí a textos de cubanos cuyas posiciones sean “encontradas”, sino porque sucede que tanto de un lado como del otro me topo con viejos amigos, y al verles las líneas publicadas se me vienen encima como un vivificante —aunque imperdonable– ataque de nostalgia. Vivificante porque me transporta a La Habana sin la imposible visa del gobierno e imperdonable porque al recordar todos aquellos momentos de la ciudad casi me doy de bruces con la cursilería. En fin.

Irónicamente ese mismo día recibo La Gaceta de Cuba donde también se reproducen los textos, aunque falta la respuesta tuya a Timossi. No recuerdo una polémica “literaria” de esta envergadura desde la de Heberto Padilla y Lisandro Otero a principios de los sesenta, con motivo de Tres tristes tigres, de Cabrera Infante. En ella hay elementos para escribir todo un ensayo.

Espero que en breve pueda tener los dibujos del libro La escuela de los duros, de Norberto. Del texto conozco poco, pero un par de capítulos que he visto me parecen formidables. La computadora de Norberto y la mía tienen sistemas de procesamiento diferentes, por lo que no puedo entrar en los disquetes, pero eso lo soluciono en breve. El caso de Norberto se va a convertir en crítico dentro de poco si las autoridades cubanas no modifican su posición. Yo estoy asombrado de la cantidad de gente que lo conoce y recuerda por acá. Los autores americanos tardan en darse cuenta de qué es lo que sucede, pero cuando se dan cuenta manifiestan su apoyo.

Aprovecho para enviarte dos libros de reciente publicación en Miami. Son dos autores cubanos de alta calidad y que han decidido abrirse paso a pesar de la entendible hegemonía de lo escrito en inglés. Uno de ellos, Fernando Villaverde, es miembro fundador del ICAIC. Emigró a principios de los sesenta. El otro, Carlos Victoria, fue mi compañero en la Universidad de La Habana, cuando Abel Prieto nos honraba con su amistad y no con su rango.

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Espero con ansiedad el ejemplar de Último santuario. Entonces podré ver las diferencias en el texto introducidas por Norberto y te las comunicaré. Ojalá que se venda todo para sacar pronto la nueva edición corregida. En qué líos me meten los intelectuales. Un saludo.

Jorge Dávila Miguel.


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