Los sonidos de la trama

Tengo una afición: creo bandas sonoras basadas en los libros que voy leyendo. Es un ejercicio de paciencia y de goces puntuales. La lectura lineal se interrumpe (hay que anotar y enlistar), pero también se abre a dimensiones sonoras y a imaginaciones acústicas ahí donde aparecen escritos el nombre de una canción, de un/a cantante o de un/a compositor/a. Pasamos usualmente de largo por estas inscripciones; las asumimos como datos textuales que engrosan el repertorio de referencias de cualquier texto literario. Las bandas sonoras que irán apareciendo en este espacio, gracias a la gentileza de Rialta, rescatan esos datos y construyen mundos sonoros que habitan los universos de algunos libros. No hay sistema detrás de su confección. Es el azar de mis lecturas quien las provoca, aunque respeto una regla: en ellas aparecen sólo lo que las obras mencionan. Las bandas sonoras que inventamos para una historia son otro género de la imaginación, más libre que el que presento aquí, pero también más inabarcable.

(Si tienes una banda sonora de alguna obra que hayas leído y quieres que aparezca en esta sección, puedes enviármela en forma de lista o el link para reproducirla, con un pequeño comentario, a [email protected]).

Banda sonora Everglades, de Jorge Enrique Lage

Jorge Enrique Lage, ‘Everglades’, Editorial Hypermedia, 2020.
Jorge Enrique Lage, ‘Everglades’, Editorial Hypermedia, 2020.

Otra novela monstruosa, anómala y weird de Lage, de espíritu “fragmentario, esquizoide, [y] clínico” (Katia Viera). Everglades nos obliga a sumergirnos en sus aguas pantanosas y opacas, rodeadas de una fauna anárquica y desequilibrada: “un detective de cómic”, el Ginecólogo, diez mujeres, numerosos escritores norteamericanos. Una novela desnaturalizada, enmascarada en lo territorial y paisajístico, pero vaciada de esa deixis (extirpados el testamento, el retrato, la Historia) y rellenada de simulacro y delirio. Prácticamente toda la banda sonora de Everglades se encapsula en un momento típicamente ambiguo en que se afirman ciertas percepciones para después desplazarlas, en virtud de su naturaleza provisional y sospechosamente estereotípica. Percepciones pantanosas y poco confiables: “En mis peores momentos, que son la mayoría, yo he sido, yo soy una distorsión cognitiva andante. Distorsionando absolutamente todo frente a mí”.

La música naturalizada en tantas otras narrativas identitarias (exilio, cubanía, Revolución, país, etc.) se incrusta, efímera, en el multi-rostro de una estatua-espectáculo: “Desde hacía años, una serie de agregados y aderezos holográficos se proyectaban regularmente contra la figura del Cristo. Lo normal: atracción tramposa para turistas. Cristo tocando las consabidas maracas, o sosteniendo una pancarta de bienvenida esponsorizada por Monster Energy Drink. Cristo con el rostro marmorizado de Fidel Castro, del Che Guevara, del trovador Silvio Rodríguez, de Benny Moré y Compay Segundo ensamblados, así como Willy Chirino y Celia Cruz y un largo etcétera de slide show tridimensional. Un Cristo afrocubano incluso, además de travesti: sin barba y con la cara de aquellas negras santeras, robustas, collares de cuentas al cuello y tabaco en la boca (tabaco igualmente adosado a las bocas de CristoCastro y CristoChe), que leían la buenaventura en la Plaza de la Catedral”.

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