Lucrecia Martel, protagonista de Visions du Réel

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Lucrecia Martel. Foto: Darren Hughes.
Lucrecia Martel. Foto: Darren Hughes.

Acaba de cerrar su 54o edición el prestigiosos Festival Internacional de Cine Vesions du Réels, cuyo Premio Honorífico fue entregado, esta vez, a la realizadora argentina Lucrecia Martel. El galardón llegó con un merecido homenaje en reconocimiento a la singularidad de su obra y sus contribuciones al enriquecimiento de los dominios estéticos del séptimo arte.

“Visions du Réel se siente particularmente orgulloso y honrado de recibir a una figura tan vital, rara y extraordinaria del cine contemporáneo”, subrayaron los organizadores, “una cineasta que –con cada una de sus películas–, logra traducir universos con audacia, componiendo una historia aventurera, inquietante y singular que desafía constantemente al cine global.”

Celebrado anualmente en Nyon, Suiza, Visions du Réel presentó, entre el 21 y 30 de abril, fecha en que trascurrió el evento, una retrospectiva de la creadora argentina, compuesta por sus cuatros largometrajes de ficción —La ciénaga (2001), La niña santa (2003), La mujer sin cabeza (2008) y Zama (2017)–, los cortometrajes de ficción Nueva Argilópolis (2010), Leguas (2015) y Camarera de piso (2022), y el documental Terminal norte (2021).

Además, el festival coordinó una masterclass en la que Martel abordó su particular visión del cine, sus manejos del repertorio expresivo del audiovisual, sus experimentaciones con la dramaturgia, así como los vínculos entre sus películas y la realidad. Se aprovechó la ocasión, también, para conversar sobre Chocobar, su anhelado documental acerca del homicidio del activista indígena Javier Chocobar y los conflictos que enfrenta la comunidad argentina de Chuschagasta por la propiedad de sus tierras.

Se sabe que los periodos de producción de Martel se prolongan bastante en tiempo, no sólo por el arduo proceso de gestión de los fondos, sino también porque, en su caso, cada nueva obra es ocasión para reflexionar sobre la creación cinematográfica. Ya son alrededor de doce años los que lleva la realizadora enfrascada en Chocobar. “Esta película me sirvió mucho para pensar sobre las películas de ficción que he hecho”, dijo la cineasta, “y sobre cómo es imprescindible no llegar con una forma predefinida a un tema cuando una quiere abordarlo”.

El pensamiento creativo de Martel no podía limitar su película a la narración o exploración del asesinato del líder indígena. En una suerte de prolongación de preocupaciones temáticas presentes en Zama, este documental trasciende el abordaje del crimen para pensar el engranaje colonial y su continuación en el presente. “En el filme hay archivos históricos de los siglos XVI, XVII y XVIII, pues cuanto más se documenta algo, más se ajusta a las reglas de la ficción”, explica la creadora. “En las antiguas colonias, donde lo que se escribía era completamente controlado por los colonialistas, los documentos equivalen a las fantasías de los colonialistas. El colonialismo no terminó, la continuidad de la colonia está intacta en términos de propiedad, cuando hablamos de desalojo; la situación de los indígenas empeoró cuando se descolonizó el país.”

A estas alturas, todavía hay quién se cuestiona el culto rendido por críticos, cinéfilos e investigadores a esta extraordinaria mujer, con todo y el impacto internacional de su trabajo y las discusiones, no sólo estética, que ha suscitado. Lo cierto es que Martel obtuvo un sitio privilegiado en la Historia del cine contemporáneo ya con su ópera prima. La ciénaga fue un acontecimiento estético que, en el momento de su aparición, prolongaba los renovadores ejercicios del Nuevo Cine Argentino, mientras los radicalizaba. La fecunda experimentación consumada en el filme supuso una radical renovación cultural que abrió muchos caminos para las exploraciones emprendidas por creadores posteriores. Conscientes o no, disímiles autores emergentes pasados los 2000, son deudores del cosmos estético fundado por Martel, sobre todo en Latinoamérica, donde su creación constituye un paradigma de iconoclasia e inventiva artística.

Martel arribó al paisaje cinematográfico argentino con el filme colectivo Historias breves (1995), suerte de presentación generacional de la hornada gestora del denominado Nuevo Cine Argentino. El filme incluyó su cortometraje Rey Muerto, en el que un perspicaz manejo de los códigos del western alimenta un crítico relato sobre los corolarios de la violencia machista; una historia de tintes feministas y político, cuya realización deja ver esa discontinuidad de la acción dramática y ese intencionado uso del sonido que distinguen su personalísima autoría.

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Pero con La ciénaga tuvo lugar un auténtico cataclismo estético. Puede que muchos ensayen razones de peso para descalificar las aventuras expresivas de la realizadora, mas nadie puede cuestionar la condición renovadora de su trabajo. Y esa es una garantía que certifica su trascendencia.

“Muchos de ustedes son directores, guionistas, y cada uno tiene una visión diferente del mundo, y hay mucha gente interesada en esa visión. Pero no se limiten a obedecer el canon del cine de autor, las reglas del cine. No les será útil a menos que sean capaces de reelaborarlos”, señaló la autora de Zama durante su masterclass. “Necesitan mirar a su alrededor, necesitan volver a inventar el cine, hacer algo sui generis que no se haya creado aún. Es extraño vivir en una época donde todos estamos consumiendo las mismas narrativas audiovisuales en las mismas plataformas. Limitarse a estas reglas universales, en un planeta tan lleno de personas, lugares, idiomas y comidas diferentes, es una locura. No puede existir un solo sistema narrativo para un planeta como este.”

Esa es la política creativa garante del inconmensurable estilo de Martel. Cada película suya consigue ser una propuesta diferente y una extensión de sus obsesiones artística e intelectuales. Un agudo cuestionamiento de los atributos y valores con que el aprendizaje cultural modula el género, la sexualidad, las clases sociales, la nacionalidad atraviesa siempre sus argumentos.

La ciénaga registra ciertas rutinas cotidianas de unas familias de la clase media rural de Argentina. La niña santa presenta los flujos del deseo y los instintos de un grupo de personajes a través de la mirada de una pequeña que apenas descubre su sexualidad. En La mujer sin cabeza un posible accidente por carretera desencadena, en forma de thriller, una aguda exploración de la psicología de una mujer. Zama extiende un fresco histórico del siglo XVIII que, a través de las tribulaciones de un funcionario de la corona española, explora el clima de dominación del sistema colonial.

Esas motivaciones temáticas abren las puertas a agudos exámenes de “la crisis existencial de la clase media argentina, los engranajes de la sociedad y la asfixiante mecánica social del país, las cuestiones poscoloniales y evocan sin tregua la historia de su país y los fantasmas que la habitan”, tal como recalcan los organizadores del festival suizo.

Mas todas esas reflexiones son deudoras del singular modo en que Martel esculpe su obra. La directora posee una geometría dramatúrgica y un cuerpo expresivo semejantes, en su potencia estética, a los forjados por autores como David Lynch o Andrei Tarkovski. Entre los atributos y valores de sus películas quizás los de mayor pulcritud y consistencia sean la composición de la trama, el diseño sonoro y la fotografía.

La narración en Martel se sostiene siempre en un evadir continuamente el encadenamiento progresivo del conflicto, de ahí que la elipsis constituya el elemento indispensable de su caja de herramientas. Las situaciones se exponen unas tras otras sin un principio de continuidad definido. La propia realizadora ha explicado que esa disposición de las situaciones responde a la manera en que operan las conversaciones cotidianas y la memoria emotiva. Esas premisas fundamentan también la naturaleza del realismo ensayado por la autora, y la importancia que cobra en su obra la oralidad, los diálogos, el habla de los personajes.

Otro recurso esencial es el sonido, que narra, crea atmósfera, puntúa el relato, describe el espacio, e incluso pauta la acción dramática. Son pocos los cineastas en los que el diseño sonoro juega un rol tan decisivo en la identidad de una poética. Y en cuanto a la fotografía, habría que mencionar la insólita concepción de los planos, del emplazamiento de la cámara: la irregularidad del punto de mira y el intencionado empleo del fuera de campo.

Entre otras cosas, el homenaje en Visions du Réel resulta oportuno para destacar la importancia de la realizadora para el feminismo. Son muchísimas las autoras y las estudiosas mujeres que han visto en la directora de La ciénaga un aporte esencial a la construcción de una gramática fílmica capaz de desmontar los patrones estéticos afincados en la mentalidad falocéntrica. Más o menos polémicos los criterios y valoraciones vertidos desde tales posiciones, sin lugar a duda Martel ha contribuido y contribuye hoy, desde su condición femenina, a reivindicar el lugar de las mujeres en el cine.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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