‘Un varón’, ópera prima de Fabián Hernández, explora las masculinidades en los márgenes de la sociedad colombiana

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Fotograma (detalle) de ‘Un varón’ (2022); Fabián Hernández (IMAGEN Youtube / The Upcoming)
Fotograma (detalle) de ‘Un varón’ (2022); Fabián Hernández (IMAGEN Youtube / The Upcoming)

El título de la ópera prima de Fabián Hernández, Un varón (2022), advierte claramente acerca del tema de la película: las masculinidades. Pero los títulos son siempre una trampa, un gesto de seducción, un gancho… Y el que ahora convoca al espectador podría esbozar expectativas sociales, e indexar un cosmos axiológico respecto a la historia y los personajes, no exactamente ajustados al sentido del discurso esgrimido por el director. Como la anécdota se emplaza en una barriada marginal de Bogotá, es posible sospechar que el filme postula una revisión más de los ambientes de violencia y supervivencia extrema que el cine colombiano entrega con frecuencia. No es menos cierto que en Un varón accedemos a ese paisaje urbano donde rige la ley del más fuerte, donde en principio salen adelante aquellos hombres entre cuyos atributos está la violencia. Mas ese es sólo el telón de fondo de la narración, porque Fabián Hernández se muestra interesado en dar una vuelta de tuerca al asunto.

Su atención se concentra en la violencia (física, simbólica, psicológica) inherente a la obligación de cumplir con una identidad masculina puntual. Un varón medita sobre la complejidad de ser la clase de hombre demandado por un ámbito sociocultural donde abunda la delincuencia, el asesinato, la agresividad… En ello radica la distinción de este primer largometraje de ficción del realizador colombiano; de ahí el éxito cosechado por el filme hasta el momento.

Seleccionado por los festivales de Cannes y San Sebastián, esta película es otro de los hitos que la cinematografía latinoamericana entrega en 2022. Fabián Hernández despliega su operación crítica de cierta masculinidad a través del seguimiento de un personaje tan singular como común, retratado mediante una narración cuasi documental de mínimos accidentes dramáticos. Un varón encadena situaciones que muestran y argumentan la ansiedad, el desasosiego y la crisis subjetiva experimentados por un adolescente que, mientras descubre su personalidad cuir, es forzado por quienes lo rodean a construir su identidad genérica bajo los patrones más estrictos de la masculinidad hegemónica. La dramaturgia del filme parece redundancia a ratos, como si una y otra vez ofreciera más de lo mismo. Y es que Un varón demanda percepciones sutiles, pues en cada minuto del metraje habita un renovado universo de información acerca de cómo las circunstancias modelan al individuo según cierto paradigma de hombría.

Carlos, el protagonista, vive internado en un centro de acogida en Bogotá porque su madre está en prisión y su hermana no tiene condiciones para asumir su custodia. El chico, incómodo, descolocado en el reclusorio, espera con ansias las celebraciones navideñas para visitar a su familia. Pero una vez fuera no será precisamente un hogar lo que encuentre, sino el ambiente marginal y lascivo del barrio, de la calle donde se prostituye su hermana. El calor del hogar añorado por Carlos no está disponible, y tendrá que enfrentar ese contexto social para salir adelante. Pero la única vía para afianzar su pertenencia real a ese medio es, justamente, “ser un hombre”.

Fabián Hernández comienza el filme con una serie de entrevistas (tipo bustos parlantes) a algunos de los chicos recluidos en el refugio juvenil donde vive el protagonista. Estos muchachos, actores naturales como el mismo Carlos, cuentan sus experiencias a cámara: cómo los forjó la calle, cómo resulta imprescindible despojar toda duda sobre tu hombría para sobrevivir. A partir de la importancia antropológica del habla y los gestos enfáticos de los testimoniantes, el realizador registra en esta suerte de prólogo la perenne violencia que caracteriza la construcción de lo masculino en la periferia de la urbe colombiana.

Después de escuchar a estos jóvenes, Un varón pasa inmediatamente a Carlos: la cámara sigue al adolescente a todos lados, en un incisivo escrutinio de su comportamiento, de su aspecto físico, de su auténtica sensibilidad, que brota sólo cuando está solo consigo mismo. El problema del chico es que tiene todo en su contra. Es menudo físicamente y de rostro afeminado. Carlos es andrógino ciento por ciento, y eso acrecienta su angustia. A priori, no hay manera de que encaje en los códigos de masculinidad que se le exigen. Pero él no deja de esforzarse, y por eso vemos esa furia intensa y contenida en su mirada, que contrasta con la delicadeza de sus rasgos faciales.

Tanto en el centro de acogida como en el barrio, el muchacho lucha contra sí mismo. El filme teje en detalles el clima y la dinámica del refugio y del barrio; así presenta la violencia a que está expuesto el personaje. Este se mueve en los diversos espacios del reclusorio –el patio, las habitaciones, el baño, el gimnasio– enfrentado a las demandas de género. Eso lo quiebra por dentro. De cualquier modo, se viste como los machos, se corta el cabello como un tipo malo, camina y gesticula como “los hombres”.

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Siendo el internado un medio hipermasculino, donde los hombres viven bajo el escrutinio de la mirada de otros hombres que evalúan sus niveles de testosterona, el protagonista espera encontrar afuera un espacio para vivir en libertad. Pero en la calle afrontará circunstancias aún más terribles. Diversas situaciones arregladas por la trama –la visita a un burdel, el encuentro sexual con una prostituta, aprender a usar un arma, defender a su hermana de ciertos tipos en el barrio, etc.– exponen los peligros de ese contexto, a la vez que se describen los rituales que fraguan al varón en los márgenes de la sociedad colombiana: siempre temerario, sexualmente voraz, diestro en la pelea…

Si en algo acierta el discurso de Un varón es en el reconocimiento de la masculinidad como una performancebajo cuya regencia se forma el individuo, una performance jalonada por una ley simbólica que perfila la experiencia y la escenificación del hombre y su tipología específica. La articulación cultural de esa ley, y su reiteración como norma, que supone la exclusión de todo lo inconcebible –la personalidad cuir de Carlos, por ejemplo–, resultan esbozados con absoluta elocuencia por el realizador.

Durante todas esas situaciones, el joven protagonista debe desplegar la teatralidad propia de su presunta condición masculina. Un mínimo desliz y podría acabar muerto. Sin embargo, esos mismos instantes que fuerzan a Carlos a exhibir públicamente su hombría lo vuelven sobre sí mismo para evaluar su yo en la intimidad. Él se mira en el espejo: en algún momento pinta con un lápiz labial el reflejo de la silueta de los suyos y se contempla convencido (quizás) de su diferencia. En lo adelante dejará que sus lágrimas salgan, no tendrá miedo a exponer su fragilidad… Entre la delincuencia rutinaria y el tráfico de droga, ¿habrá lugar para un hombre como Carlos?

Todo en Un varón se expresa mediante la presentación de pequeñas acciones y la visualización de espacios y situaciones cotidianas. Es el modo certero encontrado por Fabián Hernández para observar, cinematográficamente, los modelos de comportamiento y los valores reclamados por la masculinidad privilegiada en los márgenes urbanos de Colombia, y para enfocar la crisis subjetiva de quien, en plena adolescencia, no puede acogerse a tales patrones, no puede responder afirmativamente a tal demanda. El conflicto psicológico del personaje es profundo, y la película lo dibuja con una precisión impactante. Un varón se coloca así entre los ejercicios fílmicos más desafiantes de este 2022 en Latinoamérica.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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