Cinco adioses breves al hijo de Rosa Zayas: “Oye, pero pa qué tú me llamas…”

Adalberto Álvarez, legendario "Caballero del Son" , figura excelsa de la música popular cubana, murió este 1 de septiembre, a los 72 años, luego de varias jornadas luchando contra el virus de COVID-19.

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Adalberto Álvarez / Foto: Adalberto Álvarez y su Son (Facebook)
Adalberto Álvarez / Foto: Adalberto Álvarez y su Son (Facebook)

Ayer, en uno de los mejores atardeceres del año, estábamos en una terraza en la que sonaba “¿Y qué tú quieres que te den?”. No era fortuito, es una de esas canciones que no tarda en aparecer en cualquier reunión social en la que haya une amante de la música cubana. Hay personas que prefieren la versión extendida, por contar con el mejor recuento del panteón yoruba que tiene la música popular cubana, pero a mí me gusta más la versión original, con el particular timbre de Rojitas. Gustos aparte, se puede afirmar sin susto que se trata de una de las canciones más populares jamás escrita en Cuba, una de esas que sobrevive en el tiempo y trasciende el género que la ve nacer para instalarse en el alma de un pueblo. En buena medida, todo esto se debe al genio de su creador, Adalberto Álvarez, el camagüeyano más musical del último medio siglo. Compositor nato, Adalberto tenía una habilidad insuperable para crear canciones que rápidamente se colaban en el gusto popular, empezando por sus pies.

Ver bailar la música de Adalberto es uno de los mayores placeres de esta vida. Por un camino paralelo al de Juan Formell, Adalberto fue una pieza decisiva en la evolución del son luego de 1959 y construyó incontables universos sonoros para el gozo del bailador. Sus creaciones son un pilar de ese enigma cultural –que no es género musical pero también– que hemos llamado bailar casino. La sensualidad y elegancia que despliegan los bailadores al bailar los temas de Adalberto –ya sea en pareja o en rueda de casino– es siempre un pasaje nostálgico a un tiempo sencillo y mejor (poco importa si existió o no; existe mientras suena su música).

Como si esto no bastara, Adalberto tenía el don de nuclear a las personas precisas para que esa magia colectiva que es la música deslumbrara. Además de ser un impecable compositor, Adalberto tuvo el alucinante mérito de crear no una sino dos de las principales instituciones de la música popular bailable cubana. Sus orquestas Son 14 y Adalberto Álvarez y su Son han tenido un impacto e influencia en el público y les músiques difícil de medir. A días de hoy, es improbable que une artista desee foguearse en los caminos de los ritmos cubanos y no termine abrevando de su vasta obra.

Con su muerte el paraíso de la música popular bailable cubana recibe a un hijo ilustre que se sentará sin complejos junto a Ignacio Piñeiro, Arsenio Rodríguez, Lilí Martínez, Benny Moré y Juan Formell. Puede descansar tranquilo, que mientras haya un atardecer con terraza y amigos, la música de El Caballero del Son seguirá sonando.

Rafael G. Escalona, periodista y director del Magazine AM:PM.

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Adalberto Álvarez empezó su exitosa carrera devolviéndole a los cubanos el gusto por el son con su monumental “A Bayamo en coche”. (Sí, hubo un momento en que para el cubano el son era cosa de viejos, en que se prefería cualquier otra cosa para mover el cuerpo que el género por excelencia de la isla). Y desde entonces Adalberto no dejó de enamorar a su pueblo. Cuando el 11 de julio ese mismo pueblo salió a la calle a manifestarse y el gobierno lo reprimió con furia desmedida, aunque previsible, el Caballero del Son tuvo claro de qué lado ponerse. “A los que me preguntan de qué lado estoy, estoy con el pueblo”, declaró. “Imposible permanecer en silencio ante todo lo que está pasando en nuestro país. Me duelen los golpes y las imágenes que veo de la violencia contra un pueblo que sale a las calles a expresar lo que sienten pacíficamente. Las calles de Cuba son de los cubanos. A ese pueblo le debo lo que soy hoy en día y no me importa la forma de pensar de cada uno de ellos porque eso es derecho de cada cual y más allá del pensamiento político está el derecho humano, por eso no puedo hacer más que estar de su lado en momentos difíciles». ¡Qué manera de comenzar su romance con su pueblo! ¡Qué manera de despedirse!

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Enrique del Risco, escritor.

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Adalberto Álvarez definió una etapa muy importante en la música cubana con Son 14 y luego con Adalberto Alvarez y su Son. Defendió sin cortapisas su religiosidad y la incorporó a su música, marcando precedentes muy relevantes en la evolución de los géneros populares en la isla. Fue uno de los más constantes defensores de la música popular y tradicional del país y gracias también a su voluntad Cuba cuenta hoy con su Día del Son. Adalberto fue además un sonero de ley que escuchó el latir del pueblo y su obra también creció hacia la historia por esa cercanía que tuvo con la Cuba profunda.

Su muerte por COVID, como se ha dicho, es una enorme e irreparable pérdida para la cultura popular de Cuba y América Latina.

Michel Hernández, reportero especialiado en música.

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Es muy bueno lo que dice Guanche sobre Adalberto Álvarez. Él era conservador en el son. Hacía puro son, la pureza del ron añejo. Eso es lo que se oye con Adalberto. Jorge Molina me dio una vez una carpeta con el trabajo que él hizo en Santiago de Cuba con Son 14. Ahí para mí hay una versión de Adalberto muy tierna. Porque se dice que es el Adalberto que oía los sones que llegaban a la radio desde emisoras extranjeras, ya saben, eran esos sones que se oían a través de la estática, y que venían y se iban. Yo oía música así en aquella época de radio VEF. Así me lo imagino, armando su próximo son con retazos de sonidos que venían y se iban. ¿Pero cuál son es aquel? Era un son que poco se ha hecho en Cuba. Un son oscuro. Creo que cuando estaba en Son 14 oía ese son al estilo del que se consumía en Cali, que era el que se hacía en Nueva York. Y era un son que narraba historias de fracasados. No fracasados ante el amor. Sino ante fuerzas de barrio, fuerzas sociales. Era el son que le gustaba a Andrés Caicedo, un son de vampiros, un son que pasaba por las historias de Poe. Lo que me gusta de Adalberto pasa por Caicedo. No es el último Adalberto sino aquel de Santiago de Cuba. En ese caldo de cultivo espeso y conservador que da esa provincia, llena de fantasmas. En “Agua que cae del cielo” (la versión original, no la espantosa remasterizacion que anda por ahí), está esa tentativa de crear atmósferas vampíricas. A lo Caicedo. Yo creo que luego salió de ahí, de esa zona ambientosa.

Carlos Melián, cineasta.

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Cuando aprendí a bailar casino en el preuniversitario, hace justo quince años, Adalberto Álvarez no me gustaba especialmente, en esencia porque no se trataba de un timbero. Todo lo que uno quería en ese entonces era el nivel de espectacularidad y pirotecnia que te permitía NG la Banda, la primera Charanga Habanera o el Van Van que ya se anuncia desde ¡Ay, Dios, ampárame! (1995), pero que rompe definitivo en Llegó Van Van (1999). A medida que creces, te acercas inconscientemente a los fundamentos, a la sabiduría muscular y la calma sensitiva del compás. Tanto así, que lo único que yo bailo solo en casa desde hace ya un buen rato es Arsenio Rodríguez. Resulta asombroso cómo Adalberto, estrictamente apegado al son, imponiendo una disciplina del ritmo que incluso se traducía en la ropa uniforme de su orquesta, logró mantener la popularidad en medio de la estridencia metalera y la exuberancia de arreglos y filigranas de la música de los noventa, muy a tono con el país repleto de prostitutas, proxenetas, bisneros, balseros y tipos forrados en dólares que sucedió a la caída del bloque soviético. Solo Isaac Delgado se mueve en esos años en una tesitura similar. La última canción que bailé en un espacio público, hace dos viernes, fue “¿Y qué tú quieres que te den?”, en un patio de Wynwood [Miami] que pretende replicar en escala diminuta la Tropical habanera. Agradezco tanto a Adalberto hoy, su forma impecable, su mosaico sonoro, alguien que te permite deslizarte hacia la elegancia, hacia el paso esbelto sin que puedas esconderte en ningún garabato del cuerpo ni vuelta rocambolesca alguna. Su música vivía en un tiempo clausurado, una ilusión pospuesta. Componía para un país que se había extinguido, sin esquizofrenia armónica, sin locura suicida. Fundamentos, principio mandatorio, Ibború Ibboya, fundamentos, Ibbo Ibbocheché, un dos tres, un dos tres. Maestro, dígale a la muerte: “Oye, pa qué tú me llamas, si tú no me conoces”.

Carlos Manuel Álvarez, escritor y director de la revista El Estornudo.

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