Atemporal Trío
Atemporal Trío

Rara vez extraño Bejucal. No me invade la nostalgia ni las ganas de visitarlo. No tengo ansiedad de vagar por sus calles para descubrir un bache nuevo o alguna fachada derruida. Tampoco la congoja de portales y vecinos, expuestos al calor y al polvo mientras conversan sobre quién se fue. No pertenezco allá.

Nunca lo hice.

Pasé mi infancia y juventud en aquella villa. Un hecho fortuito, como nacer.

Corrijo.

Viví mi infancia y juventud doscientos metros más allá del estadio de pelota, en una barriada de edificios, casi todos de tres plantas, asignados a trabajadores del Centro Nacional de Biopreparados. En los pueblos, todo fuera del centro es otra cosa. No es del pueblo.

Mi contacto con Bejucal se concretaba en el camino hacia la escuela, en algunos viajes necesarios para comprar pan y una que otra vez al parque, al de los árboles y esa estatua de la justicia que a cada rato le robaban la balanza, con la familia o los amigos. Mi tiempo restante se pasaba entre los límites de la comunidad –sinécdoque y universo- y los fines de semana en La Habana.

El barrio fue sustituido por la beca, a las afueras de otro pueblo rural diferente. El tiempo gastado en la villa de San Felipe y Santiago de Bejucal se restringió al subir y bajar de carros, camiones y guaguas que me movieran de un territorio a otro, salpicado con escasos fines de semana los cuales pasábamos en casa.

Ocurre algo raro. Cada vez que escucho a Mario Miguel García y a Noslen Porrúa cantar a coro “Coronel, baja el machete que vengo cantando / mi cuartel, es una conga que viene arrollando…” me domina una alegría tonta, un patriotismo infantil que me obliga a cantar con ellos, a alzar el tono y dejarme llevar por el sentimentalismo… “Vamo’ a ver, la villa de San Felipe y Santiago / Ay, Bejucal, no me dejes hablando. / Barrio, abrázame. Barrio, abrázame.”

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Hay algo inexplicable en esa reacción, que escapa a cualquier posibilidad de entendimiento. Es un instinto primario, como escuchar el himno y detenerse en firme pero con una carga sentimental alejada de cualquier proselitismo político.

Lo curioso es que había olvidado todo eso, hasta enterarme que Atemporal Trío había grabado un disco en tierras argentinas.

El fonograma homónimo de este trío formado por Jessica Zequeira, Noslen Porrúa y Mario Miguel García, es un reencuentro con viejos amigos desconocidos. Amigos en otras tierras, pero que cantan con las mismas voces y el mismo acento cubano. Es, en su concepción, el registro sonoro de un concierto en la ciudad de Rosario. Sin ser un panfleto nostálgico, encara directamente a aquel tiempo lejano y olvidado.

Ni ellos ni yo somos los mismos.

Todo parece cambiado desde que los escuché por primera vez, desde que aquella gozadera de Enfusión –el grupo que lideraban Noslen y Mario– me estremeciera el cuerpo. En este nuevo formato sosiegan sus ánimos. Preponderan el empaste vocal y sonoro, adaptado a las nuevas circunstancias de ser sólo tres integrantes para manejar todos los instrumentos.

Debajo del nuevo cambio, inspirado por la madurez, Mario Miguel mantiene ese espíritu de rockstar roquero fitomaníaco, que se deja ver en “Se trata de ti y de mí”. Noslen continua con su espíritu trovadoresco y su estilo depurado de la canción e interpreta un tema precioso como es “Quédate conmigo”. Jessica, dulcísima, aporta nuevos registros sonoros y composicionales, expandiendo el repertorio con “New song”, interpretada en inglés y con la emoción propia del feeling.

Sin embargo, escuchar la grabación del concierto es como morder la magdalena de Proust. Volver a tener diecisiete años y la sensación de no pertenecer a ningún lugar. Que sean las nueve de la noche en todas partes y atravesar la puerta (ahora deshecha) de la Casa de Cultura de Bejucal. Encontrar un resquicio al que aferrarse espiritualmente, al que corresponder por ese espíritu gregario de fundar comunidades humanas.

No puedo definirlo como un disco nostálgico o antológico, al menos no en su intencionalidad. No se atora ni reseca la garganta. Es un fonograma que se construye desde el pasado hacia el futuro. Las viejas canciones, reinterpretadas a tres voces y sin derroche instrumental, marcadas por la determinación y necesidad de economizar posibilidades, tienen la peculiar intención de contar de dónde vienen y quiénes han sido. Noslen y Mario hacen un recorrido por su vida, por los tantos años de amistad y carrera que llevan juntos. Y uno, al otro lado del continente americano, se cuela también en el viaje.

Desde Argentina mantienen la presencia constante de Cuba. Adaptan canciones de Enfusión y de No hay seguridad, disco en solitario de Noslen Porrúa, de su tiempo en esta isla. Las referencias directas a Bejucal en “Calle 6” y “Barrio Abrázame” se traspapelan con otras veladas en el recuerdo de viejas historias de amor, como “Zusel” y “Cada noche y casual”. En ambos casos es notable el recurso a la nostalgia que va desde el rescate de los temas de formatos musicales anteriores hasta la temática de las propias canciones. Quien está lejos de su patria todos los días le canta.

Para el oyente novel este recorrido puede ser solo una curiosidad. Para los perros viejos que crecimos con ellos, los que coreaban a la una de la mañana en el parque, después de haberlo hecho en la Casa de la Cultura o en el museo municipal, es la reinstauración de momentos felices. Una remembranza que alegra, sin sentimentalismos baratos. Un repaso por aquellas madrugadas donde Mario se divertía con la guitarra y el ron, donde la botella pasaba de mano en mano y las peticiones musicales de boca en boca. Aquellos días de un Noslen recién afeitado, sin la barba roja que le creció, como nosotros también lo hicimos. Aquellos días sin Jessica, que llegó un rato después para poner el sabor que faltaba a cada mordida.

Un tiempo perfecto del pasado onírico al que no se debería volver, pero siempre regresamos.

Atemporal no es un paseo por viejas glorias, auspiciadas en un pretérito lejano. Es una carta de presentación a extraños y amigos. Es “esto fuimos, esto somos, esto seremos”. A partir de ahí, la construcción del nuevo espacio propio, de la nueva ritualidad de un barrio que acentúa la ce y la hache para comunicarse y que ahora confiesan como suyo por las muestras de cariño recibidas.

Sin perder o alejar el ojo de Cuba, mantienen su esencia en la epidermis y cantan sus verdades. Las nuevas canciones tratan del dolor y la pérdida, pero no se regodean en ello. Son, a la vez, un canto a la esperanza, a la hermandad, a la instauración del abrazo colectivo reparador y unificador de sociedades. “Tres voces para un lamento” hace mención directa a Cuba, a lo dejado atrás. Dedicada “a Cuba, a la Cuba de estos tiempos”. Complementa la dedicatoria otro verso de apócrifo en “Barrio abrázame”, “Cuba, quiéreme, que se te ha visto a punto del infarto”.

“Todos hacemos mundo” y “Se trata de ti y de mí actúan” desde la transmutación de lo humano más global a la interpretación personalísima de una Cuba pos 11J. Canto a la diferencia de posicionamientos políticos y al respeto al derecho ajeno.  No hay rencor, solo deseo por la patria anhelada. Plural y magnífica. Tragar o escupir, porque de alguna manera hay que soltar lo que está en la garganta y apaga la voz. El vuelo poético de las composiciones no las vuelve herméticas ni innecesariamente barrocas, más bien las expande para empatizar con cualquier persona de habla hispana sin convertirse en una música solo para cubanos.

Y, si no es sólo a Cuba al territorio que cantan, tampoco es a aquel pueblo al borde de la Habana, aquel del primer ferrocarril de América Latina que ahora puede vanagloriarse de otros hijos ilustres que no son profetas en su tierra. Otros hijos que quedan en el recuerdo y que, sólo a través de ellos, algunos desterrados vuelven a pensar con cariño en San Felipe y Santiago de Bejucal. Al menos, pueden hacerlo durante la hora en que suenan las tres voces en el reproductor de audio.

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