D. H. Lawrence
D. H. Lawrence

Auden ha escrito que en ocasiones los poetas adoptan posiciones ideológicas extremas para renovar su sistema de metáforas. Es una idea asombrosa que podría iluminar algunos momentos desconcertantes en las vidas de ciertos escritores esenciales del siglo XX. Así, el atormentado catolicismo de Robert Lowell, la obsesión de Yeats con el espiritismo, y el incomprensible fervor de Pound por Mussolini, podrían concebirse como síntomas del miedo a la esterilidad creativa que ha aquejado incluso a los más grandes: tentativas desesperadas de revitalizar la escritura que utilizan las diversas creencias o ideologías como un estimulante que les permite continuar con lo único que importa.

El último poema de D. H. Lawrence es un ejemplo magnífico de esta tendencia contemporánea: Lawrence, tuberculoso terminal, se aferra aquí a la esperanza imposible de un renacer “en manos del Dios desconocido” de la fe gnóstica, hermosa ficción suprema que infunde una rabiosa vitalidad a este texto sobre la agonía.

Sombras

Y si esta noche mi alma puede encontrar su paz
en el sueño, y hundirse en la bondad del olvido,
y en la mañana despertar como una flor recién abierta,
entonces me habré impregnado otra vez de Dios y estaré recreado.
Y si a medida que pasan las semanas mi espíritu se oscurece
y se apaga bajo la sombra de la luna, y una melancolía extraña y suave
invade mis movimientos, mis ideas y mis palabras,
entonces sabré que todavía camino junto a Dios,
y que estamos más cerca ahora que la luna se ensombrece.

Y si a medida que el otoño se vuelve más profundo y oscuro
siento el dolor de las hojas que caen y de los tallos que se quiebran en la tormenta
y los problemas, la disolución y la angustia
y luego la suavidad de las sombras profundas que rodean, rodean
mi alma y mi espíritu, rodean mis labios
con tanta dulzura, como si se desvanecieran, o más bien
como el sopor de una canción débil y triste,
más oscura que la del ruiseñor,
que persiste hasta la llegada del solsticio
y el silencio de los días breves, el silencio del año, la sombra,
entonces sabré que mi vida todavía se mueve
junto a la oscura tierra, empapada con el profundo olvido
de la caducidad y la renovación de la tierra.

Y si en las mudables fases de la vida del hombre
me hundo en la enfermedad y en la miseria,
mi corazón parece muerto y mis muñecas rotas
y la fuerza me abandona y mi vida es sólo
la despedida de la vida:

Y si aun así, en medio de todo esto, surgen fragmentos de adorable olvido
e indicios de renovación, raras flores invernales sobre el tallo marchito,
extrañas flores que jamás habían brotado en mi vida,
entonces tengo la certeza de estar aún en manos del Dios desconocido,
que me devasta para sumergirme en su olvido,
para que resurja en una mañana nueva, renacido.

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