Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires llega con una programación de lujo

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Una de las sedes del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires. Foto (detalle): Tokio Oohara.
Una de las sedes del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires. Foto (detalle): Tokio Oohara.

Por estos días tiene lugar el 24o Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici). El miércoles 19 de abril echó andar el Bafici con una excelente programación que no ha dejado de recibir buenas críticas. El púbico argentino y todos los asistentes al evento tienen a su disposición hasta el lunes 1o de mayo, fecha de cierra del certamen, una muestra capaz de tomar el pulso al acontecer fímico mundial, no sólo nacional. La satisfactoria selección curada por el equipo de programación inserta voces consagradas del panorama internacional y algunas emergentes del área que ejemplifican varios de los senderos expresivos más vitales de la actualidad.

La etiqueta “independiente” que acompaña al nombre del festival encuentra su justificación no en la defensa de un modelo de producción, sino en la apuesta por ambiciones estéticas, esas que aspiran a desbordar las fórmulas prefabricadas y explorar los alcances creativos del séptimo arte. Esa etiqueta se avala con la inclusión en el programa de autores como Cristian Petzold, Mariano Llinás, Luis Ospina, Ira Sachs, Lav Diaz, Maité Alberdi, Hong Sangsoo, por sólo destacar ciertos nombres cuya mención remite de inmediato a experimentación, originalidad y desborde creativo.

Junto a Competencia Internacional y Competencia Argentina, Trayectoria y Vanguardia y Género –esta última también competitiva–, resultan otras dos secciones de lujo, en la medida en que despliegan un inventario de audacias fílmicas, de experiencias estética arriesgadas y vitales.

Mariano Llinás arriba al BAFICI con otro ensayo creativo que desafía las fronteras genéricas y de representación del cine. El autor de La flor suma ahora a su producción Clorindo Testa, una película encargada por la Fundación Andreni, aspecto que no supuso freno alguno para el director dar rienda suelta a su potente imaginario. Nuevamente Llinás enhebra un metraje reflexivo, y autorreferencial, donde jamás llegamos a tener un retrato del importante pintor y arquitecto que da título al documental. La urdimbre porosa de la narración gira alrededor de un libro sobre el artista escrito por Julio Llinás, padre del director, durante la década del sesenta del pasado siglo. Pero la película resulta más bien un juego de apariencias y digresiones, un laberinto representacional en el que múltiples capas se montan y superponen en una escritura que piensa el proceso mismo de la creación cinematográfica.

Otro nombre presente en el programa que, inmediatamente, remite a transgresión e inventiva fílmicas, es Luis Ospina. Cuando el célebre autor colombiano falleció en 2019 dejó inconclusa una película, emprendida en colaboración con Jerónimo Atehortúa. Este último realizador ha podido, finalmente, concluir la obra, siguiendo las precisiones de Ospina. El filme llega a las salas del 24o festival argentino, tras su estreno en Rotterdam. Mudos testigos, título de la película, constituye un singular collage de metrajes del cine mundo colombiano que han resistido al paso del tiempo. Con ese material sobreviviente los realizadores hilaron una historia de amor que, a su vez –no podía ser de otro modo–, acoge una inteligente revisión del panorama sociopolítico de aquella época. Mudos testigos es una confesión de amor por la creación audiovisual, un homenaje al cine mudo, y un ejemplo absoluto de ingenio creativo.

El programa del BAFICI alberga otros tantos filmes relevantes. Otro de ellos es Afire, reciente entrega del alemán Christian Petzold, L’Envol, primera incursión en Francia del celebrado director italiano Pietro Marcello, y When The Waves Are Gone, nueva propuesta del extraordinario autor filipino Lav Diaz. Estos autores, particularmente, han estado distinguiendo el devenir actual de la cinematografía internacional, con invenciones narrativas y reflexiones conceptuales concretadas en auténticas obras maestras.

En Afire, que llega en calidad de premiere americana, Petzold se aparta de la historia alemana para contemplar los tormentos de un escritor que se instala en una casa de vacaciones junto al Mar Báltico, acompañado de un amigo fotógrafo, con el propósito de retocar las páginas de su segunda novela. Esta es una comedia de enredos que roza constantemente la tragedia, su imprevisible trama juega con la expectativa del receptor mientras se vanagloria de sagaces diseños de personajes y de situaciones, y de una elocuente fotografía.

Pietro Marcello también abandona Italia en L’Envol, cuyo argumento se emplaza en Francia, si bien, como sucedía en la extraordinaria Martín Edén, acá se articula un supratiempo donde los perfiles precisos de la Historia y la geografía se difuminan continuamente. Con dosis de fantasía, esta fábula rodada en 16 mm, encargada de abrir la Quincena de Realizadores de Cannes, se inspira en un cuento del escritor ruso Alexandre Grin titulado “Velas rojas”. Ambientada en alguna zona rural, la historia cuenta la experiencia de Raphaël, un veterano de la Primera Guerra Mundial que, al regresar a su pueblo, conoce de la muerte de su esposa y del nacimiento de su hija. Alrededor de la relación entre ambos personajes gira esta obra de fina artesanía cinematográfica.

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La propuesta de Lav Diaz es una radiografía sociopolítica que ausculta la decadencia de su país. A través de las tensiones irresueltas de dos detectives, el realizador articula un prolongado thriller político cuyos ingredientes son corrupción, doble moral, prostitución, droga… Hermes está a punto de retirarse y Macabanty, mentor en otro tiempo de aquel, ha salido de prisión, donde estuvo por diez años a raíz de una acusación del primero: este es un relato de venganza, que tiene uno de sus mejores resultados en la revisión de la psicología de los protagonistas.

De la sección Trayectoria, vale destacar también el más reciente documental de la chilena Maite Alberdi, La memoria infinita, que como las anteriores obras de la directora —La Once y El agente topo— medita sobre esa compleja etapa de la vida que es la tercera edad. Alberdi se acerca acá a Augusto Góngora, un importante periodista que trabajó en la clandestinidad durante la dictadura de Pinochet y que hoy sufre de Alzheimer, así como a su compañera y esposa, la actriz Paulina Urrutia. El filme pasa por Argentina en estos días tras un aclamado recorrido internacional, un unánime reconocimiento de la crítica, y un premio en Sundance. La sensible narración a la que acostumbra la directora mira hacia esa irremediable enfermedad para aprehender la batalla que la misma supone y el gesto de amor que demanda de los otros.

Hay una película chilena en el evento, dentro de la competencia internacional, sobre la que se debe reparar igualmente: Las demás, ópera prima de Alexandra Hyland, estrenada en el Festival de Rotterdam, evento que continúa privilegiando las narrativas más arriesgadas. La realizadora –que vuelve a demostrar la importancia de las mujeres al momento de introducir temáticas y puntos de vista en la industria cinematográfica–, aborda acá un asunto bastante problemático en su país, y no sólo en el suyo: el aborto.

Dos amigas enfrentarán los obstáculos de una realidad donde es ilegal abortar, para solucionar los problemas acarreados por el imprevisto/indeseado embarazo de una de ellas. Con tintes de humor, códigos del cine independiente estadounidense de los años ochenta y algunos valores propios de la visualidad contemporánea promovida por las redes sociales, Las demás traerá al debate público una problemática insuficientemente discutida.

La argentina El santo, de Juan Agustín Carbonere, resulta otra ópera prima incluida en la competencia internacional que merece atención. Cuenta la historia de un curandero que, gracias a sus trabajos de sanación, llega a la televisión y salta a la fama. Por medio de su personaje y de la puesta en escena, Carbonere revisa la autenticidad de la cultura popular y sus atributos, al tiempo que cuestiona las consecuencias de su espectacularización mediática.

El aluvión de propuestas interesantes de esta 24o convocatoria del Bafici explica por qué hoy el evento es catalogado entre los más significativos de su tipo en América Latina. Los festivales continúan siendo espacios cardinales para pensar la suerte de la producción fílmica, jerarquizar estilos, abrir vías de fomento para la creación, y sobre todo cultivar un público demasiado sometido a los dictámenes del mercado financiero. Revisado su programa, el Bafici proporciona una oportunidad para aguzar el aprendizaje, la capacidad reflexiva y el potencial para desalinear estéticamente la visión del cine.

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