mafifa
Fotograma de ‘Mafifa’ (2021); Daniela Muñoz Barroso

La memoria tiene similitudes con la niebla, en lo difuso emergen espacios latentes y deseados. Es en la espesura que buscamos respuestas, probablemente porque tememos a la desaparición. En el caos continuo que es el presente, la memoria nos ocupa y nos convoca, nos angustia y nos fascina. Hablo de la irrefrenable carrera hacia el olvido que es la muerte, ante la que no nos quedan más armas que la escucha del recuerdo.

En Mafifa (2021) nos asimos a la recordación, nos impacta lo que ha cubierto el velo del tiempo, mediante una composición sensorial (en la fotografía, el montaje y la banda sonora). La vida de quien fuera la primera mujer que tocó “la campana macho” en la Conga de los Hoyos, original de Santiago de Cuba, será la inspiración del documental que dirige Daniela Muñoz Barroso.

Me inclino por describir a Mafifa como un viaje sentimental entre la niebla. Niebla en la mirada, los oídos, el suelo de una casa cubierto por el abandono. Niebla en el baile, el trayecto de quince horas, el hombre que imita con exactitud el canto del sinsonte. Niebla que es ruido, sospecha, pobreza, soledad, fijeza y animales domésticos.

¿Por qué esta insistencia en lo nebuloso mientras escribo? Porque la primera pregunta que me dejó el documental fue, ¿qué es la memoria?

El misterio de “la campanera mayor” conduce la declaración cinematográfica. El hallazgo de Mafifa, quien nos conquista como a su directora, sucede con una simple mención durante su visita a la sede de La Conga de los Hoyos. No creo fortuita esta decisión –por razones espirituales, emocionales y otras que no tendrían explicación–, pues le servirá para entretejer lo popular, lo mítico y lo político. Durante 77 minutos miraremos conociendo del desamparo al que nos condena el tiempo, pero con goce, desde un apetito casi infante, donde la sutileza es una forma de narrar.

No hay solemnidad, sino respeto. No hay intrusión, sino colaboración.

Mafifa me hace pensar tanto en la memoria, como en la poesía. Presiento que esto ha determinado el montaje cinematográfico de Joanna Montero y el guion del documental, de Carlos Melián, Daniela Muñoz Barroso y Joanna Montero. Una estructura sostenida como un poema; caben el silencio, el grito y la plenitud.

Mafifa, en una primera instancia, es la búsqueda de un personaje sobre el que quedan solo atisbos. De manera más profunda, es un manifiesto que reconstruye quien fuera Gladys Linares a la par que se autorretrata Daniela Muñoz Barroso. Ello se evidencia en la investigación más etnográfica y en el tono reflexivo de la voz en off, que va hilando lo descubierto sobre el personaje en correspondencia con la hipoacusia progresiva de la directora del documental. Mientras más se acerca a Mafifa, hay mucho más ruido y movimiento, pero a su vez, hay mucha más urgencia de plenitud, de silencio.

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En una isla plagada de relatos monumentales, héroes, hechos y acontecimientos históricos perpetuados en actos políticos, la biografía de una mujer negra viene a simbolizar lo poético y lo entrañable, lo que quisiera salvar del olvido. La fragilidad del relato en primera persona, con un discurso que expone incertidumbres y vulnerabilidades, también soporta este adentramiento vital. Creo en la posibilidad del diálogo entre ambas.

Mafifa se sostiene por entrevistas que siguen el pulso de la escucha de Daniela Muñoz Barroso, una escucha determinada por su condición: oye con los ojos, oye con el cuerpo, oye a través del lente. La cámara es extensión, paráfrasis de su escucha. Personajes de una honestidad lacerante, ya sea por familiaridad con Mafifa, o por su admiración ante la leyenda, contribuirán al acercamiento fílmico en torno a esta mujer que murió demasiado joven, como consta en el acta de 1985, con tan solo 44 años.

Desde la primera secuencia, en las fotos de Gloria Figueras Tapia, hay un encantamiento por la conga que impulsará todo el documental. Están el éxtasis, el sudor, las miradas, ese descontrol que tiene su origen en la provincia oriental del país. Allí donde el calor es tajante, la religiosidad raigal y la raza afrocubana ánima.

Tres secuencias dedicadas a la conga serán suficientes para legar imágenes insustituibles en la cinematografía cubana. La primera, más contenida, en blanco y negro, sin la extravagancia y el poder del sonido, evoca las fotografías que prologan a Mafifa, e implica una entrada singular a la conga que no hace culto al frecuente estado festivo, sino a cierta melancolía nocturna en su manifestación. La segunda, más carnavalesca, intimidante y rotunda, acontece con el peso de los minutos en los que se ha conocido a Mafifa, su influencia y su legado. La última, cercana al final de la obra, vendría a ser el embeleso ante la celebración, la demostración en los cuerpos del efecto de la campana, la tumbadora, la corneta y la voz. La conga como levantamiento, como ritmo que empuja y mueve la cámara.

La segunda secuencia de la conga, después de una invocación a Mafifa, tras la tormenta, simbolizó una atracción de sentido, un rito que podía traducirse en muchos niveles: goce, ausencias, pobreza. Sentía extrañamiento, también potencia, el retrato de un ser desconocido como excusa para mirarnos más allá de los límites de la pantalla, ficción, realidad, espíritu. Viendo manifestarse al símbolo, a la salida del cine 23 y 12, en medio de un festival de cine de La Habana extrañísimo, me era inevitable no pensar en Vicenta B, el más reciente largometraje de ficción de Carlos Lechuga, película censurada que, coincidentemente, tiene como protagonista a una mujer negra.

No he visto Vicenta B, pero hay en su rastro mucho sobre lo que especular. Mujeres negras cuyas biografías son un misterio, y cuya representación inaugura la posibilidad de presenciar otras historias, de crear otro lugar desde el cual mirarnos.

La pregunta sobre la memoria, ahora espejismo, ahora dibujo de una mujer pequeña que sostenía por horas una campana de hierro pesada. La pregunta sobre la herencia, el abandono, el culto, ahora sin la definición absoluta, ahora Mafifa, como una estampita que protege y salva. El documental es retrato más que monografía, conga más que verismo, autorreferencia más que complacencia. Si recordamos a Mafifa es porque queremos oír. Si llamamos a Mafifa es porque queremos ser otra historia.

La niebla, la casa derruida en la que vivió La campanera mayor. Entramos a la casa, un perro, papeles, polvo sobre polvo, casa que contrasta con la fotografía familiar de una boda en la que sobraban la felicidad y la dignidad, todo ello nos habla de un esplendor y de una ruina, de la ilusión y la pérdida. Hay que hacer memoria, una y otra vez. Memoria para escuchar. Memoria para mirar.

Uno de los entrevistados dice que no sabe de dónde salió el sobrenombre de Gladys. De una borrachera, dice, entre el ron, dice. Como el título de este documental, su origen, también ha sido el encuentro con un destino. Como la canción que Berta Armiñán Linares, la sobrina de Mafifa, nos regala:

Soy negra, la negra esclava,
Nacida allá en la selva,
Humilde siempre lo he sido,
Trabajo sin descansar,
Y sola voy por la vida,
Cantando pa’ no llorar.

Dónde se entrevén los fantasmas, ¿a través de las fotografías, el canto, la tormenta o el fuego?, ¿a través del cine? Yo respondería: A través de la poesía, y estaría hablando de Mafifa.

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MARTHA LUISA HERNÁNDEZ CADENAS
Martha Luisa Hernández Cadenas, Martica Minipunto (Guantánamo, Cuba, 1991). Teatróloga, poeta y performer. Coordinadora del Laboratorio Escénico de Experimentación Social (LEES). Entre su obra reciente se encuentran los performances Nueve (2017) y Extintos, aquí no vuelan mariposas (2018); las intervenciones La última ópera china (2018) y Las fundadoras (2019). Fundadora de la editorial independiente ediciones sinsentido. Ha publicado el poemario Días de hormigas (Premio David de Poesía 2017, Ediciones Unión, 2018). Ganadora del Premio de ensayo La Selva Oscura por su investigación Notas de un simulador. La crítica teatral de Calvert Casey (1960-1965) y del Premio de Teatrología Rine Leal por su libro ESTA OBRA HABLA DE TI Y DE MI. Ensayos para (des)a(r)mar la experimentación escénica en Cuba (2012-2018).

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