‘Iconofagias. Un diccionario del siglo XXI’: la revancha de Iván de la Nuez 

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Iván de la Nuez presenta ‘Iconofagias’ (Debate, 2024)
Iván de la Nuez presenta ‘Iconofagias’ (Debate, 2024) (FOTO X / @EfectoDopplerR3 - detalle)

“Vivimos gobernados por iconos”. Así comienza el crítico y curador Iván de la Nuez su más reciente libro: Iconofagias (Debate, 2024). Semejante certeza parece haberlo llevado a orquestar este personal “diccionario” cuyas entradas (una por cada letra del alfabeto) articulan un vocabulario óptimo para auscultar, describir y, sobre todo, distinguir los sentidos “del siglo XXI”. O más específicamente: las imágenes que modulan el sofisticado semblante de esta época, el rostro con que se nos presenta en cada entrega de Netflix, en cada diatriba académica, en ciertas exposiciones de artes visuales, en el trasiego de algún concepto con que intentamos explicar el mundo, en las prácticas habituales de las redes sociales o en los paquetes de viajes turísticos…

Ante el evidente “asalto al poder por las imágenes” y “su avasallamiento absoluto de nuestra experiencia”, De la Nuez eslabona la forma de “glosario” un grupo de nociones (meditaciones) sistematizadas ya en su bibliografía; nociones que develan las paradojas de un presente donde la política se experimenta como guerra cultural y la cultura como una película porno que persigue nomás despertar e incitar los instintos de los consumidores. Este “compendio de [sus] iconofagias particulares” –que buscan devorar con palabras las imágenes que devoran nuestra cotidianidad, nuestros cuerpos y nuestras conciencias–auxilia la “gestión” y “digestión” críticas de la “iconocracia” que rige la vida contemporánea. Por cierto, el autor viene lidiando con este último concepto, como mínimo, hace casi una década, desde que curó la exposición Iconocracia. El poder de las imágenes y las imágenes del poder en la Revolución Cubana.

La lectura de Iconofagias. Un diccionario del siglo XXI me recuerda un poco al empeño de Roland Barthes en su famoso Mitologías. El autor de Teoría de la retaguardia emprende acá el desmontaje de una serie de mistificaciones cotidianas que hoy pueblan los escenarios públicos y privados de la política, el arte, el pensamiento, las relaciones interpersonales, incluso aquellos ámbitos donde nos relacionamos con nosotros mismos. Tales mistificaciones se ocultan tras el conjunto de signos/imágenes (re)producidos hoy alrededor de términos como Democracia, Guerra cultural, Inteligencia artificial, Occidente, Trabajo y Utopía (por mencionar solo algunas de las veintisiete entradas de este diccionario). Al desmontar los sentidos que confluyen hoy en cada una de esas palabras, el ensayista cubano procura, a su vez, desentrañar las dinámicas de un mundo en que —como advertía Frederic Jameson a propósito de esta época que caprichosamente seguimos denominando posmodernidad— existe “la tendencia a que sean nuestras ‘representaciones’ de las cosas las que nos entusiasmen y exciten, y no necesariamente las cosas mismas”. Siguiendo de alguna manera esa idea, en la entrada consagrada a Joan FontcubertaDe la Nuez comenta que “el principal malestar de la cultura contemporánea no proviene de lo que concebimos como ficción sino de aquello que percibimos como realidad”. 

Capítulo a capítulo, de la L (literatura expandida) a la M (Museo), de la O (Occidente) a la T (trabajo)…, el libro va dirimiendo las narraciones que convergen en esas nociones clave de estos tiempos. Cuando de la Nuez explica que “esa convicción del museo como atlas […] ha implosionado” y que “hoy estamos viviendo […] el final de un modelo”; cuando se pregunta retóricamente: “¿y si los estudios de El capital, de Marx, requirieran el completamiento de la plantación que llevaron a cabo Cepero Bonilla, Manuel Moreno Fraginals o Eric Williams?; cuando comenta que la pandemia sirvió “para afianzar una transformación en el espacio [del] trabajo” que introdujo “la explotación en [nuestras propias] casas”… en tales momentos no hace sino socavar enclaves como los del multiculturalismo o los discursos poscoloniales para advertir cómo sirven de coartada a la dominación, a la petrificante racionalidad del mercado.

Ciertamente, el autor de Cubantropía esboza una descripción de este mundo reducido al post (véase la entrada P), en el que una avalancha desmesurada de información y un aluvión interminable de estímulos visuales modela individuos más interesados en cómo se exhiben en las redes que en cómo inciden en el mundo. Mas su propósito parece encaminado a diseccionar el entramado que en el presente sostiene a las hegemonías y reproduce el poder; un entramado que, mientras alimenta la idea de la libertad, neutraliza todo potencial revolucionario para cambiar verdaderamente las cosas.

 
 
 
 
 
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Justamente al discutir la situación de la democracia, apunta De la Nuez cómo, en la actualidad,

cuando la democracia se encuentra en un estado menguante, la palabra ‘libertad’ empieza a sustituirla en una deriva tan frívola como peligrosa en la que queda desplazada, cada vez más, a un lugar lateral –cuando no marginal– de la política. Frente al despliegue de esa libertad, que apela a la individualidad y el instinto, encontramos una democracia en retroceso estructural, constreñida por la partitocracia y subordinada a la economía, que ha llevado a la gente a intentar concedérsela ‘en otra parte’; bien en la red, bien en la plaza pública, bien en los espacios privados, un poco en la mezcla de todos ellos.

Iconofagias despliega una crítica de los engranajes que hacen funcionar el mundo hoy: una mirada a ratos trágica (sin salida), a ratos optimista. De la Nuez se aventura en las tramas de sentido de la era global y del mundo poscomunista para fagocitar el imaginario (en el doble sentido de imagen y representación mental) que consuma “un apretón definitivo a las tuercas de ese capitalismo autoritario que ya está incrustado en el corazón de Occidente y no sólo en sus periferias”.

El autor de La balsa perpetua se detiene en la embriaguez de una sociedad donde el goce inmediato protege “el fantasma colonial” que “sigue recorriendo el mundo”, y se escabulle –entre los modelos de vida suscitados por esta era de la imagen– como el humo por una cerradura. Advierte el ensayista que, si bien “ser joven fue casi siempre sinónimo de vigor”, ahora se impone una juventud satisfecha en un hedonismo sin fondo que promueve la política del selfi; una juventud que parece haber perdido su carácter efímero y se dilata sin conflicto: “un grupo humano que, ciertamente, no será recordado en el futuro por su manera de compartir un estilo de gobierno, sino por su forma de compartir y compartirse en las redes”. Esta disección del paisaje global recuerda al Walter Benjamin en La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica –quien seguramente no sospechaba las dimensiones que alcanzaría tal fenómeno — cuando observaba cómo “la humanidad se [había] convertido en espectáculo de sí misma”, al punto de “vivir su propia destrucción como goce estético de primer orden”.

En medio de “la megalomanía acrítica de este siglo XXI [que] parece renunciar a buscar alternativas al malestar de la cultura”, De la Nuez subraya “que las imágenes no sólo pueden servir para el sometimiento, sino también para recuperar la libertad de la mirada”. Su propio libro es una apuesta, y tal vez por eso insiste en la forma de un diccionario, para que no resulte solo su cartografía del mundo, sino también una brújula para los lectores: vulnera la máscara de la hipernomalización –concepto de Alexei Yurchak que, aplicado al desplome del comunismo soviético, describe la aceptación del desastre frente a la falta de una alternativa– para hacer evidente que el mundo del Selfi y del Zoom acoge sus propias tiranías. Un mundo donde se corre “el riesgo de [experimentar una] ‘democracia emocional’”, que no es sino “un chapoteo desde el cual podemos decir y decirnos de todo, pero arreglar y arreglarnos muy poco”.

Iván de la Nuez FOTO Tenchy Tolón | Rialta
Iván de la Nuez (FOTO Tenchy Tolón)

De la Nuez vuelve en Iconofagias sobre preocupaciones corrientes en su literatura crítica: el colonialismo, Cuba, el semblante de la cultura occidental, las lógicas del arte contemporáneo y sus instituciones, la geopolítica del presente… Y entrega ahora un diagnóstico del tejido de iconos que dan forma a nuestra actualidad; ofrece un vocabulario capaz de sabotear ese principio del placer maximizado que hace al individuo un ser satisfecho en la delegación crítica, en la entrega a una suerte de sometimiento consciente. Este diccionario es un impulso para no solo exponer el trasfondo de estos días sino para poder interrogar sus efectos; sospecho que, intencionadamente, en tiempos del hipervínculo, De la Nuez apuesta por la idea del diccionario con la esperanza de recuperar el valor de las certezas. Con su estilo distintivo (una escritura matizada de ironía, juegos de palabras e ingenios verbales que convierten el volumen en una auténtica experiencia literaria), este excepcional ensayista cubano dirime situaciones concretas de la cotidianidad del mundo, y a través de ellas traza parábolas explicativas del presente y sus imágenes.

ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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