María Teresa Linares (1920-2021): el retorno a las raíces de la música cubana

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La musicóloga cubana María Teresa Linares (foto Twitter / Celia Cruz Legacy)

El punto cubano, el zapateo, las tonadas campesinas, la décima, la clave habanera y los coros antifonales de las Regla de Ocha, Arará y Conga, entre otras vertientes de la música y la cultura cubanas, no le fueron ajenas a María Teresa Linares Savio (1920-2021). Ella, Teté, como le llamaban sus alumnos y allegados, incansable intelectual y pedagoga, dedicó gran parte de su ejercicio como musicóloga a la investigación, promoción y reconocimiento de las raíces musicales cubanas.

Teté murió el pasado 26 de enero a los cien años. Dejó uno de los archivos bibliográficos y discográficos más amplios dentro de la musicología, no sólo cubana, sino también hispanoamericana. Musicóloga, filóloga, pedagoga y productora discográfica, la doctora Linares sentó las bases, con sus aportes teóricos y metodológicos, de la musicología cubana contemporánea.

Premio Nacional de Música (2006) y Doctora Honoris Causa por la Universidad de las Artes de Cuba (ISA) (1996), María Teresa Linares fue Investigadora Titular Emérita de la Academia de Ciencias de Cuba y vicepresidenta de la Fundación Fernando Ortiz. Fue distinguida con las más relevantes medallas, órdenes y premios nacionales que se otorgan en Cuba.

Hija de padre gallego y de madre cubana de origen campesino, Teté nació en un barrio habanero muy popular, el Cerro, “en una cuadra donde había una mezcla étnica de todos los elementos que han conformado la identidad de nuestro pueblo: negros, gallegos, chinos, catalanes…”, como reveló en una entrevista. En esa misma entrevista confesó que sus padres fueron centenarios y que ella pretendía llegar a la centuria.

Teté Linares comenzó sus estudios musicales en la Sociedad Coral de La Habana, fundada y dirigida por María Muñoz de Quevedo. Allí conoció a la persona que la acompañó desde ese momento, Argeliers León, el fundador, unos años después, de la etnomusicología cubana.

Un día María Muñoz de Quevedo decidió hacer un Festival Coral con todos los coros fundados por ella: la Coral de La Habana, la Coral Universitaria, el coro de niñas de las Dominicas Francesas, el de la Beneficencia y el del Instituto Cívico Militar. Por una necesidad de reforzar las voces en un estreno, Doña María convocó a cinco estudiantes del coro Universitario, entre ellos Argeliers León. Ambos, Argeliers y María Teresa, tenían 22 años. Al verlo, Teté les dijo a sus compañeras: “el tercero de la fila es mío, ni lo toquen”. Después él le habló de música contemporánea y ella le dijo que no, que prefería escuchar música clásica y bailar.

Juntos desarrollaron numerosas iniciativas de investigación y docencia. Entre 1948 y 1957 María Teresa realizó junto a Argeliers trabajos de campo en diversas zonas del país, donde investigaron cantos y toques de ascendencia hispánica y africana. La memoria musical y la tradición oral del pueblo cubano que recogieron en grabaciones a campesinos, santeros y músicos populares se considera un hecho inédito. Antes sólo les antecedieron en estudios de campo semejantes Gaspar Agüero y Fernando Ortiz.

Linares cursó estudios en el Conservatorio Municipal de Música de La Habana. Luego se especializó en la música popular tradicional cubana y latinoamericana y matriculó en los Cursos de la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana. Asimismo, formó parte de la Sociedad Nuestro Tiempo, presidida por el compositor Harold Gramatges.

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En 1958 obtuvo el Premio María Teresa García Montes de Giberga, por su Ensayo sobre la influencia española en la música cubana, publicado en la Revista de la Sociedad Pro-Arte Musical, donde aparecieron otras de sus investigaciones.

Aunque se le reconoce, sobre todo, por sus investigaciones en torno al punto cubano –de origen español–, María Teresa Linares estudió la música africana, al igual que la campesina. Aunque muchos de los misterios de las religiones que abordó le fueron vedados, sí pudo examinar la función social que tiene la música dentro de comunidades específicas y algo que, para ella, era esencial: “los cantos y su interrelación con el baile y el texto”.

A principios de los sesenta formó parte del Departamento de Folklore del Teatro Nacional de Cuba (TNC) y de su Seminario de Folklore, de donde se desprendió la publicación de diez números de la revista Actas del Folklor. Además, ofreció cursos sobre la música y el teatro en el recién fundado Seminario de Dramaturgia del TNC.

Fue directora del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba de 1965 a 1967. Fundó, junto a Argeliers León, el Instituto de Etnología y Folklor de la Academia de Ciencias de Cuba y formó parte del equipo editorial de la revista Etnología y Folklor. Además, estudió, compiló y produjo dos de las más relevantes obras de la discografía etnográfica cubana: Viejos cantos afrocubanos y Cancionero hispanocubano, realizados con las canturías de campesinos y los toques de descendientes africanos, entre otros registros que pudo realizar con una pequeña grabadora.

Uno de los momentos más fecundos dentro de la producción de María Teresa Linares fue el periodo desde 1973 hasta 1984, donde se desempeñó como asesora, productora discográfica y jefa del departamento de música de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem). Así lo referenció en un testimonio dado al periodista Ignacio Cruz Ortega:

“Allí seguí la línea etnográfica que había iniciado y, desde luego, tuve que hacer mucha música popular también. […] empecé a hacer discos de María Teresa Vera, del Trío Matamoros, de Barbarito Diez. Hice unos treinta o cuarenta, de los que todavía tengo referencias por cartas que me envían para agradecerme, sobre todo, la información. Porque yo nunca hice un disco diciendo sólo el nombre y los apellidos de los intérpretes y autores. Siempre explicaba género por género, qué significa, cuánto representa para nuestra cultura, y la antigüedad de los mismos. Toda una serie de datos que los avala. Todos mis discos han sido así.”

En este sentido, la colección discográfica Antología de la música afrocubana, en nueve volúmenes, compila y preserva una parte significativa de la tradición afrocubana y se considera una obra fundamental de la discografía etnográfica cubana. Por su parte, los álbumes Décimas a Guillén, Yo soy el punto cubano. Celina González, Bola de nieves, in memoriam y la serie en once volúmenes de Benny Moré, sonero mayor, así como La música del pueblo de Cuba, son muestra de la extraordinaria labor de resguardo llevado a cabo por Teté Linares.

Linares, además, fue directora del Museo Nacional de la Música y se encargó de inaugurar la sala Fernando Ortiz, con una parte de la colección homónima, traída de la Academia de Ciencias, donde se encontraba en un sótano.

Entre sus libros podemos mencionar Introducción a Cuba: La música popular (1970), La música y el pueblo (1974), L’havanera, un canto popular (en coautoría con Andreu Navarro y Cástor Pérez) (1995), La música entre Cuba y España (en coautoría con Faustino Núñez) (1998) y El punto cubano (1999).

Hoy quiero imaginar a Teté Linares en los “toques de santos” en los ilé-ocha de santería, escuchando, con el discernimiento que pocos logran alcanzar, las diferencias entre el mayor de los batá, el iyá, al que se le coloca un cinturón de cascabeles y campanas por la boca más ancha, el mediano itótele y el más pequeño, el okónkolo. Quiero imaginarla, escucharla, mientras canta a Obatalá.

La imagino, a Teté, entre los descendientes haitianos de las provincias orientales cubanas, principalmente Santiago de Cuba y Guantánamo. Trato de poner su imagen entre los descendientes de esclavos dahomeyanos de las sociedades de recreo y ayuda mutuas llamadas “tumbas francesas”. Hoy sólo quedan la sociedad La Caridad, en Santiago de Cuba, y La Pompadour, en Guantánamo, ambas estudiadas por ella. Ahora Teté está, quiero imaginar, en La Pompadour, en medio de un baile que se envanece de decirse francés. Se canta y se baila a imitación del más elegante petit maître. Baile negro, pero no africano. Baile cortesano. Baile cruzado. Baile criollo. Los bailadores conservan cierto viejo aire de alcurnia. Los hombres visten con la mayor elegancia que les es posible; las mujeres portan sayas blancas, o floreadas, con enaguas de hilo, bordadas y lujosas. Todas las cabezas van tocadas con pañuelos de vivos colores.

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EDGAR ARIEL
Edgar Ariel Leyva González (Holguín, Cuba, 1994). Periodista, investigador y crítico de arte. Máster en Estudios Teóricos de la Danza (2020) en la Universidad de las Artes de Cuba (ISA) y Licenciado en Periodismo (2018) en la Universidad de Holguín. Es egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Actualmente investiga sobre la configuración de la estética poscrítica en Cuba. Forma parte del Staff de Rialta.

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