animales, año del animal
'Pavo real, pavo y conejos en un paisaje de parque', David de Coninck, ca. 1657-1705

Presentación

Peter Sahlins es profesor emérito de Historia en la Universidad de California, Berkeley. Ha escrito varios libros, entre ellos: The Making of France and Spain in the Pyrenees (1989), Unnaturally French: Foreign Citizens in Old Regime France and After (2004) y 1668 The Year of the Animal in France (Zone Books, 2017). De este último volumen, he traducido el fragmento “La bestia en la sangre. Jean Denis y «el asunto de las transfusiones»”, que fue publicado en inglés por The Public Domain Review y una breve entrevista concedida al profesor Chris Pearson, autor de Dogopolis: How Dogs and Humans made Modern (2021), y que da buena cuenta de los temas tratados en el libro de Sahlins.

En el fragmento que presentamos de 1668 The Year of the Animal in France, Sahlins analiza los controvertidos experimentos de Jean Denis, impulsados por su creencia en la superioridad moral de la sangre animal: una sustancia que podría ayudar a redimir la caída del estado de la naturaleza humana. A finales de la década de 1660, en París, la transfusión de sangre de terneros y corderos en venas humanas fue la promesa de una juventud y un vigor renovados. En esta versión, hemos prescindido del aparato de referencias, que puede consultarse en la fuente original en inglés.

Peter Sahlins: La bestia en la sangre. Jean Denis y el Asunto de las Transfusiones

A partir de la primavera de 1667, la opinión pública de París se vio sacudida por un asunto notable que involucraba a animales domésticos: los primeros experimentos prácticos para transfundir sangre animal a humanos con fines terapéuticos. Los experimentos que llegaron a ser conocidos como el Asunto de las Transfusiones estuvieron envueltos en afirmaciones contrapuestas sobre una controversia pública en la que el consenso y la verdad, junto con los propios animales, fueron las primeras víctimas. “Nunca hubo nada que dividiera tanto la opinión como lo que presenciamos actualmente con las transfusiones”, escribió el abogado parisino del Parlamento, Louis de Basril, al final del asunto, en febrero de 1668. “Es un tema de salones, una diversión en la corte, objeto de disertaciones filosóficas; y los médicos hablan incesantemente de ello en todas sus consultas”.

En el centro de la controversia estaba el joven médico de Montpellier y “el filósofo cartesiano más capaz” Jean Denis, recientemente establecido en París, quien experimentaba con sangre animal para curar enfermedades, especialmente la locura y prolongar la vida. Con el talentoso cirujano Paul Emmerez, Denis transfundió pequeñas cantidades de sangre de las arterias carótidas de terneros, corderos y cabras a las venas de cinco pacientes humanos enfermos entre junio de 1667 y enero de 1668. Dos murieron, pero tres fueron supuestamente curados y rejuvenecieron. Los experimentos dividieron a la institución médica y comprometieron a un público parisino ávido de descubrimientos científicos, especialmente terapias médicas para curar enfermedades y permanecer siempre joven.

El Asunto de las Transfusiones tuvo lugar a la sombra de Descartes. Jean Denis no solo se formó en la Facultad de Medicina de Montpellier en 1667, siguiendo un programa que fue receptivo a la fisiología mecanicista de Descartes, sino que también llevó a cabo sus experimentos bajo el patrocinio de Henri-Louis Habert de Montmor, cuyo salón científico privado o “academia” había sido receptiva y profundamente comprensiva con el mecanismo cartesiano en la década de 1650. Descartes desarrolló la idea del automatismo animal en su Discours de la méthode de 1637, en el que se oponía la “sustancia pensante” y el cuerpo “corpóreo y mecánico”, negando así la razón, el habla y la conciencia a los animales. El alma de los animales, que había sobrevivido como “sensible” primero en el esquema tripartito de Aristóteles y Galeno (nutritiva, sensible y racional), desapareció. Mientras que Descartes admiraba los mecanismos infinitamente complejos de las funciones corporales de los animales, expresaba un escepticismo extremo sobre su vida interior e inevitablemente negaba su ejemplaridad moral.

El automatismo animal de Descartes había generado una controversia filosófica menor en la década de 1640, pero no fue hasta después de 1668 que una lucha más amplia enfrentó sus acólitos a los miembros de los salones literarios dentro de la sociedad de París. En el contexto político, las ideas de Descartes (incluyendo su concepto de bestia-máquina) fueron prohibidas en la corte, aunque en la práctica muchos “cartesianos” trabajaban para el rey, mientras que una forma de razonamiento cartesiano, un supuesto pensamiento crítico y escéptico, impregnaba los salones de la élite parisina. En ese momento, en 1668, el debate sobre Descartes –y, de hecho, sobre los animales en general– encontró una expresión indirecta en la controversia sobre los experimentos de Jean Denis con transfusiones de sangre.

En menos de un año, el Asunto de la Transfusiones generó una veintena de folletos e informes científicos, alguna poesía mediocre e innumerables cartas enviadas por toda Europa. Jean Denis, sus publicistas y “estudiantes” publicaron recuentos epistolares de sus experimentos exitosos y respondieron a sus escépticos y críticos. El partido antitransfusionista fue identificado con la Facultad de Medicina de París, con su enseñanza esclerótica basada en Galeno e Hipócrates, cuyo pensamiento ofrecía poca justificación para la transfusión, aunque solo fuese porque la facultad negaba oficialmente una mayor circulación de la sangre. William Harvey había demostrado definitivamente la circulación en su obra publicada en 1628, aunque no por ello dejó su Galeno, que Descartes rápidamente eliminó en su fisiología mecanicista. Pero no fue hasta después de 1668 que la facultad de París reconoció la circulación de la sangre, un hecho que no contradecía la resistencia de los médicos a la fisiología cartesiana, así como su continua insistencia en la terapia de la flebotomía o sangría.

Sin embargo, la facultad de París estaba dividida: algunos de sus miembros apoyaron a Denis, aun cuando la mayoría se oponía a los experimentos, de una forma bastante activa. Según el abogado del parlamento Louis de Basril, los médicos de París pagaron a un “pequeño colegial”, el estudiante de segundo año de medicina Guillaume Lamy, y a un “charlatán” y “sacamuelas”, el empírico con licencia real Pierre-Martin de La Martinière, para refutar las afirmaciones de Denis. Su “intriga secreta” y “complot cobarde” produjeron una extraña alianza y argumentos convergentes contra los usos de la sangre animal, que llegaba desde las alturas de la Facultad de Medicina de París y la recién fundada Real Academia de Ciencias hasta el mundo de los empíricos y boticarios que vendía remedios bajo el puente Pont-Neuf.

El Asunto de las Transfusiones terminó tras la muerte del exayuda de cámara de Madame de Sévigné, Antoine Mauroy de Saint-Amant, en febrero de 1668, quien sufría algún tipo de demencia (quizás causada por la sífilis), después de su tercera transfusión por parte de Denis y Emmerez. Las dos primeras transfusiones con sangre de cordero, realizadas poco antes de la Navidad de 1667, según el relato de Denis, habían salido bien y el paciente, para alivio de la gens de bien (gente pudiente), “recibió devocionalmente a su Creador durante el Jubileo”. Sin embargo, a finales de enero, la locura de Mauroy había regresado y, según todos los indicios, las cosas salieron mal. Su esposa, nacida Périne Pesson, presionó incesantemente a Denis para que realizara la transfusión, luego enterró rápidamente el cuerpo de su marido antes de que se pudiera realizar una autopsia e inmediatamente presentó una demanda ante los tribunales de París. Se produjo una dramática y célebre causa, cuya profundidad moral “el propio Zola apenas puede rivalizar”, escribió el historiador Harcourt Brown. En abril de 1668, la corte de Châtelet exoneró a Jean Denis, porque se descubrió que la viuda había envenenado a su marido con arsénico (posiblemente proporcionado por La Martinière, al menos según Basril), y tres médicos anónimos de la Facultad de Medicina de París estuvieron implicados en el soborno de Pesson para que presentara cargos contra Denis. En apelación, el Parlamento de París dictaminó en 1670 –nunca sabremos sobre qué base– prohibir a los médicos y cirujanos “practicar la transfusión de sangre bajo pena de castigo corporal”, una sanción que duró hasta después de la Revolución francesa.

El Asunto de la Transfusiones fue el clímax dramático de una rivalidad internacional por la superioridad científica nacional, una verdadera “carrera de sangre” entre Inglaterra y Francia, instigada por dos reyes en un momento en que la “comunidad científica” se estaba construyendo a través de fronteras políticas. Después de la publicación por parte de William Harvey de su importante prueba de la circulación de la sangre (1628), y de la apropiación mecanicista y materialista de René Descartes de la idea todavía tradicional de la sangre de Harvey (1637 y después), la sangre se convirtió en un objeto de competencia por la supremacía. La Royal Society de Londres emprendió urgentemente una investigación experimental sobre la sangre en 1665, cuando Richard Lower, Robert Boyle y Thomas Coxe comenzaron a trabajar febrilmente “para transferir la sangre intacta de un animal a otro mediante un tubo”. No fue hasta enero de 1667 que Luis XIV y su ministro principal, Jean-Baptiste Colbert, dirigieron la atención de la recién acuñada Real Academia de Ciencias para que procediera, bajo la dirección del médico Claude Perrault, con experimentos de transfusión similares, aunque utilizando métodos diferentes. Los experimentos de Perrault con perros fracasaron cuando todos los animales murieron, y finalmente abandonó sus esfuerzos en marzo de 1667, convirtiéndose en un enemigo implacable pero inédito de las transfusiones de sangre. Mientras tanto, Jean Denis comenzó su trabajo y, en junio de 1667, había vencido a los ingleses por completo. (Cinco meses después, Edmund King, de la Royal Society de Londres, transfundió la sangre “apacible” de un cordero a la sangre “sobreexcitada” del loco Arthur Coga.)

El 3 de marzo de 1667, Denis y Emmerez reclamaron por primera vez una transfusión alogénica exitosa –entre animales de la misma especie– usando la sangre de una “perra Spaniel” donante a un receptor “perro de pelo corto, parecido a un zorro”. Denis y Emmerez repitieron el experimento el 8 de marzo y los resultados se publicaron inmediatamente (en forma de cartas) y se reimprimieron en el Journal des Sçavans, que rápidamente adoptó una postura comprensiva y un papel activo en la publicidad de los logros de Denis. Basándose en el éxito de las transfusiones entre especies (veinte animales, en su mayoría perros), Denis pasó a la xenotransfusión entre especies animales a principios de abril. Denis dio la sangre de cuatro carneros a un caballo de veintiséis años “que recuperó la fuerza y el apetito”, informó el Journal des Sçavans. Denis y sus apologistas, incluyendo a su joven “estudiante” Claude Gadroys, publicaron solo resultados positivos: los perros y otros animales fueron rejuvenecidos y recuperaron la energía vital. Al final de esta veintena de experimentos, Denis declaró que no había causado la muerte de ningún animal y que los “efectos secundarios” observados ocasionalmente, incluida la “orina negra” entre los receptores –lo que los historiadores de medicina ahora entienden como una reacción de hemoglobina clásica– pasó rápidamente a medida que los animales mejoraron universalmente, mientras que la condición de los perros donantes y otros animales apenas se mencionó.

Escalando rápidamente de la transfusión de la misma especie a los intentos entre diferentes especies, Denis avanzó enseguida a la xenotransfusión de sangre animal en humanos. El 15 de junio de 1667, Denis y Emmerez completaron la primera xenotransfusión documentada con un niño de quince años que padecía fiebre crónica. Bajo la supervisión de un médico parisino, al paciente se le había extraído sangre veinte veces en los dos meses previos “para mitigar el calor excesivo” y se encontraba en un estado de letargo extremo con pérdida de memoria. Según Denis, después de que su paciente recibiera alrededor de ocho onzas de sangre de la arteria carótida de un cordero, sintió un “calor muy grande a lo largo de su brazo” (probablemente una reacción de transfusión incompatible) y luego hizo una recuperación “sorprendente”. Con “un semblante claro y feliz”, se volvió alegre y posteriormente comió y durmió bien.

Alentados por los resultados, Denis y Emmerez realizaron una segunda operación una semana después, ciertamente “más por curiosidad que por necesidad”, a un celador robusto y sano de cuarenta y cinco años a quien se le pagó una tarifa. Denis informó sobre su respuesta enérgica e instantánea y su carácter alegre. Lejos de debilitarse por la transfusión, el celador se levantó rápidamente sacrificó, desolló y preparó al cordero donado para su consumo, después de lo cual salió a beber al pub local, regresando al día siguiente como voluntario para futuras pruebas. Y estos nuevos apetitos no se limitaban a la comida. Christian Huygens escribió a su hermano: “se dice que esa noche realizó hazañas maravillosas con su esposa; este último detalle, que se difundió entre las damas, las ha vuelto favorables a la nueva práctica, y se puede encontrar a muchas que quisieran que sus maridos fuesen transfundidos”. Pero más tarde ese otoño, el tercer intento de transfusión de Denis, al barón sueco Bond, tuvo resultados fatales, aun cuando un oponente tuvo que admitir que su gangrena, descubierta en la autopsia, nunca le habría permitido vivir.

¿Por qué creyó Jean Denis que la sangre de ciertos animales podía producir una vitalidad renovada, curar enfermedades e incluso prolongar la vida? Quizás se pueda encontrar una pista en un curioso detalle biográfico. Resulta que Jean Denis era hijo de Claude Denis, el ingeniero de la fuente real y aspirante a poeta. Denis padre trabajó bajo André Le Nôtre en la instalación y el mantenimiento de la infraestructura de bombas y canales de los jardines de Versalles, especialmente la Royal Menagerie y las obras hidráulicas de las fuentes de animales del Royal Labyrinth. (También estaba interesado en las terapias curativas del agua, como es evidente en la publicación de un tratado por encargo que explicaba que la ciencia detrás de una fuente “milagrosa” en Polonia: era la de azufre.) El parentesco entre padre e hijo tal vez influyó en el modelo hidráulico del cuerpo de Jean Denis, al igual que René Descartes.

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Ilustración del Armamentarium chirurgicum de Johannes Scultetus (1693) de Jean Denis realizando una xenotransfusión de perro a hombre. La imagen fue publicada originalmente por un ilustrador anónimo en 1667

Claude Denis, el ingeniero profesional de la fuente, era por vocación un compositor de “versos heroicos” poco distinguidos e inéditos sobre los jardines de Versalles, versos en los que poetizaba la Royal Menagerie como una colección de pájaros pacíficos, elegantes y hermosos exhibidos majestuosamente en patios iluminados por el sol que irradiaba desde un pabellón octogonal. La casa de fieras de Versalles era para Claude Denis un modelo de civilidad, gracia y armonía (aun cuando, en la vida real, fuera un lugar de ruidosas luchas), y parece haber compartido cierta sensibilidad hacia los animales con su hijo. Para el joven Denis, no eran las aves exóticas y domésticas de la casa de fieras, sino los familiares cuadrúpedos comestibles –terneros, corderos y ocasionalmente un cabrito– los que podían elevar a los humanos, tanto fisiológica como moralmente. Denis estaba convencido de que la sangre de estos animales era de hecho fisiológicamente superior a la sangre humana porque estaba moralmente menos trastornada, un punto que detalló en la carta publicada sobre el primer experimento de xenotransfusión:

Es fácil juzgar que la sangre de los animales debe tener menos impureza que la de los hombres, porque el desenfreno y el desorden al beber y comer no son tan comunes como entre nosotros. Las penas, las preocupaciones, los ataques, las melancolías, la ansiedad y en general todas las pasiones que son otras tantas causas de la vida turbulenta del hombre corrompen la sustancia de su sangre; en cambio, la vida del animal está mucho mejor regulada y menos expuesta a estas miserias, las terribles consecuencias de los pecados de nuestro primer padre [Adán].

La experiencia demuestra, continuó, que es raro encontrar “mala sangre” en los animales, mientras que la sangre humana está inevitablemente corrompida, resultado, reiteró, del estado pecaminoso del hombre. El texto podría haber sido escrito por Montaigne en un mal día.

Jean Denis era “moderno” en su incuestionable creencia en la circulación sanguínea y su fisiología cartesiana, aunque poco desarrollada. Fue un mecanicista que siguió a Descartes al pie de la letra en su física y su astronomía, como en su relato del gran cometa de 1665, compuesto con J. D. P. Monnier. También en su deseo de prolongar la vida, Denis era un cartesiano inquebrantable. Sin embargo, el pensamiento de Denis y sus experimentos con animales iban directamente en contra del dualismo metafísico de Descartes y de la comprensión que el filósofo tenía de los animales como mecanismos de relojería, máquinas o fuentes. Para Denis, fue la superioridad moral y fisiológica de la sangre animal lo que hizo de la transfusión una intervención positiva. Además, en parte para justificar retóricamente sus experimentos, constantemente invocó no solo la degradación teológica del hombre, sino también la pureza moral, en la tradición cristiana, de ciertos animales –en particular los corderos, con la referencia implícita al “cordero de Dios” y a la lógica de la Eucaristía como fuente de vida eterna–. Todo esto no podría haber sido más anticartesiano, tanto en su comprensión de los animales y sus pasiones como en el marco cristiano implícito de la xenotransfusión.

El marco cristiano, no por casualidad, fue retomado por el primer ilustrador anónimo del asunto, quien publicó una copia de la carta de Denis que describe la primera xenotransfusión en junio de 1667, vuelta a publicar en Ámsterdam en 1671. La ilustración es engañosa en muchos frentes diferentes, incluido el hecho de que era sangre de un perro la que fue transfundida, pero parece significativamente marcada por una apariencia casi cristiana del receptor, el verdadero héroe de esta imagen, cuyo sirviente (a la derecha) es la figura apostólica de Jean Denis.

La propia moralización de la sangre animal por parte de Denis claramente participaba del humanimalismo renacentista y de la tradición teriofílica de la “bestia feliz” que formaba un corpus de pensamiento filosófico, literario y científico en los siglos XVI y XVII y que defendía la superioridad moral de los animales contra la condición degradada de los seres humanos. A mediados del siglo XVII, la teriofilia se había convertido en una doctrina ampliamente aceptada entre las clases educadas, desde eruditos libertinos hasta filósofos naturales y teólogos. Los animales eran vistos no solo como vinculados a los humanos por parentesco y proximidad, sino también como ejemplos morales, menos sujetos a las pasiones destructivas que marcaban la condición de la caída del hombre. René Descartes, y el naturalismo clásico en general, desafiaron este humanimalismo renacentista y todas sus expresiones teriofílicas. Para Descartes y los cartesianos, los cuerpos animales podían ser considerados máquinas infinitamente complejas, elaborados mecanismos corporales desprovistos de conciencia, pero sujetos a las leyes de la física y las matemáticas y, sin alma, lenguaje o conciencia, difícilmente adecuados como ejemplos de virtud humana.

Jean Denis dudaba mucho de las transfusiones de sangre entre humanos, y no solo por su creencia en la superioridad de la sangre animal. Más bien, le preocupaba evitar la “crueldad” innecesaria. La cuestión de la crueldad aparece con sorprendente frecuencia en el debate –pero solamente en relación con los experimentos con perros, no con animales que de otro modo podrían servir como alimento–. El médico-poeta Claude-Denis Dufour de La Crespelière apoyó las transfusiones, aun cuando en un poema se quejaba satíricamente de los “hombres crueles” que habían utilizado el propio perro del poeta en un experimento de transfusión y que, ciertamente, no entrarían en el “Paraíso de los perros”. Las razones de Jean Denis para no utilizar sangre humana expusieron involuntariamente el costo en vidas de animales que habían producido sus experimentos. Porque, aunque sostuvo que todos los perros receptores y otros animales que recibieron la sangre fresca prosperaron, no reveló en sus extensos informes que la técnica que había “perfeccionado” para extraer sangre de una arteria curial femoral resultaba, en la mayoría de las ocasiones, en hemorragias graves que provocaban la muerte del animal donante. La prueba es su propio reclamo de que curar a un receptor humano de sangre a expensas de un donante humano sería una “operación sumamente bárbara para prolongar la vida de algunos y acortar la de otros”. La declaración revela al menos los altos riesgos de mortalidad de los donantes, incluidos los animales. La sangre animal puede haber sido más pura, menos contaminada por los vicios de la fragilidad humana y, por tanto, útilmente transfundida en pequeñas cantidades, pero los animales de la que procedía eran, en última instancia, más prescindibles que los humanos.

Los historiadores de medicina llevan mucho tiempo interesados en la contribución de Denis a la historia de las transfusiones de sangre, universalmente condenada como un fracaso nacido de la ignorancia. A lo largo del siglo XIX, los experimentos sobre transfusiones de sangre que salvaron vidas llevaron a los fisiólogos a demostrar la incompatibilidad de la sangre heteróloga, lo que dio lugar a un enfoque exclusivo en las transfusiones de sangre alogénica entre humanos, especialmente después de la identificación de los tipos de sangre humana en 1901. Pero un trabajo hematológico reciente en “estudios de transfusión” ha reabierto la cuestión de la xenotransfusión en la búsqueda de un suministro terapéutico de sangre pura, ilimitada y asequible procedente de animales (utilizando glóbulos rojos porcinos, por ejemplo), a pesar de los grandes desafíos que plantean las reacciones del cuerpo del antígeno. Como resultado, los informes médicos de los primeros experimentos de xenotransfusión han evolucionado desde meras viñetas en la historia médica hasta análisis confirmados sobre los desafíos de la transfusión y de la xenotransfusión en particular. Trescientos cincuenta años después de las primeras transfusiones de sangre de animal a humano en París, el asunto de las transfusiones es más relevante que nunca.

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Peter Sahlins y la portada de su libro (Berkeley News)

Peter Sahlins en conversación con Chris Pearson

¿Qué hizo que 1668 fuera el “Año del Animal”?

El título del libro es un poco vanidoso por parte del editor, pero algo sorprendente ocurrió en 1667-1668, y sucedió con los animales. Me refiero a las formas en que los animales y sus representaciones en un corto período de tiempo fueron exhibidos, disecados, dibujados, pintados, tejidos, utilizados en la teoría estética, los debates filosóficos, las prácticas médicas y la arquitectura de jardines. Y luego, de manera repentina, desaparecieron de un papel protagónico en el escenario histórico y volvieron a formar parte del mundo material (vivos y muertos) de la vida cotidiana. Este flash del animal, de momento, incluyó resultados tan conocidos como las Fábulas de Jean de La Fontaine y acontecimientos tan extraordinarios como la primera transfusión de sangre entre humanos y animales. Sin embargo, la mayoría de los animales que protagonizaron el Año del Animal provenían de la nueva colección de animales de Luis XIV, construida en 1664 en los jardines de Versalles y completamente poblada en 1667 con miles de aves de cientos de especies, elegantes, pacíficas, e incluso especímenes de aves exóticas. Este nuevo espectáculo animal (y la vida simbólica del cuerpo del animal) ayudó a dar forma a la cultura del absolutismo de Luis XIV (y también, como sugeriré, al universo mecánico de René Descartes). En resumen, el “Año del Animal” evoca esta repentina aparición y desaparición de los usos políticos y culturales de los animales en Francia al repensar el Gobierno, la naturaleza y el animal mismo.

¿Cuál era la relación entre política y animales en 1668?

El libro trata sobre un fenómeno que los estudiosos han ignorado en general: la centralidad de los animales en la construcción simbólica del régimen absolutista del Rey Sol. No se trata de todos los animales de Versalles, incluyendo los que se comían, los que se tenían como mascotas, los que se cazaban o con los que se cazaba. Más bien, se trata sobre todo de las aves que fueron fundamentales para lo que el sociólogo alemán Norbert Elias llamó el “proceso de civilización”, donde formas ritualizadas, elegantes y educadas de comportamiento sustituyeron las prácticas violentas y “brutales” de una manera que no solo apuntaló la jerarquía social, sino que fue utilizada al servicio del absolutismo. Me extiendo sobre Elias, entre otros, al pensar en cómo los animales fueron fundamentales en el ordenamiento social y político del reino, la construcción alrededor de 1668 de los fundamentos simbólicos de la legitimidad.

1668 fue un año decisivo porque una visión elevada de los animales que compartían el mismo universo cognitivo y moral que los humanos –de hecho, eran los mismos modelos de los seres humanos– llegó a su fin cuando Luis XIV pasó su primera década en el poder y las opiniones de Descartes sobre animales se difundieron ampliamente. Después de 1668, artistas, escritores, pintores y otros descubrieron (o mejor dicho, redescubrieron) el animal real –la bestia– que reside en el corazón de cada hombre (y mujer), especialmente de los hombres de las clases bajas.

Entonces, después de 1668, los animales asumieron una nueva valencia. Desde una posición de superioridad moral, los animales encontraron su estatus desvalorizado, ya que se identificaron con los instintos más bajos de los humanos, y los órdenes inferiores de la humanidad misma. En cierto modo, no hay nada nuevo en esta visión de los animales como figuras en la construcción de una autoridad fuerte: el poeta latino Plauto acuñó el adagio “el hombre es un lobo para el hombre”. Hobbes se apropió de esto y, en cierta medida, también lo hizo Luis XIV, cuya práctica del absolutismo estaba justificada por la naturaleza animal, desordenada y violenta del hombre –aunque fue suavizada por el encumbramiento de pacíficos y elegantes pájaros como modelos del sujeto obediente en la corte.

Usted discute el impacto de las ideas de René Descartes sobre el mecanismo animal a lo largo de su libro. ¿Por qué su noción de “máquinas animales” o “máquinas bestias” fue tan convincente para algunos y tan controvertida para otros en 1668?

Buena pregunta, especialmente teniendo en cuenta que en 1668 sus opiniones sobre el tema ya eran ampliamente conocidas: fueron anunciadas por primera vez más de treinta años antes en su Discurso del método para dirigir bien la razón y hallar la verdad en las ciencias de 1637. Pero, aunque se produjo un intercambio de panfletos, la “máquina bestia” no se convirtió realmente en el tema candente en la sociedad y en los círculos científicos hasta 1667 –cuando un grupo de acólitos no solo ayudó a repatriar su esqueleto desde Suecia, donde había muerto en 1650, sino que también aseguró la publicación de sus obras en un esfuerzo por convertir a Descartes, ya en el index papal, en un buen católico y leal francés. ¿Qué tenía esto que ver con la “máquina bestia”? Curiosamente, pero no por casualidad, el debate que se había desatado en torno a la teoría mecanicista de la Eucaristía de Descartes (¿cuál era la base materialista del milagro?) se disipó en 1668, solo para ser reemplazado por uno más aceptable –si los animales tienen alma, o son únicamente elaborados autómatas de relojería–. Podemos pensar en 1668 como el momento en que finalmente bajó a tierra una visión mecanicista de los cuerpos celestes. La figura del animal para Descartes sirvió para legitimar su dualismo filosófico de mente y cuerpo, y buscó explicar el gran misterio de la vida no humana –cosas que se mueven por su propia cuenta– en términos mecanicistas. Creo que es una historia complicada, y es importante recordar que la máquina bestia de Descartes era una especie de fábula para pensar sobre lo que nos hace humanos, y que, en la vida real, Descartes tenía mucho afecto por su perro doméstico y compañero, el Sr. Scratch, incluso alimentándolo con los restos de sus experimentos de disección realizados mientras vivía en Calf Street en Ámsterdam en la década de 1620. Pero esa es otra historia.

El perro de Descartes. Pero no se menciona a los perros muy a menudo en “1668, The Year of the Animal…”, lo cual resulta sorprendente dada su centralidad en la historia y la cultura humana. ¿Por qué los perros están en gran medida ausentes del libro?

Si hubiese incluido en mi libro un relato de la caza real; o si hubiera dedicado más tiempo a estudiar la cuestión de la tenencia de mascotas, los perros habrían estado presentes por todas partes en el libro. Sobre todo, porque Luis XIV era un gran amante de los perros, y sabemos el tipo de atención y dinero que prodigaba a sus perros (mientras los campesinos pasaban hambre). Su primer favorito fue Filou, un caniche estándar; y con el arribo de la reina española María Teresa en 1660, llegaron varios Grandes Pirineos de España, a los que Luis XIV estaba muy apegado (¡quizás más que a su esposa!). Pero su verdadero amor fue para sus perros de caza, cuyos nombres e identidades se revelan en la obra de Alexandre-François Desportes, quien pintó sus retratos más tarde durante el largo reinado del Rey Sol. El mío es el primer libro que habla sobre los animales de la Royal Menagerie alrededor de 1668, y que apareció en una amplia gama de medios y discursos, y ciertamente hay mucha investigación por hacer sobre el Rey y su Perro.

Un lugar donde aparecen los perros es durante los experimentos de xenotransfusión. ¿Podrías explicar qué hubo y por qué fueron tan controvertidos?

A principios del siglo XVII, los perros habían reemplazado a los cerdos como animal preferido de experimentación en un esfuerzo por demostrar la circulación de la sangre y así, poner fin a la influencia milenaria de Galeno. David Harvey publicó su trabajo en 1628, tras el sacrificio de cientos de perros vivos, y otros lo siguieron, incluyendo a Descartes. Si se mira demasiado de cerca, parafraseando a Joseph Conrad, la historia de la revolución científica no es nada bonita.

Después de Harvey, que sin embargo conservó los principios galénicos, fue necesario que Descartes y otros ofrecieran una teoría verdaderamente mecanicista de la circulación de la sangre y convirtieran la sangre misma en un objeto de investigación. En toda Europa en la década de 1660, los virtuosos, muchos de los cuales afirmaban estar inspirados directamente en Descartes, buscaron lo que un crítico llamó “el milagro de alimentarse sin comida”, la transfusión de sangre entre animales y humanos. En Francia, un joven médico cartesiano llamado Jean Denis comenzó a experimentar con perros en marzo de 1667: luego de 30 perros, recurrió a la transfusión entre especies. ¿Cuál fue el punto? A diferencia de la transfusión en el siglo XIX, la idea impulsora era terapéutica: curar enfermedades y prolongar la vida. Los experimentos de Denis derivaron inevitablemente en enfermedades humanas y el 15 de junio de 1667 –nueve días antes de que el cuerpo de Descartes fuera enterrado nuevamente en París por un grupo al que pertenecía Denis– transfundió la sangre de un cordero a un joven enfermo.

El paciente pareció mejorar y casi todos los experimentos posteriores, en los que se utilizaron instrumentos primitivos que podrían haber impedido que se transfundiera mucha sangre, dieron resultados positivos. En este muy público “Asunto de las Transfusiones”, uno de los pacientes de Denis, un loco y exayuda de cámara conocido en la sociedad, finalmente murió a principios de febrero de 1668, hace 350 años. Un juicio celebrado en marzo de 1668 absolvió a Denis y acusó a varios médicos de la Escuela de Medicina de París de haber permitido que la viuda envenenara a su marido y prohibió todas las transfusiones de sangre futuras con la irónica sanción de “so pena de castigo corporal”. Los experimentos fueron controvertidos no porque desafiaran la distinción categórica entre humanos y animales, sino porque la discusión sobre la sangre animal era un debate indirecto sobre la mecanización del cuerpo humano.

¿Hacia dónde ves que se dirige el campo?

La historia animal, a diferencia de los estudios con animales o de los estudios críticos con animales, no se preocupa de demostrar las capacidades cognitivas y morales de los animales, ni de protegerlos ni simplemente de rescatarlos, para adoptar la frase de E. P. Thompson, desde la condescendencia de la historia. Debido a que el campo no tiene perros en estas peleas, tiene un futuro muy brillante. No es que crea que carezca de importancia aprender cómo se comunican los animales y de qué manera se adaptan a vivir con los humanos. Pero no podemos escribir la historia “desde la perspectiva del animal”, como lo ha intentado Eric Baratay, a pesar de que el tema de los animales –como criaturas vivientes y como representaciones– enriquece nuestra comprensión de los acontecimientos canónicos. Cuando estudiamos la iconografía animal y el léxico de Lutero durante la Reforma, o considerando el papel de los animales en la Primera Guerra Mundial, sin mencionar cuando usamos temas convencionales como la historia de los zoológicos y las casas de fieras para hablar sobre gobernanza e imperio, estamos dando sentido a cómo las sociedades interactúan, representan, utilizan y piensan con los animales –una perspectiva que no se refiere solo a los animales mismos.

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JORGE MIRALLES
Jorge Miralles (La Habana, 1967). Narrador y traductor. Obtuvo la beca de traducción del Centre National du Livre, París, Francia, 2009. Dirigió la colección de traducción de la editorial Torre de Letras (2001-2008). Ha traducido, entre otros autores, a Henri Michaux, Yves Bonnefoy y Pierre Klossowski.

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