Edgardo Dobry (FOTO Luis Miguel Añon / Letra Global)
Edgardo Dobry (FOTO Luis Miguel Añon / Letra Global)

En algunas sinopsis de El parasimpático (Club Editor, Barcelona, 2021), el nuevo libro de Edgardo Dobry, se destaca que el sistema parasimpático es el que regula las actividades del cuerpo en reposo, estimulando la quietud, la relajación y el recuerdo. El enfoque es interesante, y podría servir, creo, para pensar este libro en relación –en contraposición, quizás– a otros libros de Dobry. Pero antes de ir a ello, quisiera destacar algo que comparten los sistemas simpático y parasimpático: mientras el primero empuja a acelerar el ritmo cardíaco y el segundo a enlentecerlo, tienen en común que ninguno de los dos opera ligado a la voluntad y que los dos implican la relación de órganos diferentes, a veces alejados entre sí. En música, por ejemplo, se dice que una cuerda reacciona por simpatía cuando resuena por sí sola cuando se hace sonar otra. En este sentido, también se podría decir que la cuerda de marras es parasimpática con otra cuerda, y sería especialmente propio si esas cuerdas fueran, como en el caso de este libro, unas cuerdas algo ensoñadas, absortas: en todo caso, por simpatía o parasimpatía resuenan aquí ambas márgenes del océano, la vida y la muerte, lo alto y lo bajo, el sueño y la vigilia. Así, un poema de la serie “Mañana de verano, Barcelona”:

El ruiseñor no aguanta un día tan largo:
repite un estribillo y te abandona en la hora malva.

Cuando al fin podrás dormir
la manzana que ruborizaba tu frutero
colgará del limonero del vecino
y los números de teléfono del pasado y del presente

se fundirán en cifras inverosímiles.
El dedo resbala en la pantalla de la luna
y se escucha una señal obstinada,
pipip, pipip, contradanza del ventilador.

Las frutas trastocan entre sí sus nombres y colores y se mudan de casa, los números de teléfono se multiplican entre si elevando la enésima potencia las interacciones del pasado y el presente… un humor sutil y velocísimo encadena las transformaciones, y así entramos al sueño arrullados por un ave de profusa tradición literaria y un ventilador hogareño.

Quisiera dejar para dentro de un momento la cuestión del humor: ahora, pensar cómo se encadenan lo alto y lo bajo en estos poemas. No es a la manera a menudo cruel de un Marcial o un Catulo, tampoco a la vitalista de los Carmina Burana, ni a aquella en la que el Dante queda autorizado por su propia gravedad a presentar a sus demonios piafando por el culo. Y aunque podría parecer que sí, tampoco entra lo bajo o banal en estos poemas a la manera de aquel poema de Apollinaire que recoge frases escuchadas por ahí, en un patio o un umbral parisinos. Veamos esto con algún detalle en el poema “Por una economía de las perdidas” (se refiere a las llamadas de teléfono perdidas):

Ana llamó para invitar a la presentación
de una revista en una librería suburbana.
No podía, tenía clase a esa hora. Se lo conté

 a Andrea que dijo: “¡Yo sí podría ir!”.
Andrea llamó a Ana pero no contestó,
estaba en la calle o en la siesta.

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Ana vio la perdida y llamó a Andrea
que estaba trabajando y no pudo contestar.
Más tarde vio la perdida y llamó a Ana

 y contestó otra voz que dijo: “Soy Loli,
la peluquera”, y se oía, atrás, un susurrado
grito: “¡Ahora no puedo hablar!”.

Ana no sale de su casa si no está bien peinada,
le dije más tarde a Andrea, cuando me contó:
jamás vas a verle las raíces sin teñir.

Cuando le conté a Ana lo que le había dicho
a Andrea dijo: “¡Al trasluz sí se me ven!”.
Por eso nunca dice “sol” sino “el Siniestro”.

Apollinaire (y lo recuerda Dobry en su libro Orfeo en el kiosco de diarios) aspiraba a eliminar de sus poemas toda lógica narrativa, contraponiéndole lo que él llamaba una lógica cubista, de voces que entraban sin concierto repentinas y crudas en sus versos, alternadas con la voz del poeta; este no es el caso: acá las voces son presentadas y la anécdota no es evitada. ¿Cómo funciona la cosa entonces?

“La cosa” es tal vez la respuesta: las frases, aunque se sepa quién las dice y cuándo y por qué, son aquí objetos contundentes. “¡Yo sí podría ir!”; “Soy Loli, la peluquera”; “¡Ahora no puedo hablar!”: aparecen repentinas desarmando el tranquilo tono del poema, sobresaltando a la lectura. Y los nombres, que podrían pasar por el ancla realista de un poema tan loco, son, paradójicamente, su proyección nominalista más decidida. O, si se prefiere: los nombres, que son en este poema el colmo de la mímesis de lo realmente acontecido, son a la vez y paradójicamente, el pasaporte de estos versos al Parnaso. Y por decirlo de un tercer modo, algo más técnico: se elevan estas líneas a la categoría de poesía por medio de un cuidadoso trabajo rítmico y retórico, en el que elipsis e hipérbaton son quizás las figuras más salientes. El malentendido y el desencuentro, temas eternos de la comedia, destilan una gracia sutil al ser tan precisamente ubicados en el mundo moderno, ese de los celulares y las peluquerías: así se llega a lo sublime por el humor, patronizado por Mercurio, no por la saturnina gravedad.

Acá, el comienzo de otro poema, “Meditación en la muerte del Trinche Carlovich”:

Mi padre, un viernes, en la TV un partido,
murmuró, sobresaltando la cerveza:
“Yo hinchaba por Central Córdoba”.

¡Pero si nos hizo de Newell’s!

¿Quién, siendo hincha de un club,
retiñe su bandera en cada barrio
al que lo arroja la marea de los días?

Ayer murió Carlovich y los diarios
hablan de Central Córdoba y del crack
que prefirió un equipo de tercera
a la gloria y carrera caudalosa.

Se le atribuye la invención
del “doble caño”: gambeta
glosada varias veces mas incierta
aunque ahora se exhumaron
domésticos videos y borrosos.

Hablé antes de hipérbaton: nótese este de “se exhumaron/ domésticos videos y borrosos” que casi parece una errata, si no fuera por su barroca eficacia. Hay una teoría bastante discutible, pero que a mí me place, sobre el hipérbaton: según ella, sería el fruto de la mala lectura que el barroco hizo de la poesía latina, donde la colocación de adjetivos, sustantivos, objetos directos, etc., tenía muy otra lógica. La idea es que lo que nosotros percibimos como hipérbaton para el lector o oyente latino no era tal. Sin duda, para el poeta barroco y sus lectores sí, por entrenados que estuvieran en la lectura. En todo caso, el hipérbaton contribuye a la creación de un estado de atención diferente, a la construcción de esa lengua especial que es la poesía, a caballo siempre entre el habla de su tiempo y sus reglas propias (si se entregara del todo a la primera no sería poesía, si se entregara del todo a la segunda sería pura retórica). Dobry, que a lo largo de su camino poético ha estado siempre con un pie en cada lado, logra en este libro la síntesis más feliz entre barroco y objetivismo: otra conexión simpática o parasimpática, donde una cuerda hace vibrar la otra.

Y, ya que hablamos de felicidad y ya que volvemos al principio, a la cuestión de la simpatía y la parasimpatía, déjenme decir que las conexiones que a mi entender siempre han caracterizado a la búsqueda de Dobry, son en este libro más felices, más ligadas a la relajación y el recuerdo que al pulso acelerado, la huida o el combate. Hablamos antes de malentendido y desencuentro como asuntos de la comedia; también lo son, desde luego, de la tragedia, solo que la comedia lidia con ellos de otro modo; no menos serio, a su manera, y a veces incluso bastante melancólico; pero más suave, menos estentóreo. Por si hubiera alguna duda, el poema más largo del libro es un réquiem, composición que podríamos considerar el epítome del dolor ante la muerte: nada más serio entonces, y el poema es empero un poema dotado de una poderosísima vis comica, donde la melancolía es un aura, una vibración parasimpática generada por lo irrecuperable, por aquello que mirado directamente y de frente llevaría a la mudez. Aquí no hay mudez, sino poesía, esa que es capaz de decir lo indecible.


* Texto leído en la presentación del libro El Parasimpático de Edgardo Dobry en la librería del Fondo de Cultura Económica en Buenos Aires, el 19 de julio de 2022.

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DANIEL SAMOILOVICH
Daniel Samoilovich (Buenos Aires, Argentina, 1949). Ha publicado once libros de poemas; entre ellos, Las Encantadas, (Tusquets, Barcelona, 2003), El carrito de Eneas (Bajo la luna, Buenos Aires, 2003) y Molestando a los demonios (Pre-textos, Madrid-Valencia, 2009). Ha traducido al castellano al poeta latino Horacio y, en colaboración con Mirta Rosenberg, a Shakespeare. Dirigió el periódico trimestral Diario de Poesía a lo largo de sus 83 ediciones desde su fundación en Buenos Aires en 1986 hasta 2012.

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