Nomadland (2020), la nueva película de la directora Chloé Zhao, se ha robado la atención de la cinefilia internacional. Luego de ganar el prestigioso León de Oro del Festival de Cine de Venencia, el filme suma ahora a su palmarés el popular Globo de Oro, que obtuvo en las categorías de Mejor película (drama) y Mejor dirección. Esta última categoría de los premios de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood no se otorgaba a una mujer desde 1984, cuando Barbra Streisand lo obtuviera por Yentl.
Como lo que no les falta a estos galardones es prensa, Nomadland resulta ahora sumamente presente para la opinión mediática, que ha comenzado a esgrimir un sinnúmero de juicios acerca de los valores del filme. Aunque a estas alturas no se espera ya que ni los Globos de Oro ni los Oscar premien el riesgo estético o la innovación, centrados como están en satisfacer una escena mainstream que se protege en fórmulas muchas veces mediocres, esta vez debe aceptarse que premiaron una excelente película.
Pulsando una sensibilidad similar a la de su filme anterior (The rider), en el que también aparece un individuo inmerso en una tenaz búsqueda de sí mismo y del sentido de su vida, Chloé Zhao hizo ahora una obra impactante, sobre todo, por la densidad emocional que se deposita al centro de la historia. Nomadland tiene la virtud de ahondar en el mundo existencial de sus personajes, al punto de que este desborda cada uno de los estamentos de la realización, aunque sin desplazar la sardónica crítica que blande la película sobre la sociedad estadounidense. Justo esa focalización en el imaginario y los afectos de los personajes garantiza el impacto del comentario sociológico propuesto por Chloé Zhao.
Esta directora demuestra aquí nuevamente su nervio autoral y su impecable dominio del lenguaje audiovisual, inscrito en la tradición del mejor cine independiente norteamericano. Es excelente el diseño visual de esta película, que extrae toda la espiritualidad de los caracteres; pocas veces el retrato del paisaje, la escogencia del ángulo, hablan tanto de la naturaleza del conflicto y la sensibilidad de la gente. Como también resulta prodigioso el manejo del “código documental”, al registrar la vida singular de los personajes, y el guion, que ventila gradualmente y con profundidad dramática la tormenta existencial experimentada por la protagonista… No hay un rubro de la realización que no esté en estricta función del mundo afectivo de los seres que pueblan el relato, y por ahí anda la clave del éxito de Nomadland.
El talento visual y narrativo de Chloé Zhao hace pender la emoción todo el tiempo del criterio fílmico, uno naturalista, sencillo, límpido, capaz de prender un universo ético, cívico y sentimental plagado de tensiones, conflictos, contradicciones… Al ver esta película, el espectador queda hipnotizado tanto por la belleza del paisaje, por el lirismo con que es fotografiado, como por el mundo de complejidades y la riqueza vital de unos seres entrañables, que se empeñan en ser felices a cualquier precio. La aridez y el calor del desierto de Arizona, así como la desolación y el invierno infernal de South Dakota –esta es la geografía que recorren los personajes en su desplazamiento continuo–, son la estampa del paisaje interior de estas personas.
Basada en el libro Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century, de Jessica Bruder, la historia de la película sigue el viaje, lo mismo físico que espiritual, de Fern, una mujer que a sus sesenta años decide vivir en una furgoneta a la pesca de cualquier trabajo temporal que le permita subsistir. Cuando el filme comienza, un cartel nos avisa que, en enero de 2011, debido a la disminución de la demanda de yeso y pladur, la fábrica US Gypsum cerrará su planta de Empire, un pueblo rural del estado de Nevada, tras ochenta y ocho años en activo. Apunta además que, para julio de este año, el código postal de Empire dejará de usarse. Por supuesto, esto provoca que el sitio se convierta en un pueblo fantasma y que sus residentes experimenten un cataclismo financiero. En medio de ese panorama, Fern se encuentra desolada: su esposo falleció, perdió su empleo y no tiene casa. Todo esto la impulsa a emprender esa vida nómada, viajando en la furgoneta que ha convertido en su hogar.
En Nomadland, las peripecias del viaje no trascienden a la inmersión en el mundo existencial de Fern y los personajes que la secundan, a diferencia de como sucede en las road movies habituales de Hollywood, enfocadas en la pirotecnia escénica y los accidentes (literales) que emergen en el camino. El detonante del viaje de Fern y el viaje mismo filtran la voluntad de la directora de mostrar los perfiles menos felices y glamurosos de un Estados Unidos que ha hecho del american way of life una tiranía para sus ciudadanos. Así como de periférica es la geografía documentada, periférica es la vida de unos individuos a expensas de una dinámica económica que los relega.
Además de abandonada por el sistema, Fern ha perdido todo cuanto componía su mundo. Se encuentra suspendida, sin nada a lo que asirse. Su movimiento constante por la carretera es la mejor expresión del estado existencial por el que atraviesa. Así, en esta nueva vida, ella sólo encuentra estaciones temporales, sólo se detiene en espacios de tránsito (un camping de verano o cualquier estacionamiento de paso) que simbólicamente la retratan, describen su subjetividad. Tan fuera de lugar se siente Fern, tan expulsada del mundo, que cuando otros caravanistas y nómadas que conoce en el camino le ofrecen motivos y razones para recomenzar, ella decide permanecer en un viaje sin fin. En varios instantes, los amigo que hace Fern se marchan, le pasan por al lado en sus casas rodantes, mientras ella sigue en un movimiento que parece no tener término.
Estos otros nómadas que conoce la protagonista han optado por ese modo de existencia o no han tenido más opción que asumirlo. Como ella, están imbuidos en una dinámica de trabajos ocasionales que encuentran aquí o allá para poder permanecer bajo ese estilo de vida. Esta dinámica jamás es glorificada por la película, que, así como muestra la humanidad de sus personajes, presenta las dificultades múltiples a las que se enfrentan. Fern trabaja lo mismo en una planta distribuidora de Amazon que cosechando papas, limpiando baños, cocinando en una cafetería…; cada uno de estos empleos eventuales son estacionamientos que le permiten reencontrarse con sus semejantes. Y en cada reencuentro, Chloé Zhao aprovecha para ventilar el imaginario, los problemas, las angustias, las razones de estos individuos, muchos de los cuales son nómadas en la vida real.
Estos individuos que conoce Fern en la carretera mantienen un protagonismo espejeado con ella. Fern viabiliza un conocimiento de sus vidas, mientras ellos permiten que Fern se reencuentre espiritualmente. No sólo a nivel expresivo y expositivo Nomadland activa un código documental, incluso dramatúrgicamente opta por una narración argumentativa que procura registrar el itinerario existencial de estas personas. Cada conversación que Fern mantiene con estos nuevos amigos –esencialmente con Bob Welles, Linda May y Swansky, quienes son nómadas en la realidad– es una exploración antropológica alrededor de la cosmovisión de tales individuos, de las virtudes que encuentran en este modo de vida, de su negación de la sociedad de consumo, de las penas del pasado y de las vicisitudes que sufren ahora.
En su ahondamiento en la humanidad de estos personajes, el filme se permite todavía meditar con agudeza alrededor de determinados temas. Uno que resulta esencial para la historia narrada es la vejez como un momento plagado de particulares conflictos. Estos seres se ven obligados a sopesar el recorrido de sus vidas, a sentir como sus cuerpos no responden ya a los intereses de un sistema que se desentiende de su diferencia; son personas que no pueden satisfacer ya las expectativas de una sociedad que defiende un modelo de vida que no tiene cabida para ellos.
Fern no puede seguir el ritmo de una sociedad que marcha a toda velocidad y por eso determina ir a destiempo. A su condición de “persona de la tercera edad”, se junta su condición de mujer. Chloé Zhao se detiene con absoluta inteligencia a desmontar cualquier mito sobre la femineidad. El cuerpo envejecido de Fern no tolera las nociones estereotipadas de género. Ella es una mujer que viste pantalones anchos, lleva el pelo corto y se sienta incómoda con un niño en los brazos. En tal sentido es una desencajada; quizás la escena más ilustrativa al respecto sea aquella donde visita a su hermana, donde esta le reclama que a sus 18 años haya abandonado la casa. Ahí se explica cómo, con todo y su crisis existencial, a pesar del duelo sostenido por la muerte de su esposo, Fern no es una víctima de sus circunstancias: la existencia que lleva es la manera de tomar las riendas de su vida, de actuar bajos sus propios requisitos. De ahí que su humanidad resulte heroica.
Cuando Dave, unos de sus amigos nómada, le propone vivir con él, quedarse juntos en la casa de su hijo, Fern huye. Ella necesita encontrar su camino, hallar una salida a ese sentido de descolocación que la obliga a no permanecer demasiado en ninguna parte.