Fernando Pérez, cineasta

Aprovecho la invitación a escoger las mejores películas cubanas o las que más me han gustado, pero… le cambio el sentido a la lista. Aquí están las diez películas (podría haber más, muchas más) que para mí tienen una peculiaridad artística que las distingue por sí mismas y que, por diversas razones, no son las más mencionadas o se han quedado allí donde el tiempo no las puede alcanzar. Es una selección que tiene un costado también sentimental, porque varios de estos proyectos (no todos) los conocí de cerca en su proceso creativo.

Mi selección personal (sin orden de preferencia):

Una pelea cubana contra los demonios (1971, dir. Tomás Gutiérrez Alea)

La reflexión más profunda y completa de Alea sobre la compleja identidad de nuestra nación, a través de un lenguaje simbólico y una puesta en escena más figurada que realista. Desigual en su grandeza, enfática y oscura, pero inmersa en nuestra historia para, desde allí, iluminar las contradictorias aristas de nuestra contemporaneidad.

Taller de Línea y 18 (1971, dir. Nicolás Guillén Landrián)

La fragmentada, vertiginosa y agresiva descripción de la línea de fabricación de las guaguas Girón es la excusa, el trampolín, la alucinada plataforma para que Guillén Landrián nos revele los rostros más humanos y las individualidades más sensibles y sorprendentes de la “clase obrera” cubana.

Noticiero ICAIC Latinoamericano n.o142 (1963, dir. Santiago Álvarez)

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El fragmento dedicado al sepelio de Benny Moré es un fragmento antológico, mágico e irrepetible, donde queda plasmada esa inefable cubanía que nos une más allá de particularidades religiosas, políticas, sociales. Un fragmento en el que el lenguaje trasciende la noticia.

Madera (1980, dir. Daniel Díaz Torres)

Un ejercicio de estilo aparentemente menor por su sencillez y, por eso mismo, memorable. Una pieza de cámara que brilla por la tersura de fábrica de su montaje.

Sueño tangos (1991, dir. Guillermo Centeno)

Un corto musical melodramático, manierista, anticuado y moderno, desequilibrado y desproporcionado como un tango. Una rara pieza en su época, con una soberbia interpretación de Liuba María Hevia y uno de los desnudos femeninos más bellos del cine cubano.

Dolly back (1986, dir. Juan Carlos Tabío)

Un movimiento de cámara antológico, actores en estado de gracia, guiños y homenajes de Juan Carlos a la mejor tradición de la comedia, y un disfrute cariñoso y entrañable del lenguaje del cine.

Si me comprendieras (1998, dir. Rolando Díaz)

Uno de los primeros largometrajes independientes y un impactante testimonio documental de conflictos permanentes –enmarcados en el contexto de los años noventa–. Apenas exhibido en Cuba, aunque con amplio reconocimiento y recorrido internacional.

Brouwer: el origen de la sombra (2019, dir. Katherine T. Gavilán y Lisandra López Fabé)

Los sinuosos y ocultos mecanismos de la creación se expresan en las envolventes imágenes y sonidos de este insólito documental, equivalente cinematográfico de la obra musical de Leo Brouwer o la prosa poética de Lezama Lima.

Flying Pigeon (2019, dir. Daniel Santoyo)

Una nueva manera de narrar, no descriptiva, donde la historia y la complejidad de los personajes se cuentan a través de sus grietas y silencios. Un corto que prefigura y adelanta el cine cubano del porvenir.

Por primera vez (1967, dir. Octavio Cortázar)

Y, último pero no último, un documental que en sus dos primeros tercios es expositivamente tan matemático y rígido como la suma de dos más dos son cuatro, pero, en su tercio final, esa suma estalla, da cinco y surge el milagro para que nazca una de las secuencias más emotivas y bellas del cine cubano y del cine todo: los rostros de aquellos que, en un lugar recóndito de las montañas, ven por primera vez el prodigio del cinematógrafo.

Claudia Calviño, cineasta

Primero, y perdonen si es poco modesto (prometo que lo hago más como espectadora que como productora), quería comentar que por estos mismos días de diciembre, hace diez años, estábamos terminando el rodaje de Juan de los muertos, de Alejandro Brugués; y hace cinco años, también en diciembre, cerrábamos el montaje de Santa y Andrés; y justo hace un año, ganaba el Premio Coral a Mejor Documental en el Festival de La Habana la película A media voz, de Heidi Hassan y Patricia Pérez, que el pasado viernes dieciocho de diciembre se estrenó en salas de cine de España. Y menciono estas películas que están en mis recuerdos de varios diciembres, porque, aunque tuve el privilegio de participar en esas producciones, son sin dudas parte de mi top total, universal y galáctico del cine que expresa, en contenido y forma, muchas de mis preocupaciones y pensamientos sobre como entiendo mi país, mi vida y el cine cubano.

Pero bueno, nota del cine personal aparte, mi lista es esta, sin pensarlo mucho y sin orden jerárquico:

Una novia para David (1985, dir. Orlando Rojas)

Una película que adoré desde que la vi por primera vez. La historia de una gordita participativa, simpática y sociable, sentí que me representaba siempre. Es una película clásica y, para mí, perfecta. La veo con mucho placer cada vez que la ponen. Me encantaría hacer una historia de amor así un día, y verla en el Yara con los cubanos.

Memorias del subdesarrollo (1968, dir. Tomás Gutiérrez Alea)

No necesita explicación. Cada vez uno descubre algo nuevo, bueno, profundo. Supongo que está en la lista de todos.

La obra del siglo (2015, dir. Carlos Quintela)

Si en vez de un top ten de películas favoritas, tuviera que decir LA película cubana que me hubiera gustado producir, sería esta.

Suite Habana (2003, dir. Fernando Pérez)

Recuerdo la sensación al final de esta película, como un piñazo en el pecho. La vi en el Chaplin o en el Yara, creo que en el Chaplin. Yo tenía como 20 años y nunca había sentido el llanto de una sala de cine repleta. Recuerdo escuchar los sollozos contenidos, y las narices chorreando de muchísima gente, y pensar “será que todo el mundo tiene catarro”. Para mí fue tremendo, nunca lo olvidaré.

Venecia (2014, dir. Kiki Álvarez)

Si alguna vez yo pensara en dirigir una película, quisiera que fuera como Venecia. Me parece una película demasiado hermosa y fresca.

Inside Downtown (2001, dir. Nicolás Guillén Landrián & Jorge Egusquiza)

La vi cuando estábamos investigando para Santa y Andrés. Me produjo dolor casi físico, mucha tristeza.

La bella del Alhambra (1989, dir. Enrique Pineda Barnet)

Me encantan los musicales y este es uno magnífico. Me sé todas las canciones y algunos de los bailes. Además, creo que tengo una debilidad especial por las películas donde actúa Carlos Cruz.

Se permuta (1985, dir. Juan Carlos Tabío)

Tengo un recuerdo muy lindo de esta película. Mi hermano y yo nos reíamos juntos de niños, sobre todo con la parte de “caballero, esto se jodió”, eso nos parecía tan atrevido… Ahora veo la película, a Rosita en la guagua, el Lada de Ramoncito Veloz, el bajichupa de Isabel Santos… Es tan bonito y lejano que hoy podría parecer ciencia-ficción.

La música de las esferas (2017, dir. Marcel Beltrán)

Es la película cubana que más me ha conmovido en los últimos tiempos. Creo que es un filme que debería estar en los cines cubanos.

Utopía (2004, dir. Arturo Infante)

Creo que este corto no necesita explicación. Lo he visto unas 15 veces, me parece una genialidad absoluta.

No sé si estas son mis diez películas cubanas favoritas de siempre. Pienso que son las favoritas de estos días. Yo nunca he podido decir mi “algo favorito”, ni el color, ni la música, ni nada, depende del momento. Todo eso me cambia, y si le doy una segunda vuelta a esto, pienso que mejor debo incluir Mascaró, el cazador americano, de Rapi Diego; Cucarachas Rojas, de Miguel Coyula; y Aventuras de Juan Quin Quin, de Julio García Espinosa; y que seguramente debo sacar algún largometraje para incluir Madagascar, de Fernando Pérez, y también poner algunos de los cortometrajes que me encantan, como La maldita circunstancia, de Eduardo Eimil; o El patio de mi casa, de Patricia Ramos. Y por supuesto incluir alguno de los documentales de Colina, y de paso poner Nosotros, la música, de Rogelio Paris; y La Época, El Encanto y Fin de Siglo, de Juan Carlos Cremata… Uff, es difícil, apenas termino la lista y ya tengo nuevas preferencias.

Zaira Zarza, crítico de cine y curadora

Soy de quienes piensan que, en Cuba, Fernando Pérez es el mejor cineasta vivo, y que Memorias del subdesarrollo es la mejor película de todos los tiempos. Memorias… no pierde vigencia y Fernando es todo lo que siempre quisiera encontrar en un artista: humildad, compromiso, valentía. Respeto mucho también lo que ha dirigido hasta hoy Ernesto Daranas. Pero mi labor como estudiosa del trabajo de cineastas cubanas y cubanos en la diáspora en el siglo XXI, me impulsa necesariamente en esa dirección. También estoy convencida de que el futuro del cine es de las mujeres y mi próximo inventario será diferente.

He tratado de incluir aquí trabajos que no circunscriben el cine nacional a las fronteras de la isla. Toda nación es también una trans(nación) y toda elección implica un renunciamiento. Hay grandes omisiones inevitables en esta lista. La vida es silbar es, quizás, la que más sienta. Pero creo que he intentado, al menos, una consideración amplia e inclusiva del ser Cuba. Como programadora de cine, me interesa mucho el proceso de recepción de las películas. A esas experiencias me refiero también en lo que sigue.

A media voz (2019, dir. Heidi Hassan & Patricia Pérez)

Creo que no existe una película que haya expresado la pérdida, el reencuentro, la nostalgia y la integración en la diáspora desde la poesía y la amistad como A media voz. En su sensibilidad incuestionable ha logrado aunar a muchas personas con opiniones distintas sobre el cine, la política, la maternidad, la migración. Se ha dicho que es uno de los mejores documentales iberoamericanos de la última década. Concuerdo. Tanto como admiro la sinergia que han establecido las cineastas para contarnos su lado vulnerable desde la memoria, la nostalgia y su incondicional amor por el cine. La película le habla a toda una generación y resuena donde quiera que haya un(a) cuban(o) o un(a) emigrante. No ceso de impresionarme con las mujeres inmensas y las artistas que son Heidi y Patricia.

Tierra roja (2007, dir. Heidi Hassan)

Hace tiempo que culpo a Tierra roja por inspirar el tema de mi tesis de doctorado. Nunca tuve una lectura contextual más intensa de un filme. Lo vi por primera vez durante la Muestra Joven cuando Heidi lo mandó cual video carta a sus amigu@s en Cuba. (Nunca dejó de hacerlo.) Creo que ganó el premio a mejor película aquel año. Yo aún vivía en La Habana y me pareció algo bello y extraño. Filmado con una luz tan diferente a la nuestra. Cuatro años más tarde lo revisité durante mi primer semestre en la Universidad de Canadá. La luz había cambiado también para mí. Fue entonces una película nueva, en la que yo era justamente esa protagonista “otra”, desplazada de la historia, sin referentes. Fue un sacudón porque entendí finalmente lo que vivía y de lo que hablaba aquella mujer. El camino profesional me cambió y a mi comprensión del cine cubano le crecieron alas.

Extravío (2008, dir. Daniellis Hernández)

Si una película me abrió los ojos a la interseccionalidad fue Extravío. Daniellis empacó sus maletas y se fue a Inglaterra en intercambio académico entre la EICTV y la Universidad de Salford. Literalmente extraviada en Manchester, la cineasta intentó encontrar anclajes en medio de esa no pertenencia que suele provocar la condición diásporica. Echó mano a lo que le parecía más cercano en aquel entorno: la experiencia de las personas negras como ella. Y así nació una autoetnografía de lo afrodiásporico cubano como no se había visto aún en el trabajo de la generación de Daniellis. Todos afrodescendientes, sus personajes experimentaban privilegios y/o discriminaciones a causa de categorías que iban más allá de lo racial. Vivir en un barrio marginado o posh, haber tenido acceso o no a la educación, ser mujer y/o emigrante eran otras formas de la identidad que complicaban su discurso y su práctica. Ahora con la labor maravillosa, mezcla de arte y activismo, de Damián Sainz, Aida Esther Bueno Sarduy y otros afrocubanos por el mundo, se va ganando terreno en ese espacio aún poco explorado y vital. Daniellis vive en Berlín y trabaja con un grupo de mujeres en un refugio político desde donde sigue haciendo un cine con gran valor comunitario y humano.

Claroscuro (2013, dir. Sandra Gómez)

Sandra es una cineasta del retorno porque sigue volviendo a Cuba a lo Cinema Novo: con “una cámara en la mano y una idea en la cabeza.” El documental es su espacio de expresión por excelencia. Las camas solas (2007) y El futuro es hoy (2009) son filmes muy especiales de los cuales se han escrito varios textos. Pero a su primer largometraje, Claroscuro, hay que estudiarlo más a fondo. La película retrata las vidas de niños y adolescentes afectados por una rara enfermedad genética de la piel, Xeroderma Pigmentosum (XP). Con este padecimiento, la exposición a la radiación ultravioleta provoca daños irreversibles que pueden causar la muerte del paciente. En Cuba, bajo el sol abrasador, XP es diez veces más frecuente que el promedio mundial. Con el horario completamente invertido, los niños de este documental viven de noche, miran el mundo a través de la hendija de sus ventanas y salen de casa cuando sus barrios duermen. Claroscuro se mostró en la sala Infanta del Festival de Cine de la Habana y no lo volví a ver en pantalla grande hasta que armamos en Edmonton una muestra de cine cubano. Allí, Sandra nos contó de las dificultades de distribución del documental, que impidió llegara a públicos más amplios. Todavía me cuesta creer que haya filmes tan importantes con tan difícil acceso. Rockera dulcísima, con una capacidad tremenda para entender el valor de los silencios, Sandra vive hace casi veinte años en Zúrich. Junto a Vanessa Batista, Jessica Rodríguez, Adriana F. Castellanos, Alejandra Aguirre, Sandra es de esas para quienes la isla y su gente siguen siendo inspiración.

Evidentemente comieron chocolate suizo (último rollo) (1991, dir. Manuel Marzel)

Esta es de esas obras realizadas antes del partir –en el seno de la EICTV, que es un umbral hacia otro país en Cuba: el de la utopía. La protagonizan personas que, en la distancia, amo y admiro –Fernando, Bebé, Susana–. Vi las pelis de Marzel antes de ver las de Nicolasito. Me sorprendió poder entender tan poco de aquel enigma en la pantalla y aun así quedar completamente cautivada por su iconoclasia. Era como un juego brillante. Más allá de un par de cortos de Nam June Paik y Bill Viola, sabía yo muy poco del cine experimental. Recuerdo ver por primera vez La ballena es buena (1991), La ballena es mejor (1993) y A Norman McLaren (1990), y pensar: “¡Qué atrevimiento el de este muchacho!” Hacía unos cortos en blanco y negro, con unas bandas sonoras loquísimas y los créditos más intrépidos que he visto jamás. Me encanta que Rialta sea un espacio curador para el cine de Marzel. Como muchos que amamos la audacia de su obra, me gustaría conocerle. Creo que vive en Valencia y que sigue siendo muy amigo de la gente linda que actúa en este corto.

Los lobos del Este (2017, dir. Carlos Quintela)

Me atrapó desde el inicio el carácter único de esta producción, que permitió a Carlos filmar en Japón con Tatsuya Fuji, uno de los actores más importantes del país. El filme lo produjo Naomi Kawase, cineasta de amplia trayectoria internacional, que dirige también el Festival de Cine de Nara. Escuchar a una japonesa doblar una canción de Elena Burke en un campo asiático no tiene precio. El filme hace guiños a La novia de Cuba, de Kazuo Kuroki, una película japonesa filmada en Cuba en 1967 que estuvo por décadas en la desmemoria, hasta que fue rescatada en un documental. Carlos ha dicho que hizo de Higashi-Yoshino, la región montañosa donde filmó, una versión libre de la Sierra Maestra. El filme narra la crisis existencial de un hombre obsesionado con una idea, que vive más en el pasado que en el presente, y que lleva un conflicto de poder machista con los otros cazadores de su comunidad. Abre las puertas a múltiples analogías. Yo lo interpreto como una crítica de Carlos al patriarcado decadente. Porque en los estudios del cine de género –gender– no debemos desatender la masculinidad, y el trabajo de Quintela inspira un análisis profundo en ese sentido. Los lobos… contó con la colaboración de otros muchos eicetevianos: Yan Vega en la edición, Rubén Valdés en el sonido y, en el guion, Abel Arcos y Fabián Suárez.

Un traductor (2018, dir. Sebastián Barriuso y Rodrigo Barriuso)

“Demasiado cubana para ser extranjera y demasiado extranjera para ser cubana”, pudiera ser el exergo provocador de esta película. Un traductor es un ejemplo excelente de la típica identidad in-between del transnacionalismo. Un tipo de coproducción muy peculiar, logró sin estereotipos expandir la noción de lo que significa contar Cuba. Con un casting brasileño, argentino, ruso, cubano; con fondos y guion gestados en Canadá; editada y musicalizada en talleres de Sundance, el filme tuvo un recorrido en festivales que llevó a los directores desde Suiza a la India y a China, donde ganaron premio a la Mejor Dirección en el 21 Festival Internacional de Cine de Shanghai. Un traductor es tan personal y autobiográfica como está pensada para un público global. Tiene un aire indescifrable de no-lugar y a la vez está enraizada en una cultura y un espacio muy puntuales. Cuando los personajes son tu propia historia, la de tus padres, la de un costado de tu país, la de niños víctimas del desastre nuclear de Chernobyl, casi que no caben medias tintas. Toda esa complejidad está al centro de esta película y es lo que la vuelve un goce para interpretar.

Las colmenas (2012, dir. Alejandro Ramírez Anderson)

Yo sé que Alejandro tiene un pasaporte de otro país y eso implica una serie de privilegios. Pero Cuba le salvó la vida y él le devolvió el favor con su cine. Las colmenas me contó una historia que no conocía. Debido al creciente enfrentamiento militar en Guatemala, los hijos de soldados del Ejército Guerrillero de los Pobres fueron enviados a Cuba sin sus padres en los años ochenta. Allí vivieron en grupos a los que llamaban Las Colmenas. De vuelta a una relativa estabilidad política en su país, y a causa de la precariedad en que dejó a Cuba el Período Especial, los colmeneros partieron a salvo de regreso a Guatemala. Otros fueron a México. Alejandro, el único que permaneció en La Habana por casi treinta años, rastreó a los residentes de las colmenas y los invitó en este documental a compartir su experiencia común del exilio. Como otras pelis de jóvenes refugiados en Cuba, entre ellas El edificio de los chilenos (2010, dir. Macarena Aguiló) y El telón de azúcar (2005, dir. Camila Guzmán), esta me recuerda que no todas las diásporas son exógenas. Las hay que llegan de otras partes y se vuelven también nuestras.

El extraordinario viaje de Celeste García (2019, dir. Arturo Infante)

Siempre he disfrutado mucho el cine de Arturito. Su humor inteligente que se mueve entre la sagacidad, el absurdo y la chancleta. Y en él, a sus mujeres delante y detrás de la cámara: Verónica Díaz, Paula Alí, Yanay Penalba, Tamara Venereo, Beatriz Viñas, Claudia Calviño, Joanna Montero. Me siento en deuda con este proyecto por regresarnos a María Isabel Díaz en un protagónico cinematográfico después de más de veinte años. Le tengo un cariño especial a Celeste… Tuve el privilegio de verla y acompañarla en su estreno mundial durante el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) y luego en IFF Panamá. Es muy hermoso el encuentro de una ópera prima con el público, cuando el trabajo de tanto tiempo cobra verdadero sentido y se completa. Es una historia entrañable que tiene lo que más me gusta en la comedia. Junto a la carcajada, te pone a pensar en el valor de la familia, la avaricia, la violencia y la necesidad de combatir la desesperanza. En el panorama actual de incertidumbre social, económica, incluso existencial, su historia se convierte en asidero delicioso. ¿Quién no ha querido partir a un planeta imaginario como al que nos invita Arturo? Espero que llegue pronto su próxima película.

El Súper (1979, dir. León Ichaso y Orlando Jiménez Leal)

Cierro esta lista con una película del siglo pasado. Inteligente, dura, emotiva y visceral. Junto a Orlando Jiménez Leal, León Ichaso filmó esta primera entrega de su trilogía del exilio, a la que siguieron Azúcar amarga (1996) y Paraíso (2009). Jiménez Leal continuó trabajando en el cine documental. Ichaso se convirtió, quizás, en el cineasta cubano más prolífico y polifacético en Estados Unidos. Ha dirigido un poco de todo: capítulos en una decena de series televisivas, el filme El cantante, sobre la vida de Héctor Lavoe, otro biopic sobre el poeta nuyorican Miguel Piñero… Ha trabajado con Rubén Blades, Elizabeth Peña, John Leguizamo, Marc Anthony, Jennifer López y Alice Braga. Pero también realizó en Harlem el filme afroamericano Sugar Hill (1993), con Wesley Snipes, y dirigió a otros grandes actores negros como Chadwick Boseman y Sidney Poitier. Cuando se hable del cine de latinos en Estados Unidos, hay que hablar de León Ichaso. Hace años compré en Amazon una copia de la película en VHS para enseñar a mis estudiantes canadienses. Le agradezco mucho a Miguel Coyula recomendarme estudiar la obra de Ichaso. El trabajo de Miguel ha faltado también en esta enumeración tan incompleta.

Juan Antonio García Borrero, crítico de cine e investigador

Durante mucho tiempo nos acostumbramos a establecer una suerte de viaje mental que recicla el periplo del tren filmado por los Lumière, donde, a través de una ventanilla, asistimos de modo sucesivo al encadenamiento vertiginoso de películas que, a su vez, terminamos asumiendo como si fuera el típico relato hollywoodense, con su presentación, desarrollo, y desenlace (todo muy transparente, para que no lo deje de entender nadie). Pero cada vez resulta más difícil pensar el cine cubano en términos de listas donde se distribuyen de ese modo las jerarquías.

Las listas serían esa suerte de memorias del viajero, a partir de lo que han sido sus impresiones más íntimas. Y, por ello mismo, listas muchas veces delirantes donde se toma la parte por el todo, la ventanilla por el mundo, el cine que hemos visto (“cine nacional”, le llaman) por lo que me gusta nombrar “cuerpo audiovisual de la nación”, que es algo que se hace y rehace a diario. Por suerte, ya la hegemonía de ese relato unidireccional, donde en nombre de la identidad se sacrifican las diferencias que antes dieron lugar a la construcción del consenso, va dejando paso a otro modo de contarse las historias que hablan de nuestros cines, de las biografías de quienes, enamorados de la imagen en movimiento, dialogan con la nación desde las más impensables latitudes.

Por eso otras veces he hablado de la posibilidad de armar la gran película coral del cine cubano (un poco inspirado en las propuestas de Aby Warburg), con secuencias de diversos filmes que se van conectando a lo largo del tiempo, sin importar los nombres propios o la geografía. Estas películas que menciono ahora serían apenas diez que selecciono para armar una de las tantas tramas que podrían servirnos para entender un poco mejor lo que va siendo nuestra nación.

Escena 1:

Sergio despide a los suyos en Memorias del subdesarrollo (1968, dir. Tomás Gutiérrez Alea).

Escena 2:

Los que se fueron hablan, desde Nueva York, de lo que dejaron atrás, en El Súper (1979, dir. León Ichaso & Orlando Jiménez Leal).

Escena 3:

Algunos de ellos regresan a la isla en Lejanía (1983, dir. Jesús Díaz).

Escena 4:

Pero otros llegan vía Mariel a Estados Unidos en Amigos (1985, dir. Iván Acosta).

Escena 5:

Una de las que se fue cuando el Mariel retorna a Cuba en Laura, el episodio de Mujer transparente (1990), dirigido por Ana Rodríguez.

Escena 6:

Hay, por primera vez, un intento serio, real, de establecer un diálogo fecundo entre dos personas que piensan diferente en Fresa y chocolate (1993, dir. Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío).

Escena 7:

Pero, por la misma fecha, otras dos personas advierten, en Madagascar (1994, dir. Fernando Pérez), que sus sueños no necesariamente tienen que coincidir, y todo se ve en cámara lenta, y hay un túnel interminable…

Escena 8:

Parte de esa familia decide ponerse frente a un espejo y sacar a la luz las consecuencias del mal manejo de sus diferencias en Video de familia (2001, dir. Humberto Padrón).

Escena 9:

Sergio logró irse, hastiado del subdesarrollo, solo para descubrir que tampoco es feliz en Memorias del desarrollo (2010, dir. Miguel Coyula).

Escena 10:

Ese mismo discurso del desarraigo podría advertirse en A media voz (2019, dir. Heidi Hassan & Patricia Pérez), con la diferencia de que allí la fraternidad lo salva todo, porque a pesar de los pesares, los obstáculos geográficos, políticos, humanos, el deseo de no renunciar a la comunicación se impone…

Escena final:

Para los finales de esa película múltiple que me he inventado, hay un muchacho problemático que en Conducta (2014, dir. Ernesto Daranas) recién acaba de llegar al mundo, y hay también una mujer de la tercera edad que, maestra al fin, sabe que la vida es permanente aprendizaje, y lucha para que otra vez la herejía cobre sentido.

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JOSÉ LUIS APARICIO
José Luis Aparicio Ferrera (Santa Clara, Cuba, 1994). Cineasta. Estudió dirección de cine en la Universidad de las Artes de Cuba. Sus cortos de ficción y documentales han sido exhibidos en festivales de Cuba, Estados Unidos, España, Alemania, México, Argentina, Panamá, Guatemala y Chile. Su filme El Secadero (2019) ganó el premio a la Mejor Ficción en el Bannabáfest de Panamá y Mención Honorífica en el Cinema Ciudad de México, así como Mejor Producción y Premio del Público en la Muestra Joven Cuba. Su documental Sueños al pairo (2020, codirigido con Fernando Fraguela) fue censurado por el ICAIC, pero recibió una gran acogida de crítica y público. Creó en 2020 la iniciativa Cine Cubano en Cuarentena. Integra el staff editorial de Rialta.

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