En su último artículo publicado en la revista Bohemia, el doctor Jorge Mañach se hace la siguiente pregunta: “¿Qué manera de expresión poética le daría hoy a Cuba más gusto, más edificación espiritual y más prestigiosa resonancia?”. Pero, con todo respeto sea dicho, la crítica no está para hacer conjeturas en el vacío sino para explicar lo que la realidad nos ofrece de un modo irrechazable. La pregunta adecuada en boca de un crítico sería: ¿Cómo es la poesía cubana de hoy y por qué es así? Pues si algo hay siempre necesario e insustituible con relación a cada momento de la historia de un país, ello es su expresión poética.
Enseguida el doctor Mañach en su artículo se refiere a “los Lezama Lima y sus cofrades”, poniendo muy en duda que cultiven la poesía conveniente. “¿Y quiénes son estos cofrades? ¿Será uno de ellos Eliseo Diego, cuyo reciente libro En la Calzada de Jesús del Monte nos entrega un verso llano, grave y diáfano como la vida en los viejos patios criollos? ¿Será otro el padre Ángel Gaztelu, ancho y luminoso de expresión como las tardes celestes del pueblo en que tiene su parroquia? ¿O Gastón Baquero, el autor de textos límpidos y magistrales como “Octubre”? ¿O tal vez Octavio Smith, con su escritura minuciosa, exhaustiva de su propia fábula? ¿O Lorenzo García Vega, estallante de intuiciones y epifanías? Sí, todos ellos, y algunos más, deben ser sin duda los cofrades de Lezama a que el doctor Mañach alude vagamente, y a quienes muestra como cultores indiferenciados de la oscuridad gratuita, de la incoherencia total e inexportable.
Pero he aquí que al mismo tiempo escribe:
No es que deje de reconocerles a esos poetas nuevos su talento. Tan lejos estoy de ello, que los considero, por la novedad e intensidad de su inspiración, por el refinamiento de su cultura, por la austeridad de su dedicación, por su dominio de los recursos verbales, por su prurito mismo de novedad (ya vimos qué importancia tiene esto), tal vez la generación mejor dotada para la poesía que Cuba ha dado. De manera que no se trata de negarlos; se trata nada más que de deplorar, por lo que pueda servir, el que esos poetas insistan en dársenos de un modo que, para simplificar, he llamado ininteligible.
(¡No es nada la simplificación…!)
Ante este párrafo asombroso, lo primero que a uno se le ocurre, después de tomar respiro, es preguntar al doctor Mañach cuándo se ha dado el caso de que un poeta de talento desconozca la forma en que ha de expresarse. Porque si para algo sirve el talento, y más el poético, es justamente para conocer y realizar sus propias posibilidades de viabilización. Un poeta solo puede frustrarse por falta de cultivo, de intensidad o de rigor en la expresión de lo que tiene que decir; pero esto último únicamente nos es dable saberlo por él mismo. Resulta definitivamente absurdo decir de alguien que es un poeta de mucho talento (y encima con “el dominio de los recursos verbales”) y a la vez que no sabe lo que tiene que escribir, ni cómo lo tiene que escribir.
En segundo término, ¿de dónde ha extraído Mañach los datos para afirmar que esta es “tal vez la generación mejor dotada para la poesía que Cuba ha dado” si confiesa una y mil veces que lo que esta generación escribe le resulta “ininteligible”? Porque después advierte que “esto de no entenderlos se ha de tomar relativamente”, pero al final nos convencemos de que esa relatividad únicamente beneficia a Góngora, Valéry, Neruda o Aleixandre, ya que a “los Lezama Lima y sus cofrades” les falta, no ya la simple virtud de la expresión coherente, sino hasta “la incoherencia comunicativa”.
¿Y cómo ha podido el doctor Mañach percatarse de nada, y menos de algo tan preciso como la supuesta imparidad de una generación, a través de la noche oscura de lo inteligible? ¿Será conocimiento místico, o será delicada generosidad con que ha querido suavizarnos su severo juicio? Porque si un grupo de personas, a pesar del “refinamiento de su cultura” y “la austeridad de su dedicación”, hace una poesía ilegible, lo correcto sería concluir que esas personas no han sido ni remotamente dotadas por la gracia de los dioses para el menester poético.
En trance de explicar de algún modo tantas oscuridades, el doctor Mañach (animado siempre, no lo dudamos, de la mejor buena fe) tiene que elaborar una extraña y confusa teoría de la expresión separada de la comunicación, según la cual es posible que en un poema “intrínsecamente” haya poesía, pero que esa poesía no tenga ningún sentido ni pueda llegar a nadie. ¿Pero no es la poesía trascendente por definición? ¿Es concebible una poesía puramente intrínseca, tan tímida que no salga del poema ni a los mayores y más finos requerimientos? ¿Y cómo si no llega a nadie (por carecer de toda “virtualidad comunicativa”) puede nadie decir que exista, ni siquiera “intrínsecamente”? ¿Y en qué puede consistir una poesía por intrínseca que sea, si no tiene ningún sentido?
Diga el doctor Mañach, como lo dijo en su primer artículo sobre este asunto, que padece de incapacidad de fruición con respecto a los poetas de Orígenes –entre los que hay temperamentos claros y oscuros, atormentados y serenos, y que solo se agrupan y unifican por el fervor absoluto hacia la poesía–. Esa declaración suya es sincera, exacta y tal vez inevitable. Pero no haga crítica ininteligible. No nos dé una lección confusa.
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