Everlane Moraes es una artista visual y realizadora brasileña que estudió en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños (EICTV), donde se graduó de dirección de documental, y a la que regresa como profesora, manteniendo a la institución como conjunción entre ella y Cuba, entre su cine, que en gran medida es (afro)cubano, y el cine cubano.

En sus películas filmadas en Cuba, como La santa cena (2016), Aurora (2018) y Pattaki (2018), de marcado corte cine ensayístico, se revelan pliegues de la imaginería mitopoética cubana contemporánea, cribadas a través de la percepción cultural afrodescendiente y latinoamericana de la cineasta, lo que desemboca en miradas muy personales, a la vez que universales, a la negritud.

Moraes regresará a Cuba para filmar de nuevo, para seguir generando imágenes sobre la isla negra, pero esta vez como directora asistente y directora de arte de El Trono del Rey, junto al realizador Matteo Faccenda –egresado también de la EICTV–. Regresará para concretar un proyecto en el que está involucrada muy estrechamente, y al que aportará elementos creativos definitorios. Con la artista brasileña conversé acerca de El Trono… como película, como reto, como sueño, como gesto cultural, social y político, como mito y leyenda.

Eres brasileña y estudiaste cine en Cuba, donde has realizado una importante parte de tu obra. ¿Pueden considerarse estas películas parte de un diálogo cultural entre tú y Cuba? ¿Pudieran verse como testimonios de la indagación de un territorio ajeno a partir de prácticas y territorios compartidos, como la mujer, lo afrodescendiente, lo místico, lo social, la familia?

Creo que sí. Son parte de mí, de un diálogo cultural entre Cuba y yo. No son películas realizadas por cubanos, pero sí por una brasileña en Cuba, como un diálogo entre mi cultura y la cubana. Esencialmente lo veo así. Soy yo mirando a Cuba, interpretando a Cuba desde mis experiencias, desde las conexiones ancestrales, culturales, sociales, económicas, que he hecho entre mi Brasil y Cuba, entre mi Bahía y La Habana Vieja, por ejemplo.

Lo veo todo como una indagación sobre un territorio ajeno al mío, muy parecido, pero a la vez muy distinto. Mi filmografía es toda sobre personas negras, personajes negros, afrodescendientes como yo, muy parecidas a mí, pero a la vez diferentes. Mi candomblé confrontando con la santería cubana, mi realidad social con la de Cuba.

Por eso hice esas películas, porque me sentí muy confortable en ese lugar, pero también muy desafiada. Cuando he filmado las familias me he sentido un poco partícipe de ellas. También está la familia religiosa que es el babalawo, las ceremonias de santo y demás ritos, fiestas que también he compartido. Esa hermandad va más allá de la que tengo en Brasil, la del candomblé.

Cuando llegué a Cuba y entré en la santería, fui hermana de esos hermanos que también son hermanos entre ellos. Cuba me abrió un mundo que es muy singular, muy diverso. Me abrieron los brazos, me aceptaron en sus universos particulares y colectivos. Entonces aproveché lo máximo de esa apertura, de una manera respetuosa.

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Esa conexión queda en las películas y en las amistades que hice, en la hermandad que tengo en Cuba. Regresaré después de dos años para hacer de nuevo una película, con amigos, con personas que son de cine, en ese espacio en el cual compartí mi vida por tres años. Siempre que vuelvo mi corazón duele, son muchos recuerdos, muchas cosas, y tengo mis opiniones sobre Cuba, sobre la cuestión política. Lo llevo todo, lo traigo todo, lo vivo todo.

Desde tu experiencia fílmica, mayormente como documentalista y ensayista audiovisual, ¿cómo asumes creativa y conceptualmente la gestión de una cinta de ficción como El Trono del Rey?

No me gusta mucho la distinción entre documental y ficción. Me parece una distinción metodológica, pero también una equivocación muy grande. La verdad es que hacemos películas, que a veces tienden metodológicamente hacia lo documental y en otros momentos son más ficcionales. Las ficciones buscan cada vez más elementos documentales, y los documentales se están valiendo de métodos ficcionales. Aunque siempre ha ocurrido así en el documental, desde Flaherty y otros. Siempre se buscó reconstruir, resignificar… entonces, no me gusta mucho esa distinción tan excluyente.

La ficción se vale de la realidad, busca una similitud con esta, y no la llamamos documental por eso. El punto de partida es la realidad, tanto para el documental como para la ficción. La ficción intenta acercarse lo más que puede a la realidad. Es algo montado, pero se espera que creamos que es real. El documental también se vale de la realidad y puede fabular a partir de esta; puede ficcionar algo que por diversos motivos ya no exista en la realidad de la época en que se filma. Ambos géneros están en un lugar de frontera.

Ahora, soy una documentalista del alma, pero más allá de eso soy una artista visual, incluso desde antes de ser cineasta. Voy a asumir creativamente la dirección de arte de El Trono del Rey, y también seré la directora asistente de Matteo Faccenda, principalmente en relación con los aspectos afrodescendientes, la santería, las cuestiones de mi negritud. Esta no será mi primera dirección de arte para ficción. Antes la hice en Brasil para una película belga-francesa-brasileña titulada La pelada, que puede verse en Netflix. También trabajé para dos cortometrajes. En el cine, de hecho, empecé por la dirección de arte, por cuenta de mi formación en artes visuales.

¿Qué rol juegas en el crecimiento de El Trono del Rey como proyecto, como discurso, como película y quizás hasta como gesto político, junto a su director Matteo Faccenda y el resto del equipo?

Cuando Matteo tuvo la primera idea, yo estaba ahí a su lado. Y este de la dirección de arte es un rol muy grande que Matteo me confió. Cree mucho en mi mirada, en mis conocimientos en este territorio cultural. Tiene claro que los elementos de la negritud, de la santería y demás, deben estar muy bien registrados, porque son una parte muy importante de la película. Hay que estar muy pendiente para no ser folclorista, superficial, para que lo estético y lo político estén ahí muy bien articulados. Matteo toma eso muy en serio, y también sabe cuáles son sus límites en el discurso sobre lo cubano que no es suyo –y tampoco mío.

Matteo se ha preocupado mucho por asumir la mirada más respetuosa posible, por no filmar desde una mirada blanca. También ha tenido un acercamiento muy grande a la realidad cubana. No obstante, muchas cosas son nuevas para él. Pero es muy curioso y tiene la voluntad de hacerlo lo mejor posible. Siempre está cuestionando lo que plantea, ofrece posibilidades de mirada, avizora posibles problemas que puedan surgir en relación con una escena, con un objeto, con un diálogo. Como director, tiene la concepción de la película como un todo; para eso miramos el guion, el argumento, qué personaje habla, cómo habla, qué viste. Todo.

La realización de El Trono… es un gesto político, obviamente. Matteo tiene el coraje de hablar sobre una realidad que en parte le es ajena, pero al mismo tiempo cercana, porque la vive. Buscaremos un punto donde lo estético y la libertad de expresión de la autoría se equilibren con la ética y el modo de filmar, de tratar el tema.

Ser artista ya es un gesto político, pero para que esa película tenga un impacto en la comunidad afrocubana, santera y negra del mundo –y todo lo que pueda alcanzar a nivel político–, estaré ahí vistiendo a los personajes, maquillándolos, creando el ambiente donde los actores interpretarán. Estaré muy cerca de todos los demás departamentos creativos y de producción. Es un reto grande, pero me encanta.

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Planteo hablar profesionalmente de una realidad muy parecida a la mía, que soy de Bahía, y allá es negro el universo. Pero al mismo tiempo existen muchas diferencias entre Cuba y Bahía, muchas especificidades que deben ser respetadas.

Entonces, asumiré la gestión conceptual de la película acompañada por un equipo de cubanos, desde una relación muy profunda con la negritud, y con los elementos políticos, culturales y religiosos de la negritud cubana, y con todo lo que incumbe directamente al universo de la película.

Ser la directora de arte, o sea, quien va a crear el universo en el que los personajes se mueven y la historia se cuenta, es un reto muy grande. Este apartado es algo muy importante en la ficción, aunque no se suele valorar en su justa medida esa función. Tenemos que poner en ese escenario el tiempo en que sucede la película. El vestuario debe tener también su historicidad. Todo tiene que estar muy bien articulado para que se vea “real”. La luz que se utilizará, los cuerpos, los objetos. Todo esto es esencial para contar una historia. Es un reto muy grande, pero dentro del grupo de trabajo contamos con gente muy inteligente, con gente de cine, de la santería, lo cual enriquecerá mis conocimientos en el área de la dirección de arte de cine.

Sin revelar claves del relato, ¿qué concepción visual se buscará para una película como El Trono del Rey dada su condición de “cine de género” como thriller, pero a la vez como discurso sociopolítico y místico?

Creo que una cosa no se separa de la otra. Forma de contenido. Se puede sostener un discurso sociopolítico y mítico en una película de género. La realidad es política, pero también la fabulación es política. Fabular es un gesto político, y lo mítico es político también.

Cuando hablo, por ejemplo, de los relatos míticos de los orichas, siempre tengo una intención política detrás de esas historias, para así tratar sobre algo muy puntual o de algo muy presente en la vida de los seres humanos, de una sociedad. Una cosa no anula a la otra, andan juntas, toda vez que se representa una realidad en la ficción, que se busca verosimilitud, que de alguna manera se busca una identificación empática, lógica, no folclorista ni superficial, con esa realidad que existe.

Reuniré toda mi experiencia personal y existencial de ser negra, mi experiencia tras haber vivido en Cuba muy cerca de la santería –practico el candomblé en Brasil, que es muy parecido–, además de la investigación que implicarán aspectos específicos de El Trono…, de lo que hablaré con la gente. Voy a hacer con lo que tengo y voy a buscar lo que no tengo para lograr una dirección de arte que tenga mucho de mi mirada, obviamente –porque también tendrá un acento autoral–, pero que igualmente retrate muy bien la realidad cubana lo más “real” posible, lo más respetuoso posible, dentro del ámbito de la ficción.

Buscamos para El Trono… que lo cubano se vea en los colores, las texturas, las escenografías, el vestuario, el maquillaje, los objetos de escena; que se vea Cuba, más allá de lo que parece Cuba, porque es una película que tiene mucho de fantástico, de magia.

El Trono del Rey. Un thriller bendecido por Eleggua.
El Trono del Rey. Un thriller bendecido por Eleggua.

¿Qué trascendencia crees que pudiera tener una película como El Trono del Rey dentro de la cinematografía cubana?

Solo puedo suponer por el momento. Primero, respecto al cine independiente. Es importante que se fortalezca el cine cubano hecho por cubanos, pero también las películas independientes que realizadas por extranjeros que residen en Cuba, que están en contacto cotidiano con esa realidad del país. Políticamente, es muy bueno promover un cine cubano que sea independiente de cualquier fondo provisto por el gobierno.

¿Cómo va a repercutir concretamente la película? No sé. Primero debemos tenerla lista. Por ahora está el reto de lograr que El Trono… mueva la opinión pública en Cuba, mueva el cine independiente, mueva el sueño de las personas, mueva el mercado, mueva a la gente de afuera que mira a Cuba a través la película. No lo sabremos hasta que la película se filme, y empiece a alcanzar el corazón de las personas, porque quizás el cine no cambie el mundo, pero cambia a las personas.

Para mí lo más importante es que se conozca bien la cultura afrocubana, sus símbolos, la perspectiva santera, yoruba, que existe y resiste, que es una base importante de la cultura de Cuba y de la cultura del mundo, de todos los países donde hay negros, sus descendientes y sus religiosidades. Y así todo eso vaya trascendiendo en la cotidianidad cubana. Que se tenga conciencia de que se convive con esa cultura riquísima, con esa cosmovisión del mundo que es muy nuestra, negra, africana, afrodescendiente y diaspórica, y que las personas puedan salir un poquito más de la ignorancia sobre esos signos, sobre esa cultura, y no sigan creyendo que son cosas malas, que no les pertenece ni son parte de Cuba.

Quien conoce ya, que disfrute la película; el que conoce poco, que conozca más; quien no conoce nada, que aprenda. Y quien nunca se interesó, quizás pueda encontrar en El Trono… algo a partir de lo que pueda empezar a comprender.

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ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
Antonio Enrique González Rojas (Cienfuegos, 1981). Periodista y crítico de arte. Textos especializados suyos aparecen en publicaciones como La Gaceta de Cuba, Cine cubano: La pupila insomne, El Caimán Barbudo, Hypermedia Magazine, Altercine (IPS Cuba), Cine Cubano, Esquife, Noticias de Arte Cubano, Bisiesto (Muestra Joven ICAIC), Enfoco (EICTV), la revista del Festival de Cine de La Habana, y otras. Ha sido guionista de varios programas televisivos especializados en audiovisual como Lente Joven, Banda Sonora e íconos del celuloide. Ha integrado jurados de la prensa en eventos como el Festival de Cine de La Habana. Ha publicado libros de ficción y crítica de cine, entre los que se encuentran: Voces en la niebla. Un lustro de cine joven cubano (2010-2015) (Ediciones Claustrofobias, 2016) y Tras el telón de celuloide. Acercamientos al cine cubano (Editorial Primigenios, 2019). Un tercer volumen titulado “Críticas, mentiras y cintas de video” está en proceso de edición.

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