El joven de apellido Montás cultivaba calabacines
y molondrones en el
patio de su casa, botas
altas de caucho, un
riachuelo, había que
repintar de rojo el torii
a la entrada del patio,
leía a Kafka: lo
imaginaba con un
azadón, lo tendría
que ayudar a alzarlo,
lo vería rompiendo
terrones en un campo
de exterminio (1943)
de Alemania, el joven
Montás se sentaba a
la tarde a escuchar
por vía interior al
Maestro Liu Wei
(siglo IX, período
Tang) lecciones de
carpintería, cultivar
plantas sagradas
(sólo crecen en
terreno propio) el
Maestro le señalaba
una a una las estrellas
extinguidas antes de
poblar (rumbo también
a la extinción) el planeta
Tierra (no tomárselo en
serio). Y explicar lo que
era un año luz, y cómo
surgía de la sien derecha
(improbable) de Dios.
Hay tantas estrellas como opiniones, tantas aguas
secas que se estrellan
contra dunas irregulares
de arena como hay
tierras feraces donde
no crece nada.
El apellido Montás, último de once generaciones,
se extinguió: lo contrario
sería ilógico y contrario
a las leyes del Universo
según se manifiestan en
la Naturaleza: calabacines,
molondrones, primeros
atisbos de vejez, el libro
de Kafka cerrado hace
unos años, aquel joven
pesaba doscientas
veinticinco libras,
vivía (invariable) al
norte, a mano izquierda
de su país natal, no
había bejucos ni lianas,
y como era invierno
crudo casi todo el año
no había malanga ni
yuca (mucho menos
molondrones) en el
patio de su casa: no
adelgazó pese a su
inapetencia, puso de
lado la nueva época
que le tocó antes de
cruzar el charco, irse
al otro barrio, nada
más lógico, abonar
una tierra que a lo
sumo produciría
potestades de arena,
horarios vacíos, rosarios
desgranando cuentas:
y las mil maravillas
que de joven imaginó,
una mesa, cuatro
costados, pareja,
dos hijas, dos padres,
una madre, y una
noche de bodas
donde el fornicio
era cornucopia,
cuatro platos
cuadrados, a la
puerta dos tricliclos,
a la tarde la mujer
tejiendo una bufanda
roja de lana, y un
centro de mesa con
dos cuencos contiguos:
puré de papa y zanahoria,
y la última recomendación
del Maestro Liu Wei sobre
la imperfección de toda
fabricación en madera,
una madera encuadrada,
el sufrimiento de la madera.