Familia y cuerpos negros en ‘Camino de lava’, el más reciente documental de Gretel Marín

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Fotograma de ‘Camino de lava’ (2022), Gretel Marín (IMAGEN YouTube / gretel marin)
Fotograma de ‘Camino de lava’ (2022), Gretel Marín (IMAGEN YouTube / gretel marin)

La realizadora cubana Gretel Marín estrenó este 2023 un documental que se acerca a una zona ciertamente problemática del presente insular. Camino de lava (2022), título que metaforiza la experiencia transitada por la protagonista del filme, se adentra en las vidas de una mujer negra y lesbiana, residente en Centro Habana, y su pequeño hijo. Al mirar a esta familia, que desafía el conservadurismo machista, el racismo, la violencia de género y el clasismo crecientes en el país, el filme abre una valiosa meditación sobre el presente y el futuro de estos cuerpos (negros) en Cuba.

Camino de lava es un documental militante, y quizás de ahí proceden sus más auténticas virtudes. El argumento ausculta el universo de significaciones personales de Afibola Sifunola (la madre) y Olorun Sile (el hijo) en medio de las dificultades materiales y sociales que pesan sobre sus anhelos. Aunque Grethel retrata (se preocupa por) el vínculo afectivo entre la madre y el niño, y atiende al imaginario de este último, la auténtica protagonista del filme es Afibola, a quien la angustia cómo el afuera impacta en el pequeño. Ella se preocupa por la educación idónea para él dentro de la casa y por la posibilidad de construir un hogar que le ofrezca protección y resguardo…

El documental desafía a la esfera pública cubana ya desde el modelo de familia representado: un niño criado por una madre lesbiana y su pareja (que no vemos nunca). Inteligentemente el filme desplaza de la representación algunas particularidades de esa realidad y deja “en el aire” algunas preguntas que pudieran inquietar a los espectadores: ¿quién es el padre del muchacho?; ¿Dori es la pareja de Afibiola?; ¿cómo pudo adquirir la casa que aspira a reconstruir? Digo inteligentemente porque esa particularidad deviene una coartada que protege la narración del panfleto, y contribuye a acentuar un punto de vista más importante: que el verdadero peligro para Olorum no está en su casa sino fuera de ella, en una sociedad incapaz de acoger con plenitud a los individuos diferentes, sobre todo a aquellos de piel negra. Antes que solazarse en el retrato de una familia no convencional, Gretel Marín prefiere plantar preguntas mucho más esenciales.

Desde tal perspectiva, al presentar a la familia como un núcleo de afectos y relaciones particulares, Camino de lava enfoca con especial sensibilidad la figura de la madre. El retrato de Afibiola –y el documental explicita su condición de puesta en escena– está apuntalado sobre todo en su condición de madre. Ella está preocupada por las mordazas morales del patriarcado y por la coerción ejercida socialmente sobre los cuerpos negros, en tanto aniquilan el pletórico mundo de ambiciones que nutren la sensibilidad de su pequeño. El globo con que Olorum juega en algunas escenas, y que pudiera explotar en cualquier momento de esas tomas sutilmente prolongadas, condensa la fragilidad que la madre advierte en el proyecto de futuro de su hijo.

Gretel Marín organiza la narración mediante el acoplamiento de un grupo de escenas que registran instantes de la cotidianidad de Afibiola: cuando arregla los dreadlocks del pequeño; cuando visita acompañada de una amiga la casa que se ha comprado; cuando conversa con otra amiga en la ventana de su apartamento… Esos momentos sirven de pretexto para meditar sobre la suerte de las personas negras, sobre la suerte de su hijo; entre las ruinas de esa casa que sueña reparar, se le escucha decir cuánto teme que “ese ímpetu, esa seguridad [de Olorum], sea cercenada […] y termine por colgar los guantes y no ser nada, y no explotar toda esa creatividad, toda esa inteligencia y toda esa posibilidad que tiene de hacer y de crear… en este país tan blanco, tan racista, tan patriarcal y tan machista”. Y agrega: “Ser un hombre negro, hijo de unas tortilleras, de una familia humilde […] eso siempre va a ser algo que él va a arrastrar consigo, y su piel, que no la puede dejar en ningún lugar guardada”.

Quizás por todo eso Afibiola se esfuerza para hacer consciente al niño de su negritud y de la necesidad de convertir los atributos de su identidad en armas de resistencia y afirmación.

Hay un dato que no debe pasarse por alto en la valoración de Camino de lava: la participación de la protagonista en la construcción del guion. Esa fue una decisión inteligente de la directora, pues involucró directamente a Afibiola en su propia representación fílmica, en la construcción de su voz y subjetividad… Por cierto, advertir esto último dota de mayor autenticidad los parlamentos del filme, que a ratos parecerían prefabricados. Pero una vez conocida la participación de la protagonista en la escritura del filme, comprende la intención de explicitar el pensamiento (y el activismo) de una mujer interesada en desnudar zonas problemáticas de Cuba, preocupada por exteriorizar –cámara mediante– las interrogantes que se plantea a sí misma.

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Entramos a Camino de lava a través de un hermoso plano en contrapicado donde se ve a Olorum acodado en la ventana de su apartamento, mientras confiesa a Gretel Marín (quien se escucha detrás de cámara) las cosas que más disfruta hacer. Esa estampa de felicidad explica después la angustia de la madre. Inmediatamente después, y antes de hacer avanzar el metraje, la realizadora entrega, sobre fondo negro, un fragmento del poema Iyá de Georgina Herrera:

Madre…

¿Qué está pasando bajo mis pies?

[…]

La tierra huye y se estremece.

Tú, que eres poderosa

haz que regrese y me sostenga.

 Como toda la poesía de Herrera, preocupada por la familia, el hogar y los atributos de la afrodescendencia, este poema es un preámbulo que fija el valor de la maternidad en la construcción del futuro del infante. Así como en esos versos una voz reclama protección a una madre ancestral, los pasajes más genuinos –tal vez por poéticos– del documental son aquellos donde, en la intimidad, el niño y la madre dialogan: allí donde sus miradas, sus palabras y sus cuerpos se encuentran.

En su anterior documental El último país, Gretel Marín recorría barrios y calles de La Habana para escrutar las ideas de la gente, el nervio del país, la cotidianidad de centros laborales y escuelas… Al deambular por la ciudad, revisaba las circunstancias de la isla al tiempo que se miraba a sí misma: el estado de suspensión en que se encontraba su pertenencia y su imposibilidad de permanecer en el país. Aunque menos evidente en el modelado del discurso, la cineasta cubana también intenta encontrar ciertas respuestas personales en Camino de lava. Su vocación feminista la empuja a buscarse en los otros. Y esa vocación resulta una ganancia ética (a nivel de la representación) y una conquista productiva (todo el equipo de realización estuvo integrado por mujeres), que como mínimo posibilita adentrarse en en intersticios de la realidad que suelen escapar a sensibilidades más complacientes.

Esta nueva entrega de Gretel Marín posee ya un notable recorrido en el circuito internacional de festivales. Participó en MiradasDoc (Tenerife), donde ganó el Premio a Mejor Corto Documental; entró en la selección oficial del Festival de Cine de Málaga, y estuvo en las pantallas del Festival Cinélatino-Rencontres de Toulouse. Sin dudas, ese éxito ha estado estrechamente relacionado con su capacidad para pulsar ciertos resortes que movilizan los engranajes de la Cuba contemporánea.

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