Víctor Erice durante el rodaje de 'Cerrar los ojos' (FOTO Mario Pavón)
Víctor Erice durante el rodaje de 'Cerrar los ojos' (FOTO Mario Pavón)

Acabo de salir del cine de ver Cerrar los ojos (Víctor Erice dir., 2023). La proyección de las doce. Un domingo. En la sala había unas diez personas. No sé si Godard o quién hablaba de la muerte del cine. Después de vivir esta película no creo que el cine este muerto.

Ayer traté de ir a verla, pero debo reconocer que cuando vi cuanto duraba tiré la toalla. Estoy acabado de emigrar y tengo mucho trabajo por hacer. No puedo sacarme tres horas del día, así como si nada.

Hace muchos años, en un cine a punto del derrumbe, allá en La Habana, pude ver El sur y la sensación que me invadió fue extraordinaria. Yo no sabía que eso se podía hacer. ¿Es valido hacer una película así? ¿No es trampa? Sin saber muy bien quien era el director me puse a garabatear par de historias para futuras películas que no tenía idea de cómo las iba a hacer.

Hoy siento que he sido parte de algo. Una especie de fiesta, que no es privada, ni es secreta, a la que todos estamos invitados a ir; pero sólo unos pocos se atreverán. En tiempos de mil plataformas y audiovisuales que se parecen unos a otros, donde las caras siempre son iguales y todo parece más un producto o un Power Point que una película, no todos los espectadores se van a atrever a Cerrar los ojos.

Desde el primer plano de la película ya uno sabe que está siendo testigo de algo distinto. Esa primera escena, que está resuelta con un plano general largo y luego corta a un rostro y luego a otro. La mano que mantiene la tensión, la atmosfera, nos sostiene, sin dejarnos ir. En una especie de exorcismo nos saca todas las imágenes malas anteriores que con otros directores se nos han metido en el cuerpo y nos dice: esta es tu primera vez. Relájate. Apaga el móvil. Deja el reloj en casa. Disfruta.

Hay que tener mucho coraje para hacer ese empezar, para no decir que hay que tener muchos… no quiero soltar una mala palabra. En un primer momento pensé titular este texto: “El dedo del medio de Erice”, pero esta obra no da pie a vulgaridades ni a nada feo.

¿Por qué pensé por un momento que Víctor nos enseñaba una peineta? Porque con una naturalidad tremenda nos da una clase de cine, de saber narrar, que, en estos momentos de apurillos y superficialidades, es algo que sólo se le ocurriría a un loco.

Acompañar al director de cine de la película a buscar al actor desaparecido nos pone frente a nuestras propias pérdidas. Frustraciones laborales, pérdidas familiares, dejar de ver amigos. Cada paso que da el actor es una resistencia. Una resistencia contra un mundo que se empeña en borrarlo de la faz de la tierra.

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Hace unos años, el guionista de Cerrar los ojos, Michel Gaztambide, me dio unas magnificas clases de guion, y en una terraza, ya entre bromas, me dijo: “Me voy a la punta de una loma con un rifle porque vienen a por nosotros”.

En aquel momento yo estaba más verde y no entendía porqué decía eso, ni quienes iban a por él.

Hay un momento en la película en donde el director acaba en una especie de sanatorio rodeado de ancianos, enfermos o locos. Es como si nos dijera Erice, yo pertenezco aquí, a los marginados, a los que nadie quiere, a los que hacen locuras, a los que se atreven.

Un nudo de marinero, una canción frente al mar, un huerto, unas manos de trabajar bien duro, parecen dibujar una sonrisa en un mundo donde entre tiktokers y youtubers nos han llevado a perder nuestra razón de ser. Nuestra verdad.

¿Entonces, como en El Quijote, los locos son los iluminados?

No es importante decirlo, pero me vi llorando par de veces en la película. Me vi en ese director fracasado que con dos películas y un libro no se sentía parte de este mundo. Su mundo era otro, las películas, los planos, y como no pudo mantenerse allí. Nadie le dijo: “¡Tienes que seguir haciendo cine!” Como lo que le tocó fue perder…. Ahora su lugar estaba en el mar, con su perro o saboreando un buen tomate.

El personaje de Anna Torrent es tan fino. La manera en que está construido es una provocación, como si fuera una espectadora más, aquella niña de la obra anterior de Erice, ahora ve a estos cineastas y dice: “A ver qué me vas a contar”.

Nunca dude de la maestría de José Coronado, pero en esta película, señores y señoras, José Coronado está mejor que nunca, está de cielo, está sacando toda una vida, y sin alardes, con esa primera mirada, más avanzada la película, nos golpea de una manera descomunal.

Hay un diálogo que dice un pescador: “¿Hay alguien muerto?” Aunque en nuestros cines de España y América Latina muchas veces no se valora el talento, recordando aquello de que “nadie es profeta en su tierra”, hay algo muy real: no, no hay nadie muerto.

Erice está muy vivo. Más allá de todos los que han intentado matarlo de una manera u otra.

Hay que ir a ver Cerrar los ojos. Nos están haciendo un regalo. Y es de tontos no aceptar los regalos.

En este 2023, ya entiendo lo que Michel Gaztambide me dijo: la loma, el rifle, no es por nada de rencor u odio. Subir la montaña, alejarse y estar preparado, es la única manera de sobrevivir a la invasión de zombis.

Víctor Erice nos invita, nos regala y provoca diciendo: cierra los ojos. No veas. Sólo con los ojos cerrados es que vas a poder ver de nuevo.

Ahora, ábrelos.

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CARLOS LECHUGA
Carlos Lechuga (La Habana, 1983). Director, guionista, script doctor, ghostwriter y muy cinéfilo. Estudiante de la FAMCA, del ISA, y de la EICTV. Ha dirigido varios cortos y tres largos: Melaza, Santa y Andrés y Vicenta B. Ha trabajado con cineastas como Humberto Solás, Juan Carlos Tabío, Iciar Bollain. Sus obras han estado en varios festivales internacionales como Toronto, Rotterdam, San Sebastian y en museos como el MoMA.

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