Fotograma de ‘Las ventanas’, Maryulis Alfonso dir., 2014
Fotograma de ‘Las ventanas’, Maryulis Alfonso dir., 2014

Una de las ganancias fundamentales del cine cubano de las últimas dos décadas, es el ensayo de una gramática menos sociológica. En Cuba, pasados los años dorados del ICAIC, se asentó una estética que miraba siempre al individuo según su posición en la sociedad. Con el tiempo ese tipo de cine devino demasiado externo, incapaz de entender el rol de la subjetividad y las emociones en el comportamiento y la proyección del ser. Una zona fundamental de esa “comunidad imaginada” denominada cine independiente comenzó a ahondar en las dimensiones existenciales de los individuos, en sus conflictos subjetivos, en las problemáticas que atañen a su identidad y su cuerpo, sin buscar explicaciones en las dinámicas del transcurrir social. Sin ser una característica exclusivamente cubana, este paso gradual de un “cine social” a uno interesando en los mundos interiores y en los pasajes de la conciencia de los personajes, trajo para la cinematografía insular un aliento y una vitalidad que venía necesitando hacía ya muchos años.

El cortometraje Las ventanas (2014), dirigido por la realizadora Maryulis Alfonso, es un afortunado ejemplo de esa nueva dramaturgia y del repertorio expresivo que ha motivado. Que la película esté dirigida por una mujer es un índice relevante de cómo los cambios en la estructura del campo cinematográfico pueden arrojar nuevas expresiones estilísticas. La aparición sistemática de realizadoras en el circuito fílmico nacional, ha posibilitado una mayor producción de historias enfocadas en visibilizar, discutir, reflexionar el imaginario de las mujeres, sus cualidades racionales y afectivas, sus problemáticas particulares, indiscutiblemente marcadas por una historia cultural de signo patriarcal y machista. La recurrencia de un protagonismo femenino en los filmes de Alfonso ilustra su interés por representar, complejizar, investigar un cuerpo y una sensibilidad (femeninos) que tienen formas diferenciadas de expresarse. Estos son justamente algunos de los factores que han motivado la exploración de otros imaginarios estéticos, la apuesta por nuevos criterios expositivos y de puesta en escena, la invención de maneras diferentes de plantear los conflictos; en definitiva, son estímulos que han suscitado una reformulación de la sintaxis (de la fotografía, del montaje, del sonido…).

Basado en el relato homónimo de Anna Lidia Vega Serova, Las ventanas documenta el día del cuarenta cumpleaños de Lucía, una mujer perdida en sí misma, atenazada por una insondable soledad y una lacerante frustración existencial. Toda la narración es un intento por aprehender las tribulaciones de este ser: sus ansiedades, las represiones físicas y emocionales productos de su incapacidad para emanciparse y dejar de reprimir sus deseos, las pulsiones de su cuerpo y su mente. Alfonso delinea una anécdota casi intrascendente en términos de acción dramática. Cuanto vemos en pantallas son los exiguos movimientos de Lucía por su estrecho y derruido apartamento –expresión espacial del estado de su mundo interior–, un breve encuentro con su madre, y los pasajes imaginarios que se inventa para escapar de su vacía y anémica realidad. Según avanza el relato, los roces entre ella y su madre, los instantes que pasa frente a su mesa de trabajo, más las escenas producto de su pensamiento, procuran dibujar un retrato de la insatisfacción y la crisis psicológica de la protagonista.

Dicho de tal forma, no parece particularmente relevante Las ventanas. ¿Dónde se encuentra su distinción? En la serie de soluciones expresivas y dramatúrgicas emprendidas por la realización para presentar el trance existencial vivido por el personaje. De entrada, habría que mencionar el elocuente trabajo de Alfonso con la dimensión simbólica de los objetos, las acciones y el espacio. Antes que desarrollar el conflicto por medio de una cadena de acciones puntuales, la directora opta por cifrar en una serie de elementos de la puesta en escena el desnudamiento del mismo. La concepción espacial del apartamento resulta de particular importancia. La escaza movilidad a que está confinada Lucía, prácticamente sujeta a la mesa donde modela las figuras de arcilla que su madre vende para vivir, ilustra su falta de libertad, enuncia a nivel físico la prisión interior en que vive.

Todavía llaman más la atención las múltiples ventanas de la casa, que comunican tanto con el exterior del edificio como con los espacios interiores del hogar. Inteligentemente la cámara se emplaza casi todo el tiempo desde la oquedad de una ventana, un matiz fotográfico que indexa la mirada la protagonista y subjetiva la narración. Las ventanas son las metáforas del ansia de libertad, de la posibilidad de fugarse de esa realidad que la oprime y le impide consumar sus deseos.

Pero las ventanas, que solo le permiten mirar al patio interior del edificio, no hacen sino devolver a esta mujer al espacio angosto de su apartamento y recordarle que hay una vida más allá por la que es incapaz de luchar. Lucía se inventa entonces otro mundo donde materializar sus ambiciones, sus sueños, su hambre de independencia: unos pasajes imaginarios que irrumpen durante la trama como materialización de su voz interior. Pero esa voz se escucha solo en esos intentes de ensueño; en la dimensión real, el personaje jamás habla o dice palabra alguna, otro ademán que puntualiza su incapacidad de acción, su incompetencia para tomar las riendas de su existencia. Ese estado esquizoide del personaje, debatido entre su realidad y sus aspiraciones, es adoptado por la realizadora al nivel de la misma estructura narrativa, que alterna varios niveles de realidad al punto de confundir qué es real, qué es producto de la neurosis del personaje, qué imágenes son recuerdos y cuáles proyecciones de una vida añorada.Las ventanas | Rialta

Un detalle de sumo interés en Las ventanas es el rol de la madre. En el instante en que esta señora irrumpe en escena, con el dulce para celebrar un cumpleaños bastante similar a un velorio, el espectador conoce de su carácter dominante y posesivo. (La atmosfera de tedio y desconcierto que se respira en el apartamento el día del cumpleaños de Lucía, responde a una serie de soluciones de estilo que comentan a nivel expresivo la angustia emocional de la protagonista). El desenvolvimiento autoritario de la madre induce a pensar que es la culpable del estado actual de su hija. Cuando un posible enamorado de Lucía toca a la puerta con interés de felicitarla, la señora lo impide. Luego ella misma comenta algo sobre el padre de Lucía, y de inmediato apunta que es mejor no hablar del tema. Esos pocos segundos en que aflora la figura masculina durante la trama, introducen una escala de valores patriarcales responsable de los patrones (o modelos) de feminidad representados. La madre parece empeñada en proteger a su hija de la desventura amorosa, pero ha terminado por confinarla a la infelicidad, pues cuanto añora Lucía es una pareja, un compañero para su vida.

Las ventanas tiene la virtud de una audaz construcción narrativa y una precisa puesta en escena, que dimensionan el correlato ideológico del argumento. Alfonso enhebró una historia plena de matices sobre una mujer ahogada en su infortunio. Ejemplo de ese cine cubano enfrascado en las asombrosas y bullentes emociones de los individuos, el filme muestra todavía hoy un camino creativo de alto potencial para nuestra cinematografía.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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