Cuando Marco Polo visitó en el siglo XIII el Asia Oriental, quizás no tuvo consciencia de que operaba con su viaje un proceso de simultánea bidireccionalidad. A la vez que el veneciano descubría los pueblos de esta región del mundo, estos lo descubrían a él. Mientras su presencia modificaba el contexto, como heraldo de las maneras culturales de Occidente, el cosmos oriental resonaba en él, lo impactaba y transformaba ineluctablemente.
Otro italiano, Matteo Faccenda, emprende 800 años después un periplo similar a través del Asia rusa (Ekaterinburgo, la Isla de Olkhon en el Lago Baikal en Siberia), Turquía (Moschea Blu, Estambul), Mongolia (Erdena Zuu, Kharkhorum), China (Pechino, la Gran Muralla en la zona de Mutianyu), Nepal (Katmandú) y la India (Varanasi y Allahabad, en Uttar Pradesh, Khaj-rao en Madhya Pradesh, Puri en Odessa y Chitrakote Falls en Chattisgard), con el objetivo de filmar el documental Genius Loci (2022), inspirado en la película Baraka (Ron Fricke, 1992).
Esta vez el viajero cuenta con plena consciencia del descubrimiento mutuo que sucede a cada paso suyo por las tierras ajenas. Sobre todo, está atento a una tercera y más esencial dinámica: el auto descubrimiento derivado de ese viaje, que completa una triada trascendental iniciada y culminada en el propio Matteo.
El viaje por Asia implica en el realizador la deconstrucción de su yo cultural, además de la descomposición de su yo nacional, y la final disolución de su yo coyuntural, condicionado por circunstancias históricas y geográficas específicas que determinaron su ser intrínsecamente occidental; estado del que Faccenda se desprende y pasa a reconocerse como un ente intrínsecamente humano, habitante de un universo pluricultural, múltiple, transnacional. La noción de lo nacional termina desplazándose hacia el sentido trascendental de la heterogeneidad planetaria, que es una en lo mucho. Es Todo y a la vez es Todos, revelando y ratificando así las insuficiencias lingüísticas de la cultura occidental para definir estados mixtos de la existencia, no excluyentes.
Faccenda, director, fotógrafo, productor y editor –junto a Everlane Moraes— de Genius Loci, acaba de ganar con este documental el Reconocimiento Rai Cinema, dedicado a Franco Scaglia en el 8º Festival Visioni dal Mondo, celebrado en Milano en septiembre de 2022, por “haber podido comprender a través de la esencia del cine, un universo de mundos, culturas y tradiciones, que condensan la singularidad de la naturaleza humana en un viaje transversal entre la espiritualidad y la materia”, según establece el acta del jurado, que supo percibir cómo el viaje de Matteo es una travesía hacia la disolución de conceptos como el yo y el otro, el aquí y el allá, el ayer, el hoy y el mañana; inventados todos por la lógica occidental de la fragmentación cuantitativa y la exclusión, una exclusión que siempre busca sajar la realidad en opuestos inconciliables, apenas complementarios, pero marcados por un gregarismo rampante.
País a país, territorio a territorio, secuencia a secuencia, plano a plano, Faccenda va despojándose de sus condicionamientos culturales. A la par, va sumergiéndose en las lógicas, los rituales, los credos, las filosofías de esos otros que no son tan ajenos, y las abraza con la más honesta discreción. Su mirada experimenta una constante regulación, adaptándose a lo que ve, al mismo ritmo en que lo visto lo transforma a él.
En este viaje fílmico y espiritual solo permanecen invariables la curiosidad y la humildad, grandes ejes filosóficos y éticos de toda la película. Sin embargo, la curiosidad de Matteo no es la del científico invasivo que primero secuestra, mata y extirpa de su hábitat el potencial objeto de estudio, para luego desollarlo, diseccionarlo y porcionarlo en pedazos acomodables a las mínimas dimensiones del portaobjetos de un microscopio –no importa cuán alienados resulten una vez que separados de la mónada–. Cuando se despedaza algo, el alma se escapa entre las heridas y solo deja tras de sí un exoesqueleto inservible, desahuciado, que solo podrá ofrecer una información limitada a quienes investigan sus despojos.
La curiosidad de Faccenda es la del ser dialogante que se desnuda apropiadamente antes de entrar en lo desconocido, que se ve y se entiende a sí mismo a la altura (o incluso menos) de lo que mirará y descubrirá. No por esto su mirada abandona su singularidad. No se trata de disolverse hasta el punto de perder la noción de sí. Mientras más consciencia se tiene del universo, más sólidos se vuelven los fundamentos de la personalidad.
Una vez que se libera de la pesada responsabilidad cultural de ser epicentro y medida de todas las cosas como hombre blanco, heterosexual y europeo, Matteo está listo para reconocerse con mejor precisión y sobre todo con mucha paz. Ser parte no es peor que ser el centro. Por el contrario, el sosiego interior sobreviene cuando, libre de las falacias civilizatorias, raciales y sexistas del embuste del Destino Manifiesto, se percibe la verdadera medida que le corresponde a cada uno en el reino de este mundo y quizás en otros reinos invisibles.
Genius Loci prescinde de cualquier oralidad didáctica, de cualquier la explicación enciclopédica asentada en molduras gnoseológicas occidentales, y gana en dimensión ontológica. No requiere la cinta que el espectador esté previamente enterado de la localización geográfica de los espacios, sucesos y sujetos filmados, o siquiera de los detalles de todos los rituales religiosos expuestos. Eso no es lo que importa, sino las emociones, las sensaciones y los principios compartidos con esa otredad representada.
La percepción de la comunión irá mitigando la sensación de extrañeza, de vaguedad, misterio y miedo. Hasta puede que permita a las audiencias occidentales del filme percibir –una vez libres de la liviandad folclorista y pintoresca con que puedan asumir de primera instancia la película– lo que de misterioso, extraño y maravilloso hay en sus propias cotidianidades, tan dadas por sentado como para propiciar la más catastrófica alienación del entorno. Se reconocen entonces como otros. Entonces, todos somos parte de la otredad, esa ilusión de los sentidos marcados por el ego.
Más que viajar, Matteo se mueve, se suma al perpetuo movimiento de la existencia, cuya ideal representación simbólica es la rueda, elemento intensamente simbólico que protagoniza una de las secuencias claves de Genius Loci, en la que el montaje engarza numerosas ruedas y cilindros girando en una cadena infinita de idas, regresos, idas… en un eterno retorno, un movimiento pendular desde lo esencial hacia lo trascendental.
A lo largo del relato, Faccenda va adquiriendo la múltiple naturaleza de visitante y habitante, de extranjero y local, pues lo “que está fuera está también adentro y lo que no está adentro no está en ningún lado”, según reza uno de los textos del periodista, escritor y ensayista Tiziano Terzani que el realizador cita como postulados conceptuales de la película.
Genius Loci es la crónica de un viaje hacia afuera y hacia adentro, hacia arriba y hacia abajo, que busca responder preguntas con más preguntas, haciendo de la interrogación divisa y signo de la honestidad y la decencia con que el realizador aborda los mundos registrados por su lente nómada, peregrino, enfocado siempre en la iluminación y la revelación.