Las muertes de Lázaro Lemus en Oberhausen

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‘Las muertes de Arístides’ (2019), de Lázaro Lemus

Vuelve a ser noticia Las muertes de Arístides, un singular documental realizado en 2019 por el cineasta cubano Lázaro Lemus. Ahora gracias a ser seleccionado para la edición 66 del Festival Internacional de Cortometrajes de Oberhausen, que este año –dadas las actuales circunstancias epidemiológicas que atraviesa el mundo, a consecuencia de la Covid-19– tiene lugar de forma online desde el pasado día 13 hasta el 18 del mes en curso, con transmisiones de las películas por 48 horas a partir del momento de su programación y bajo un costo de 9.99 euros para acceder a más de trescientos cincuenta cortos. La proyección de Las muertes… comienza este 16 de mayo.

El filme de Lemus ha disfrutado de un recorrido por festivales considerable. Luego de concursar en la Muestra Joven ICAIC (La Habana, 2019), pasó por el 12do Festival de Cine Experimental Cine Toro, en Colombia; por el Festival Internacional de Cine de la Patagonia (FICP) y estuvo, además, en el Word Cinema Amsterdam Festival. Sin embargo, su participación en la cita de Oberhausen, tomando en cuenta el prestigio del evento, resulta un reconocimiento relevante a la indiscutible calidad de Las muertes…; o mejor, al riesgo estético afrontado por su director, quien doblegó el lenguaje audiovisual hasta consumar un cuerpo poético de una marcada expresividad. Y como si no fuera suficiente lo anterior, en medio del retoricismo vacío que tanta divulgación alcanza en el panorama cinematográfico cubano, Lemus trascendió la eficacia de la forma al hacer de ella una elocuente operación de pensamiento. Por tales razones, no es de extrañar que esta pieza, de una inteligente estructura narrativa y de una belleza indiscutible en su plano expresivo, haya sido incluida en la Competencia Internacional del certamen alemán.

Recordemos que el espíritu de experimentación que alimenta a Las muertes… ha motivado desde siempre al Festival de Oberhausen. Cuando surge en el año 1954, sus propósitos eran bien distintos a los que abraza hoy, con el paso del tiempo, sus intereses e intenciones han variado considerablemente. Justo esas transformaciones son las que han garantizado que el certamen sea reconocido en la actualidad como “la meca del cortometraje”; título deudor no sólo de su defensa de las posibilidades estéticas del formato corto, sino del marcado sentido político que lo ha caracterizado y de su apertura a las maniobras de experimentación más desemejantes exploradas por el audiovisual contemporáneo.

Estamos hablando de una de las más importantes plataformas para materiales de corta duración, que no ha dudado en asumir en su catálogo –junto a videoartes y piezas francamente experimentales–, obras propias del universo de la publicidad. No se puede pasar por alto que fue en Oberhausen donde se firmó, en 1962, el famoso Manifiesto homónimo en el que un grupo de cineastas alemanes declararían su vocación de dar al traste con los paradigmas fílmicos entonces dominantes, y que devendría uno de los primeros impulsos para la emergencia del Nuevo Cine Alemán. El mismo Lemus me comentó cuando le pregunté sobre la participación del documental en la presente edición del Festival: “Por allí han desfilado grandes cineastas a los que admiro mucho, como Werner Herzog, Martin Scorsese, Agnès Varda, Chantal Akerman, el inigualable Chris Marker y muchos otros. Es la primera vez que estoy en un festival de tal importancia. Imagínate lo que eso significa para mí”.

Pero, ¿en qué consiste la singularidad de Las muertes…? En otra parte he llamado la atención sobre los valores que distinguen a la película; no obstante, aprovecho la oportunidad para subrayar algunas de sus particularidades, relativas a la complejidad con que reconstruye pasajes de la memoria de Arístides en sus familiares, amigos y las personas que lo conocieron. Y, en efecto, el documental, antes que la aprehensión sensible de una realidad, antes que la captura en imágenes del mundo físico, es la evocación emocional de un recuerdo, la exploración del dolor, los sentimientos sufridos por quienes se duelen ante la pérdida del sujeto evocado. Las imágenes constituyen vestigios de cuanto permanece en la memoria; ellas mismas son el intento de organizar ese diálogo entre el recuerdo y la experiencia de la realidad. Puedo decir, por tanto, que la sintaxis de este ensayo audiovisual es la materialización de los efectos que la ausencia de Arístides deja en los otros.

Mas lo anterior no resultaría tan notorio si no fuera por el andamiaje que lo sostiene. De entrada, tengo que señalar la apelación directa a los valores semánticos de una multiplicidad de agentes narrativos que confluyen en la trama: fotografías de Arístides y de su madre, materiales de archivo diversos, secuencias animadas –que apelan a diferentes técnicas–, música, narraciones en off… Los cuales, amalgamados en un cuerpo orgánico, gracias a la eficacia estilística del autor, disparan el discurso del texto, al punto de inscribirlo en la Historia como solución simbólica a contradicciones, luchas de resistencias, conflictos subjetivos, que laten en el terreno social del que hace parte el documental.

El direccionamiento temático recae aquí sobre una serie de cartas que Arístides le enviara a su familia durante su estancia en el Servicio Militar Activo. Cartas que escuchamos de la voz de su autor, estrategia ficcional que perpetra un ejercicio complejo de figuración del yo, pues el recuerdo de quienes evocan a Arístides se enlaza con las emociones que se supone experimentó el sujeto en el instante en que escribió las cartas. Estas misivas constituyen la columna vertebral de la cinta, un centro del que emanan los restantes dispositivos de enunciación.

Así, entre los segmentos de animación digital –que grafican las vibraciones que brotan de la palabra de Arístides– y los fragmentos fotoanimados –que tienden a revisar las resonancias de su muerte en los demás–, se cuece aquí un registro sumamente revelador del peso de la memoria y su intervención en el mundo. Pero, todavía este acto estético alcanza un nivel discursivo mayor, pues, necesariamente, ocurrida la muerte de Arístides en cumplimiento de su Servicio Militar, el documental se abre hasta incluir dentro de sí problemáticas concernientes a lo social, que rebasan el espacio de lo íntimo. No hay dispositivo artístico que no sea también un artefacto ideológico. Por ello, arriesgo que Las muertes… ejecuta un torcimiento en el orden cívico cubano, al denunciar las consecuencias devastadoras, los peligros, los ecos sociales del Servicio Militar. El documental transita de la singularidad de la forma, al carácter tipo del discurso. El plural del título nos avisa tanto de las continuas veces que el muchacho muere en quienes lo recuerdan, como de los múltiples Arístides que mueren continuamente.

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Esta indagación mental, resuelta en una atmósfera de irrealidad en la que convergen voces, figuras, motivos simbólicos de distintos tipos sin una causalidad aparente –orquestada en una estructura consciente de sí– confirma la pujanza de un audiovisual que, sin los favores de la industria nacional, promete imprimir sentido de contemporaneidad al cine cubano. A propósito del proceso de producción me comentó el director: “El documental se hizo con el fondo para cine GoCuba y el Fondo Noruego para el Cine Cubano […], lo hice prácticamente sin salir de mi casa, me tomó un año terminarlo, iba y venía entre fragmentos de memoria que podía encontrar, fue un proceso agotador, con muchos desaciertos, pero que fue encontrando su tono mientras avanzaba, algo que no es común en las obras de animación”. Ha querido destacar que “es por Boris Prieto con Iroko, asociación radicada en Francia que promociona y difunde el cine cubano, que la película ha podido moverse más. Fue por Iroko y su trabajo de difusión que Las muertes… entra en Oberhausen”.

La presencia de Las muertes… en el Festival de Oberhausen se suma, de este modo, a la participación de otras tantas películas cubanas independientes –no producidas por instituciones estatales– en muestras internacionales, hecho que está mostrando la valía de una zona, por minúscula que sea, de nuestro audiovisual. El filme hace parte, desde luego, de una genealogía reconocible, a la que pertenece, por poner un ejemplo puntual, la obra de Alejandro Alonso, quien fungió precisamente como productor en Las muertes… y con quien Lemus ha codirigido otros dos filmes: Delirio (2011) y Cierra los ojos (2012).

Insisto en que hay que seguir de cerca la trayectoria de este joven cineasta, que ahora mismo se encuentra produciendo con Estudio ST una nueva película: “Ahora estoy metido en un proyecto documental que utiliza nuevamente el tema de la memoria como materia. Se titula Decimario, un documental que intenta apropiarse de la forma de la décima y traducirla en su propio cuerpo, en su estructura, compuesta de 10 capítulos o versos. Es un retrato a Oria, mi abuela de 74 años, artista popular de la décima, pero completamente desconocida”. Creo que es suficiente el comentario anterior para corroborar las ambiciones de Lemus, consciente de que la potencia del cine emerge sólo de su entrega al pensamiento.

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