José Kozer (FOTO Karime Bourzac)
José Kozer (FOTO Karime Bourzac)

Esta entrevista a José Kozer tuvo lugar a propósito del lanzamiento del cuaderno Imago mundi V, publicado en Miami el pasado 2022 por Ediciones Furtivas.

Desde el título mismo de este libro, Imago mundi V, se me revela una sensibilidad que se ha nutrido de culturas varias, y aún más, veo una suerte de asunción de la vida humana como parte integral del ruedo cósmico, incluyendo lo ritual y el reconocimiento de las existencias más simples ¿Crees que esta particularidad pudo tener su origen en la trashumancia inherente a tu origen judío?

¿En la necesidad de habitar un territorio en el que la historia, la geopolítica u otras contingencias sean incapaces de mediar?

La pregunta me implica una enorme dificultad, lo cual agradezco.

Vivo una contradicción que no puedo resolver, y que me zarandea desde que tengo uso de razón, y hasta el día de hoy. Su esencia está en la pregunta, justo donde plantea la necesidad de una asunción hacia algo que se acerca a la abstracción y que se menciona como “ruedo cósmico”: en efecto, como aspiración, máximo deseo, en mí está una ineludible necesidad de verticalidad antigravitacional, un querer ir contra esa fuerza de gravedad que nos somete impidiendo la subida al Cielo: adolescente veía, por razones múltiples, que no quería la calle, esa tentación cubana, ese rumor hondo de vida casi utópica por alegre, umbrosa y soleada, que era la acogedora calle cubana del reparto habanero donde crecí, sino que quería la celda monástica con libros edificantes y ficciones, con soledad y silencio absoluto, inmemorial necesidad de vivir sin vivir en mí, morir porque no muero.

Y por qué no. El conflicto se me presentó vívidamente cuando empiezo a intuir que, a la hora de expresar esa real necesidad interior, la más íntima, algo se me atraviesa, y es la creación, la prosa al principio, que resulta fallida y no encuentra asidero en mi “capacidad” de expresión, y luego, casi por defecto, y de última instancia la poesía. Esa poesía horada todo, en particular la necesidad de asunción, de alcanzar las altas torres de la Jerusalén Celeste y quedarme corto, como cada poema que escribo y he escrito siempre se me queda corto (de lo contrario hace tiempo hubiera dejado de escribir: el poema perfecto, el inalcanzable, anula toda la poesía).

Y barrunto ya muy joven que tendré que vivir una vida de segunda fila, la del escritor de poemas. A lo más que podré aspirar, bastante alejado de la vida monástica y de la aspiración a un alto grado real de índole celestial, es a fungir de poeta, hacer realidad su simulacro, papel de segundo orden, grado degradado en función de la aspiración que se me escurre entre los dedos: llevo en adelante un asterisco en la frente, asterisco que marca una frontera insalvable, hecho que me recuerdo a diario escribiendo un poema y dándome unos golpecitos con la yema del dedo índice en cada una de mis sienes.

Esas culturas varias a las que tu pregunta alude participan de ese segundo estado de convivencia conmigo mismo y que no son más que la tan cacareada búsqueda del conocimiento. Todo conocimiento se anula en pocos días por la vía del olvido. Queda por supuesto un pozo, o más bien poza, que, con los años, el estudio, la lectura, las experiencias de la vida conforman una personalidad, un comportamiento, un ethos, pero que no deja de ser obstáculo, impedimento de la aspiración primera: estar en el origen que es la muerte sin apenas movernos, en esa especie de ataraxia que los chinos denominan wu-wei, la inactividad.

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La inactividad de la repetición que puede encontrarse en el Cántico espiritual, de San Juan, y que merece la pena ser leído y canturreado a diario o en el Sutra del corazón, que es el sutra más breve del budismo y que contiene para mí toda la conflagración, toda la doctrina (dharma) búdica.

Amo los insectos que no me parecen insignificantes, los insectos son mis animales domésticos. Favorezco la hormiga a la cucaracha, la abeja sagrada a la lepisma que se come el papel y quiere destruir mi escritura acumulada a través de los años (va y me hace un favor).

Y sí, algo de todo este proceso que malamente describo en esta respuesta tiene que ver con mi origen judío, vivir la incertidumbre tantas veces inexplicable de la expulsión, del afán en cierto otro de extinguirnos, por ende de extinguirme. Mas, y creo importante aclararlo, declararlo, esa particularidad no es exclusiva de mi origen judío, lo es también de mi nacimiento cubano (a Reina le dije en Madrid en una ocasión que yo era primera y última generación de cubanos, hecho que casi me acerca a mi anulación, a ser de cabo a rabo ceniza cubana).

Un efecto que he sentido al leer estos poemas es una suerte de apelación gustativa, un aleteo en el olfato y en la sonoridad, a partir de verme expuesta a palabras como “heliotropo”, “achicoria”, “pomares”, “hidromieles”, “zurear”… Palabras que hablan de una dote lingüística que me sorprende y degusto con fruición. Me sitúo en una realidad parecida a la de tus versos: “Había / en Cuba dulce para todos. / No había que desfallecer”.

¿Eres consciente de esta inmersión sensorial a la que nos expone tu poesía?

Lo soy. Sefamí, que ha estudio bastante mi trabajo, indica que hay un momento en que dejo atrás el sentido de la vista, primordial hasta una época y, en su lugar, el oído pasa a un primer plano: concuerdo. Pero añadiría, como bien haces en tu pregunta, el olfato y las papilas gustativas. De manera que ahí tenemos un aumento extensivo y creo que intensivo de los sentidos, las cinco skandas “que no tenían existencia propia” como los llama el Sutra del corazón.

Esos sentidos balbucen vida, y más que nada desde el punto de vista de la poesía, vida estética, buen gusto, belleza (el feísmo es parte de esa belleza, lo es por igual la desfachatez). El poema se enriquece gracias a un estado continuo de lectura, referencialidad, anacolutos, saltos que movilizan esquivando y esquivan dando superficie y fondo a la escritura. En parte vienen del vocabulario que tiende a crecer, hacen belleza de la excrecencia, transforman un lunar de sangre o un bigote en la mujer (la mujer barbuda circense) en risa, sonrisa, dolor: hacen del poema vida, éxtasis, conformación. En esa conformación aparecen palabras, es tal la pobreza actual de vocabulario que las palabras citadas en esta pregunta las considero tan llanas y corrientes como haber escrito cantar las palomas en vez de zurear, tomar agua potable con una cucharada de miel en vez de hidromieles, o ser la achicoria algo que veía a diario en Nueva York camino de mi trabajo universitario –“achicoria en placeres”, cubanismo por “baldío”), donde crecía silvestre, y ser además tan común y corriente como los años que llevamos mi mujer y yo bebiendo a la hora del desayuno una taza que contiene mitad café, mitad achicoria.

No es por lo tanto prerrogativa del barroco o del neobarroco recuperar ese ingente vocabulario que nos brinda el idioma español (y nuestro cubaneo), para mí el más rico de los idiomas si se le compara por ejemplo con el francés o con el propio inglés, que tiene más palabras cuantitativamente hablando que el español, pero con muchas palabras “democráticamente prestadas” de otros idiomas, entre ellos el propio español: o palabras que lo son mediante un agregado del tipo up, down, in, out, y eso para mí no vale; así cualquiera.

La jugosidad de cada palabra que existe en español es algo único.

No olvidemos, por último, la riqueza de lenguaje, de vocabulario, de Martí, de Carpentier, Heredia o en el orientalismo de Casal, Lezama o Lorenzo García Vega. Toda esa tradición cubana lleva con naturalidad a los crisantemos, el crisoberilo, o el cardenillo, lo cual no significa ser rebuscado o postalita.

El nombre “Cuba” –hasta cuando confiesas que todo es visible menos ella– está enlazado a tu vida, al igual que el de esa poeta imprescindible que es Reina María Rodríguez. ¿Cúal ha sido el elemento más notable en esta amistad Reina-Kozer?

Ah, Reina, Reina María, Reina de Ánimas: en Reina hay dos virtudes difíciles de encontrar en los seres humanos; representa y forma parte viva del concepto de ahimsa, no en el sentido político de Gandhi, sino en el sentido de la palabra en sánscrito, su sentido original, donde ahimsa significa no ya la resistencia pasiva gandhiana, sino la idea de no dañar. Reina es una persona incapaz de dañar, y ese grado de existencia –en ella creo que natural– engloba su generosidad, su desprendimiento. Y segundo, en Reina, a diferencia de la mayor parte de los creadores, el ego está reducido a tal extremo que no siente ni pizca de envidia: ¿poeta que no envidia?, rara avis.

Hay algo que va más allá de Reina y que considero un cambio fuerte generacional. Con la muerte de Octavio Paz desaparecen las vacas sagradas del panorama poético en lengua castellana, la era que viene del romanticismo europeo de las vacas sagradas se diluye –diría que desaparece– casi: no hay un Vallejo ni un Lezama, un Neruda o un Huidobro, no hay un Haroldo de Campos ni una Mistral “insuperables”. ¿Dónde en este modo de concebir la creación están, en poesía, en idioma español, Jaime Gil de Biedma, Miguel Hernández (que no todo lo que es poesía en la generación del 27 y siguientes es Lorca)? ¿Lezama y no Reina; Ángel Escobar o Raúl Hernández Novás apabullados por la obra y personalidad “desfachatada” de Virgilio Piñera?

Entramos, como bien recoge Medusario, en la época del primus inter pares: no hay superior ni inferior, más grande o menos grande, los poetas que conforman la muestra Medusario lo hacen en igualdad de condiciones, desde sus propias y cabales diferencias, los reúne el concepto de neobarroco pero no la idea de que Echavarren es mayor poeta que Huerta, o Zurita que Lamborghini: en poesía brasileña Wilson Bueno tiene la estatura de Paulo Leminski, como por otra parte la mexicana Coral Bracho tiene la de la uruguaya Marosa di Giorgio.

Reina, tal cual: no se ve como mejor poeta que Soleida Ríos, o superior a cualquiera de los poetas de resonancia neobarroca. Eso no está en su ADN ni en su conciencia o inconsciente. Reina es la poeta que no categoriza, que entrega lo que puede, confía y desconfía como cualquier creador en cualquier campo de la creación. Su devoción es la poesía, el ensayo (es para mí una ensayista de primera), su devoción es ayudar y no dañar, y es hacer la vida de un ser humano dado en una época determinada, esta, sin orientar su trabajo a una posteridad –yo suelo escribir la palabreja como “posterioridad” y creo se cae de culo por qué lo digo.

Así, en Reina encuentro una amistad compleja como toda amistad mediada por el respeto a su obra, una obra que leo con gusto, distinta por completo a la mía, y por ende, obra que entre muchas otras cosas me ayuda a rectificar mi trabajo.

Somos un buen par de neuróticos que nos matamos de risa cuando vemos con claridad en qué consisten nuestras neuras.

“El cuerpo en equilibrio / al sentarse (origen / de toda moral”: estas palabras condensan una actitud esencial que no puedo pasar por alto. ¿Practicas algún tipo de meditación? También dices: “…quisiera / haber nacido chamán?” ¿Crees que hay algún camino de vida que te quedó por explorar, más allá de la poesía, que es también en sí misma una iniciación?

Entramos en la zona monástica de mi fracaso. El cuerpo en equilibrio es la práctica del zazen, el cuerpo erguido en la postura perfecta, relajada, el cuerpo sentado en su zafu, donde se inicia el vacío de la cabeza, de manera que se alcance el punto natural en que todo desaparece por un rato, a través de la práctica zen. Vaciar es relajar, integrar; vaciar es práctica sistemática, que lleva a un ethos, una tranquilidad; la quietud interior donde podemos ser no siendo para dejar de ser: a lo sumo podemos estar (agradezcamos al español que exista un verbo que se desdoble como ser y estar, y no sea un to be tajante, unívoco, un être absolutista, que no tiene desdoblamiento sino fijación).

Practico hace más de treinta años, a mi manera y en solitario, la meditación. El orden es concentración, meditación y por último ese grado casi imposible de alcanzar y mucho menos de sostener que es la contemplación (por analogía las tres vías del misticismo: purgatio, illuminatio, unio).

Mi cabeza es una cabeza revuelta, un amasijo, un bullicio continuo que malamente consigo controlar escribiendo poesía, sitio donde me embarga el silencio interior, y haciendo concentración y meditación, aspirando a una asunción que categóricamente no alcanzo, en verdad me rebasa. Escribiendo un poema me vacío, y desaparezco; no hay José Kozer, hay escritura.

No alcanzo la deseada asunción, pero me es muy útil que, por unos quince minutos un par de veces al día, me chamanice, me aleje de la basura ambiente, la materiali- dad excesiva que va camino de destruir al planeta, anima a los imbéciles a encontrar cobijo en las nefastas tiranías que cada vez proliferan más en este momento histórico.

Y chamán de mí, entro en zonas curativas como cuando me repito dos o tres veces al día el Sutra del corazón y su final (más que finalidad) con el gate gate paragate parasamgate bodhi svaja.

Soy en lo material un minimalista, lo son mi mujer Guadalupe y mis dos hijas; cada vez queremos menos y necesitamos menos, aquello de San Francisco de Asís que se dice que dijo “quiero muy pocas cosas y las pocas que quiero las quiero muy poco”.

José Kozer (FOTO Karime Bourzac)
José Kozer (FOTO Karime Bourzac)

José Kozer: tajante y definitivo es el título de un libro conseguido a partir de unas quince horas de conversación entre el escritor Gerardo Fernández Fe y tú mismo. ¿Qué fue lo más grato de este intercambio entre escritores de generaciones distintas? ¿Crees que es importante que el legado de un autor comience a desprenderse de él mientras aún respire?

Hay una nueva generación de jóvenes intelectuales que son creadores entre los cubanos tanto del interior como del exterior, así como en lengua española, tanto en América Latina (lo que incluye a Brasil) como en España.

Desde que leí la primera novela de Gerardo Fernández Fe (La falacia, que me envió desde Cuba), sentí que me encontraba con alguien de una seriedad multidimensional y una capacidad de trabajo que participaba de esa nueva generación de jóvenes, donde veo una buena cantidad de creadores e intelectuales que generan obra verdadera, camino de cristalizaciones que alcanzan ya altas cotas creadoras: en Fernández Fe la ficción, el ensayo, los artículos de periódico o para revistas literarias constituyen una visión propia, visión en la que encuentro la investigación, la novedad y sobre todo una seria capacidad de trabajo para ordenar las ideas, reordenarlas y sutilizarlas. Tiene un ensayo de unas veinte páginas, que tituló “José, el impuro”, sobre la zona judía en mi poesía. Estudia esta cuestión en uno de mis libros más dolorosos y difíciles (Carece de causa) donde se alterna la presencia y muerte del padre con una desfachatez que vuelve todo ese libro y buena parte de mi trabajo en un híbrido que Gerardo reconoce y considera impureza en el sentido de que no hay vida sin manchas, sin excrecencias, sin putrefacción y suciedad (concepto de la pátina entre los japoneses de otras épocas).

Gerardo le da, a su libro-entrevista, el título de José Kozer: tajante y definitivo. Esto viene de una anécdota que le conté: mi larga relación de amistad y trabajo con Lorenzo García Vega llegó a un punto donde la risa nos acompañaba en muchas cosas, una de ellas era que Lorenzo me llamaba Kozerio, y yo a él. Lorenzacchio, a lo que él añadía un “tajante y definitivo” con respecto a no sé qué (¿mi obra; mi personalidad; mis certidumbres sin vuelta de tuerca ni marcha atrás?). A Gerardo le gustó la anécdota y sin decirme nada publicó su entrevista-libro en Rialta bajo ese título, que es como un guiño de ojo entre nosotros.

Venía a vernos sobre las nueve de la mañana y se quedaba luego a almorzar con nosotros, siempre contento con la buena mano culinaria de Guadalupe. Y discreto como es, se marchaba con la grabación que de inmediato transcribía y revisaba para ir constituyendo ese libro.

Llevó casi tres años completar la entrevista, ello debido a que Gerardo dependía de un coche medio destartalado de su hijo, quien se lo prestaba cuando podía. Súmese que se fue realizando nuestro trabajo en un momento en la vida de Gerardo en que ganaba poco dinero, y a la vez tenía que bregar con asuntos familiares muy complejos que implicaban decisiones dolorosas. De lo contrario en un año se habría terminado nuestro trabajo, pues Gerardo es muy organizado: tenía las preguntas preparadas, preguntas claras, diáfanas; desde el principio me indicó que quería abundar en lo cubano y mis relaciones con otros escritores cubanos, principalmente con Lorenzo.

Por último, quiero subrayar que me interesan las nuevas generaciones porque renuevan, desbrozan los caminos; atender a sus premisas y búsquedas enriquece al escritor ya más establecido. Recuerdo una conversación en Nueva York con Nicanor Parra a principios de los años setenta en que me dijo: “De los escritores ya famosos no esperes nada, ya están viejos, cansados y enfurruñados en su egoísmo; de los de tu generación no esperes nada porque son la competencia; atiende por ende a los jóvenes, ellos son los que levantarán o descartarán tu obra”. En buena medida, salvo honrosas excepciones, concuerdo. Y digo lo de las honrosas excepciones porque a mí me ayudaron mucho escritores como Alvaro Mutis, en algún momento García Márquez (pese a las diferencias políticas), Javier Sologuren, Carlos Germán Belli y Gastón Baquero.

La continuidad de la creación literaria, con sus baches y altibajos, es el mejor camino a la persistencia de lo mejor del pensamiento humano, hoy de capa caída, hoy en peligro de extinción, pero cuyo vigor, confío, se renovará gracias a ciertos escritores de altura que trabajan en estos momentos. Y son bastantes.

José Kozer (FOTO Karime Bourzac)
José Kozer (FOTO Karime Bourzac)

¿Cómo es que un escritor de tu talla –y no me refiero a la figura longilínea– esté confiando la quinta entrega de Imago mundi a una editorial tan joven como Ediciones Furtivas?

A la figura longilínea ya se debe añadir la barriguita cervecera que el personaje de esta entrevista a ojos vistas detenta.

Las editoriales nuevas, en manos de jóvenes, son las únicas que me interesan en estos momentos. Son serias, profesionales, se mueven con pericia y en marcos abiertos, tienen buen gusto y ocupan espacios donde casi el mundo literario actual se puede dividir en editoriales reconocidas y poderosas (mayormente en España) que publican con la mira única de ganar dinero y solo dinero. Publican chatarra, y allende la chatarra, ficción (poesía casi nunca) normativa que no está mal escrita, pero no se sale de fórmulas nada atrevidas impuestas por la editorial. Eso, a mí y a muchos otros, no nos va.

Furtivas me llegó vía José Fernández Pequeño, cuya obra respeto y creo valiosa. De ahí surgió la oportunidad de aceptar con Karime Bourzac la publicación de un libro mío que verá la luz más temprano que tarde. Karime es una persona que voy conociendo poco a poco y en la que veo una serie de virtudes que me hacen feliz. Y con este tipo de persona y de editorial trabajo a gusto, en un momento en que publicar poesía se vuelve cuesta arriba, ya que la poesía no vende. No sé por qué, pero en parte es que la gente no lee poesía, o si la lee, no quiere comprar los libros, o si los compra, las editoriales se quedan con el dinero, no pagan el mísero porcentaje de derechos de autor contratado, o los compran vía Amazon, que es donde se puede encontrar un libro de un poeta a precios extraños, a veces irrisoriamente bajos, otras a precios desorbitados. Sea como fuere, Amazon se queda con la tajada más grande de la venta, y al autor no le llega ni un quilo prieto partido por la mitad.

Este tema habría que plantearlo entre editores pequeños y los escritores.

Imago mundi está compuesta de mil poemas escritos a diario durante unos dos y medio años, que he ido publicando en editoriales más bien desconocidas y pequeñas. El primer Imago salió en Valladolid, en la Fundación Jorge Guillén, que se reconoce en el espacio vallisoletano, donde tiene mucho prestigio. Me hicieron un libro muy bello. A continuación, salió en otras cuatro editoriales con el título de Imago mundi I, II, III, IV, en México y Chile, ahora en Furtivas es el Imago mundi V (el de la Fundación Jorge Guillén se considera el número cero). Y seguiré poco a poco publicando esa obra.

Sépase que desde hace unos cuantos años sólo publico en editoriales pequeñas y poco conocidas, pero en vías de crecimiento con paso firme y seguro: mis publicaciones de los últimos años, salvo una en Fondo de Cultura Económica de México, han sido todas en editoriales del tipo Furtivas. Y estoy contento.

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