Tamara Kamenszain
Tamara Kamenszain

Me puedo llamar a engaño pero de un tiempo a esta parte mi muerte no me duele salvo cuando pienso en que mi mujer Guadalupe se quedará sola, tampoco me perturba el timor mortis conturbat me, y sin embargo la Muerte de un buen amigo(a) me desconsuela, me causa una pena que no sólo no puedo dejar de sentir, a veces obsesivamente, sino que también perdura semanas, meses, vuelve y me revuelve las vísceras, y acaba, claro está, diluyéndose, luego de hacer sus estragos en mí, y de ser yo carne de su devastación. Tales los casos de Víctor Sosa, el poeta y ensayista uruguayo, y ahora la inesperada muerte de Tamara Kamenszain, poeta y ensayista argentina, cuya muerte no anticipada ha causado consternación y estragos entre la comunidad intelectual latinoamericana, poetas y ensayistas, que la conocieron y la trataron en algún momento. Y la causa fundamental de esa consternación es que Tamara sin darse al ocultamiento ni a esquivar lo personal era persona de gran discreción, que sólo de vez en vez revelaba su intimidad entre unos pocos amigos, y así no dio a saber desde la soledad que nos acerca a la Muerte que padecía un cáncer terminal del que imagino sus hijos, Malena y Mauro sabrían, o tal vez algún amigo cercano como Roberto Echavarren. En el pasado en mí confió, en mi mujer Guadalupe en varias ocasiones confió revelando asuntos de su intimidad que ahora me entero, Guadalupe, persona asimismo discreta, no me ha contado. Y toda esta información revelada entre pocos escritores como Roberto Echavarren, Arturo Carrera, y un servidor, caracteriza el modo de ser, el comportamiento en el mundo y ante el mundo de Tamara.  Esta discreción y capacidad de discernir con su extraordinaria inteligencia y sensibilidad, esa sensibilidad inteligente que la caracterizaba, se nos confió a unos pocos, el mismo Lorenzo García Vega “supo cosas”, mas en su caso por la amistad mayormente literaria que lo unía con Héctor Libertella, ese gran prosista argentino a quien hay que volver a descubrir dada la importancia de su obra.

Tamara y Héctor, una amistad y relación que habrá que considerar a la hora de hacer la biografía de ambos juntos y separados, y que intuyo fascinante como ejemplo de dos magníficos creadores y pensadores que conviven, son padres y esposos, y de no ser por la diabetes galopante de Héctor, que se volvió incontrolable y demasiado dolorosa para ambos, acabó en el divorcio. Doy un ejemplo que tiene que ver con la susodicha relación: en una ocasión ambos pasaron un tiempo en Nueva York, en una época, hacia la década de los ochenta, creo, parando en el Village o el East Side mientras que nosotros ahora vivíamos en una casa en Forest Hills, Queens. Era invierno, probable enero, recuerdo que fue un año en que el frío pelaba, las nevadas eran gloriosas y de ampanga, invitamos a Tamara y Héctor a cenar en casa, en metro era una hora de viaje, los fui a buscar, y la invitación incluía quedarse a dormir en casa para no tener que regresar a altas horas de la noche al downtown, lo cual además implicaba llevarlos y luego volver ya de madrugada a casa. Fui, los recogí, los llevé a casa, disfrutamos la buena cocina de Guadalupe, las niñas dormidas y nosotros divirtiéndonos, chismeando de todo y de todos, despotricando de enemigos y alabando a amigos, como Dios manda.

Tamara Kamenszain
Tamara Kamenszain y, al fondo, José Kozer (FOTO José Antonio Mazzoti)

Al día siguiente los llevé de vuelta a su apartamento alquilado por unos meses, y años después empecé a oír una versión de lo ocurrido aquella noche según la cual yo había ido en plena nevada a recogerlos en pantalones cortos y un abrigo ligero encima. ¿Yo en pantalón corto? No recuerdo una sola vez en mis ochenta y pico años de vida haber salido a la calle en pantalón corto, lo que los cubanos llamamos siores, del inglés shorts: soy un caballero a la antigua usanza, y por tanto incapaz de salir a la calle, ora joven, ora viejo, con las piernas al aire, a la vista de medio mundo, de joven todavía la fantasía esa se sustenta pero de viejo, madre de Dios, las manchas, los lunares de sangre, las varicosas, las excrecencias a la vista del público, eso, sobre mi cadáver. Y me empecé a preguntar de dónde salió esa fantasía, y llegué a la lógica conclusión que fue del magín de Héctor ya que una persona como Tamara pudo reírse con Héctor del asunto, pero jamás crearlo ni apoyarlo durante demasiado tiempo. De todas formas, venga de Héctor o de ambos a mí no sólo me divierte la invención, sino que me sirve para distinguir entre ambos amigos, y en la maraña de ambos convivir años y años, quién es quién, qué los separa y distingue, y concluyo que Héctor era de los dos el más malicioso, el más inventivo y el más capaz de hacer realidad y de llevar a cabo lo imaginado. Héctor reiría a mandíbula batiente, a carcajadas con su pillería, Tamara como mucho sonreiría, pero sin participar demasiado de la invención de su marido. Incluso imagino a Héctor contándole a Lorenzo años más tarde la visión del Kozer en pleno invierno neoyorquino en pantalones cortos por las calles del Village con Tamara y Héctor.

Característico de Tamara asimismo ocurre a raíz de un primer encuentro de escritores y poetas en Boston patrocinada por el poeta peruano José Antonio Mazzotti, en el cual a la mañana nos reunimos para desayunar juntos, yo estaba sentado leyendo algo y de pronto tengo a Tamara delante de las narices, y Tamara sobrecogida y con cara de preocupación me mira consternada y me espeta el clásico: ¿Ha sucedido algo? ¿Sucedido qué? No, no ha sucedido nada. José, no me mientas por favor que somos amigos. Tamara, no sé de qué me hablas. Dime, qué le ha pasado a Guadalupe, y yo, nada. Pero como qué nada, no la veo. No, no había presupuesto suficiente para venir los dos invitados, de modo que esta vez se quedó en casa. Ah. Ah. Entiendo, es que jamás te he visto sin ella y pensé que, etc. Y ahí, la hermosa aureola de la sonrisa de Tamara. La amiga que observa, la amiga que elucubra y discierne y pregunta para saber, y cerciorarse de lo que ha acontecido, o sea, cerciorarse de la realidad, origen de la escritura que luego se recoge al fiel (ensayística) o se distorsiona (poesía). Esa es Tamara Kamenszain en su multiplicidad de dimensiones, búsquedas, Tamara la preguntadora comedida y eficaz, que hurga sin lastimar, que cuestiona con delicadeza y que hace de aquello una ensayística enjundiosa y breve que dice en una página más que muchos críticos dicen en diez, y mal.

Benito del Pliego Daniel Aguirre Oteiza Tamara Kamenszain Roger Santivanez y Jose Kozer cinco extraordinarios poetas Centro de Poesia Latinoamericana | Rialta
De izquierda a derecha los poetas: Benito del Pliego, Daniel Aguirre Oteiza, Tamara Kamenszain, Roger Santivañez y José Kozer (Centro de Poesía Latinoamericana)

Discreción, música callada, voz baja o media, cero ostentación, afán de crear construyendo y no destruyendo, interesante, sintetizadora, cortés y silenciosa, poca escritura pero contundente, publicar lo suficiente, no excederse, calibrar: un ensayo de ocho páginas como el que escribió sobre mi relación con Guadalupe y que está publicado en Historias de amor y que lleva por título “El esposo judío” dice más en esas ocho páginas (el más largo que he escrito, me indicó como un susurro Tamara) que un volumen de información.  Tamara, que rara vez recibió un premio literario (fui Jurado del Premio de la Lira en Cuenca, Ecuador que le concedió el premio bianual), y que vivió de su trabajo, de los talleres que hacía con jóvenes deseosos de estudiar con ella, nunca se quejó de no recibir espaldarazo alguno de los grandes premios que sin duda le correspondían más que a muchos premiados que al rato se ven justamente olvidados.

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JOSÉ KOZER
José Kozer (La Habana, 1940). Es uno de los poetas más prolíficos del mundo contemporáneo. El conjunto de su obra suma cerca del centenar de libros de los cuales el más reciente, Nulla dies sine línea (2016), intenta recogerla en su integridad. Ha ejercido la docencia en algunas universidades y traducido al español a poetas de las tradiciones inglesa y japonesa. A la par de un indiscriminado ejercicio de la lectura, ha llevado una reflexión crítica sobre antiguos y modernos, canónicos y emergentes, de la que dan fe los fragmentos de sus diarios, las entrevistas concedidas y los ejercicios en prosa en parte concitados en volúmenes como La voracidad grafómana: José Kozer (2002) y De donde son los poemas (2007). En 2013 fue galardonado con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda.

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