¿Transgresora, alegórica o revisionista?: tres visiones sobre la última película de Tarantino

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Quentin Tarantino

En The Atlantic, Caitlin Flanagan defiende a Once Upon a Time in Hollywood de críticas moralistas; en The New Yorker, Naomi Fry la recibe como una revelación exacta y despiadada de Hollywood y, en The Paris Review, Dan Piepenbring la acusa de revisionismo. Spoiler alert.

Flanagan pondera la eficacia argumental en el tratamiento de uno de los crímenes más mediáticos de la historia reciente de Estados Unidos y desmonta los argumentos de quienes cuestionan a Tarantino su culto a la violencia o la ausencia de una perspectiva de género.

Para Fry, se trata de una lúcida metáfora que deja al descubierto las paradojas y las pulsiones que están en la médula del sistema del estrellato hollywoodense. Piepenbring, en cambio, le reprocha infidelidad a los hechos, anacronismos y falta de rigor en la representación de la época en que se ambienta el argumento.

Escribe Flanagan:

Lo que realmente ha sublevado a los críticos justicieros no es la violencia o la nostalgia o el silenciamiento de Sharon Tate, sino su comprobación de que esta cinta es transgesora como pocas. Sólo Tarantino podía tener las agallas para hacer algo así: algo que acepta valores comprobadamente peligrosos, pasados de moda, del tipo que ya no queremos. […] Y sólo Tarantino podía haberlo hecho tan eficazmente que no es hasta que estamos de vuelta del cine cuando nos damos cuenta de lo que ha logrado: hacer una película en 2019 sobre un hombre con un código, un hombre que se atiene a los valores del héroe…

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Escribe Fry:

Once Upon a Time . . .  es una película que trabaja el tema de los dobles. Tenemos, por supuesto, a Rick y a Cliff, cuyos cuerpos se intercambian. También tenemos a Jay Sebring, la pareja anterior de Tate, y a Polanski, que son ambos, como percibe un invitado a una fiesta, “bajos, guapos, talentosos, y lucen como veinteañeros”, uno de los cuales ha sustituido al otro en el afecto de Tate, y puede a su vez volver a ser sustituido. Pero, para Rick Dalton y Sharon Tate, los actores de la historia, el doble más significativo es el de su propio yo y aquel que aparece en la pantalla. La fama no va sólo de estatus social: se trata de ser visto.

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Este deseo implacable es, para Tarantino, el más poderoso principio estructural de Hollywood. En un momento, Tate se cuela en una matinée de The Wrecking Crew, protagonizada por Dean Martin, para verse a ella misma en el papel de Miss Carlson. Con los pies descalzos en el asiento delantero, espía a la audiencia para evaluar su reacción, y, durante una secuencia de pelea, imita reflexivamente sus propios gestos en la película. Margot Robbie, la actriz que encarna a Tate, actúa a su personaje con una dulzura vacilante, sutil. El hecho de que la actriz de la película que aparece en la pantalla no sea Robbie sino, en cambio, la verdadera Sharon Tate (que, en la vida real, pronto sería asesinada) no sólo incrementa la ternura de la escena sino que contribuye a ilustrar la tesis que propone Tarantino: un actor en escena es un yo que se sale de sí mismo, un vehículo para sus propias fantasías y para las de los otros.

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Escribe Piepenbring:

Once Upon a Time in Hollywood es nominalmente (en los dos sentidos de la palabra) un cuento de hadas, y es por eso que contempla tantas revisiones contrafactuales […]. Los críticos han encontrado que esas desviaciones son encantadoras u horripilantes; a mí me parecen rudimentarias, como si Tarantino hubiera jugueteado con el pasado sólo hasta el punto en que se cansó. Incluso si hubiera querido un final de libro de cuentos con lanzallamas, no tenía que haberse apartado tan completamente de la historia de la época. Mucho de la realidad habría servido a sus propósitos revisionistas […]. Incluso dejando a un lado el éxito de taquilla, sería ingenuo descartar la emoción de ver cómo la historia es revertida en la pantalla, un cósmico enderezamiento de entuertos llevado a cabo por el músculo y la proeza… y por algunas de las estrellas de mejor ver de nuestra época (nadie sugiere que Brad Pitt se deje puesta la camisa).

Pero la película podía haber hecho todo esto (su ácido comentario sobre el mecanismo generador de mitos de Hollywood, su ensueño revanchista)… sin tener que tratar los años sesenta como un decorado exótico. Hollywood está ambientado no en 1969 sino en 1969, un pueblo artificial de amplia relación de aspecto y superabundancia de guiños. Un set de filmación es un espacio controlado. Pero, como pasó con el año real, uno se lleva la impresión de que mucho de lo que ocurre en pantalla es un accidente caótico.

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