‘Los delincuentesʼ, de Rodrigo Moreno, una de las películas más celebradas de 2023

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Fotograma de ʽLos delincuentesʼ, de Rodrigo Moreno, dir., 2023.
Fotograma de ʽLos delincuentesʼ, de Rodrigo Moreno, dir., 2023.

Desde el día de su estreno en el Festival de Cannes, Los delincuentes (Rodrigo Moreno, 2023) no ha dejado de cosechar elogios. ¡Creo no exagerar si digo que es la película latinoamericana más celebrada por la crítica este año! Los delincuentes entrega en su extenso metraje de 3 horas una rigurosa empresa estilística, que rinde homenaje al arte cinematográfico de contar historias, mientras se empeña en reembolsar un poco de dignidad a la gente común.

Esta propuesta del destacado director argentino hace vivir a unos individuos aparentemente irrelevantes una aventura caprichosa, excepcional y redentora. Injerta cualquier cantidad de adrenalina a unos tipos anodinos, presos de “la vida normal” y los hace escapar de ella.

Los delincuentes se ocupa de unos “perdedores”, dos hombres que han conseguido hacer de sus existencias una simple rutina: ir todos los días al trabajo y volver a casa al caer la tarde. Entre El custodio (2006), la asombrosa ópera prima de Moreo, y Los delincuentes, se deduce que al director argentino le interesa particularmente la alienación del sujeto por el imperativo del trabajo, como si no existiera la posibilidad de una vida más allá de este. La posibilidad de esa otra vida es cuanto desea Morán, el tipo de mediana edad que consuma el robo desencadenante del relato; él desea escapar, a cualquier precio, de esa rutina laboral de todos los días. Y también la posibilidad de esa otra vida es cuanto descubre Román, el colega que se convierte, un poco a pesar de sí mismo, en cómplice del primero.

Morán es un solitario, no tiene pareja ni demasiadas motivaciones. Cansado de su situación existencial, decide robar una considerable suma de dinero del banco de Buenos Aires donde trabaja como tesorero hace años. Este es un planteamiento argumental visto cientos de veces en el cine, pero que este director asume con gracia y originalidad estilísticas.

Un día, el personaje aprovecha la ausencia repentina de un colega –el que después se convertirá en su cómplice– para entrar solo a la bóveda y sustraer el dinero. Al caer la noche, se da cita con Román en una cafetería y lo pone al tanto de su plan: Él se entregará a la policía –por las cámaras de seguridad se sabrá de inmediato quién usurpó el dinero– y pretende que el otro esconda/proteja “el tesoro” hasta que se cumpla su condena. No deben ser más de tres años y medio. Al salir de la cárcel, se repartirán la plata a partes iguales. El colega termina por aceptar el trato, pese a la posibilidad de ser descubierto.

Toda esta situación, incluida la investigación interna abierta en el banco para descubrir si, en efecto, hubo algún cómplice, sigue ciertos esquemas expresivos y dramatúrgicos propios del cine de atracos y del policial. Es espectacular el manejo paródico de Moreno de los códigos del cine de género; se dilatan las situaciones en la oficina (previas al hurto y durante las pesquisas policiales) en una progresión pesarosa con planos breves y contemplativos que siembran en el público la intuición de que algo puede suceder de inmediato.

En la primera hora, el énfasis fotográfico en las expresiones faciales y los gestos de Morán, así como en las dinámicas en las oficinas y en la cárcel donde ya se encuentra este último, deja saber que el diseño visual de la película pautará el discurso bajo una concepción plástica y dramática sumamente ingeniosa. La imagen es una de las grandes virtudes de Los delincuentes.

Enmarcadas en una orgánica cinefilia, que rememora todo el tiempo la visualidad del cine francés de mediados del pasado siglo, de ciertas películas de Antonioni, del cine norteamericano…, la fotografía, la iluminación, la dirección de arte, se presentan tan cuidadosamente diseñadas que, al graficar las situaciones, definen ya su atmósfera y su sentido, mas disfrutan de una autonomía expresiva capaz de evocar aquellos referentes fílmicos.

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El momento desestabilizador del metraje sobreviene cuando, al encontrarse ambos personajes en el café, Morán confiesa a su colega que sólo ha robado 650 mil dólares, que es la cantidad exacta que ambos cobrarían, si mantuvieran su salario, hasta la fecha de su jubilación. “Yo quiero tener una vida modesta, no quiero trabajar más, Román. Y si vos me haces caso, puedes hacer lo mismo; cobras todos los meses el sueldo sin tener que trabajar más. Tres años y medio en la cárcel o veinticinco en el banco”, dice Morán.

Insertado con total sutiliza en la escena, estas declaraciones, además de simpáticas a rabiar, inyectan de sentido el resto de la historia. Es imposible no reír con tales palabras, pero si bien la película está plagada de situaciones inauditas como estas, no estamos ante una típica comedia que intenta, a cada minuto, provocar la risa, sino ante una que describe el infortunio de unos seres enfrascados en escapar de un mundo deshumanizante que los desconoce.

Siendo el robo del banco la situación que desencadena la trama, Los delincuentes presenta su historia dividida en dos capítulos. Sin renunciar a los golpes de humor típico de la comedia, pasa de la situación física, más dinámica, propia del cine de atraco, a una más existencial, interesada en las emociones, en las conductas humanas, más ligadas a los deseos de los personajes. Cuando Román no es capaz de resistir más la presencia del dinero en su casa, ya al borde del colapso nervioso, sin poder conciliar el sueño y hostigado por la investigación en el banco, decide visitar a Morán para concertar hacer algo. Este último le indica que esconda el dinero en una roca en la cima de un hermoso paraje montañoso de Córdoba, bien alejado de la urbe. Allí Román conoce a un trío de personajes que serán los responsables de imprimir un giro radical en el argumento.

Ese encuentro se presenta a la manera de un interludio, puesto en escena con tal plasticidad que simula la graficación audiovisual de ciertas pinturas del romanticismo francés. Mientras conversan, toman vino y se bañan en el río, Román experimenta un momento de liberación, y queda prendido de los encantos de Norma, una de las chicas; más adelante sabremos que una experiencia semejante, mucho más intensa quizás, había experimentado Morán al conocer a estos mismos sujetos y su vida campestre, vista acá como un espacio liberador del tiempo reglamentado, mecánico de la ciudad.

Para Morán, el chantaje y los abusos recibidos por el capo de la prisión son una violencia tolerable frente a la resignación de repetir la rutina cotidiana del trabajo. Es brillante la sutileza con que Moreno parodia las dinámicas del cine carcelario; hay un momento en que el capo dice a Morán no sin un poco de mala leche: “Hay una sola cosa que lo salva al estar acá en la cárcel […] Afuera está todo el mundo pendiente del telefonito […] Toda la gente se cree que es libre, y se la pasa actualizando páginas de internet […] Afuera falta, y acá si hay algo que nos sobra es tiempo”. Y un poco es eso cuanto aprenden uno y otros personajes al conocer a Norma y sus amigos, que su vida relajada en el campo es vivir fuera del tiempo del trabajo. Al conocer a Norma, Román descubre incluso la falta de emociones y lo rutinario que llega a ser su matrimonio. El desenfado y la despreocupación de Norma seducen demasiado a unos hombres fijos, por demasiado tiempo, en sus esquemas.

Cuando la joven viaja a Buenos Aires a ver a Román, este comenta que no tiene casa e irán a un hotel. Ella se muestra encantada y comenta con total espontaneidad: “podemos quedarnos ahí tirados todo el día”, mas él acota rápido que no es posible pues debe ir a trabajar. Norma pregunta: “Adonde trabajás”. “En un banco”, dice Román. Y al escuchar que trabaja ahí hace diecisiete años, ella gira su rostro hacia la ventanilla con cierta expresión de decepción en su rostro. Norma es un símbolo, la personificación de los deseos de los protagonistas y, al cabo, un deseo inapresable por completo.

Un viraje temporal focalizado desde la memoria emotiva de Román, que lleva el relato a los días previos a su entrada en prisión, despliega en pantalla la experiencia romántica entre Román y Morna. Son fascinantes esos pasajes bucólicos entre ambos, responsables de contrastar más el modo de vida que el entorno rural ofrece a Morán con su vida en la capital; un contraste sublimado, más allá de la situación romántica, en alegoría de las diferencias entre el mundo del trabajo y el de la libertad, el de la rutina y el de las sorpresas.

Pero Los delincuentes no resulta un filme demasiado optimista. Gracias al destino o, en realidad, al guion de Moreno, ambos personajes, como se ha visto, se enamoran de la misma mujer. Al final, Román regresa a su apartamento con su mujer. La trama presenta demasiados vacíos argumentales, intencionalmente. Aunque se dibujan con elocuencia las dinámicas de esos dos mundos posibles, al final todo resulta, no se sabe bien por qué, un poco fatal de cualquier manera.

Claro, importa poco, ya ambos personajes tuvieron su oportunidad, ahora que vayan a buscar la libertad en otra parte. El plano final de Los delincuentes deja ver a Morán mientras se aleja en las llanuras de Córdoba sobre un caballo; va al encuentro de su colega, que espera en el sitio donde ocultó el dinero. Sobre la imagen, se escucha una canción que reza: “Adonde está la libertad/ No dejo nunca de pensar/ Quizás la tengan en algún lugar/ Que tenemos que alcanzar…”

Los delincuentes despliega un relato novelesco, de muchas escalas, que se ensancha y contrae asiduamente mientras jalona de sus diversas (sub)tramas. Se alternan, entrecruzan y luego se abandona la situación en el banco para pasar a los días de Morán en la cárcel, las escenas domésticas y matrimoniales de Román, sus aventuras con Norma y las de esta última con el perpetrador del robo… Tales pasajes temáticos son anudados a la perfección y alimentados con citas, alusiones y homenajes al arte cinematográfico y la cultura popular argentina, hasta dar forma a una fábula convincentemente narrada, con el encanto de esos personajes un poco ilusos y rebeldes a pesar de sí mismos.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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