‘Great Wave’, Guy Laramée, altered book, inks. 2012

En la New York Public Library, en la British Library de Londres, en la Biblioteca Nazionale Centrale de Roma, en la biblioteca de la Real Academia Española, en las bibliotecas públicas de León, Granada, Cádiz y Toledo, en la Biblioteca Valenciana y la Biblioteca Nacional de España, en el Museo Naval de Madrid y el de Ferrol, en la Biblioteca Nacional de México, en la de la Universidad de Miami y en la del Museo Nacional de Historia de las Ciencias en La Habana, se conserva, en su totalidad o por partes, un libro fósil, la enciclopedia de un saber superado. Es el primer libro científico escrito en Cuba. Fue publicado en 1673 y como corresponde a las obras de siglos pasados su título es indiscreto: Arte de navegar, navegación astronómica, teórica y práctica en la cual se contienen tablas nuevas de las declinaciones del Sol, computadas al meridiano de La Habana, traense nuevas declinaciones de Estrellas e instrumentos nuevos, firmado por el doctor Lázaro de Flores, vecino de la Ciudad de La Habana en la Isla de Cuba. El tema del volumen es una nueva práctica: la navegación especulativa.

En el capítulo “Del Mar y sus diferencias”, el doctor De Flores fija su territorio: “Es pues el Mar una colección, o un recogimiento de las aguas: porque como el agua es un elemento más leve que la tierra, de necesidad forzosa había de ser su sitio natural sobre toda la tierra”, y entrecruza sus conocimientos científicos con la lectura del Génesis. Escribiendo desde La Habana, contaba con sus instrumentos y la experiencia de haber recorrido el mar en un viaje sin regreso. “Describen los autores cinco Mares distintos, según las partes por donde pasan, que son el Mar Océano, el Mediterráneo, el Mar Bermejo, el Mar Pérsico, el Mar Caspio. El Mar Océano es el mayor de todos, y parece que todos nacen de él, o que todas las aguas van a él, y es el perfecto recogimiento de las aguas.” Para ese entonces, en el mar de la Odisea era más difícil perderse. El lugar de la conquista estaba en el Mar Océano, en su parte más inexplorada, en el oeste, sin costas a la vista ni fondo que medir.

La navegación se exponía a un escenario abstracto; había que aprender a leer el disco del horizonte guiándose por los astros. “Mas como no siempre se navega a vista de tierra,” escribe, “porque para trajinar Reinos extraños es menester engolfarse, perdiendo la tierra de vista, se inventó para el acierto de los viajeros la navegación que se hace por altura y derrota; la cual es más principal y sutil que la otra: porque faltando la tierra no resta más que Cielo y agua; y siendo el agua una misma es menester recurrir al Cielo para saber la parte donde está el Navío”. El método de la navegación especulativa requiere que el mundo se contraiga hasta volverse el barco, y que el universo se haga una esfera celeste. La posición se busca por las declinaciones del sol; los astros se limitan a sesenta, los más visibles; el principal, la estrella polar. Al ser la embarcación un objeto minúsculo en alta mar, se lleva consigo, al vacío de su insignificancia, todo el planeta, porque al estar tan perdidos sólo podemos orientarnos por lo más grande.

La vida del autor ha sido mapeada por los estudiosos de su Arte de navegar y, aunque contradictoria e incompleta, algunos documentos archivados permiten avistar su narrativa. Según el año de su graduación como Bachiller en Medicina, 1647, se orienta su nacimiento hacia el 1625 o 26, en un pueblo de Sevilla. El 8 de diciembre de 1650 ya ha cumplido el período de prácticas para recibir el grado de Doctor. Un año antes se entrena en la epidemia de la peste bubónica, que acaba con casi la mitad de la población de la ciudad. En septiembre de 1651 Lázaro de Flores muestra sus títulos en el Ayuntamiento de La Habana. En el 52 se casa con una mujer llamada Juana; tienen tres hijos. En el 54 se enfrenta a otra epidemia, esta vez la fiebre amarilla llegada al puerto a bordo de la Real Armada de la Guarda de Indias. Entre 1664 y 1673 es el único médico de la ciudad; los otros que ejercen labores similares son los cirujanos barberos. En esos años escribe Arte de navegar. En la isla no existe todavía la imprenta y el libro se hace en Madrid donde se vende por un precio de seis maravedíes por pliego, doscientos noventa y siete por ejemplar. El doctor De Flores no alcanza a ver su libro publicado pues muere en febrero de ese mismo año. Las vidas de sus tres hijos adquirieron otras formas personales de la navegación especulativa: uno de ellos murió joven, los otros dos se hicieron curas.

El emblema que ilustra la portada del libro trae la nao Victoria, la única sobreviviente de la empresa de circunvalación de Magallanes. De los cinco barcos iniciales, la Victoria completó la primera vuelta al mundo y probó la continuidad de los océanos. El emblema tal vez perteneciera a las obras del impresor Julián de Paredes, en la plazuela del Ángel, en Madrid, y se repitiera en sus libros, pero las poesías de elogio al autor en las primeras páginas de Arte de navegar insisten en dialogar con la ilustración de portada. Tres de los seis poemas se encargan de comparar la empresa del Doctor con el viaje cumplido por Juan Sebastián Elcano, último capitán de la Victoria, quien recogió los méritos de la expedición. Menos arriesgado que Cervantes, con la habilidad de asignar los poemas celebratorios a personajes de libros de caballería que le dedican sus versos al Quijote, Lázaro de Flores consigue a varios navegantes reales: Sebastián Durán, piloto mayor de la Margarita; el capitán Domingo Rodríguez, piloto mayor de las flotas de Nueva España; el capitán Domingo Díaz, piloto de la Almiranta; el doctor Miguel Verdún; y Melchor de Galarza, contador de resultas de su Majestad.

No hay duda de que los poemas de las primeras páginas son exaltados, aún así llama la atención la escala con la que se contrasta la aparición del nuevo libro. La minuciosidad de las técnicas escritas se equiparan en versos con la hazaña de cruzar el Atlántico sin nombre, bajar hasta la Patagonia, encontrar que unido al Mar Océano, por un paso entre tierras, se extendía algo que terminaría siendo el Pacífico, sobrevivir al escorbuto, huir de los ataques de los nativos en las Islas del Poniente, escapar a la persecución de barcos portugueses que los consideraban, por haber dado una vuelta entera, en territorio ilegal. Según los poemas, las letras de Lázaro de Flores emulan la acción de Sebastián Elcano: uno, desde la aventura mítica que circula por agua la esfera; otro detenido en La Habana en la escritura de su tratado sobre náutica. Acompañan a los poemas tres aprobaciones de la censura, que aseguran que el contenido cumple con la fe católica; esto es, fiel al modelo ptolemaico. La teoría heliocéntrica era una herejía y De revolutionibus orbium coelestium (título breve), de Copérnico, integraba la lista de los prohibidos. En el libro habanero, el Sol gira alrededor de la Tierra.

¿Para qué un médico, que además fue el único en la ciudad por una década, se dedicaría a escribir un libro de otra cosa, a comprar instrumentos de navegación y estudiar el cielo de La Habana, suponiendo a un lector a bordo de naves sin referencias precisas en medio del Mar Océano? (Aunque para refutar esta contradicción existe otro médico, de esos mismos años, que publicó entre sus páginas dos preguntas hechas a la medida del insomnio: “¿Quién conoce el destino de sus huesos, o cuántas veces habrá de ser enterrado? ¿Quién posee el oráculo de sus cenizas, o sabe hasta dónde habrán de esparcirse?” –¿quién conoce, mirando Arte de navegar, el destino de sus libros?–) Es imposible saber si su método de aprendizaje consistió en estar atento a los aspectos técnicos de la navegación en su viaje de recién graduado hasta la ciudad donde ejercería como Doctor, o si una vez instalado usó el viaje como la memoria de un hecho incomprensible que insistía en explicarse a sí mismo con una exactitud matemática. ¿Cuándo aprendió a usar un astrolabio? Fue un viaje de ida que despertó en él una percepción planetaria. Inseparable del deseo de capitalizar la desorientación, de extraer la posición exacta según el nuevo meridiano y escribir el libro, era el recuerdo de un paisaje donde sólo esporádicas visiones podían ser reconocidas como una muestra de vida y todo alrededor parecía un encuentro con las fuerzas materiales del mundo.

Dos capítulos breves resaltan como crónicas de su escritura; dos eclipses lunares afirman al médico como narrador de hechos leídos desde el saber. El primero dura tres horas, ocho minutos, y cincuenta y ocho segundos. La escena comienza: “En el mismo tiempo en que estaba escribiendo esto, sucedió un eclipse de Luna a los 21 de febrero de 1663”. La oportunidad de ser testigo del fenómeno lo obliga a narrar y se puede leer, si no una vista de La Habana, la visión desde ella: “comenzó la Luna a enturbiarse con la sombra de los vapores y nubes que se levantan de la tierra, dando señal de quererse eclipsar”. De Flores se prepara a hacer los cálculos, “cuando la sombra de la Tierra llegaba a tocar el limbo de la Luna”. Momentos antes del eclipse la luz entraba por una ventana; el Doctor marcó las sombras dentro de su habitación, armando un triángulo con el piso en penumbra y el interior de la pared, para calcular el ángulo sobre el horizonte de una luna que iba desapareciendo. Ese cuarto trigonométrico a oscuras es uno de los primeros escenarios de la escritura en la isla. De Flores mide el tiempo de duración del eclipse, y más tarde lo compara con los cálculos del mismo evento que hace el astrónomo Philippe van Lansberge en Goes, entonces la República Neerlandesa. Así obtiene la distancia entre La Habana y Goes, una ciudad que nunca sería referencia para De Flores sino fuera porque hasta ella hubiera ido a parar Lansberge y allí mirara el mismo eclipse. En territorio europeo, el holandés había entregado también la distancia entre Goes y Sevilla, centro económico del Imperio; De Flores la resta para obtener la distancia entre La Habana y su ciudad natal (Parte II, Capítulo X: “De saber sacar geométricamente la distancia que hay de un Pueblo a otro, que difieren en latitud y en longitud”). El segundo eclipse ocurre el 6 de agosto de 1664, aunque esta vez no ve el principio porque, en su modelo, comenzó “debajo de tierra”. Le sirve más para confirmar las longitudes calculadas en el anterior, y ofrece menos contexto: “Salió eclipsada la Luna por el Horizonte”.

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Una “Suma breve” en forma de preguntas y respuestas, en las últimas páginas, reúne los conceptos principales. “¿Qué es Arte de Navegar?” “Es un Arte que en la Mar enseña el camino que lleva el Navío por derrotas y alturas.” “¿Qué es derrota?” “Derrota es el rumbo por donde debe hacer camino el Navío según lo muestra la aguja de marear.” “¿Qué es aguja de marear?” “Es un instrumento que contiene todos los rumbos por donde se puede navegar.” Con la invención del sextante, el libro quedó obsoleto; con la del GPS, su función es calzar una puerta. La inutilidad de este saber estratificado, que ofrece el testamento geológico de una lectura arcaica lo deja abierto a otros pilotos. Una vieja adivinanza inglesa sobre el mar resume el tipo de lectura que hoy permite Arte de navegar: “What can you see / in the middle of the sea? (The answer: e)” –en una traducción bajo otra métrica quedaría: “¿Qué puedes encontrar / en el medio del mar? (a)”–. El enigma infantil tiene la lógica que se hereda en el libro: buscar la aventura marítima y encontrar la escritura. La “Suma Breve” libera la utilidad de sus preguntas y sólo queda el fantasma de la letra.

Al final del prólogo, Lázaro de Flores pide al lector que le envíe los errores: “Suplícote, que si algunos hallares, que los enmiendes; y si entre las cosas que digo hallares algo que contradiga a la verdad, piadoso me avises, o para que yo convencido de tus razones y argumentos lo enmiende, o para que si te engañares, con razones satisfaga a la duda que tuvieres, que de cualquiera suerte te quedaré agradecido”. Ahora que casi todo en su libro es un error, lo menos (y lo más) que podemos hacer es responder desde el presente: Distante doctor De Flores, bienvenido a la literatura.

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