Mis primeros recuerdos de Leonardo Eduardo Campa no son míos: son las reminiscencias de los poetas Benigno Dou y Andrés Reynaldo, que lo conocieron en los años setenta, en la tertulia de La Funeraria.

Beni y Eddy eran miembros de un célebre grupo de escritores que, de acuerdo a Reynaldo, “se reunía habitualmente en el parque frente a la Funeraria Rivero, donde podías encontrarte a los mejores poetas de nuestra generación”.

Beni Dou visitó una mañana el cuarto donde vivía Eddy Campa en la calle Estrella y, según me contó una vez, le asombró ver que el escritor dormía con su padre en una columbina.

Se sabía que en la infancia Eddy había tenido seis dedos en cada mano. En alguna conversación se refirió a esos dedos y me los describió como pulgares atrofiados, o “pezuñitas”, y me enseñó las cicatrices de la operación. Cuando gesticulaba, yo solía seguir las sombras de las cicatrices en movimiento, e imaginaba las pezuñas.

Eddy Campa fotografiado por Pedro Portal en La Pequeña Habana. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)
Eddy Campa fotografiado por Pedro Portal en La Pequeña Habana. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)

“Tú sabes cómo era La Habana”, rememora Andrés Reynaldo en una reciente conversación telefónica, “después de la Funeraria te encontrabas con la gente en la Cinemateca, en las librerías, y siempre conversábamos de literatura, nos hablábamos. Campa iba de vez en cuando por la Plaza de la Catedral, donde yo trabajaba, nos encontrábamos allí y nos íbamos a tomar un trago”.

“Luego vino el Mariel”, continuó Andrés, “y yo vine para acá, no sabía si él había venido o no. Estoy en Puerto Rico, debe ser el año 1985. Vivía junto a la playa, en Isla Verde, y salía a correr todas las tardes alrededor de las cuatro, después que regresaba de la agencia donde trabajaba. Siento que alguien me grita «¡Cherburgo!», entonces miro, y veo a Campa sentado en la arena, tomando el sol. Lo saludo y le pregunto «Campa, ¿qué tú haces aquí?». Entonces me hace un cuento tremendo: «Vine para ganarme la lotería».”

“Él vivía en esos momentos creo que en Texas, no recuerdo en qué ciudad, incluso tenía una mujer, no le iba mal. Me dijo que estaba lavando la ropa en el laundry de su edificio, y vio la etiqueta de un pomo de medicinas con un número, esos números de serie que aparecen en las etiquetas. Entonces me cuenta que una voz interior le había hecho una revelación: «Esos son los números de la lotería de Puerto Rico». Eddy decía tener un estado de percepción muy amplio por haber nacido con seis dedos. Al lado de la palma de la mano, tenía las cicatrices de cuando le quitaron esos dedos siendo niño. Y realmente era un tipo muy perceptivo, eso es cierto. Además, en su poesía está esa percepción.”

“Le pregunto: «Pero, Campa, ¿solamente por esa voz te montaste en el avión y viniste para acá?». Además, se había peleado con su mujer, porque cuando le dijo «Voy a Puerto Rico a ganarme la lotería», ella le contestó «¡Pero estás loco!».”

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“Entonces me dice: «Me bajé en el aeropuerto de San Juan, y el primer billetero que vi tenía el número, fue el primer número que vi». Y me mostró el billete, o los veinticinco billetes que creo recordar que tenían los sorteos semanales. Nunca vi la etiqueta del pomo, pero no tenía por qué dudar de lo que me contaba. Me dijo: «Este es el billete con el mismo número, y ahora estoy esperando al miércoles… a que venga el sorteo, porque ya me gané la lotería».”

“Esa noche salimos a comer, y conversamos de La Habana, del Mariel, de cómo había llegado a los Estados Unidos y de cómo había llegado yo, del viaje… en fin, cosas de marielitos.”

“Le digo: «Bueno, Campa, el miércoles nos vemos por acá». Él ya sabía dónde yo vivía. «Vamos a celebrar». Y efectivamente, el miércoles llego de mi trabajo, y al entrar al edificio, en el lobby, está Campa completamente deprimido. Entonces me dice: «¡No me gané nada!». En Puerto Rico la lotería es una forma de beneficencia social. No hay manera de que te compres un billete entero de lotería y no ganes, por lo menos, el reintegro de un billete. ¡Pero él no se ganó nada!”

“Estuvimos dos semanas sin vernos, nunca supe dónde se estaba quedando, y un día aparece y me dice: «Mira, decidí quedarme, porque me empaté con la gente del reverendo Sun Myung Moon, estoy ahí en un local que ellos tienen, y estamos ahí estudiando. He descubierto a dios de otra manera, esto fue una lección». En fin, al parecer, el choque de lo que le pasó ahondó su fe. El caso es que me dijo que tenía una tremenda fe y que el reverendo Moon era un visionario.”

“Pasan los días y en una ocasión vengo manejando por un área céntrica y me lo encuentro en una esquina, vendiendo flores para los moonies, porque la gente del reverendo vendía flores en todo San Juan. Entonces paré: «Campa, pero ¿qué haces aquí?», y me responde, «Estoy vendiendo flores, porque esto forma parte de la cosa». Obviamente, le daban comida, y me contó que también tenía tiempo para leer y escribir. Le pedí entonces que pasara por la casa, él tenía mi teléfono. Pero a partir de entonces lo perdí de vista y nunca más volví a verlo, hasta que regresé a Miami en el ochenta y ocho.”

“Acá me lo encontraba a veces, sobre todo en la Pequeña Habana; él y un grupo de gente de la Funeraria eran asiduos del área donde está el restaurante El Pub. Cada vez que pasaba por allí lo veía tomando café y conversábamos. Esa no era mi zona de circulación, pero sabía de él con frecuencia a través de Carlitos Victoria, porque Campa, Rosales y Esteban Luis Cárdenas eran muy cercanos, y Carlitos Victoria se ponía de acuerdo con ellos para verlos y me contaba que estaban mal. Drogas, falta de dinero.”

“Cárdenas, recién llegado, tuvo un accidente de tránsito que lo dejó paralítico. Se recuperó, pero quedó muy fastidiado. Incluso volvió a escribir, un libro de poesía que a mí me parece bueno, Cantos del centinela. Después tuvo otro accidente. Caminó delante de un camión, al parecer estaba drogado.”

Eddy Campa fotografiado por Pedro Portal en La Pequeña Habana. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)
Eddy Campa fotografiado por Pedro Portal en La Pequeña Habana. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)

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En mi conversación con los profesores Idalia Morejón Arnaiz, de la Universidad de São Paulo, y Jorge Brioso y Héctor Melo Ruiz, de Carleton College, en 2023, me refiero al episodio de la lotería de Puerto Rico según lo relatara el mismo Campa en mi casa de la Calle 4ta y la 11 Avenida del SW, una mansión dilapidada del antiguo Miami que llamábamos la Villa Verde porque habían vivido allí los cineastas Miñuca y Fernando Villaverde. Campa me dijo que no quería saber de Cherburgo ni verlo nunca más, y ahora comprendo que quizás se debiera a que Andrés Reynaldo conocía la verdadera historia de la lotería de Puerto Rico.

La periodista alemana Barbara Eisenmann, de pie, al fondo; Néstor Díaz de Villegas, sentado, en el centro; y Eddy Campa, acostado en el piso. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)
Foto tomada en la Villa Verde: la periodista alemana Barbara Eisenmann, de pie, al fondo; Néstor Díaz de Villegas, sentado, en el centro; y Eddy Campa, acostado en el piso. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)

Según la versión que Campa contó en mi casa ante un público de admiradores, no solo se había ganado diez mil dólares con los números del sorteo, sino que había regresado a Miami con el dinero en la mochila, la misma que usó de almohada en los portales del Camillus House, el refugio para desamparados del downtown que le sirvió de albergue mientras despistaba a los asaltadores y encontraba alojamiento seguro. Campa era mitómano, se acomplejaba fácilmente, y podía ser cruel si se veía acorralado.

En la Villa Verde, Eddy Campa pasó a máquina su libro de cuentos, que entonces se titulaba Manual del estafador sentimental. El año que residí allí, antes de escapar a Los Ángeles en agosto del 2000, nos veíamos a diario. Eddy vivía en la calle y pernoctaba en las casetas de salvavidas de South Beach. A veces, venía a cocinar harina con carne en la cocina de mi casa, una harina que borboteaba y salpicaba paredes y pisos mientras él fumaba su pipa y peroraba ante los visitantes ocasionales. Le encantaba impresionar a la gente, sobre todo a las mujeres, con agudezas, insinuaciones y epigramas.

Muchas veces caminamos sin rumbo fijo por la Pequeña Habana, conversando y admirando el paisaje (incluyo el poema que escribió en un McDonald’s durante una de nuestras caminatas).

“En el invierno de las ciudades”, manuscrito de Eddy Campa
“En el invierno de las ciudades”, manuscrito de Eddy Campa. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)

Al atardecer, nos metíamos en el restaurante Todo por Dos Cocos, de Flagler Street y la Ocho Avenida, a comer unos espaguetis con ragú que le hacían daño y lo obligaban a tomar buches de un frasco de PeptoBismol que llevaba siempre en su maletín de cuero junto a un mazo de tabacos Maribel. En el bolsillo de la cazadora, una pipa de cuerno y una fosforera. Cortaba los Maribel en trozos que embutía en la cazuela de la cachimba. Al fumar, entrecerraba los ojos y hablaba despacio, sopesando cada palabra, mientras soltaba bocanadas de humo y risitas cómplices si conseguía atrapar alguna idea escurridiza.

Cajetilla de cigarros Tabacos Maribel. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)
Paquete de Fumas Tabacos Maribel. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)

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Su área de acción era restringida, abarcaba el corredor que va de los antiguos Perros de Flagler a la estación de Metrorail del Government Center, en el downtown de Miami. En las cercanías de la Doce y Flagler estaba la joyería de un marielito que traficaba en prendas de bronce. Acompañé a Campa un par de veces allí, a recoger “el material”. En su maletín llevaba un bloc amarillo y bolígrafos, y también sus herramientas de trabajo: troqueles de distintos quilates, paños de gamuza y un martillete. Venía a mi casa y pasaba la mañana puliendo, troquelando y sacando brillo a manillas y cadenas de eslabón cubano, que luego salía a vender como si fueran de oro.

Un par de veces lo vi mientras vendía sus joyas falsas. Podía tratarse de alguna señora a la espera del tren en la estación de metro, que él abordaba discretamente. Comenzaba por saludar y luego entablaba conversación, para enseguida sacar del bolsillo interior del saco una cadena o un zarcillo y ofrecerlos por un precio bajísimo, comparado con el de las joyerías del Seybold Building. Lamentaba sacrificar una prenda tan valiosa, aunque las circunstancias (un divorcio, un desalojo, la muerte de alguien cercano) lo forzaran a hacerlo. El precio inicial debía cubrir sus gastos diarios (la parte del joyero, espaguetis con ragú de Todo por Dos Cocos, tabacos, seis o siete coladas de café, a veces una resma de papel y un par de bolígrafos, boletos de guagua, el alquiler de un sofá en la casa de un viejo excapitán batistiano, donde aterrizaba algunas noches).

Viejo capitán batistiano, fotografiado en Miami por Pedro Portal. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)
Viejo capitán batistiano, fotografiado en Miami por Pedro Portal. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)

No lejos de la joyería, en un maleficio de la Segunda Avenida y la Once calle del Northwest, residía Esteban Luis Cárdenas, al fondo del parqueo de Payless Shoes. Si aparecía dinero, o si era el día de cobro del cheque del gobierno, pasábamos por allí y Esteban y yo fumábamos piedra en pipas de cristal, mientras Campa chupaba ceremoniosamente su cachimba y hablaba de T. S. Eliot.

Aparte de las coladas de a cincuenta centavos, Campa nunca bebía, y jamás probó las drogas. Era abstemio y escrupuloso, iba impecablemente vestido con ropa de segunda, zapatos de cordón, cabellos cepillados, barbija cuidada, uñas limpias y dientes renegridos por el tabaco. Los ojos achinados eran oscuros y ladinos. Su acento era habanero y su dicción engolada.

Los lugares canónicos a lo largo de Flagler Street en aquella época eran el bar Camagüey, La Mía Supermarket, las tiendas La Caprichosa y El Encanto, la Farmacia Robert’s, la guarapera La Siguaraya, el albergue del Salvation Army, el billar de Fiallo, la Iglesia de los Patiblancos y la Rama Hispánica de la Biblioteca Pública. En la esquina del parque Martí, el de la Tercera Calle y la Octava Avenida del Southwest, en un barrio conocido como Saigón, había un laurel de la india de raíces nudosas en las que Campa solía sentarse a escribir con la carpeta apoyada a la rodilla. Así compuso Little Havana Memorial Park. Cuando las raíces estaban ocupadas por los habituales de la cafetería de Míster Dinero (que llegarían a ser personajes de su épica), el poeta iba a sentarse en un contén llamado el “quicio de los atardeceres”, que figura como locus amoenus en su libro.

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Ese libro de poemas fue mecanografiado y pasado en limpio varias veces en los años previos a mi partida de Miami, primero en mi casa de la calle Zamora, de Coral Gables, y luego en mi bungaló de Spring Gardens, a orillas del Canal Wagner, donde sería editado, maquetado e ilustrado por Pedro Damián, Germán Guerra, el pintor Carlos Franco y por mí. Tuve la idea de poner en portada la foto del poeta como si fuera una estrella de rock. La imagen es de Pedro Portal, que fue conmigo a Saigón para retratar a Eddy.

Pedro Damián, Germán Guerra, César Beltrán y Néstor Díaz de Villegas, maquetando ‘Little Havana Memorial Park’ en la casa de Spring Garden de Néstor. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)
Pedro Damián, Germán Guerra, César Beltrán y Néstor Díaz de Villegas, maquetando ‘Little Havana Memorial Park’ en la casa de Spring Garden de Néstor. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)

Por fin logré impulsar la idea de la publicación de Little Havana Memorial Park entre los amigos que contaban con los medios para financiarla. El evento de recaudación se realizó en el condominio de la novia colombiana de Damián en Brickell Avenue, con Benigno Dou como promotor y Manuel Moreno Fraginals como maestro de ceremonias. Conseguimos suficiente dinero para una pequeña tirada de otros dos libros: Metal, de Germán Guerra, y mi poemario Héroes.

La editorial Dylemma, que publicó los tres títulos, surgió en el ambiente de las tertulias literarias de la época, un período que podría considerarse el quinquenio milagroso de la poesía cubanoamericana de Miami. La casa del pintor Ramón Alejandro, llegado de París en 1992, se convirtió en una especie de Factory warholiana. Por sus fiestas improvisadas pasaron los pintores de los ochenta, los salseros de los noventa, santeros, lumpens, marchantes y falsificadores, la retaguardia origenista, las vacas sagradas del Mariel, la vieja inteligencia académica cubanoamericana, los traficantes de arte de Coral Way, periodistas de New Times, Radio Francia y Geo, además de los inevitables diletantes, mecenas y socialités en exilio.

Para la Colección Baralanube de las Éditions Deleatur, Ramón publicó e ilustró, en frenética sucesión, Ciudad mágica, de Esteban Cárdenas; Vilis, de Lorenzo García Vega; Trenos, de Armando Álvarez Bravo; mi ciclo de sonetos Confesiones del Estrangulador de Flagler Street; A la manera de Arcimboldo, de Félix Lizárraga, y dos textos clásicos de Antonio José Ponte: Las comidas profundas y Cuentos de todas partes del Imperio.

Ponte entró a Miami por mi apartamento de la calle Zamora la noche de Acción de Gracias del año 1997, transportado directamente del aeropuerto al salón que mi amiga Margarita “La Pistola” Rodríguez y yo animábamos. Margarita había heredado una pequeña fortuna y la derrochaba liberalmente en fiestas, comelatas y ciclos de cine de Rainer Werner Fassbinder, a los que asistían el crítico Max Castro, el pintor Alejandro Lorenzo y la galerista Olga Cartaya.

Queda aún por evaluar el impacto de la entrada de Ponte a Miami, precisamente la noche en que Eddy Campa recitó de un tirón su Little Havana Memorial Park para la concurrencia que abarrotaba un típico apartamentico floridano de dos cuartos, que Ramón Alejandro había descrito alguna vez como Domus Aurea. Quiero creer que Ponte arribó al banquete antes de que Campa concluyera su famosa lectura, dos hechos concatenados por alguna sublime serendipia en la leyenda de aquellos tiempos.

*   *   *

Por fin, Eddy Campa había creado la Funeraria Rivero universal. El hombre que emuló a Edgar Lee Masters saltaba por encima de la fosa común para instalarse en el limbo. Desapareció sin dejar rastro, y la última en verlo remolcar un catéter de diálisis fue mi hermana Dany, que había abierto su Tienda del Dólar en el local donde antes estuviera el billar de Fiallo.

La postrera aparición pública del poeta fue en la gran fiesta del Cabaret Neuralgia, que se había trasladado desde los predios del Café Nostalgia, del empresario Pepe Horta, al local de una pizzería de la Doce Avenida, un evento espectacular que organizamos el artista cubanoamericano Carlos Suárez de Jesús, el fotógrafo Pedro Portal y yo. Campa leyó esa noche acompañado por una orquesta de salsa, ante más de 500 personas, entre las que había poetas, pintores, novelistas, negociantes, políticos, personajes del bello mundo, crackeros y criminales. Esa vendría a ser mi mascarada en Blanco y Negro, el broche de oro (o bronce) que cerró mi período miamense.

Eddy Campa y Jesús Díaz fotografiados por Pedro Portal. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)
De izquierda a derecha: Eddy Campa, Jesús Díaz, Alejandro Ríos, Andrés Reynaldo (Cherburgo) y Orlando Alomá, fotografiados por Pedro Portal. (Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami)

A punto de entrar al gran cementerio de Little Havana, escapé en el sarcófago refrigerado de una guagua de la Greyhound. Cuatro días con sus noches rodé a lo largo y ancho de la geografía americana, hasta alcanzar Los Ángeles. En medio de la debacle, el libro de Campa había visto la luz. Una marielita llamada Mirtha B. Miraflores quedaría eternizada en el reverso de los volantes de La Mía Supermarket en los que Eddy escribió sus odas, si bien el poeta que la esperaba en el quicio de los atardeceres no la sobreviviría.

La última noche de Campa con nosotros transcurrió jovialmente en la Villa Verde, entre vasos de ron añejo y pases de coca. Estaban presentes el filósofo Emilio Ichikawa, el arquitecto Rafael Fornés y el trovador Roberto Poveda. Ichikawa hizo un aparte y nos haló hacia la cocina para preguntarnos si hablábamos en serio cuando decíamos que Campa era uno de los grandes poetas cubanos. Había leído Little Havana y lo encontraba ingenuo, cursi, casi chapucero.

Sucedió que esa noche Eddy se retiró temprano al sofá que le alquilaba al capitán de la policía de Batista, exiliado en Saigón hacía cuatro décadas. Media hora más tarde, el poeta reapareció, asustado, en la puerta de mi casa. Había encontrado muerto al capitán, delante del televisor, en su sillón ortopédico. Parecía que había sido un infarto, el viejo estaba azul.

Ichikawa no quiso saber nada del asunto. Fornés acompañó a Eddy de vuelta al lugar, y llamaron a la policía. El viejo batistiano era bolitero y recogía apuestas en las inmediaciones de La Siguaraya, quizás Eddy lo había ayudado alguna vez a contar dinero. Decidimos dejarlo solo para que resolviera su problema. Después pensé que tal vez esa noche la muerte le regaló, al fin, los dichosos números de la lotería.

Varese, Lombardía
Enero 23, 2024

Lecturas de Eddy Campa, Néstor Díaz de Villegas y Germán Guerra en la Feria del Libro de Miami (1999)

* Este video, cortesía de NDDV para Rialta, fue filmado por Felipe Gajate y pertenece al Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami.

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12 comentarios

  1. Gracias Nestor. No me acordaba de Campa hasta la descripción de la pipa con cabo de Maribel. Entonces me vino a la memoria algunos de esos dias cuando yo comenzaba en el asunto de poesías.

  2. Gracias Adrián. Esa cachimba con cabo de Maribel es un artefacto artístico para un futuro museo de la diáspora cubana. Qué buen comienzo para un poeta compartir la época de Eddy Campa! Saludos!

  3. Cuantos amigos juntos!!!!. Memoria viva que da unidad y sentido a todo lo ocurrido, para que nada de ello sea un millón de actos inconexos y dispuestos a perderse, dispersarse…
    Mi abrazo de siempre a ti Néstor NDDV, al Metalero German, a Andrés Reynaldo, a Alejandro Ríos, a todos del aquí y el allá, lugar para el que con mayor o menor prisa o grado, hemos venido a encontrarnos.
    Celebro como siempre la asombrosa belleza de tu histórica lámpara, tan emocionante como conmovedora.
    Mi corazón contigo. Invariablemente cómplice y querido. Gracias.

  4. Gracias querido Néstor. Un magnífico trabajo , como todo lo tuyo. Campa ( como yo siempre lo conocí) siempre me pareció un hombre enigmático y talentoso y es solo ahora, con tu reseña, que conozco más de él . Gracias por recoger esos años en tan poco espacio y con tanta maestría y ayudar a que no olvidemos a Campa. Ojalá que Cardenas sea tu próximo poeta en línea . Un abrazo.

  5. Tremenda historia, Néstor, relatada al modo sabroso de tu buena prosa costumbrista. Y lo mejor de todo es que rescatas una época importante de poetas, escritores, artistas y pensadores cubanos exiliados en Miami que si no se cuenta, caerá en el olvido banal de las jóvenes generaciones. La importancia está en la obra, el legado de Campa y de los otros que están esperando tu excelente trabajo de “exhumador literario”. Un tremendo placer leerte, amigo mío. Espero que esto sea un capítulo que… continuará. Gracias.

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