Detalle de 'Elogio a la soledad', Servando Cabrera Moreno, 1970

Tenía, en La Habana, un amigo que mostraba con orgullo una pieza de Servando Cabrera Moreno en una de las paredes de su apartamento. Una de las piezas de madurez, en la cual, sobre el fondo blanquísimo, la mano experta de Servando había dibujado líneas de tinta negra para sugerir un torso masculino. Luego he podido ver otras piezas más atrevidas, incluso menos sutiles, en su gozo por recrear el cuerpo y los genitales masculinos. Lo que hacía curioso y particular a esta obra de mi amigo, era que cada vez que salía de su casa, su madre, escandalizada ante tales trazos, se empeñaba en descolgar el cuadro y ocultarlo en el closet, para evitar que cualquier otra visita viera semejante desacato. A su manera, la obra de Servando Cabrera Moreno, cuyo centenario se cumplió el pasado sábado, se movió entre esos extremos: la admiración y el orgullo por no ocultar ciertas cosas, y las maniobras de ocultamiento que no pocos intentaron contra su legado, durante esa vida demasiado breve que culminó en 1981, a sus 58 años.

De una primera etapa de búsqueda y experimentación, Servando pasó a dibujar y pintar a rudos campesinos, soldados, macheteros, mambises, milicianos, cuerpos de la Revolución envueltos en jirones de aire que poco a poco se fue volviendo menos épico y más tornasolado. Un infarto, en 1967, le alejaría de esas representaciones, como una suerte de llamado a no ocultar en lo que podría ser (y así fue) una existencia no tan larga, la verdad de sus deseos. Luchando contra incomprensiones y contra los recelos de algunos de sus propios colegas (Raúl Martínez lo veía como un pintor de lugares comunes, y demasiado prolífico), pasó a crear una suerte de obra secreta, que iba a parar a manos de coleccionistas y amigos, y que tuvo el amparo de figuras tan ambiguas como Alfredo Guevara, uno de sus admiradores más apasionados. Aunque no olvidemos que, como se puede ver en algunas fotos y documentales, una pieza suya, de aquella fase “heroica”, colgaba tras el buró en el despacho de Fidel Castro –cuyo retrato alguna vez también pintó–. Uno de esos detalles que confirma que, a pesar de todos los recelos, los homosexuales siempre han estado ahí, a la vista incluso de los más renuentes a reconocerlos en ciertos momentos.

Servando Cabrera Moreno en la sala de la casa de 68 entre 17 y 19, Playa, La Habana, 1968
Servando Cabrera Moreno en la sala de la casa de 68 entre 17 y 19, Playa, La Habana, 1968

La obra de Servando es todavía un ámbito por reconocer a fondo, por colocar debidamente como una secuencia que, como en el caso de otros nombres de nuestra pintura, lo explique mejor a través de un análisis desprejuiciado y cabal de sus visiones. Fue tan prolífico que uno podía tropezarse con obras suyas en galerías, oficinas, teatros, y por supuesto, en la casa de sus amigos y fieles. Alguna vez Abilio Estévez posó para él, lo mismo hizo un joven actor llamado César Évora. Y su trazo, sus perfiles “del aire”, para decirlo con Luis Cernuda, llegaron también a ser vendidos por falsificadores, que sabían de un cliente ávido de tener obras suyas. Alfredo Guevara logró ubicar su colección de pinturas de Servando en Villa Lita, la mansión aristocrática de la calle Paseo, donde también se preservó las artesanías populares que Cabrera Moreno gustaba de coleccionar. Una suerte de reparación tardía a un pintor que Graziella Pogolotti reconoció como una figura aislada en las artes plásticas de su momento, y que padeció además la censura, cuando fue separado del claustro de profesores de la Escuela Nacional de Arte. Lo extraordinario, en su caso, fue la manera en que respondió a ello creando esta obra de flores tan extrañas y tentadoras, esos torsos, fragmentos de cuerpos, que hablaban de un erotismo que parecía respirar por sí mismo, alimentándose de un aire que aún no se expandía hacia otras zonas públicas de lo que era entonces el país.

Cuando organicé la primera jornada de arte homoerótico, en 1998, gracias al auspicio de la Asociación Hermanos Saíz, y que fue el primer evento público dedicado a esta expresión en la creación artística y el ámbito social cubano, las acciones de ese programa estuvieron dedicadas a Servando Cabrera Moreno. Andrés, un amigo abogado, me prestó un dibujo de su colección personal, firmado por el ilustre habanero. Me pregunto si Andrés, al irse de Cuba poco más tarde, se habrá llevado ese dibujo, casi un trazo apenas, donde el cuerpo de un efebo se adivinaba sobre la cartulina. O si lo vendió, como ha pasado con tantas obras de Servando, ese pintor dotado de una rara popularidad, capaz siempre de eludir el kitsch de esos tonos azules y rosas, para ir desmontando poco a poco su objeto de deseo, volviendo de vez en vez a los aires del expresionismo y el abstraccionismo con los que también se expresó, enunciando de una manera más dramática el ahogo y el desgarramiento que un hombre homosexual, ante el caballete, en aquella Cuba, también podía sufrir y expresar.

El museo biblioteca Servando Cabrera Moreno se abrió al público en enero del 2007. Por desgracia, varios años después se cerró para una reparación que parece infinita, y la posibilidad de obrar en él como un centro de documentación y acción cultural vinculada al legado del pintor, se detuvo. La muerte de Alfredo Guevara en el 2013 tampoco ayudó a reactivar las acciones en la casa que alguna vez fuera de los herederos de Carlos Manuel de Céspedes. En cierto sentido, la mansión se ha convertido en una metáfora de la distancia y la cercanía que definen hoy el modo en que se mira la obra de Servando Cabrera Moreno, que reaparece a veces en retrospectivas, que ahora mismo, en su centenario, vuelve a ser evocada, como miembros sueltos de una obra mayor que, insisto, debe ser reaprendida, tanto como lo merece el nombre y el recuerdo íntegro de su creador. Uno de los pioneros de la expresión homoerótica en el arte cubano, y que además dejó huellas en el teatro (diseñó el logo de Teatro Estudio, por ejemplo) y la cartelística de nuestro cine (recordemos su hermoso cartel para Retrato de Teresa, en 1979).

Trabajó con pasión y sed de vida, acercándose como pocos a una forma de representar la sensualidad que es también parte de lo cubano, a manera de un halo que ya nos había adelantado Carlos Enríquez. En un año, se dice, llegó a firmar más de 290 obras. Y en una fachada de la calle Obispo, una pequeña placa nos recuerda en qué casa nació. Reaparece en una subasta en el extranjero, una pieza suya de pronto nos sorprende al fondo de un salón, y lo reconocemos de inmediato. En cierto modo, Servando aún nos mira. Y dibujamos en nuestra mente, siguiendo su trazo, algunos gestos del deseo, de la necesidad de seguir abriendo cuerpos, torsos y verdades, hasta reconocernos en esa autonomía, en esa soberanía que él, persistente y casi en secreto, nos entregó para que hoy sigamos, en los muchos cuerpos de las muchas Habanas, contemplándolo y nombrándolo.

De izquierda a derecha Flavio Garciandia de perfil Roger Aguilar sentado Raul Martinez de perfil Servando Cabrera Moreno Aldo Menendez Gonzalez de espaldas y Antonia Eiriz en el Hotel Habana Libre en 1977 | Rialta
De izquierda a derecha, Flavio Garciandía (de perfil); Roger Aguilar (sentado); Raúl Martínez (de perfil); Servando Cabrera Moreno; Aldo Menéndez González (de espaldas) y Antonia Eiriz en el Hotel Habana Libre en 1977
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NORGE ESPINOSA
Norge Espinosa Mendoza (Santa Clara, Cuba, 1971). Dramaturgo, poeta y ensayista. Licenciado en Teatrología por el Instituto Superior de Arte de La Habana. Sus obras teatrales han sido puestas en escena por grupos como Pálpito, Teatro El Público o Teatro de las Estaciones, en Cuba, Puerto Rico, Francia o Estados Unidos. Entre sus textos destacan: Las breves tribulaciones (poesía), Ícaros y otras piezas míticas (teatro) o Cuerpos de un deseo diferente. Notas sobre homoerotismo, espacio social y cultura en Cuba (ensayo). Es un reconocido activista y estudioso de la comunidad LGBTQ cubana. Su poema “Vestido de Novia” se ha convertido en himno de las reivindicaciones de este grupo.

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