Pasados 147 años, la localidad alemana de Bayreuth sigue acogiendo el festival wagneriano más importante del mundo, verdadero lugar de culto del magno arte de la ópera. Pero últimamente se habla de su decadencia, o bien se señala este como un periodo de inflexión hacia un futuro de renovado auge, y acaso haya venido a confirmar una y otra sensación el Parsifal que abrió este martes 25 de julio un programa cuya última cita será el 28 de agosto: Tannhäuser.
La prensa española no escatimó elogios para el debut en la colina de Bayreuth del conductor granadino Pablo Heras-Casado, quien ciertamente mereció “una unánime aclamación” al final de la obra.
A todas luces, el director ibérico logró poner de manifiesto su “voluntad por encontrar un espacio personal en el que este repertorio [el wagneriano] se despoje de una supuesta trascendencia «mística»”, o al menos así opinó el crítico Manuel Nogales en la revista Scherzo: “en ese contexto cabe entender la lectura de Pablo-Casado, dudosa todavía en el primer acto, quizá también por la difícil consolidación de una sonoridad ajustada a las particulares condiciones del Festspielhaus, pero admirable en el tercer acto y muy particularmente en el segundo donde, en esta representación, se alcanzaron cotas históricamente homologables”.
La apoteosis, el éxtasis, el triunfo… de Heras-Casado –quien, “con solidez muscular”, entregó una dirección “vibrante, equilibrada y con buen ritmo”, según The New York Times— fue acompañada, especialmente, por el virtuosismo de la mezzosoprano letona Elīna Garanča (Kundry), estrella ascendente en el cosmos Wagner, pero también por las aplaudidas interpretaciones de Andreas Schager (Parsifal), Georg Zeppenfeld (Gurnemanz), Jordan Shanahan (Klingsor), Derek Welton (Amfortas), Tobias Kehrer (Titurel), y el Coro del Festival de Bayreuth.
La polémica, o la decepción, llegó por vía de la puesta en escena, a cargo del estadounidense Jay Scheib, quien debía entregar no solo un Parsifal grandilocuente, poderoso, y a la vez decididamente contemporáneo, sino además una producción que congeniara lo escénico propiamente dicho con la realidad aumentada (AR) –figuras y ambientes superpuestos gracias a unas gafas tintadas– que apreciarían algo más de 300 personas en un aforo total de 1925 espectadores.
“Por onírica que sea, la confusión visual resultante no transmite la sobrecarga hipermaximalista y orgullosamente absurda de producciones de Bayreuth como el Parsifal de Christoph Schlingensief en 2004 o El anillo de Frank Castorf en 2013. Esto se debe a que la sensibilidad de Scheib, tanto en la esfera virtual como en la real, es básicamente simple y directa”, afirmó Zachary Woolfe en el Times. “Sin embargo, hay algo anodino y vacío en el núcleo de la producción. No está claro qué cree Scheib sobre la naturaleza de la enfermedad que está en la raíz del culto al Grial, por lo que no está claro qué ofrece la redención culminante de Parsifal”.
«El resultado de todos estos abundantes recursos es demostrar la superioridad de lo live sobre lo digital», sanciona el crítico, quien confiesa habérsela pasado, como el resto, espiando bajo las gafas, yendo “de lo real aumentado a lo realmente real”.
Woolfe señala desde el título (“Wagner Would Have Liked AR, but Not This Parsifal”) que al legendario autor alemán, entusiasta de las más novedosas tecnologías aplicadas a la ópera, le habría gustado la realidad aumentada, pero jamás este montaje –“panfletario”, esnobista por su ambientalismo, según otro testigo bastante enfadado– de Jay Scheib, director del programa teatral en el Massachusetts Institute of Technology (MIT).
A lo largo de cinco semanas, el festival presentará, como cada año, nuevas producciones del Canon de Bayreuth, integrado por la tetralogía El anillo del nibelungo —El oro del Rihn (26 de julio; 5 y 21 de agosto), La valquiria (27 de julio; 6 y 22 de agosto ), Sigfrido (29 de julio; 8 y 24 de agosto) y El ocaso de los dioses (31 de julio; 10 y 26 de agosto)–; Parsifal (también 30 de julio; 12, 15, 19, 23 y 27 de agosto); Tannhäuser (28 de julio; 7, 16, 20 y 28 de agosto); El holandés errante (1, 4, 11, 14 y 18 de agosto), Tristán e Isolda (3 y 13 de agosto), así como por Lohengrin y Los maestros cantores de Núremberg, que no tendrán representaciones este año en la localidad bávara.
En particular, “el ciclo del Anillo” en la versión del joven director austriaco Valentin Schwarz, estrenado y abucheado en 2022, y apodado incluso “el Anillo de Netflix” debido a su “melodramática” relectura de la pauta tradicional, constituye otro indicador de una nueva hoja de ruta en la Colina Verde de Bayreuth.
Schwarz anunció que, para este segundo año de su montaje, se han incluido “ayudas adicionales para la comprensión”. Añadió al respecto en entrevista con DPA: “Revisamos todo y a partir de ahí surgieron pequeñas modificaciones”.
El programa de 2023 también incluye un par de conciertos al aire libre –estilo picnic— a cargo de la orquesta del festival bajo la dirección de Markus Poschner, que interpretará “música que, enteramente en el espíritu de Richard Wagner, rompió los límites de su tiempo y creó algo nuevo”. Vale decir en este caso: piezas, arias, duetos del propio creador nacido en Leipzig, así como de Dimitri Shostakovich, Alban Berg, Kurt Weill, Giuseppe Verdi y Aerosmith.
De cara a los próximos años, otra novedad de primer orden es que el Festival de Bayreut incluirá en su repertorio, para 2026, año de su 150 aniversario, la ópera Rienzi, lo que significaría ir más allá, por primera vez, de su canónico decálogo. Así lo anunció el lunes, a través de Zoom, Katharina Wagner, directora del festival y bisnieta del compositor germano.
Parsifal –concebida a partir del poema épico medieval Parzival de Wolfram von Eschenbach, cuyo héroe homónimo es un caballero de la Mesa Redonda del rey Arturo que marcha en busca del Santo Grial– fue estrenada por Richard Wagner (1813-1883) en 1882, es decir, el año anterior a su muerte, y seis años después de la apertura del Festival de Bayreuth con El anillo del nibelungo.