El n. 30 de Teoría y Práctica inserta un trabajo del compañero Aurelio Alonso, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, en el que se expresan diversas opiniones, interesantes algunas de ellas, acerca del problema de los manuales. Termina dicho artículo con la proposición de dialogar a base de cruzar experiencias y criterios en un ámbito familiar, espíritu en el cual ha sido escrito. Este artículo nuestro creemos que también habrá de ser una contribución al diálogo dentro del mismo espíritu antes señalado.

El compañero Aurelio ha dedicado buena parte de su exposición a la crítica de los manuales de filosofía que poseemos en Cuba. Esto implica un vuelco hacia problemas que no nos propusimos abordar con detalles en nuestro trabajo anterior (Teoría y Práctica, n. 28). Vuelco que consideramos provechoso, pues constituye un medio concreto de ayudar a fijar la atención de quienes usan dichos manuales, en las debilidades de los mismos y a superarlas críticamente.

Nuestra posición con relación a las deficiencias de los textos de ciencias sociales que tenemos en Cuba creemos quedó perfectamente, aunque no detalladamente, expuesta, cuando decíamos que “tienen puntos de vista discutible, limitaciones, errores y proposiciones que la propia evolución de las ciencias económicas y filosóficas han hecho envejecer”,[1] opinión que se traduce en la utilización crítica que hacemos de los mismos. Pero si bien no es detallado este planteamiento, si es lo suficientemente amplio como para hacer ver que engloba desde las estructuras hasta las posiciones tácticas de los manuales.

Y son estos los momentos de nuestra opinión que no aparecen recordados cuando se habla de una supuesta “conformación de los modos de pensar por la lógica de los manuales de filosofía”, o cuando se nos achaca creer superarlas solo con discursos, monografías, etc.

Nuestro planteamiento sobre ellos es válido también para refutar los intentos de hacer aparecer nuestra crítica como reducida a señalar “determinadas limitaciones y deficiencias que pueden ser mayores o menores”, afirmación que hicimos relacionada a todos los manuales en general y no concretamente con respecto a los existentes en Cuba, cosa que permite concluir que nuestra negación es “temerosa”, “de incomprensión” y “no dialéctica” en el afán de justificar un “pensamiento anterior”.

Liberados de la manualofobia

Nosotros al criticar los manuales existentes en Cuba, al señalar sus deficiencias no entramos en “discrepancia con nuestro pensamiento anterior” porque siempre hemos abordado su estudio con espíritu crítico, prevenidos sobre limitaciones y errores conocidos y sobre la posibilidad de otros no conocidos aún por nosotros, debido al nivel de desarrollo teórico y a la deficiente información que al principio teníamos. Quizás por eso el ir descubriendo estos errores y limitaciones concretos a medida que se ha ido elevando nuestro nivel de conocimientos y de información no nos ha sorprendido demasiado. Quizás, por eso, no hemos tenido la necesidad de “librarnos de su dominio con dificultades” porque nunca hemos estado dominados por los esquemas de los manuales, ni hemos conocido “la angustia del camino que lleva a la ruptura de las estructuras mentales creadas”, porque nunca hemos tenido estructuras mentales dogmáticamente creadas. “Nuestra concepción acerca de los manuales es (y siempre ha sido) la de no sobreestimarlos, no considerarlos como algo acabado y perfecto en los cuales pueda hallarse la respuesta a todas las inquietudes que se le plantean a nuestros cuadros y estudiosos y, en general, a nuestro pueblo en desarrollo”.[2]

Quizás por eso, por no haber hecho nunca una aceptación mecánica y dogmática de los manuales que nos llevara a posiciones ridículas de aceptación y reproducción religiosa y escolástica de lo planteado en los mismos, es por lo que hoy estamos totalmente liberados de una injusta manualofobia que pretenda encontrar en los manuales las culpas que, en todo caso, hubiesen estado principalmente y ante todo en nosotros mismos.

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El método de enseñanza que propugnamos es opuesto, como decíamos en nuestro artículo y repetimos más arriba, a enseñar el marxismo como un conjunto de dogmas que se hallan todas en forma acabada y definitiva en los manuales, en presentar a estos como un recetario para solucionar todos los problemas prácticos. Esto es lo que nos permite calificar al “manualismo” como “mal que radica, ante todo, en los que impartimos la Filosofía y la Economía Política, más que en los propios manuales”[3] donde “ante todo” y “más que” no están escritos por gusto, en frase toda ella subrayada, de la cual se desprende que nosotros entendemos que en determinados manuales también puede residir gran parte de las causas de dicho mal. Cuando decimos que “no es inherente a los manuales”, es porque, al igual que el compañero Aurelio, consideramos que “hay manuales y manuales”.

Es claro que una cirugía de nuestros puntos de vista permite hablar de falta de “orientación hacia la ruptura”, de “identificación del marxismo con los manuales” o de cosas por el estilo. Pero no es nuestro objetivo primordial aclarar puntos de vista ya expuestos con entera diafanidad, lo que podría hacer el diálogo interminable, desviando la atención de otros problemas más importantes tratados por el compañero Aurelio y sobre los cuales queremos expresar nuestras opiniones.

¿Puede sistematizarse el marxismo leninismo?

Nosotros no ponemos en duda una cosa: que el marxismo en su conjunto, y el materialismo dialéctico como filosofía que lo integra, son científicos. Y como tales, creemos que son factibles de sistematizar.

¿Qué es una ciencia? Una ciencia, sin pretender agotar el contenido de este concepto, es un conjunto de conocimientos fijados en principios, leyes, categorías y métodos, elementos estos que se encuentran internamente estructurados de una determinada forma. Como los conocimientos del hombre poseen gran movilidad, en todo momento cada ciencia poseerá proposiciones que su posterior desarrollo encontrará limitadas a determinados marcos. Las ciencias adelantan también hipótesis que pueden o no ser confirmadas después. Pero toda ciencia consta de conocimientos probados por determinadas prácticas, que forman parte de su cuerpo como algo firme y estable, y que por ello pueden ser transformados en principios metodológicos, orientadores del propio conocimiento en la rama del saber de que se trate. “Hay una serie de experiencias comunes de extraordinario valor, igual que en la medicina, en la astronomía, en la física, que son verdades ya comprobadas por la realidad de la historia, y que nosotros tenemos la ventaja de poder contar con toda esa experiencia y toda esa técnica en la edificación de una sociedad socialista”.[4]

Esto mismo nos está diciendo que los conocimientos que constituyen una determinada ciencia pueden ser agrupados, estructurados, sistematizados y expuestos con una determinada lógica. Claro que pueden surgir muchos problemas a la hora de realizar este trabajo. Nunca nos hemos encontrado con una ciencia, haya absoluta coincidencia de opiniones a la hora de sistematizar y exponer, precisamente porque esto depende de muy diversos factores, que van, desde las opiniones sobre el objeto de estudio de la ciencia de que se trata, hasta el público al cual va dirigida la sistematización. ¿Hay acaso coincidencia de opiniones entre los físicos sobre cuál constituye el objeto de su ciencia, sobre sus marcos, o más concretamente, sobre la descripción de determinados fenómenos, digamos, las partículas elementales? ¿No sucede algo semejante entre los cibernéticos y los lógicos, por mencionar otras ramas del conocimiento?

Sin embargo, las opiniones discrepantes entre los científicos de una misma rama del saber no ha sido impedimento para que dispongamos de manuales, textos, compendios (o como se les quiera llamar) que expongan en determinada forma lógica el contenido de una ciencia o aspecto de él.

El compañero Aurelio diferencia con razón las ciencias positivas de la Filosofía. Sería erróneo identificarlas absolutamente, siendo formas distintas del conocimiento humano, máxime si con ello se aspira a demostrar la posibilidad de una sistematización. Pero equivocado también es separarlas, borrando sus puntos de coincidencia, pues ambas poseen principios, categorías, leyes y métodos; extraen sus materiales de estudio de una misma realidad o de otras ciencias, etc. No comprenderlo equivale a establecer una ruptura entre el conocimiento de las ciencias positivas y el de las filosóficas. Y esto pudiera llevar a concluir que, por tratarse de cosas distintas, la filosofía no puede sistematizarse.

Precisamente las “pretensiones sistematizadoras” son reprochadas a los manuales. Esto puede tener dos causas: que por diferenciar más de lo debido la filosofía de las demás ciencias, se haga del contenido de aquella una sustancia en sí, inalcanzable con fines de sistematización; y/o que el marxismo, y por ende su filosofía, no constituya una ciencia y por lo tanto sea imposible de sistematizar. ¿No es acaso esta la opinión que se escurre en el artículo del compañero Aurelio, y que lo lleva a fijar entre comillas “la única filosofía consecuentemente científica”? ¿No estará aquí sometido también el carácter científico del marxismo a “la duda, como exigencia de todo pensamiento”?

Nosotros con Lenin creemos que “el marxismo es el sistema de las ideas y la doctrina de Marx”,[5] y que en las ideas de Marx hay una “maravillosa consecuencia y unidad sistemática[6] (los subrayados son nuestros) y estamos totalmente convencidos que todo sistema se puede sistematizar y mucho más si en él hay una maravillosa “unidad sistemática” y valgan las redundancias, y que, al igual que Lenin en su corta biografía de Carlos Marx hizo “un breve resumen de sus ideas filosóficas generales”,[7] es posible elaborar un texto, manual o compendio en que se haga un resumen de sus ideas filosóficas no ya tan breve ni tan general.

Dudar por dudar…

Es precisamente esta exigencia de dudar de todo, la que sirve como uno de los argumentos a contraponer a la lógica de los manuales existentes, que ciertamente poseen la deficiencia de no poner nada en duda. Pero ¿es justo acaso dudar de todo? ¿No introduce este requisito un elemento de escepticismo, que abarca incluso al carácter y a las posibilidades mismas del marxismo?

Nosotros creemos, y así enseñamos a nuestros alumnos, que no deben aceptarse acríticamente las distintas tesis concretas de los fundadores del marxismo, y con mucha más razón, las de los manuales. Nos cuidamos mucho de no sustituir el culto a los manuales por el culto a los clásicos, dando por necesariamente bueno y exacto absolutamente todo lo que ellos plantearon. Aspiramos a que cuando se acepte un planteamiento doctrinal se haga solo después de que se tenga el convencimiento de que es justo, a la luz del raciocinio propio, y volcándolo y confrontándolo con la práctica actual de la humanidad, y más concretamente con la práctica de nuestra Revolución. Insistimos en que cada proposición se someta a un análisis crítico, en la medida de las posibilidades de cada cual. Pensamos que esta es una buena forma de que el marxismo no sea asimilado como se asimila una teología. Consideramos que este espíritu está latente en la Revolución Cubana como lo estaba en cada obra de Lenin, que supo “revisar” científicamente determinadas concepciones de Marx y Engels, para garantizar la vitalidad de la doctrina, a la vez que compendiaba el pensamiento de los clásicos para contraponerlo a las desviaciones sobre sus concepciones, como en El Estado y la Revolución, obra que pudiera calificarse como “citera”, por la gran cantidad de citas de los clásicos que utiliza Lenin para fundamentar las concepciones marxistas sobre el Estado y la Revolución.

¿Cuál debe ser entonces el criterio para dudar? Consideramos que aquí deben ser también situados los criterios de la práctica y de la actividad científica. Cuando una tesis del marxismo, cualquiera que ella sea, entra en contradicción con el acontecer práctico, es que ha aparecido la señal para comenzar a dudar de ella. Algo semejante puede suceder en el plano más mediato de la teoría, pues ella se desarrolla con determinada independencia, pudiendo mostrar también la inconsistencia teórica de determinada tesis. Mas aquí también la referencia a la práctica será la definitiva. Pero es necesario subrayar que hay un gran trecho entre la posición expuesta y la otra que propugna la duda continua y constante hasta el absurdo.

Hay que tener en cuenta que el marxismo no es una hipótesis sobre el futuro, sino una teoría, y como tal, confirmadas por la práctica revolucionaria sus tesis fundamentales. Ser marxista es aceptar estas tesis, sus principios, que convergen en la convicción de que la revolución es posible y que después de ella es posible un mundo mejor, libre de toda explotación y de las trabas que ella opone al desarrollo humano. De esto, y lo decimos sin temor a ser calificados de dogmáticos, no nos cabe ninguna duda. Se pueden tener dudas acerca de cuál será el próximo país que se libere, de cómo se producirá esa liberación, pero no se puede dudar de la Revolución misma. ¿Es dubitativa acaso la Segunda Declaración de La Habana cuando afirma categóricamente que la Revolución es posible? ¿Hay alguna duda expresada en los pensamientos de Fidel acerca de la inevitabilidad de la Revolución latinoamericana? Nos parece que tampoco hay dudas en Fidel cuando afirma: “con entera satisfacción y con entera confianza: soy marxista-leninista y seré marxista-leninista hasta el último día de mi vida”. “Creo absolutamente en el marxismo”. Ni cuando en otro momento de esta misma intervención plantea: “¿Tengo alguna duda sobre el marxismo y entiendo que algunas interpretaciones se equivocaron, que hay que revisarlas? ¡No tengo la menor duda! (el subrayado es nuestro).[8]

Porque la duda como exigencia de todo pensamiento lleva a situaciones tan absurdas y embarazosas como la de dudar hasta de si uno existe o no. Por eso asignamos a la duda un papel no absoluto dentro del método marxista. Este debe ser lo suficientemente flexible como para permitir evadir todo dogmatismo y asimilación acrítica de cualquier proposición y lo suficientemente rígido para salvaguardarnos del escepticismo relativista.

Por otro lado hay que estar prevenidos contra aquella duda que no es ya parte de un método para el desarrollo del saber científico sino que es producto de la falta de convicción ideológica, producto de no estar firmemente convencidos de que la teoría que decimos profesar, de que la concepción del mundo y sus problemas que decimos compartir es la justa, la exacta y la verdaderamente científica, producto de no estar convencidos de que el marxismo es “una teoría científica asombrosamente completa y armónica”.[9]

De la duda al convencimiento

Si consecuentemente se aplicara el método propuesto, debía dudarse de la afirmación hecha de que los manuales que poseemos no tienen un carácter marxista. Sin embargo el compañero Aurelio no se plantea esta duda. Y junto con las ideas antes expresadas, nuestras opiniones divergen en la valorización de los manuales de que disponemos. Es justo reconocer aquí lo acertado de algunas de las críticas que el compañero Aurelio consigna a los manuales. Pero, ¿puede acaso concluirse que sus deficiencias (para abarcar en una sola palabra los pecados del manual) los convierten en no marxistas?

Si feliz ha sido la incursión histórica para buscar analogías entre Anti-Dühring (que Engels reeditaba en 1885 no tanto como polémica sino como “una exposición más o menos coherente del método dialéctico y de la concepción comunista del mundo”)[10] y los manuales, no lo ha sido tanto la argumentación que, mediante inexplicable pirueta, convierte una estructura marxista en el Anti-Dühring en estructura no marxista en los manuales. Por eso, sí estamos de acuerdo con el compañero Aurelio en que la realización práctica del marxismo en los años posteriores exige búsquedas en otras direcciones y no el calco de la estructura del Anti-Dühring, no podemos estarlo en cuanto a que esa estructura ha afectado de tal manera a sus elementos actuales, como para convertir al conjunto en un no-marxismo, y, entre otras cosas, no se dan las razones de esa transformación.

Una determinada estructura o lógica en la confección de un texto puede afectar a la doctrina misma, pero tendría que calar muy hondo para que esto sucediera. No creemos sea este el caso de los que poseemos. Su estructura es una de las tantas posibles, pues hoy no existen puntos de vista concordantes entre los filósofos marxistas acerca de cuál es la mejor estructura lógica para nuestra filosofía. En la propia Unión Soviética son muchas las discusiones sobre este asunto.

Como también creemos que es ir más allá de lo que los propios manuales se han propuesto, cuando se habla de que aspiran a la “construcción de un sistema filosófico que pretende ser la síntesis orgánica del pensamiento de Marx, Engels y Lenin, del marxismo”. ¿No estará influida la posición actual del compañero Aurelio por una excesiva valoración actual de los objetivos de los manuales? ¿No es por ello acaso que le costara tantas dificultades y angustias el librarse de su dominio?

¿O provendrán sus concepciones de una incorrecta valoración de la época en que fueron escritos algunos de los manuales, precisamente cuando comenzaba, en la sociedad soviética, la crítica del llamado “culto a la personalidad” por el XX Congreso? No somos tan ilusos como para pensar que todo quedó resuelto con la crítica a ciertos métodos de la programación de la actividad intelectual, pues métodos y moldes de la actividad práctica y teórica no se supera de un día para otro. Pero sí creemos que fueron escritos en mejores circunstancias para el análisis y el examen crítico.

A nosotros nos surgen otras preguntas: ¿cómo valora el compañero Aurelio la estructura lógica que poseen los cursos que él imparte en la Universidad de La Habana? ¿Habrá logrado él un tipo de curso, sin estructura lógica interna que, a la vez, vincule sus elementos? ¿No estarán sistematizados los conocimientos filosóficos que imparte? Claro que estas últimas preguntas son absurdas. Estamos seguros de que sus cursos poseen una determinada estructura y lógica interna, y como tales, suponen una determinada sistematización de los conocimientos filosóficos marxistas. Es posible que esos cursos sean de una calidad superior a la de los cursos dados por textos resumidos a niveles inferiores, y que la forma en que los han estructurado ayude a una mejor comprensión de la filosofía marxista, pero dudamos que el compañero Aurelio llegara a calificarlos de no marxistas o de no científicos, si es que al final del curso un alumno diligente le trajera mimeografiadas las notas de clases que él mismo ha impartido. De todas formas, dudamos que las horas asignadas a los actuales programas de filosofía de la Universidad de La Habana, por ejemplo, permitan desarrollar al “método histórico” en la enseñanza del marxismo, propuesto por el compañero Aurelio, con descripción de ambientes y todo…

De la importancia de los materiales didácticos

¿A qué se debe que defendamos con tanta vehemencia la posibilidad de un manual? Porque nos interesa subrayar la necesidad e importancia de materiales que resuman y sistematicen los aspectos básicos de nuestra doctrina, para hacerlos llegar a las grandes masas, llámense estos materiales manuales o como quiera llamárseles. Por eso, nosotros consideramos prematura la idea de que hoy podemos prescindir de ellos. Nosotros no nos atreveríamos a fijar plazos para la eliminación de este tipo de materiales de divulgación y popularización, que no necesariamente tienen que ser vulgarizaciones de nuestra teoría, pues estaríamos en el campo nada firme de las profecías.

Nuestras escuelas trabajan hoy en la elaboración de materiales “que vinculen los principios generales de la teoría marxista a las situaciones propias de nuestro país y a la línea de nuestro Partido”,[11] algo muy distinto de textos simplemente con ejemplos cubanos, que matarían todo aporte de nuestra revolución al marxismo al buscar enriquecerlo sólo mediante ejemplos como se ha insinuado (aunque tampoco negamos el papel que juega un ejemplo bien traído para la mejor comprensión de muchos problemas). Con ellos iremos sustituyendo esos otros materiales, aunque no organizaremos hogueras inquisitoriales para desaparecerlos. Nuestra “búsqueda” es tan audaz como realista: sintetizar lo nuevo de la Revolución en el contexto de los principios ideológicos marxista-leninistas, de cara al pueblo, a los trabajadores.

Y este camino lo hemos emprendido convencidos de que es la mejor forma de hacer llegar el marxismo a nuestro pueblo, avasallado culturalmente por el imperialismo hasta hace pocos años. Es este uno de los aspectos en que no coinciden nuestras opiniones, porque en el fondo de este diálogo está presente la cuestión de cuál es el camino más indicado para que el marxismo sea asimilado ya desde ahora por nuestras masas.

Creemos que era este precisamente el espíritu que animaba a Lenin cuando indicaba la necesidad de crear este tipo de textos, lo que no entra para nada en contradicción con su recomendación de no asimilar librescamente el marxismo a base solo de “folletos y obras comunistas”.

Sólo utilizando las citas en la forma en que lo hace el compañero Aurelio puede llegarse a contraponer ambas ideas de Lenin, cayendo en un ejemplo cierto y real del “método dialéctico” que nos imputa y critica. Aquí es aplicable aquello de “cazador que a cazar salió y que cazado volvió”. Una cosa es aprender el marxismo librescamente, solamente por folletos y obras comunistas, sin vinculación con las tareas prácticas de la Revolución, aprendizaje erróneo que puede ser producto no solo del estudio de manuales, porque “folletos y obras comunistas” no son únicamente estos sino también incluso los trabajos de los clásicos, y este “conocimiento libresco del comunismo” puede tener lugar aunque se estudie directamente a Marx, Engels y Lenin. Otra cosa es determinar la necesidad de los textos más adecuados para educar masivamente a la nueva generación. Y si citamos a Lenin en este sentido, no es para utilizar dicha cita “como elemento probatorio”, sino porque entendemos que, a la hora de decidir sobre los mejores métodos y textos para enseñar el marxismo-leninismo a las amplias masas populares, es muy importante la opinión que Lenin –uno de los clásicos de la doctrina que se trata de divulgar y cuyo nombre sirve hoy incluso para denominarla– tenga al respecto. Y la opinión de Lenin, vertida en marzo de 1922, es la de que los manuales son muy útiles en este empeño. Y su planteamiento sobre lo negativo del “conocimiento libresco del marxismo”, hecho en octubre de 1920, no niega el papel de los manuales, sino que sirve para demostrar que Lenin no identificaba dicho “conocimiento libresco del marxismo” con los manuales, porque de lo contrario ¿cómo iba por una parte a censurar ese tipo de aprendizaje del marxismo y, por otra parte, dos años después, iba a aconsejar la confección de manuales para la enseñanza de las ciencias sociales? Otra pregunta que debe hacerse el compañero Aurelio es la siguiente: ¿por qué Lenin, si ya existían las obras de Marx y Engels y las fundamentales estaban traducidas al ruso, llamaba a la confección de manuales para educar a la joven generación porque “no tenían con qué hacerlo”?[12] ¿Por qué no recomendaba estudiar directamente a los clásicos para esta enseñanza destinada a “las verdaderas masas del pueblo, para los obreros y campesinos comunes”?[13]

Nosotros no nos queremos entrometer en cuestiones de las cuales tenemos pocas experiencias, como es la enseñanza del marxismo a niveles universitarios, aunque conocemos de muchos que a hurtadillas usan los manuales y aprueban con ellos sus exámenes. Pero gracias a una finalidad práctica de nuestras concepciones es que utilizamos este tipo de textos y es que nos hemos enfrascado en la tarea de confeccionar los nuestros.

El compañero Aurelio “piensa que un buen número de documentos encabezados por el Manifiesto Comunista, constituyen una fuente más segura y seria de iniciación que cualquier manual y más inteligible también”. Nosotros no pensamos, sino que sabemos por experiencia práctica que esto no es así. Durante 2 años, en nuestras escuelas básicas, probamos comenzar por el estudio del Manifiesto comunista, y la tozuda práctica nos dijo que todavía no era ese el método más adecuado. Nuestros alumnos de esas escuelas no podían comprender debidamente este texto enfrentándose a él como primer material, porque si bien es cierto que no resulta difícil para el que ya posea determinados conocimientos del marxismo, sí lo es para aquellos que, además de no poseerlos, tienen un bajo nivel cultural, como es todavía el caso de la mayoría de los que asisten a las escuelas de más bajo nivel e incluso a nuestras escuelas provinciales. Al final, tuvimos que dejarlo para la conclusión de los cursos.

Tratamos de no caer en el error de analizar los problemas de nuestra ideología con el criterio de niveles culturales elevados, por demás, muy discutibles. Y esto, lejos de constituir un desprecio hacia la posibilidad de asimilación de las masas, constituye la mejor forma de ayudarlas a elevar sus conocimientos teóricos. Por eso nuestros programas tratan de estar lo más vinculados posible a la realidad de un país subdesarrollado y superexplotado, y de presentar los problemas de la teoría relacionados con las luchas diarias de las masas, al nivel más comprensible para ellas. Sería un craso error ponernos a iniciar el curso de una escuela básica del Escambray, por ejemplo, con las polémicas que refleja el Manifiesto comunista con determinadas corrientes del socialismo burgués y pequeño burgués de aquella época y que utiliza una serie de conceptos y categorías económicas y filosóficas, cuyo significado es desconocido por los alumnos. Creemos que explicar la ideología científica de la clase obrera sin tener en cuenta las condiciones concretas de cada lugar y el bajo nivel cultural de determinadas capas de la población y analizar los problemas de la ideología solamente con un criterio adecuado para altos niveles culturales y para cursos de larga duración, sería dejar de ser marxistas.

Sin embargo, no dejamos a la espontaneidad la asimilación de las obras de los clásicos, pues no se trata, entiéndase bien una vez más, de no utilizarlas absolutamente en los niveles más bajos, sino de introducirlas en los programas de una manera tal que su lectura sea lo más comprensible y provechosa posible. Esto nos permite ir elevando el nivel teórico de nuestros cuadros, e ir pasando, como señalaba uno de nosotros en pasada reunión, de la divulgación a la profundización en el estudio del marxismo.[14] Y en nuestros programas inferiores el Manifiesto Comunista es objeto de estudio cuando se han creado algunas premisas para su mejor comprensión.

Insistimos en todo esto, porque el método propuesto por el compañero Aurelio aplazaría extraordinariamente la posesión, por nuestros cuadros de base, de aquellos principios teóricos necesarios en el bregar político de todos los días, además de que complicaría extraordinariamente su asimilación. No olvide el compañero Aurelio que la

construcción del comunismo exige mucha acción y que tan solo pocos –profesores, intelectuales, etc.– disfrutan del tiempo suficiente para entregarse a la revisión histórica de las ideas del marxismo-leninismo.

¿Qué camino tomar en la enseñanza del marxismo: el histórico o el lógico?

Se nos propone un método histórico donde se estudien “las condiciones en que vivió Marx, en que vivió Engels, en que produjeron sus obras, el sentido de cada una de sus producciones, el papel de ambos en la organización de la lucha por materializar sus ideales, los caminos del pensamiento marxista después de su muerte, sus continuadores, las desviaciones (todo esto valorado en el ambiente histórico correspondiente) hasta las orientaciones contemporáneas del pensamiento marxista”.

En realidad lo que se nos propone es dar un curso de Historia de la Doctrina Marxista y en gran parte de Historia del Movimiento Comunista Internacional, “todo mezclado” como diría Guillén, y no un curso de la Doctrina Marxista como tal, como resultado ya maduro del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y compuesta por tres partes integrantes estrechamente unidas entre sí, pero perfectamente diferenciables la una de la otra y para cuya enseñanza se hace necesario su separación dialéctica, por constituir cada una de ellas el objeto de estudio de una ciencia distinta. Tamaño alejamiento de la realidad no lo concebimos. Nosotros desconocemos si en la Universidad de La Habana es este el propósito del programa inicial del marxismo, pero en nuestras escuelas sería un profundo error aplicarlo, pues privaría a los cuadros del Partido de una preparación teórica elemental que deben recibir en corto tiempo. Nosotros nos hemos decidido por el método que pudiéramos calificar de lógico, opuesto al histórico que se nos propone.

No es un secreto que la historia del pensamiento se va fijando en determinadas categorías lógicas, que vienen a ser un resumen de aquel. ¿Para qué entonces tomar el camino de ir dando a luz cada categoría o ley, desarrollándolas con cada nuevo aporte histórico, hasta llegar a su madurez, cuando tenemos la posibilidad de un camino mucho más corto: el de escoger aquellas categorías, leyes y principios ya elaborados, organizarlos de determinadas formas y transmitirlos a los alumnos, de manera que puedan contar en corto tiempo con un instrumento teórico, elemental, es cierto, de orientación práctica? Sería un error despreciar el método histórico, porque este es válido para niveles mucho más altos, por ejemplo, para los especialistas. En los niveles especializados de la Escuela Superior del Partido la filosofía marxista, así como la economía política, se complementan con cursos de historia de la filosofía y del pensamiento económico. Pero para una escuela básica, solo quien no conoce su programa y no está vinculado a la realidad de las masas trabajadoras, puede proponer un plan de este tipo. Nosotros estamos convencidos de que es más efectivo este que aquí propugnamos, sin que pensemos que sea perfecto y, por ello, exento de cualquier crítica.

No hay tal mito de los manuales ni prohibiciones de que se estudien los clásicos en los niveles más elementales, hay, eso sí, una posición realista de tomar las cosas tal como son para poder encontrar el camino de hacerlas llegar a nuestro ideal. Es este un peligro en el cual debemos cuidarnos caer, el de tomar nuestros deseos por la realidad, porque en el caso de la enseñanza del marxismo puede afectar a la difusión y asimilación de sus ideas.

Para terminar, queremos insistir nuevamente en una cuestión. En este trabajo tampoco nos hemos propuesto hacer una crítica detallada de la lógica y el contenido de los manuales de filosofía disponibles en Cuba. Y no lo hacemos no porque nos sintamos “comprometidos con una situación”: no porque no queramos incurrir en “discrepancias con un pensamiento anterior, con un modelo ideal” que nunca tuvimos, sino porque consideramos necesario, en primer lugar, aclarar el valor y el papel útil de los manuales (aun el de los existentes en Cuba con todas sus deficiencias) en la enseñanza y divulgación masiva del marxismo: porque consideramos que negar absolutamente su utilidad y necesidad para esta tarea a determinados niveles es dañar y afectar esa propia enseñanza y divulgación, indispensables en un país que construye el socialismo y el comunismo. Por ello, es por lo que le damos prioridad a esta cuestión en relación con la crítica detallada de los mismos, cosa que, como ya dijimos, creemos también útil y necesaria. Sobre este particular nosotros también tenemos nuestras opiniones concretas, muchas de las cuales son conocidas por nuestros alumnos y que de alguna forma expondremos completamente en el futuro.


Notas:

[1] Teoría y Práctica, n. 28, p. 12.

[2] Ídem.

[3] Ibídem, p. 15.

[4] Fidel en la Universidad Popular, noviembre de 1961.

[5] Vladimir I. Lenin: Obras escogidas, tomo I, p. 28.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Fidel en la Universidad Popular, noviembre de 1961.

[9] Vladimir I. Lenin: Obras escogidas, tomo I, p. 66.

[10] Anti-Dühring, Editora Política, p. 13.

[11] Teoría y Práctica, No. 28, p. 17.

[12] Vladimir I. Lenin: Obras completas, tomo 33, p. 285.

[13] Ibídem, p. 224.

[14] Véase Teoría y Práctica, n. 22, pp. 36-39.


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