¡Mira, eso es Cuba! me dice un amigo mientras me señala una delirante mudada que asciende por la calle Neptuno. Sobre una especie de motocicleta que parece diseñada por un mecánico surrealista, van varios muebles de distintas épocas, el mayor de los cuales, cubierto con una manta verde que alcanza a ocultar el espaldar Luis VI, ocupa la parte superior del manubrio. Sobre manta, mueble y motocicleta −o en orden inverso según la velocidad−, un hombre negro que a su vez carga una jaula y algunos útiles de trabajo mira con aire trágico −como temiendo un frenazo− el público que se arremolina en las aceras.

Este humorismo cubano, cuya exageración no llega al chiste, cuyo sentido del absurdo roza apenas a Ionesco, cuya tragedia no permitiría clasificarlo de “humor negro», es el que he visto bien realizado en la destreza de un grupo de jóvenes en la exposición de dibujos humorísticos que actualmente se realiza en la Galería de Artes Plásticas de Nuestro Tiempo.

Sin caer en la jocosidad evidente, sin concesiones con el gusto comercial de los editores ni el halago fácil del público, este grupo de humoristas trata de lograr un mensaje a través del cual el humorismo pierda su carácter tradicional de arte menor, o de simple entretenimiento, y adquiera categoría y vigencia de verdadero arte desde el cual, sin regalar demasiado lo caricaturesco, sea posible, sin embargo, defender una idea o mover la opinión pública sobre un tema, como ya lo están haciendo, con verdadera responsabilidad, a favor de la Revolución Cubana.

La defensa de la Revolución y la unidad absoluta de las fuerzas revolucionarias parece ser el tema que más preocupa a estos humoristas que, paralelo a su claridad de conceptos, han desarrollado una técnica efectiva que les permite, con unos simples trazos la mayoría de las veces, lograr la “atmósfera” de una complicada situación o revelar sin literatura de ninguna clase los antipáticos mecanismos de la prensa reaccionaria.

Libres de trabas, tanto en la forma como en los conceptos, los dibujos del grupo −Valdés Díaz, Núñez, Pitin, Adigio, de Armas, Muñoz Bachs, Frémez, Guerrero, Margie y Fornés− han perdido ese sentido trágico de aplastamiento que respiraba el humor cubano y, ganando en júbilo, se han hecho más ligeros, al eliminar la elaboración plástica, para ganar con sencillez y expresión directa como ocurre, para citar un ejemplo, en las impresiones de Frémez, donde el sentido anticlerical está resuelto con dos elementos −un sacerdote y un rosario− que juzgan superponiéndose uno a otro en sucesivas estampas que culminan trágicamente: el sacerdote se ahorca con el rosario.

Contrastando con el sentido de tesis de la mayoría los opositores, Margie expone uno de sus gatos humanizados o más bien, uno de sus hombres gatizados, como dice el prologuista de su libro, en el cual las formas se han hecho tan suaves, tan felinas, aunque parezca una redundancia, que ya más que gatos aparecen como trombón o caracol. En otro de los dibujos, el de Nuez, creo, una nube aparece marcando una especie de semáforo en la dirección del espacio a un transeúnte astral, mitad ángel y mitad cohete, que asciende vertiginosamente.

Pero fuera preferible, antes que continuar describiendo los dibujos −el humorismo no me parece comunicable a través de la literatura−, que ustedes los vieran “en vivo” en la sala de Nuestro Tiempo. Sería una experiencia agradable que, sin duda, serviría para comprobar que, aun riendo, se puede defender la causa justa de nuestra Revolución.

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SEVERO SARDUY
Severo Sarduy (Camagüey, 1937 - París, 1993). Escritor cubano. Escribió ensayo, crítica, poesía y narrativa. En 1959 se le concedió una beca en Madrid, de donde se trasladaría a París indefinidamente para no volver jamás a Cuba. Allí se involucra con el grupo nucleado alrededor de la revista Tel Quel, lo que marcará el resto de su obra literaria y pensamiento estético. Entre sus ensayos de carácter teórico destacan Escrito sobre un cuerpo (1967), Barroco (1974) y La simulación (1982). Su primera novela fue Gestos (1962) y le siguieron De donde son los cantantes (1967), Cobra (1972), Maitreya (1978), Colibrí (1984), Cocuyo (1990) y Pájaros de la playa (1993), publicada póstumamente. Como editor trabajó para Éditions du Seuil y Gallimard.