Jean Baudrillard
Jean Baudrillard

¿Cómo pasar por encima de nuestra sombra
cuando esta ha desaparecido?

Pienso que –tras el libro más bello, tras la más bella mujer, después del más bello desierto que se haya jamás visto: Aquí comienza lo que nos queda de vida.

En efecto, algo más ocurre –otro libro, otra mujer, otro desierto– y lo que queda de vida se convierte en la vida misma. Eso no era más que la ilusión del fin.

La esperanza de un horizonte definitivo, que marcaría lo que está precedido de una cualidad irrevocable –aún esto me parecer que no es posible–. New Deal of life Deal of Desire.

Si todo puede parecer indiferente cuando se ha encontrado lo más bello, porque no hacemos un caso fatal: ¿haber leído el peor libro, haber contemplado el paisaje más anodino, haber encontrado la mujer más fea y estúpida? Debería existir una perfección, y por tanto un límite absoluto de lo insignificante, de lo nulo, de lo trivial y de lo banal, más allá de lo cual, no habría ya nada que esperar.

De hecho, esto no ocurre así. No decimos después de haber visto lo peor: ¡Oh, Tiempo, suspende tu vuelo! No hay éxtasis en la nulidad.

¿Qué fuerzas me han salvado la vida? ¿Las del Bien o las del Mal? ¿Quién me esperaba al final del arroyuelo, Dios o el Diablo? Como en las iluminaciones de la Edad Media, veo los dos poderes disputarse en el cielo radiante de los desfiladeros de Tautavel. Aparentemente, Dios ha ganado, porque no he muerto. Pero, ¿acaso puede ser el Diablo el que se ha interpuesto, victoriosamente, para que pueda pasar a la historia?

Eso que se esboza en los cincos segundos del accidente, no es una cuestión de vida o muerte; pero sí de ligereza o de estorbo. Cuando el choque es inevitable, decimos: hasta aquí las cosas eran relativamente simples, a partir de ahora, van a ser espantosamente complicadas. Se puede incluso preferir la muerte a este estorbo, este enredo de causas y de consecuencias. ¿Cómo desenmarañar todo este fárrago, incluyendo el hecho de estar vivo?

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Como la electricidad vital de la tormenta cuando armoniza con la tierra, así la energía del accidente o de la catástrofe se destila durante largos años. Pero para esto es necesario escapar a la muerte –practicar el coitus mortalis reservatus, o el post coitus mortalem a la manera china. Ahora bien, es difícil volver a empezar todos los días.

Eso que no debería haber pasado, pasó: la ruptura. Eso que debería haber pasado no pasó: el accidente grave, la muerte. Es con tales eventualidades que se negocia una intimidad vengadora, amarga, o una complicidad cínica con el curso de las cosas.

Sobre todo, no creer en los horóscopos. Si hubiera creído en que se le hubiese predicho que no moriría antes de los 94 años, la posibilidad de morir un día determinado, en tal circunstancia y, por supuesto, también el placer de no estar muerto, el grácil suplemento de lo que queda de vida, todo eso le hubiera sido negado.

Si Venecia con sus ramificaciones, sus callejuelas, sus espacios entrelazados pudiera desplegar todas sus circunvoluciones como las del hemisferio cerebral, ocuparía un espacio infinito. Quizá el equivalente de Nueva York. Por otra parte, si Nueva York miniaturizara sus circuitos, encontraría el encanto laberíntico de Venecia. La primera es el lugar de un antagonismo indiferente, la segunda, es el privilegio de una agonía diferida.

El punto matemático que atraviesa el eje imaginario de la rotación terrestre.

El polo Norte –allí donde el viento no viene sino del sur y sopla hacia el sur, porque es por todas partes el sur, en todas las direcciones.

Allí donde la brújula, ella misma no puede indicar más que el sur, porque siendo el norte absoluto, no puede indicar más el norte.

Allí, donde los meridianos se unen, y por tanto donde todas las horas son a la vez.

Allí, donde el año se resume en un inmenso día, en una sola noche continua; la aurora, un solo día continuo, el crepúsculo.

Allí donde las estrellas ni aparecen ni desaparecen.

Allí donde el sol no asciende ni desciende en el cielo, pero gira sobre el horizonte a la misma altura, en verano, cuando lo vemos.

Allí donde cesa la fuerza centrífuga de la Tierra. En el norte absoluto, el norte ya no existe. Nada puede venir sino del sur. En el centro de lo social, lo social no existe más. Nada puede venir sino de otra parte. En el punto medio de la discusión, el sujeto no existe más. Nada puede venir sino de otros.

Todas las fuerzas magnéticas se invierten.

Para cada punto del planeta, no hay otra dirección que la antípoda.

Tras los intelectuales ávidos de carne fresca y los intelectuales ávidos de carne muerta, aparecen los intelectuales ávidos de carne congelada –ni muerta ni viva– de la carne de conceptos y de ideas congeladas por la inteligencia artificial. Congeladas bajo pena de muerte (como la libertad en los países del Este), comestibles al antojo, mostrando las últimas tendencias de la moda, esterilizados y desprovistos de todo sabor (incluso el de la carne muerta). Esta sustancia mental nueva segrega una nueva especie de depredadores, como la gama de congelados y de refrigerados ha provocado una nueva categoría de consumidores: los chacales del concepto refrigerado, los chacales de la información y de la comunicación.

Nunca más ni muerta ni viva: tal es el destino del pensamiento que se entrega a la frialdad de la informática.

Es necesario permitir a los objetos, incluso a los objetos del deseo, la oportunidad de morir violentamente. Un búcaro, una silla, un libro, un armario. El fuego, la ruptura, la desafección, el olvido. Una oportunidad de romperse en nuestra cabeza y de volar en pedazos.

Esas mujeres irreales devienen una parte de mí mismo idolatrada. Histeria de proyección femenina, sin la cual yo quedaría víctima de la peor parte de mí mismo: la hipocondría masculina.

Cuando no se tenía los medios, se decía: el fin justifica los medios. Hoy, cuando no existen fines, decimos: los medios justifican el fin.

Ni lo uno ni lo otro es inmoral.

Lo que es perfectamente inmoral es que no hay más contradicción entre los dos: los fines y los medios se han vuelto indiferentes los unos a los otros. Ya no son simplemente de un mismo orden.

Todo marcha de maravilla, expandido como el polietileno, movido por los flujos genéricos de grupos electrógenos: es la metástasis del bien.

Todo va mal, todos los circuitos divergen, movidos por la angustia y transformados en angustia: esa es la errática del Mal.

Warhol: reintroducir la nada en el corazón de la imagen. “Solo, una vez negado todo orden trascendente, el cuestionamiento del objeto y sus límites se vuelven posible y permiten escapar a la estética de la imitación que reinaba hasta entonces en lo sensible como reafirmación del poder divino”.

Es necesario no ser serio y parecerlo. O bien ser serio sin parecerlo. Aquellos que logran serlo y parecerlo, son insignificantes.

La obsesión de llegar a ser cada vez más delgado es aquella de devenir imagen, por tanto, transparente, de la idealidad descarnada que es la de las estrellas de cine. La desencarnación es el precio que se paga por la inmortalidad. Siendo la extrema delgadez la única manera de atravesar la muerte.

Después de algún tiempo ella no hace más que cometer errores, errores ligeros, en los gestos, en las decisiones. ¿Debo considerar esto como un signo (un mal signo evidentemente) o cómo el signo de nada? ¿Pero no es peor aún? Eso que nada significa no tiene ni siquiera la inocencia pura y simple de los actos fallidos.

Contarle cualquier cosa a alguien es transformarlo en cualquiera. Ese es justamente el trabajo de la información.

Un remedio contra el incendio de tu apartamento.

Los políticos de izquierda o de derecha son igualmente nulos. Sin embargo, los de izquierda se desgastan al moralizar su depresión, no están a la medida de su corrupción real. Mientras que el liberalismo emancipado sirve a los de derecha con inteligencia para atenuar esta situación deprimente.

A fuerza de no haber tomado en consideración la realidad, se tiene la impresión de ser una partícula de antimateria, para quien carece de materia y, por tanto, surge la posibilidad de que sea extinguida. Melancolía propia de los anticuerpos en desempleo técnico.

Los animales están más vivos que nosotros. Se nos escapan con más vivacidad, se vengan con mayor tenacidad, obedecen y desobedecen con más frescura y espontaneidad. Ellos son más crueles en sus reflejos. Desde todo punto de vista, y a la sombra de su servidumbre voluntaria, son infinitamente superiores a nosotros.

La fatuidad francesa llega hasta pretender que la nube de Chernóbil no ha traspasado nuestras fronteras. Somos un santuario tal de la Cultura y de los Derechos Humanos (de la Revolución, de la verdadera) que la nube mortal venida de la falsa revolución (la soviética) no podría alcanzarnos. Ni la villanía internacional: la mafia, los escándalos, en todas partes, nunca en Francia. A duras penas aceptamos algunas pequeñas catástrofes naturales, pero para el resto, la Naturaleza, que inventamos en el siglo XVIII, no podría en modo alguno avergonzarnos.

La eugenesia y todas sus variantes se justificarían tal vez dentro de la perspectiva de una raza superior (pero no hay raza superior para el hombre –tal cual es, él es el horizonte absoluto de la evolución, porque él es el destructor del ciclo). Por el contrario, toda manipulación genética dirigida a lograr una perfección normal de la especie, es decir de una mediocridad estadística, es francamente abyecta. A menos que se trate de una oscura voluntad de borrar la especificidad de la especie por la confusión genética. En tal caso, no hay nada que objetar: el hombre siempre ha querido cambiar la regla del juego, a riesgo de perderse. Hasta aquí lo hacía en el orden simbólico, en adelante lo hará en el biológico.

“Si yo pudiera estar seguro de que lo que hago no es más que un bluff, yo haría cosas extraordinarias” (Warhol). Sin embargo, la credulidad es tan general que es difícil sospecharlo. Todos prefieren darle crédito a la realidad, a la sinceridad, a la lealtad de la escritura. Por lo que una cita inventada del Eclesiastés es homologada de facto.

Por otra parte, ¿para qué sirve ser un impostor? Todo recae en la verdad, incansablemente. El tiempo mismo es cómplice de la verdad. Con el tiempo cualquier impostura se torna en verdad.

Por tanto, todo consiste en el placer de ser desenmascarado. Pero aquellos que han intentado hacerlo, realmente, no lo han logrado. Han quedado atrapados. Solamente algunos saben en qué consiste la impostura.

En lo que se refiere al “trabajo” intelectual, no tengo ni idea. Queda una disponibilidad total en la vida, donde ya no hay nada más que esperar que la gravitación universal.

La escritura fragmentaria es en el fondo la escritura democrática. Cada fragmento goza de una distinción igual. El más banal encuentra su lector excepcional. Cada uno en su momento tiene derecho a su hora de gloria.

Seguro, cada fragmento podría devenir en libro. Pero precisamente no lo hará, porque la elipse es superior a la línea recta. Pero también por pereza: no hay derecho a quemar el tiempo en fines inútiles ni de explotarse a sí mismo en fines útiles. Y también por compasión hacia las palabras, que ya han servido tanto.

Al contrario de aquellos que esperan todo de la indigestión de ideas y de discursos –habría mucho que decir sobre el abuso de las ideas, sobre la prostitución de las palabras, sobre el desgarramiento textual de la lengua– en lugar de esto: usted será juzgado por la brevedad de sus intuiciones y de su discurso.

Otra promesa de fragmentos: ellos sobrevivirán a la catástrofe, a la destrucción del sentido y de la lengua –como las moscas en el naufragio del avión, las únicas que escapan porque son ultraligeras–. Como los restos en el maelstron de Edgar Allan Poe: los más ligeros caen más lentamente en el fondo del abismo. Es a ellos a los que hay que aferrarse.

Toda aproximación a la felicidad despierta la angustia de la pubertad.

*  *  *

Gombrowicz, Nabokov, Svevo, Schnitzler, Canetti. ¿Cómo es posible que los más grandes sean más o menos, violentamente, hostiles al psicoanálisis? Y en realidad, hacía el final, ¿Freud mismo?

¿Rossif solo filmaba animales porque los detestaba secretamente? Cada uno oculta alguna crueldad hacia su objeto. De nada sirve imputar esta crueldad a motivaciones inconscientes o a una psicología trivial: es una regla simbólica. El análisis forma parte del teatro de la crueldad. La destrucción forma parte de la inteligencia (amorosa) del objeto.

Eso que estamos exterminando, no es lo humano, sino lo inhumano y lo bestial –en el hombre también–. Así es la estupidez respectiva del hombre y del animal doméstico en la pareja consensual (perro, gato) y su dúo sentimental –el hombre manteniendo atada su blanqueada animalidad, a la sombra de los Humanoides Asociados.

Jean Baudrillard
Jean Baudrillard

Siendo el mismo ascendente que mi signo, he sido destinado a una coherencia obsesiva o a una disolución fatal. Ninguna disyunción, ninguna contradicción: nada viene a equilibrar la total potencia del signo y del ascendente conjugados.

El cojo lleva una vida doble, divirtiéndose en otro sitio.

En la incertidumbre perpetua, ella por ser amada, y él por ser deseado; ella por ser reconocida, y él por ser querido, ellos se alejaron el uno del otro con amargura.

Ese hombre que, durante diez años, come dos veces cada tarde; una en casa de su amante, y la otra en casa de su mujer. Una sola vez en diez años, les han servido la misma cosa: un estofado de ternera.

La única solución al problema de la droga: es hacer de ella una moneda de cambio universal, el nuevo equivalente general. Así no se consumiría más. Pasando del valor de uso al valor de cambio, se consideraría como el oro o el papel. Se almacenaría en algunos miles de toneladas como fondo internacional de garantía, como en Fort Knox. En lugar del Gold Exchange Standard, el Narcotic Exchange Standard.

Como el Estudiante de Praga encontraba su imagen en los fragmentos dispersos del espejo, así las diversas singularidades reencuentran su imagen en el espejo roto de lo universal.

Dos situaciones interesantes: cuando el pensamiento va más rápido que la lengua, cuando la lengua va más rápido que el pensamiento. Lo peor es cuando el pensamiento y la lengua viajan en el mismo tren: ahí comienza el aburrimiento.

Alucinaciones olfativas: no son olores agresivos, es una náusea ligera, pero persistente, sin razón aparente. Que nada tiene del delicioso vértigo estético de la ilusión óptica. ¿Y por qué tanto olor a leños de toronjil, o a moho? Lo que es espantoso, es que la máquina del cuerpo puede segregar ilusiones materiales –mientras que admitimos perfectamente que el espíritu pueda segregar ilusiones mentales. Es físicamente estar engañado por su cuerpo.

Hay muchos espejos sin azogue, que nos permiten inocentemente espiar el mundo –es una de las más bellas metáforas de la consciencia–. No hay pantalla sin azogue, porque no hay nada que ver del otro lado de la pantalla, nada que ver sin ser visto.

Revelación en sueño de la perfidia de una mujer. ¿Debo imputarle la responsabilidad de ese sueño? Ciertamente ella no puede ser inocente. El sueño no engaña. La inteligencia que ordena es la suya, pero las pasiones que están en juego vienen de otra parte. Es el despertar el que restituye el argumento engañoso de la ilusión sentimental.

Con el mismo filo que el cuchillo del carnicero de Chuang Tzu: una hoja tan cortante como la mirada. Una lámina tan fina y sutil que opera a distancia. Basta con aproximarla para que el pedazo de carne se desprenda, con la simple mirada de esta hoja.

De regreso del laboratorio, con los resultados del análisis en un sobre, lo deposita maquinalmente en el primer buzón de cartas que encuentra.

Los únicos a los que hay que detestar son, verdaderamente, a los profesionales de la interpretación, a los especialistas de la violencia por insinuación, a los malintencionados y los que imputan responsabilidad a otros. Los críticos, para quienes toda divergencia delata la susceptibilidad del autor. Los analistas para quien toda reserva es signo de oscura resistencia y de mala fe hacia uno mismo. Los campeones de la inteligencia artificial que piensan que ustedes son de un carácter inadaptado (lo que es verdad) y los miran con conmiseración si no entran en el juego.

Todas esas figuras sepulcrales del periodismo y de la intelectualidad parisina, en el estudio de televisión. Todos congelados, parecido a los Régents de Frans Hals.

Morir por omisión –un solo instante de descuido y ya no existimos.

Suicidarse por absorción de los límites potenciales de la existencia.

*  *  *

Baudelaire dijo que cada hombre lleva en sí una dosis de opio natural constantemente renovada. También hay una forma innata de la disociación de la voluntad consigo misma –la cara secreta del nacimiento. “Usted es lo que su pipa fuma”. Usted es lo que la pantalla mira.

Sospecho que finge dormir, para evitar toda relación sexual. Solo la conversación la excita profundamente, y su risa se esparce alrededor de ella mientras que sus palabras revolotean como filacterias. Pero esas filacterias son profilácticas: la protegen como los hijos de la Virgen.

Grandes condominios en construcción, a la lumbre de las lámparas, en forma de arco en la selva tropical de Puerto Vallarta: penitenciarías de lujo, elementos para una solución final, como las refinerías de Galveston o las plataformas petroleras de Santa Barbara.

Los suizos recientemente, e hipócritamente, se han prohibido la pasta de hígado de ganso (foie gras) por causa de las enfermedades de los animales (¡la enfermedad golpea de nuevo!). Ellos no comprendieron que el foie gras no era una necesidad sino un lujo, una droga –el consumo morboso del órgano enfermo de un animal sacrificado, etc. Nos recuerda al Tercer Hombre.

Por otra parte, Suiza es un país maravilloso: durante su 800 aniversario, la procesión que celebraba la historia de la ciudad de Berna, compuesta completamente de autóctonos, atravesó al público compuesto en su mayoría por italianos, negros y japoneses.

El encanto de Suiza es que la sombra grandiosa de Nietzsche planea sobre ese país tan confortable, tan pacífico, monótono e infantil. Toda esta Gemütlichkeit evoca implacablemente a Sils-Maria. Nos decimos que esta Untermenschlichkeit se nos ofrece diariamente, y lo será durante siglos, como sacrificio expiatorio del pensamiento del Superhombre, que paradójicamente a elegido surgir aquí, donde toda inteligencia superior queda inmersa en el placentero confort.

La astucia de los suizos ha sido proveer de mercenarios a toda Europa durante siglos, y de esta forma mantenerse al abrigo de las guerras. Esta astucia es hoy en día la de todos los países ricos, que proveyendo de armas al mundo entero, logran exiliar, sino la violencia, al menos la guerra de su territorio.

Las ciudades suizas más clean, las más sanas, las más protegidas del mundo, donde aún los viejos barrios parecen tan nuevos que se diría que han sido reconstruido, cuando nunca han sido destruidos. Pero es en esas ciudades –Berna, Zurich– donde reina la “öffentliche Drogenszene” la más dura. La droga está por todas partes como heroína intravenosa de esta riqueza. El oro de las profundidades alimenta la pústula de la superficie.

Todos esos izquierdistas contrariados (por la Historia), mal situados, y que terminan por escribir con las dos manos, de izquierda a derecha, seguramente, esperando pintar sus espacios de libertad con los dedos de los pies.

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–from the candle to the grave

–from the womb to the tomb

–from the sperm to the worm

–from erection to resurrection

El masoquismo invernal de estos miles de mujeres con piernas y muslos desnudos en el frío glacial –sacrificio invernal que contrariamente evoca un calor penetrante, cada quien sueña ser el aire frío que congele sus labios, o el aire caliente que sale de su boca–. Esta tibia insinuación, el invierno, de todas las mujeres que pasan, hace pensar en las Bellas Durmientes. ¡Qué placer el de acariciar a una mujer sin despertarla! De no ser para ella más que un sueño paradójico, del que solamente su cuerpo obtendría placer. ¿Qué oscuro deseo sobre ella, el de ser violada sin saberlo?

Cada mujer, nos gustaría poseerla sin que lo supiera, libre de gozar con nuestro contacto.

“Quizá le quedaría a él energía viril suficiente para sacarla de su sueño, pero en su corazón el viejo Eguchi no encontraba la excitación necesaria”.

El tedio nacía de la uniformidad, nace hoy en día de aceleración. Por más que se crea que podamos escapar del tedio por la fuerza centrífuga, más se cae en el verdadero tedio, ese tedio frenético del movimiento browniano y de las partículas. Tal vez estemos a tiempo de maniobrar el diferencial de aceleración para reencontrar la inercia y el tedio de los cuales ya no somos dueños.

Se puede discutir con aquel que sabe, o con aquel que no sabe, pero el mismo Buda no podría discutir con aquel que cree saber.

¿Quién eres entonces, J. B., que hablas de simulacro, sino tú mismo un simulacro?

Respuesta: es porque existo que puedo hacer la hipótesis de la simulación, del simulacro universal. Ustedes que ya son irreales, no pueden tener idea de la irrealidad de las cosas. Ustedes que no son más que las sombras de ustedes mismo, no pueden hacer la hipótesis de la transparencia.

Aquellos que practican la alteridad o la solidaridad como un deber conyugal, o a veces como adulterio, cuando creen que deben traicionar su identidad.

Por medio de una suerte de indeterminación servil, pero de oscuro control remoto, logro mantenerme en el margen de la decisión y así sorprender las cosas por inercia. En el fondo, no hay más que permitirles que caigan por su propio peso, lo que seguramente va a ocurrir. De esta manera se llega siempre al fin, por una mezcla de azar objetivo y cobardía.

Los testimonios de respeto y de admiración no hacen más que dejarnos perplejos y soñadores. Quedamos desprovistos de defensas en la imposibilidad de rechazar o de responder (mediante un signo equivalente). Es como quedar paralizado por una inyección de insulina. La admiración es la forma intravenosa de la agresividad. Es por eso que es tan difícil de expresarla o de recibirla. Si es verdad que es una pasión, entonces su expresión sugiere el crimen pasional.

Thomas Bernhard. ¿Por qué este entusiasmo en proferir flojas blasfemias sobre la época? Su odio por Austria está a la medida del país –provincial–. Su parodia malvada de la entrega del premio (Wittgenstein) es tan pesada como la ceremonia misma. Su éxito reside en que él comparte sin vergüenza todas las características de su época, con vulgar complicidad con el objeto que anuncia o parodia.

¿Su grito? ¡Pobre Büchner, pobre Beckett, pobre Joyce, pobre Genet! Considere la extraordinaria complacencia de ese Santo Tomás en su grito a la austríaca, en su grito del Filisteo. El grito del astuto sepulturero en la ópera necrófaga.

¿Su exilio? De ninguna manera él está exiliado de su sociedad. Es el típico renegado, provocador de turno de una opulenta sociedad de la que él succiona la pesada energía para destilarla en un grito convencional –el vodevil de la cólera y del odio–. Hay algo en él de teatro de bulevar y de Sacha Guitry. En él no hay más que un impostor. Y seguramente el deleite de sus adoradores es parte de la impostura.

Estamos habituados, especialmente en arte, a la simulación infinita. De esta manera Elisabeth D. copia literalmente las flores de Warhol. Se venden como auténticas y muy caro. Desde el punto de vista estético no es de ningún modo un misterio. ¿Pero cuánto valdrían las flores de X que copiaría las flores de Elisabeth D.? Nada sin duda. ¿Pero retomarían ellas su valor en la cuarta generación? Habría de esta manera una periodicidad en la simulación, y los simulacros de alta dilución producirían los mismos efectos que los originales –como en la “memoria del agua”–. Borges diría: a fuerza de traducir un texto a otra lengua, después volverlo a traducir a su propia lengua, y de esta manera en un número infinito de veces, se encontraría de nuevo el texto original.


* Este texto fue extraído de la versión del libro de Baudrillard Fragments, cool memories III 1991-1995, publicado por Torre de Letras, en La Habana, 2004, con traducción íntegra de Jorge Miralles.

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