La muestra ‘Francis Bacon con todas sus letras’ viajará a Houston

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Francis Bacon

La exposición Francis Bacon en toutes lettres (Francis Bacon con todas sus letras), que inauguró el Centro Pompidou de París el pasado septiembre, cruzará el Atlántico para asentarse del 23 de febrero al 25 de mayo en el Museum of Fine Arts de Houston.

Esquilo, Nietzsche, T.S. Eliot, Joseph Conrad, George Bataille, Michel Leiris… estos son los autores de los libros que acompañan a la exposición dedicada a los últimos veinte años de Francis Bacon (1909-1992).

Salidas de la biblioteca que dejó el artista irlandés tras su muerte en Madrid, estas ediciones de la Orestíada, Humano, demasiado humano, Poemas, El corazón de las tinieblas, La experiencia interior y La edad del hombre –las dos últimas en su original en francés–, complementan una muestra de 45 lienzos pintados entre 1971 y la fecha de su deceso, provenientes en su gran mayoría de colecciones privadas.

Todavía en el Centro Pompidou, y hasta el próximo enero, al fondo, en francés y en inglés, el visitante podrá escuchar fragmentos de estos libros, gracias a la voz en off de varios actores y actrices… todo en movimiento y en fusión, minimalista y sobre todo teatral.

Detalla el escritor y periodista Philippe Lançon en un artículo publicado por el diario francés Libération: “Cada libro está ahí como un talismán, como un trozo de uranio, colocado en solitario dentro de una pequeña recámara oscura y desnuda, una cueva opaca que remite a aquellas, transparentes, del pintor.”

Lançon, autor de El colgajo (Anagrama, 2019), se pregunta si las lecturas que Bacon hacía suyas acaso reaparecen en sus cuadros. Pero el propio artista le contesta desde una entrevista que concediera en 1984:

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Cualquier cosa, una publicidad o una tragedia del teatro griego, nos puede llevar a la creación. Lo que los grandes escritores han producido es una especie de estimulante en sí mismo. Su lectura puede darme deseos de hacer algo por mi cuenta. Es un tipo de emoción, tal vez incluso como una excitación sexual, algo muy fuerte de todos modos, una especie de deseo muy poderoso, pero para mí no se convierte de ninguna manera en un intento de ilustrar textos.

Como quiera que sea, el trabajo de este “hombre que pinta esas fotos horribles” –así lo describió en su momento la exprimera ministra británica Margaret Thatcher–, no podría desligarse de los libros que leyó y que sobre todo releyó. Él mismo se lamentaba de no conocer lo suficientemente bien la lengua francesa como para poder leer la vastedad de la obra de Marcel Proust sin depender de las traducciones.

No es la primera vez que el Centro Pompidou acoge el trabajo de este irlandés atribulado por la infancia, la sexualidad y sobre todo la necesidad de representación que la propia sociedad impone. En 1996, con motivo de otra amplia muestra de su pintura, Philippe Sollers llamaba la atención en las páginas del vespertino Le Monde sobre el hecho de que nadie hubiera reparado en las tantas veces en que Bacon apeló a la Orestíada de Esquilo: “Bacon no «cuenta», pone en escena, fuerza la escena; es un dramaturgo que combina la preocupación por un orden riguroso (cubos, esferas) con una convulsión virulenta.”

En estos tiempos en los que hasta una naturaleza muerta pintada en el siglo XVII es descolgada del comedor de una prestigiosa universidad británica para satisfacer las exigencias de vegetarianos, animalistas, veganos y toda una realeza de buenistas, visitar una vez más el mundo torturado y no menos fiel a lo que somos de Francis Bacon será siempre una decisión saludable. Máxime si esta vez lo acompañan los libros que este artista crucial del siglo XX releyó hasta el cansancio.

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