Muere George Steiner, el último humanista

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George Steiner

El ensayista y profesor George Steiner ha muerto este lunes en su residencia de Cambridge a los 90 años de edad.

Steiner, hijo de judíos vieneses, había nacido en 1929 en París, donde su padre, encarnación del culto cosmopolitismo centroeuropeo de entreguerras, había trasladado a su familia ante la previsión del peligro nazi. En Errata. An Examined Life (1988), su autobiografía intelectual, Steiner relataría la rigurosísima educación humanística y plurilingüe que recibió en la casa paterna –era hablante nativo del francés, el inglés y el alemán, una circunstancia que despertaría en él la fascinación por la cuestión de la diversidad de las lenguas, que dejaría prodigiosamente plasmada en After Babel. Aspects of Language and Translation (1975), una monumental y heterodoxa teoría de la traducción que bebe de las fuentes de la teología, la lingüística y la poesía.

En 1940, poco antes de la ocupación de París por el ejército de Hitler, su familia, nuevamente salvada por el oportuno presentimiento del padre, se trasladó a Nueva York. Steiner estudió literatura en las universidades de Chicago, Harvard y Oxford, y enseñó fundamentalmente en Cambridge, Ginebra y Oxford.

After Babel | Rialta
Portada de ‘After Babel: Aspects of Language and Translation’, Oxford University Press, 1975.

Pero la obra crítica y ensayística de Steiner representa una anomalía con respecto al imperativo académico de la especialización, y lo primero que sorprende a quien se acerca a ella es la enorme amplitud de sus intereses, que van de la literatura rusa (su primer libro publicado en 1959 fue precisamente Tolstoi or Dostoievski) a la música (su último libro, Necesidad de música, es una compilación de artículos de crítica musical) y pasan por la filología clásica, la filosofía, la teología, la lingüística y la literatura comparada, una disciplina que contribuyó a fundar como materia universitaria (y ninguna otra materia universitaria hubiera podido alojar sin incomodidad su vocación extraterritorial –un concepto al que le dedicó un libro en 1968–, que no reconoce otra patria que el texto).

Frente al nihilismo y el relativismo que caracterizan a las teorías contemporáneas de la significación, Steiner postuló la necesidad de presuponer una “presencia real significante” que sostenga el acto humano de la enunciación; esta confianza en la condición de posibilidad del sentido, aunque “tomada en préstamo” de la fe religiosa, no significa una anacrónica restauración teológica: debemos leer “como si”, afirma en un libro justamente titulado Real Presences (1985).

El humanismo de Steiner se manifestó no sólo en lo que se refiere a la universalidad de sus intereses y competencias intelectuales, o a su confianza en la inteligibilidad última del discurso y la posibilidad de la comunicación humana, sino también en su preocupación, que recorre toda su obra, frente al problema que supone la relación entre la cultura y el terror histórico o político. En un temprano ensayo significativamente titulado “Humanidad y capacidad literaria”, escribía:

“No podemos actuar hoy […] como si no hubiera ocurrido nada que haya afectado vitalmente a nuestro sentido de la posibilidad humana, como si el exterminio por el hambre o la violencia de unos setenta millones de hombres, mujeres y niños en Europa y en Rusia, entre 1914 y 1945, no hubiera alterado, profundamente, la cualidad de nuestra conciencia.”

Que la ilustración sea en última instancia incapaz de oponer un obstáculo al terror es para Steiner un amargo desconcierto que marcó su filosofía de la cultura, en la que ocupa un lugar central su visión del holocausto judío, no como un simple accidente histórico sino como una singularidad ontológica que alcanza la dimensión de una segunda Caída: “al mismo tiempo un exilio voluntario del Edén y un intento programático por quemar el Edén tras de nosotros”, afirma en In Bluebeard’s Castle. Some notes towards the redefiniton of Culture (1971). Muy polémica fue su teoría, expresada en este libro y en su novela El traslado de AH a San Cristóbal (1980), según la cual el propio pueblo judío fue responsable de su genocidio por haber puesto sobre la humanidad el peso intolerable de la conciencia, cuyo “descubrimiento” Steiner atribuye a Moisés, Jesús, Marx y Freud.

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En el capítulo final de Errata, Steiner se lamentaba de no haberse dedicado en total profundidad a una disciplina intelectual específica. El tema de cada uno de los ensayos de Language and Silence. Essays on Language, Literature, and the Inhuman, un libro de juventud aparecido en 1967, hubiera merecido una vida consagrada por entero a él. Afortunadamente, sin embargo, Steiner no fue uno más de los especialistas, competentes o brillantes, que agotan todo el saber de una materia aislada de las demás. En cambio, fue, en un mundo cada vez más fronterizo, un demoledor de fronteras y un deslumbrante constructor de síntesis.

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