De izquierda a derecha: Manuel Ballagas, dos amigos y Roberto Madrigal, en los tiempos que publicaban la revista 'Término' en Cincinnati, Estados Unidos

La revista Mariel no fue la única. Incluso, no fue la primera de las publicaciones de escritores expulsados de Cuba por el puerto habanero en 1980. Antes, había empezado Término, en forma también de tabloide, en blanco y negro, y bilingüe. La pensaron y editaron Roberto Madrigal Ecoy y Manuel F. Ballagas: dos escritores jóvenes, amigos desde La Habana, que recibieron sus cuotas de censura y marginación por hablar “lo que no debían” demasiado alto, frecuentar a Freud y Cabrera Infante, por querer tomar un pedazo, por pequeño y efímero que fuera, del feudo totalitario de los militares para leer unos poemas en público y darse una rociada de autonomía a ver qué podía pasar. El exilio fue la respuesta. Y con él, la oportunidad de empezar de nuevo sobre un terreno mucho más incierto pero prometedor para hacer lo que suelen hacer los escritores. Sin embargo, la marca del verde olivo la llevan consigo y es poco de lo que escriben que no secrete dolor y necesidad. No hubo manera de hacer literatura sin política para los autores de Término. Tampoco es que se esforzaran en evitarlo. Se ven a sí mismos como una generación desencajada tanto para las instituciones de la Revolución como para la república virtual del exilio. Sin pecado original ni integralidad orgánica, abogaron por que su sello de identidad fuera, a decir de Manuel Ballagas, el “silencio” perdido. Al final, sobresalió el signo del ostracismo y han prevalecido en la memoria colectiva como voces de la “generación del Mariel”. A esta suerte y a las dinámicas editoriales que dieron vida a la revista Término, a las tracciones de los escritores entre las orillas, los que lo son aún y los que nunca lo fueron, le damos vueltas en esta entrevista con Roberto Madrigal.

¿Cómo llegas a Estados Unidos? ¿Cuándo?

Llegué a Estados Unidos tras asilarme en la embajada del Perú. Pasé doce días allí y salí con quince libras de menos. Luego vinieron tres semanas sin apenas poder dar un paso fuera de mi casa, asediado por mis amables vecinos que no escatimaban huevos, papas y tomates podridos para lanzarlos a mi balcón. Si tenía que hacer alguna gestión en la calle, me caían atrás a palazos. Por fin una madrugada me dijeron que tenía que presentarme en el Gerardo Abreu Fontán para ser procesado y salir por el Mariel. Entonces pasé otras dos semanas más en el infame campo de El Mosquito y, tras perder otras quince libras, me montaron en el Cayman, un pequeño camaronero en el cual metieron doscientas cuarenta personas. El 15 de mayo de 1980 llegué a Miami.

¿Cómo era tu situación en Cuba antes de salir? Cuéntame de tu partida.

En Cuba trabajaba de psicólogo en el Instituto de Endocrinología, pero estaban al expulsarme por “gusano”. Ya me lo habían hecho antes en una ocasión, en 1976, cuando me separaron de mi trabajo de psicólogo en el Ministerio de Marina Mercante, y estuve dos años sin poder encontrar otra cosa. Ningún organismo cultural me aceptaba ni yo tenía mucho interés en ingresar en ellos. Hice un intento en el ICAIC, pero fui inmediatamente rechazado por mi historial político. Mi único delito era decir lo que pensaba.

¿De quién fue la idea de dar a la revista ese título de Término? ¿Qué hay detrás del nombre?

El título de la revista se lo debemos a Rogelio Llopis, que una vez, sentado con Ballagas y conmigo, mientras discutíamos nombres, propuso Término, porque habíamos cumplido nuestro objetivo final, escapar, salir de Cuba. Y, bueno, esto implicaba también, una vez lo logrado, abrir caminos, señalar rutas. Nos pareció simpático y lo aceptamos.

De izquierda a derecha Manuel Ballagas un amigo de la South Western Publishing Company y Rogelio Llopiz | Rialta
De izquierda a derecha: Manuel Ballagas, un amigo de la South-Western Publishing Company y Rogelio Llópiz

Manuel Ballagas y tú eran los editores. Además, aparece un consejo editorial compuesto por Orlando Alomá, Esteban Cárdenas, Ricardo Oteiza y Jorge Posada. ¿Qué los unía como para ser los nombres en el umbral de la revista, los hacedores editores? ¿Háblame un poco de esa amistad? ¿Sólo intelectual? ¿Personal?

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Ballagas y yo, y los miembros del consejo editorial (Alomá, Cárdenas, Oteiza y Posada) éramos amigos desde Cuba. Nos unía el amor por el cine y la literatura, la frustración por haber sido reprimidos por las autoridades, el ser parte de una generación sin posibilidades. Habíamos cometido transgresiones que el gobierno no tolera mucho: dar opiniones libremente en público, hacer lecturas de manuscritos en casas particulares o en los parques, leer libros “prohibidos”. Nos reuníamos a la salida de la cinemateca, de ahí nos íbamos al parque de la funeraria Rivero y luego a Coppelia, hasta que la cerraban a las dos de la mañana. Yo estudiaba psicología y leer a Freud era un delito. Alomá, un poco mayor, había sido jefe de redacción de la revista Casa de las Américas, hasta que renunció en 1967 porque no podía con aquello. A partir de ahí fue por siempre ninguneado y asediado. Éramos marginales y marginados.

¿Cómo solían distribuirse el trabajo de coordinación y preparación de los números?

Ballagas y yo nos encargábamos de casi todo, pero consultábamos con los del consejo los textos que nos llegaban, y comentábamos los suyos propios cuando nos los pasaban. Una vez que anunciamos el lanzamiento de la revista y tras la salida del primer número, llovieron las colaboraciones. Los tres números finales los hice prácticamente solo porque Ballagas se había mudado de Cincinnati a Washington (el resto del consejo vivía en Miami y en Nueva Jersey). A mí me tocó entonces hacer las notas y los comentarios noticiosos. Escribía las presentaciones de algunos textos que lo requerían y los pocos editoriales que sacamos.

Término muestra un amplio espectro de escritores, poetas, traductores que se hallan desperdigados por la enormidad de Estados Unidos, pero también por Madrid, según parece. Gente, escrituras, historias que Término viene a conectar coralmente. ¿Cómo se urdían esas redes, de ustedes con los colaboradores, entre ellos quizás también?

Nos propusimos hacer una revista generacional pero que a la vez trascendiera ese objetivo. Nosotros estábamos abiertos a cualquier punto de vista, cualquier estilo literario, cualquier idea. A todo, excepto a escritores oficialistas de la isla. En aquellos tiempos no había muchas páginas disponibles para los cubanos de la diáspora, que entonces llamábamos exilio, porque en realidad éramos exiliados políticos. No había envidias ni dinero por medio. Todo el mundo buscaba un espacio y nosotros se lo estábamos dando. Fue muy emocionante la respuesta de los intelectuales exiliados. Nos dieron su confianza enviando sus manuscritos, nos conocían a través de amigos de amigos, y así.

Varios de esos colaboradores eran estadounidenses, al fin y al cabo, Término fue desde el inicio una publicación con textos en español e inglés. Para lanzarse a un proyecto en dos lenguas hay que tener un back up de voces y de potenciales lectores. Más allá de lo obvio de vivir en un país de habla inglesa, ¿qué los llevó a ese bilingüismo en la revista?, ¿cómo le hacían?

Ballagas, Alomá y yo hablábamos inglés, y pensamos que podíamos hacer traducciones (Llopis también nos ayudaba) para impulsar la obra de los cubanos exiliados hacia un público más amplio, fuera del gueto. Como radicábamos en Cincinnati, nos lanzamos a contactar escritores jóvenes del área y de ahí lo expandimos. Para el primer número, Allen Ginsberg, quien había entablado amistad con Ballagas cuando visitó Cuba, nos envió su poema “Plutonian Ode”. Tratamos de traducirlo antes de imprimir, pero ya no hubo tiempo.

La otra facción de los colaboradores de Término, y la más fuerte, es la de los cubanos, en su mayoría, marcados con la estrella verde olivo del castrismo y el lápiz rojo de la censura de los órganos represivos. Muchos apenas acababan de llegar al exilio en la oleada que el régimen impulsó desde las costas del Mariel. La propia revista así lo explicita en las reseñas de autor. Siempre hay una línea para su tara política. Casi todos traen presido, persecución, detención, hostigamiento, interrogatorios. ¿Sería válido atribuir la concepción de la revista a la voluntad de crear un espacio, una plataforma para estos escritores que vinieron llegando a ese otro waste land que puede ser el exilio después de haber sido expulsados de su propio país?

Nosotros nunca vimos el exilio como una tierra baldía, sino que pensábamos que era la oportunidad de publicar. Es exacto lo que dices, nuestra intención fundamental era dar voz a los que no la pudieron tener por la persecución política, la censura. No queríamos limitarnos a eso, pero era nuestro objetivo principal.

Término es una revista de literatura y como tal es muy puntual en sus secciones. Tiene una dedicada a la narrativa, otra a la poesía, otra a traducciones. Pero más allá de esto, supura política por todos los márgenes. Las reseñas de libro hablan muchas veces desde el dolor y las heridas abiertas de la dictadura; una pequeña nota en inglés da cuenta de la condena a muerte de unos jóvenes acusados de sabotaje en la isla; la ocasión única que aparece el segmento “Escritos en Cuba”, presenta poemas del perseguido político Nicolás Lara, impensables en alguna publicación oficialista. ¿Qué comprensión de la labor de editor, del poder de la letra impresa, de la relación arte y política hacía posible la confluencia de estos contenidos y, a la vez, de esta urgencia?

Yo insistí en dividir la revista en esas secciones para que no hubiera duda de que era fundamentalmente una revista literaria. Pero para mi generación era muy difícil deslindar la política de la literatura. La política nos había vapuleado, y de alguna manera había que reflejar eso. En muchos momentos era como una necesidad de liberación. La sección “Escrito en Cuba” se nos ocurrió a Ballagas y a mí para invitar a los censurados que quedaban en la isla a que publicaran; cosa muy riesgos entonces. El único que se atrevió a enviar sus textos fue Nicolás Lara. Como no recibimos más colaboraciones, no pudimos sostenerla. Teníamos urgencia porque tuvimos demasiados años de censura. No podíamos aguantar más.

En el momento en que está circulando Término, están orbitando publicaciones más o menos similares que formaban un ecosistema intelectual y editorial del exilio: Enlace, de Mauricio Fernández; Unveiling Magazine, que dirigía Ismael Lorenzo; la célebre Mariel; la no menos Linden Lane Magazine, que aún sigue estando; la sindicalista Guángara Libertaria. ¿Se puede hablar de una revivificación de las publicaciones literarias cubanos del exilio con la llegada de los escritores a principios de los ochenta? ¿Cuando se lanzaron a hacer revistas, sabían de esas otras que las precedían: Exilio, Alacrán Azul, Areíto, Envíos o Contra Viento y Marea?

En ese momento llegaron por Mariel muchos escritores reprimidos y, obviamente, se consolidó una ciudad literaria llena de habitantes con obras postergadas y en proceso. Había también muchos artistas plásticos como Reglo Guerrero, Carlos Alfonzo, Gilberto Ruiz y Juan Boza, que luego alcanzaron renombre. Fue un momento de efervescencia. Nosotros conocíamos de las publicaciones anteriores, pero nuestros temas eran otros. En parte, queríamos reflejar una realidad que, aunque habíamos dejado atrás, solamente había sido reflejada por las versiones oficiales a su manera.

Manuel Ballagas propone el termino | Rialta
Manuel Ballagas propone el término de la Generación del silencio en el número 2 de la revista ‘Término’

¿Qué relación tuvieron con los escritores nucleados alrededor de la revista Mariel? Manuel Ballagas muestra algo de recelo o incomodidad ante la modelación, por parte de los medios y críticos, de lo que se dio en llamar la “Generación de Mariel”. Evidentemente, le molestaba ver cómo los titulares desplazaban lo que él tenía como una idea más abarcadora de una generación, de su generación, en la que se incluían aquellos, y ustedes mismos. De esas reflexiones historicistas de Ballagas saldría esa otra etiqueta de “Generación del silencio”, bajo la que va a reunir a la primera generación de escritores, por un lado, libres del “pecado original”, y, a la vez, disidentes del socialismo cubano. Definitivamente, debió haber sido un tema debatido entre los hacedores de la revista.

Nuestra relación con los escritores nucleados alrededor de Mariel fue excelente. Como verás, en nuestra revista publicaron Arenas, Victoria, Valero, García Ramos y otros que también publicaban en Mariel o eran miembros del consejo editorial. Arenas y yo conversábamos mucho sobre las publicaciones, y a veces yo le enviaba textos que no me cabían en un número, y él hacía lo mismo. Lo que señalas acerca de Ballagas es cierto en cuanto a concepto, pero no en cuanto a disputa. Yo estoy de acuerdo con él en eso de que nos debimos llamar “Generación del silencio”, porque todos habíamos sido silenciados en Cuba, y el Mariel era tan sólo un puerto escogido por Fidel Castro para nuestra expulsión. La palabra silencio nos pareció más abarcadora, pero bueno, se impuso lo de Mariel y uno lo acepta. Jesús Díaz, años más tarde, se refirió a ese trabajo de Ballagas diciendo que la verdadera “Generación del silencio” era la suya, porque nos había silenciado a todos nosotros.

Hay muchos nombres hoy apenas conocidos o desconocidos por completo en Término. Aun cuando muchos eran presentados como escritores o poetas, y ocupaban puestos en departamentos de español en universidades comunitarias o estatales, se han perdido en la moledora del canon y de los días. ¿Son las universidades gringas una tabla de salvación para los escritores e intelectuales cubanos o su boleto a la desaparición? ¿Qué pasó con esas voces? ¿Cómo entiendes este fenómeno?

Hay muchos que eran académicos y escribían cuando nosotros abrimos la revista. Hay algunos hoy muy conocidos como Robert Lima, José Kozer y Enrico Mario Santí. No puedo hablar por los otros, pero quizá nunca fueron escritores de vocación, o se cansaron, no sé. Nunca he sido académico (ninguno de los miembros del consejo editorial de Término lo fue), pero no creo que la academia ahogue necesariamente. Todo está en lo que uno decida hacer con su propia experiencia. La academia te da una seguridad financiera y bastante tiempo libre una vez que te asientas, y puedes no hacer nada o escribir mucho. Esto último fue lo que hicieron, por ejemplo, Antonio Benítez Rojo, Jesús J. Barquet o Rafael Saumell.

Si hay un enemigo generacional, una némesis de la que Término busca sacudirse, pero que no pierde de vista, esa se halla en revistas del oficialismo cultural cubano como El Caimán Barbudo, pero también antes, en Lunes de Revolución. ¿Puedes comentar algo sobre esa tensión?

Nuestra “lucha” era contra esas publicaciones porque los que escribían en ellas fueron los que se apropiaron del quehacer cultural cubano, y no dejaron espacio para más nadie. Como se ve en las grabaciones de las confesiones de Padilla –ya que está de moda hablar de ello–, los escritores cubanos se sintieron halagados porque el Estado les prestó atención. La censura los hizo importantes, pero no se daban cuenta de que pactar con los políticos nunca resulta positivo para la literatura. De hecho, me llama la atención que nadie ha comentado lo que dicen Manuel Díaz Martínez y Norberto Fuentes aquella noche en la UNEAC: ambos se quejan de que el diálogo con el gobierno se había roto y de que no los habían atendido bien. Pues bueno, luego “los atendieron muy bien”, aunque no de la manera en que ellos querían. Se metieron en un juego en el cual tenían todas las de perder y asfixiaron a la generación siguiente con su colaboración.

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Belkis Cuza con Heberto Padilla en su casa del Vedado, en La Habana, 1971

Por cierto, en la revista hay dos críticas bastante desfavorables sobre la novela de Heberto Padilla, En mi jardín pastan los héroes, y por ahí, de pasada, se dice de Linden Lane Magazine que era “incapaz de avenirse a las necesidades expresivas de los escritores más jóvenes”. ¿Participaban ustedes de alguna antipatía hacia las figuras de Padilla y Belkis Cuza Malé?

Nosotros no teníamos ninguna antipatía personal contra Belkis o Padilla. De hecho, en la primera revista que publiqué fue en Linden Lane Magazine, donde Belkis y Heberto me abrieron sus páginas con generosidad. Personalmente siempre me he llevado bien con ellos y a Heberto lo conocía desde Cuba. Pero su revista tenía otros objetivos que no eran los nuestros y, además, de alguna manera teníamos que “matar al padre”.

Hay un comentario tuyo a propósito de la noticia de la “deserción” de César Leante en Madrid, mientras hacía trasbordo camino a alguna república del campo socialista. Hablas de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de habilidades camaleónicas para cambiar de discurso nomás anunciara su decisión de exiliarse. Al leerte, no pude no recordar cuánto se ha vuelto a agitar el candelero del exilio con la llegada de más de 300 mil cubanos en el último año, en particular, porque entre ellos ha habido varios artistas y periodistas, sobre todo, a los que se les acusa de cómplices de la ignominia por trabajar en el sistema oficial de los medios de difusión y el sistema de la cultura. ¿Cómo contrastas este fenómeno entre la década del ochenta y el más reciente éxodo masivo? ¿Cómo lo ves en general? El desangre de la sociedad cubana ha sido por goteo, pero constante…

En aquel momento, esas deserciones de gente que en Cuba habíamos visto ejercer su papel de funcionario y de censor estaban a la orden del día. Era una época muy dura, y nos molestaba la conveniencia del repentino cambio de casaca de muchos de ellos. Hoy en día la situación ha cambiado un tanto. El desangramiento lleva ya demasiado tiempo. Los medios digitales han favorecido la aparición de muchas revistas, la publicación de muchos escritores, y han surgido varias editoriales. No es que no haya agentones, arribistas y vividores que cambian según como sople el viento (esto se ha hecho también más fácil), pero en aquellos años, principios de los ochenta, cuando uno se enteraba de que algún censor se quedaba en el exilio, aquello dolía mucho, la vida en Cuba todavía se sentía muy reciente. En esos momentos el gobierno cubano gozaba de favoritismo en los círculos académicos y de escritores de Estados Unidos y Europa occidental, y se la pasaba enviando contingentes de “intelectuales” a diseminar su mensaje y a tratar de bloquearnos. Nosotros, los que llegamos por el Mariel, tuvimos que ganarnos nuestro espacio a la fuerza. Se nos negaba la participación en foros e, incluso, cuando asistíamos a las conferencias de estos cubanos que venían, nos negaban el derecho a réplica.

Es posible ver a lo largo de las páginas la invitación a los lectores a suscribirse a la revista. Vemos publicidad de algunos libros, algunos que parecen estar ahí por el interés de ustedes por promocionarlos, dado su tema relacionado con Cuba. Siempre está la publicidad a South-Western Publishing Company. ¿Cómo lograban cubrir los gastos de impresión, papel…? ¿Dónde imprimían? ¿Con qué papel?

Inicialmente, Ballagas y yo trabajábamos en Cincinnati para la South-Western Publishing Company. El director de los libros en español era un cubano, Francisco Rodríguez, muy entusiasta y con muchos deseos de ayudar a los recién llegados. Nos garantizó un anuncio de $400.00 por cada número, que cubría gastos de envío y quizás algo de tipografía. Era el único anuncio pagado. El resto se financiaba con los entonces magros bolsillos de Ballagas y míos. Más adelante se nos concedió un grant de $5000 por el Ohio Arts Council, por ser la primera revista literaria bilingüe en el estado de Ohio. Teníamos unos cuantos suscriptores, unos sesenta, pero pedíamos sólo 4 dólares al año. Varias universidades se suscribieron también, entre ellas, Michigan, Harvard, Miami y Princeton. La tipografía nos la hacía un argentino desde Nueva Jersey: Humberto Porta. Como te imaginarás, había que corregir las galeras y enviárselas. Cuando las regresaba, venían con nuevos errores. Era una pesadilla inevitable y yo no quería demorar la salida de los números, así que había erratas, ¿cómo no? Los imprimíamos en una imprenta de Cincinnati que hacía impresiones tipo tabloide, que, como sabes, fue el formato que escogimos. Había que imprimir un mínimo de dos mil ejemplares, porque aquellas máquinas prehistóricas eran unos monstruos y no podían con menos que eso.

¿Cuántos ejemplares llegaron a publicar de un número? ¿Cómo lo distribuían? ¿Tienes idea, algún dato, evidencia del alcance en términos de lectores y de geografía?

La revista se enviaba a suscriptores y a una lista de personas interesadas en la literatura cubana que conseguimos: académicos, intelectuales, etc. Se enviaban ejemplares a City Lights en San Francisco, Las Américas en Nueva York, Globe Book Shop en Washington, SIBI, Universal y Books and Books en Miami, y varias en Cincinnati, para distribución gratuita. Por eso ves anuncios de esas librerías: era un simple intercambio, nada de dinero. También, de mano en mano. No tengo idea de cuánta gente leyó la revista, pero recibimos bastante interés, inclusive desde México, Japón, Argentina y otros países. No tengo idea de cómo llegaron allá.

Se dice en uno de los editoriales que recibieron solicitud de canje de la Biblioteca Nacional de Cuba. ¿En qué paró eso?

En efecto, desafié a esas instituciones cubanas a realizar un intercambio y a que se atrevieran a poner nuestra revista en sus anaqueles. Pues Norberto Codina respondió y recibí la revista Casa de las Américas puntualmente, también la Biblioteca Nacional me envió la revista Unión y la que hacían ellos mismos en la institución. Lo curioso fue que siguieron llegando muchos años después de haber cerrado Término. No creo, por otra parte, que alguna vez nuestra revista haya estado disponible a cualquier lector en las bibliotecas cubanas.

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Portada del número 7 de la revista ‘Término’

En el número 7 se anuncia la creación de Término Editorial, con la publicación de una novela de un frecuente colaborador de la revista, Ismael Lorenzo. Y al número siguiente se acaba la revista. ¿En que quedó el proyecto de editorial? ¿Qué buscaban con ella? Orlando Rodríguez Sardiñas (Rossardi) asegura que la dirigía Carlos Espinosa, ¿es cierto?

Yo siempre fui un propulsor de la autopublicación. La editorial sigue viva. Básicamente, lo que yo hago como “director” es un celestinaje entre los autores, los editores y los ilustradores. Trato que les den buenos precios a todos, pero ningún dinero pasa por mí. Yo solamente decido a quién le doy un ISBN y respaldo la publicación. Carlos Espinosa nunca dirigió nada (ni tuvo interés). Sí publicó muchos títulos bajo el sello editorial, donde también han publicado Joaquín Gálvez, Santiago Rodríguez, Alejandro Armengol, yo mismo y muchos otros. La editorial tiene ya más de cuarenta libros publicados. Espinosa sí fue muy diligente en cuanto a distribuir los materiales. Tuvimos de ilustrador, por muchos años, a Umberto Peña.

En el editorial del número 3 se celebra el nuevo flujo de publicaciones que estaban circulando bajo el denominador común de estar imaginando o recreando la comunidad intelectual del exilio. Las ven como las misioneras de dar continuidad a una cultura cubana de la que habían sido extirpados a la fuerza. Y reconocen en ellas una sana y deseada pluralidad de perspectivas y tonos. Una identidad particular. ¿Qué crees que llegó a distinguir a Término en su momento al interior de esa constelación que existía?

No creo que sea yo el ideal para dar respuesta sobre el lugar de Término en la constelación de revistas de aquel momento. Puedo decirte que, en lo personal, me siento satisfecho con el esfuerzo, porque quisimos saltar como unos desconocidos. Muchos intelectuales reconocidos en aquel momento nos ofrecieron poner sus nombres en el machón para levantar el prestigio de la revista, pero, muy agradecidos, rehusamos. Queríamos ver qué lográbamos desde nuestra oscuridad inicial. Se cumplió el objetivo de dar voz a los sin voz: en nuestras páginas se dieron a conocer a escritores que luego ocuparon un lugar destacado en la literatura cubana y de otras partes. Están, por ejemplo, Carlos Victoria, gran amigo, y la chicana Bárbara Mujica, entonces desconocida y hoy en día una figura premiada y destacada en la literatura americana. Y hay muchos otros ejemplos. La evaluación final corresponde a los lectores (alguien dijo que éramos ecuménicos) y a los interesados en el periodo que nos estudien atentamente.

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