Probablemente no haya en el cine relacionado con Cuba filme de impacto semejante a este. Estrenado en 1984, Conducta impropia es algo más que un documental y una denuncia. Mucho más que una serie de entrevistas que desmontan el mito de una sociedad perfecta (la cubana tras el triunfo de 1959), es un síntoma de una serie de preguntas mayores, de cuestiones irresueltas, y de traumas que perduran de diverso modo ante los posibles espectadores que hoy puedan volver a sus imágenes. Los cuarenta años que ya tiene Conducta impropia no deben entenderse como un eco de museo, sino como una nueva interrogante hacia lo que ese filme desató al recorrer festivales y eventos, entendiéndolo como un revulsivo que propinó unos cuantos golpes y ofreció llamados de alerta acerca de esa visión idealizada de lo que ocurría bajo el mapa de una Cuba socialista, a cuatro años del éxodo del Mariel, y a veinticinco de la entrada de los rebeldes a La Habana, comandados por Fidel Castro y su ejército.
Dirigido por Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal, Conducta impropia es el resultado del empeño conjunto de dos de las víctimas del affaire PM, aquel breve documental de 1961 que el propio Jiménez Leal creó junto a Sabá Cabrera Infante, y que Almendros elogió en su día, antes de que desde el ICAIC se vetara su proyección y distribución. A su manera, Conducta impropia exige ser entendido y leído como parte de esa secuencia de rupturas e indisciplinas, que desde su oficina Alfredo Guevara trató de sepultar, imponiendo la imagen de una única industria cinematográfica cubana, que se debía esencialmente a la maquinaria ideológica de la Revolución. Almendros y Jiménez Leal, “desertores” de esa industria y esa causa, crearon desde el exilio una maniobra de respuesta, que comenzó siendo un proyecto de ficción acerca de la célebre fuga de diez integrantes del Ballet Nacional de Cuba durante una gira por París, en 1966. La fuga, que sería reconstruida en términos de comedia mediante el guion titulado Pas de Dix, acabaría explayándose a todo un conjunto de voces, una galería de rostros que ponían en crisis esa utopía congelada en el trópico, alentada por los largos discursos del Líder, que la televisión, la radio y el cine ayudaban a difundir por el planeta. Lo que nos devuelve hoy Conducta impropia es ese subrayado del individuo ante la masa que corea las consignas del momento, y que tiene, en aquella anécdota de 1966 y en los actos de repudio que sufrieron quienes optaron por salir de Cuba en 1980 vía Mariel, ejes de un debate que también es mucho mayor.
Resuelto con la urgencia de lo periodístico, con el afán de hacer un llamado impostergable de atención que no debía retardarse en subrayados estéticos, Conducta impropia perdura acaso más como documento que como obra cinematográfica. La edición revisada de su guion que publicó la editorial Egales en 2008, da fe de ello. Uniendo a lo ya visto en el documental testimonios que fueron grabados y luego no incluidos en el metraje de 1 hora y 55 minutos con el que llegó a su estreno, el libro-DVD recupera otras presencias que también ayudan a entender la intención de sus realizadores: Allen Young, Pepe Carril, Severo Sarduy, Reinaldo García Ramos, René Cifuentes, son algunos de los que no llegaron al corte final, pero en ese volumen se recogen sus palabras, añadidas a la ampliación de otros testimonios de Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante, Susan Sontag, Jorge Ronet, Ana María Simo, Armando Valladares y Martha Frayde. El libro, que suma prólogos de Orlando Jiménez Leal, Néstor Almendros y notas de Juan Goytisolo y Manuel Zayas, deviene un archivo fundamental para recolocar en una nueva discusión a Conducta impropia, en una línea de tiempo que arranca en PM, como digo, y añade otros pasajes a esta otra lectura de una Cuba sobre otra, en una especie de multiverso que a su vez hace química con la narrativa impulsada por los documentales que desde el ICAIC dirigían Santiago Álvarez o Jorge Fraga, por mencionar solo dos de sus principales voceros. La propuesta de hoy sería tejer una madeja más definitiva en la que esos documentales, realizados dentro o fuera de Cuba, operan como eco y espejo los unos de los otros, más allá de la satanización que cayó sobre Conducta impropia apenas se supo de sus primeras proyecciones.
Antes de Conducta impropia ya existía La otra Cuba, documental de Jiménez Leal que produjo la RAI y que tuvo un guion de Carlos Franqui. Concentrado en demostrar que entre los exiliados cubanos había figuras de indudable talento, recoge entrevistas con Lydia Cabrera, Enrique Labrador Ruiz, Eloísa Lezama Lima, junto a otros pintores y artistas, algunos de los cuales reaparecerían en Conducta impropia: Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante…, y abre su galería para incluir a Hubert Matos, un cameo de Celia Cruz en el carnaval de la Calle 8, y a varios de los recién llegados por el Mariel. A manera de coda de una suerte de trilogía, en 1988 Néstor Almendros y Jorge Ulla producen y dirigen Nadie escuchaba, que prioriza el relato de exprisioneros políticos y personas ligadas a los intentos de derrocar al Gobierno socialista.
Cuarenta años después de su estreno, Conducta impropia sigue sin haberse proyectado en Cuba, aunque su impacto en la cultura de la Isla puede medirse a través de diversos síntomas y grados. Incluidos los de una percepción errónea sobre lo que aborda. En el sitio de la Enciclopedia del Audiovisual Cubano que organiza el crítico e investigador Juan Antonio García Borrero, la película tiene su entrada, con lo cual de cierto modo se reclama su inclusión en un catálogo que asuma todas las variantes que sobre lo cubano pueden consultarse y tomarse como referente, junto a otros títulos producidos fuera de la Isla que discuten o versionan lo que en ella ha ocurrido durante las últimas cinco o seis décadas. Sin embargo, dicha nota incluye la siguiente sinopsis: “Documental donde se describe la represión sufrida por la comunidad cubana de homosexuales, sobre todo en los años en que fueron recluidos en la UMAP”.
Si bien es cierto que un núcleo fuerte de Conducta impropia se concentra en los testimonios de homosexuales y personas que fueron recluidas en las desdichadamente famosas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (1965-1968), no es a esto únicamente que se dedica el metraje del filme de Almendros y Jiménez Leal. René Ariza, que hacia el final de su metraje aporta uno de los momentos más estremecedores, no pasó por las UMAP. Tampoco Ana María Simo, quien durante los años en que se mantuvieron abiertos esos campamentos, no se había definido aún como lesbiana. Tampoco puede ubicarse dentro de la comunidad LGBTIQ a Heberto Padilla o a Cabrera Infante, ni a Armando Valladares. El rango de “indisciplina” que los lleva a aparecer en cámara incluye una galería de posicionamientos y actitudes mucho más amplia, que si bien cede espacio al discurso de Caracol, Jorge Ronet o Luis Lazo, quienes desde una gestualidad y expresiones verbales más extrovertidas se identifican como gays, deja sitio a otro tipo de anécdotas y conductas también declaradas peligrosas por el aparato estatal que optó por criminalizarlos. En lo que coinciden casi todos ellos es en poner a Cuba en un determinado grado de distanciamiento. Caracol, en particular, en una pausa entre sus apariciones como Celia Cruz en La Escuelita, el club de transformismo neoyorquino adonde van a entrevistarlo (algo que pareciera un guiño travesti a la secuencia de la cantante en La otra Cuba), relata con elocuencia su salida de la Isla, y remata sus anécdotas con una frase lacerante: “Sinceramente, hay un dicho: el que no quiere a su tierra no quiere a su madre. Yo no la querré. Yo no extraño Cuba”.
La nostalgia por ese paisaje natal es acá un elemento que, si bien referido aquí y allá, no disloca el eje de lo que Conducta impropia propone: un análisis sostenido desde esa coral disonante que se organiza contra el discurso unánime y monolítico que la Revolución proyectaba hacia el mundo. Y de la muestra de esas grietas en la burbuja tropical del socialismo es que provino la reacción inmediata desde los cuarteles de mando de la izquierda ubicados en New York y otras ciudades del capitalismo en los que se rendía tributo rendido a la causa que Cuba proclamaba. Tal y como sucedió tras darse a conocer el famoso discurso secreto de Kruschov que denunciaba los excesos del estalinismo, esos cuarteles de mando habían ignorado por años las alertas y advertencias de otros testimoniantes, cubanos o no, acerca de la realidad sufrida en la Isla por homosexuales, lesbianas, opositores, intelectuales, religiosos, etcétera. En 1971, el caso Padilla (que Pavel Giroud ha reconstruido en un documental que también se adhiere a la red en la que Conducta impropia ocupa un lugar central), fue un parteaguas en ese sentido, que no logró sin embargo resquebrajar del todo la fascinación que el fenómeno de la Revolución caribeña desgranaba ante sus devotos incondicionales de esas otras latitudes.
Al abrirse la brecha del Mariel, se conectaron fragmentos que parecían sueltos, y de pronto podían Jiménez Leal y Almendros sostener algo más que un hecho aislado. En Madrid, en New York, en Londres, en Miami, estaban esos testimoniantes, llegados a esos sitios como parte de una diáspora intermitente, pero que coincidían en su afán de revelar lo que habían sufrido en carne propia, más allá de la paranoia totalitaria en la que habían sobrevivido hasta poder salir de Cuba. Ellos son también la otra Cuba, y el documental, realizado con patrocinio de Les Films du Losange y Antenne 2 en Francia, pudo al fin organizar un mosaico cuyo efecto inmediato fue el de una explosión cargada de esas indisciplinas que el Estado cubano había intentado acallar y condenar bajo ese vago concepto de la “conducta impropia”, bajo el cual desplegó su labor de profilaxis, a fin de que el Hombre Nuevo no se contaminara de esas dudas ni actitudes que el catálogo de la Revolución, como un nuevo Malleus Maleficarum, proscribía con severidad.
En un útil dosier recopilado por el Archivo Rialta en julio de 2022, pueden leerse los numerosos pasajes de la polémica que provocó Conducta impropia. Desde las defensas enconadas a la causa y versión cubana del socialismo de Lourdes Argüelles y Ruby Rich, hasta las respuestas de Ana María Simo y Reinaldo Arenas, añadiendo a ello textos de J. Hoberman, Orlando Alomá, Vincent Canby, René Jordán, Heberto Padilla, Diego Galán, Juan Abreu y tantos más, en un toma y daca que revela la intensidad de ese debate. De tales reacciones emanó una importante entrega de la revista Mariel (el número 5, primavera de 1984), que lleva la discusión aún más allá, como demuestra la lectura de “Hablemos claro”, preparado por Ana María Simo y Reinaldo García Ramos para el Consejo de Redacción de la revista. Pero si desde tantos sitios donde se exhibió Conducta impropia llueven esos artículos, entrevistas, réplicas, reseñas y comentarios que recoge el dosier de Rialta, solo hay una respuesta directa que pudo leerse también en Cuba, y que apareció en la revista Casa de las Américas firmada por Tomás Gutiérrez Alea, en el número 148 de 1985.
Bajo el título elocuente de “La conducta propia de los traidores”, Gutiérrez Alea redacta una nota que se publicó inicialmente en Estados Unidos, y en la cual resume sus impresiones sobre el documental, así como responde a Néstor Almendros las palabras con las que su excolega del ICAIC rebatió las declaraciones ofrecidas por Titón a Richard Goldstein para The Village Voice (“¡Cuba sí, macho no!”, 2 de julio de 1984). Almendros y Jiménez Leal responden con una carta al editor que The Village Voice publica en octubre de ese año. En su réplica a ambos (aunque, curiosamente, solo se refiere a Almendros de modo directo en su nota), Alea aprovecha una mención a su filme La última cena para echarle en cara a Conducta impropia la falta de lo que La última cena sí posee, nos dice: “un enfoque histórico de nuestra sociedad”. Con eso se conecta a Goldstein, cuando afirma que Conducta impropia padece de ahistoricidad. “Conducta impropia intenta ser un documento por medio del cual se pueda obtener una imagen «auténtica» de nuestra realidad aquí y ahora. Solo que su falta de sentido histórico, su ausencia de contexto social no solo determina su superficialidad, sino que convierte el filme en un documento revelador de la miseria humana de sus autores”. Eso asegura Gutiérrez Alea, pasando de la crítica a los errores que él advierte en el documental a la maniobra del insulto personal contra sus directores. Ambrosio Fornet, el otro único nombre del dosier que comenta desde Cuba el filme, al que llama panfleto, lo hace en una entrevista que responde al Gay Community News, y donde afirmó a sus redactores tajantemente: “Nadie fue «perseguido» por expresar su punto de vista”.
Como ya se sabe, insistiendo en la idea de una interconexión entre títulos, actitudes, visiones coincidentes o no, el propio Titón respondería años más tarde a Conducta impropia con Fresa y chocolate, que codirige junto a Juan Carlos Tabío a partir del guion de Senel Paz sobre su célebre relato “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”. La película de 1993 es una respuesta diferida a Conducta impropia, que Néstor Almendros ya no llegaría a ver. No sabemos si, como Pedro Almodóvar, la calificaría de “demasiado amable”. En todo caso, Orlando Jiménez Leal sí ha comentado sobre esto, y sobre ese filme nominado al Oscar dijo a Manuel Zayas, en entrevista aparecida en 2008 en el número 50 de Encuentro de la Cultura Cubana:
Es una versión rosa de Conducta impropia. […] Fue una manera desesperada de justificarse y de edulcorar los horrores que se habían contado en nuestra película. […] Lo que trataba de decir Fresa y chocolate es que la represión a los homosexuales en Cuba era una anécdota en la historia, como si el hombre fuera una anécdota más. Y que aquella represión había sido una mancha dentro de aquel arcoíris fabuloso que es la Revolución cubana.
Lo cierto es que ya Titón, para las fechas del estreno de Fresa y chocolate, se había distanciado de la visión a la defensiva que mostraba en su nota de Casa de las Américas, y como demostró en la entrevista concedida a Michael Chanan que apareció póstumamente en Encuentro… (número 1, 1996) a raíz de su muerte, ya tenía al menos otros matices en su análisis, de los cuales dio algunas noticias también en la entrevista que concedió aún en vida a Rebeca Chávez (La Gaceta de Cuba, septiembre-octubre de 1993). Cuando Chanan, en el arranque mismo de la conversación, le asegura que su película le parece una respuesta a Conducta impropia, Alea no puede evitar estar de acuerdo: “En realidad no es un diálogo preconcebido, pero quizás hay algo de eso”. Sin embargo, insiste en calificar al documental de 1984 como “muy burdo, muy esquemático, muy simplificador de la realidad, muy manipulador”. “Los hechos que se relatan en Conducta impropia son casi todos ciertos”, reconoce el director de Hasta cierto punto, aunque luego vuelve a la carga, subrayando que en el documental “se cuenta solamente una parte y no se contextualiza, no se da la medida real de ese hecho sino que simplemente se dice que hubo represión. A mí me pareció muy elemental lo que había hecho Néstor, algo que no estaba a la altura de su talento”.
Lo que se mezcla en ese conjunto de palabras son varias cosas, que van desde el índice del trato personal e íntimo con Almendros en los inicios de las carreras de ambos, hasta la ruptura definitiva que sobrevino cuando el documental empieza a mostrarse por el mundo. Y con ello, la colisión de dos visiones políticas, la imposibilidad de un espacio de contrapunto que no opaque en lo que trata de defenderse al documental, a la obra que se discute, en el que, guste más o no, las personas que en él aparecen exponen sus verdades. “Soy crítico, pero no soy un disidente”, enfatiza más adelante Titón, al cierre casi de esa entrevista en la que también afirma que le gustaría que Néstor Almendros hubiese llegado a ver Fresa y chocolate, sugiriendo que con ello tal vez ambos recuperasen el diálogo perdido. Aunque él mismo apunta que “lo digo con cierta nostalgia y no muy seguro de que hubiese sido así”.
Lamentablemente, ni Néstor Almendros llegó a conocer Fresa y chocolate, ni tampoco la han visto la mayoría de los integrantes de la sociedad cubana. No sé si, cuando llegó alguna copia en video a Cuba de Conducta impropia, se hayan hecho proyecciones semiprivadas en algún local del ICAIC, como se hizo cuando apareció Before Night Falls (Julian Schnabel, 2000) el biopic inspirado en la vida de Reinaldo Arenas, con el fin de mostrar a los selectos invitados los “horrores e infamias” que tal película difundía. Y que, en efecto, resucitaban los fantasmas de Conducta impropia, y no en balde dejaba ver, durante sus créditos finales, las secuencias de PM. Vuelvo a Juan Antonio García Borrero, quien en su blog La Pupila Insomne reproduce fragmentos de su libro Diez películas que estremecieron a Cuba, y en una entrada del 21 de marzo de 2007, tras analizar el filme y sus reacciones, apunta:
Creo que lo mejor de Conducta impropia se reserva para sus últimos cinco o cuatro minutos, a propósito del testimonio final que brinda el dramaturgo René Ariza […] La expresión del rostro de Ariza, captado en un implacable primer plano, no puede ser menos elocuente que ese parlamento donde asegura: “Lo más enjundioso de la cosa, no está exactamente en qué sucede, sino en por qué sucede”. Pienso que de haberse propuesto profundizar en esa interrogante (“¿por qué sucede?”), hoy Conducta impropia fuera mucho más que un simple reportaje sobre injusticias puntuales. Además de eso (objetivo importante, pero con un alcance local) sería una mirada siempre renovable al lado oscuro de los ímpetus mesiánicos. Y no solo ayudaría a entender el porqué de los excesos de la Cuba revolucionaria contra todos aquellos que pensaban o se comportaban “diferente”, sino también el porqué de los excesos que se originaron antes de 1959, y seguramente se seguirán cometiendo en largo tiempo, casi siempre en nombre de un no sé qué que nos hace creer que somos mejores que otros que se comportan o piensan distinto.
Coincido con el investigador en el remate eficaz que aporta a Conducta impropia la intervención de Ariza, y la advertencia demoledora que nos lega, en su frase final entrecortada. Pero no coincido en calificar al documental como un “simple reportaje sobre injusticias puntuales”. Como él mismo dice, se trata de una actitud que está presente en todas las épocas de la Historia, y seguramente seguirá existiendo. Solo que cuando esa actitud recibe el espaldarazo del poder (político, religioso, etcétera) y se convierte en ley, asciende a una maniobra que aprovecha todos los recursos posibles para vaciar de esos rostros y cuerpos a una realidad, cada una de las denuncias vale y duele. Y en ese sentido, a sus cuarenta años ya, Conducta impropia sigue siendo incómoda, y reclama su sitio en la cinematografía dedicada a Cuba, como una contraparte que, con sus aciertos y flaquezas, resulta imprescindible para contar la totalidad de estas memorias rotas, como la de René Ariza, que puede aún mirar a la cámara y helarnos la sangre con su palabra y su mutismo.
Ahora mismo, cuando la cinematografía cubana se discute en una batalla que no termina de conciliar visiones ni asimilar asuntos impostergables para su sobrevivencia, esa incomodidad de Conducta impropia pasa por el hecho de su invisibilidad dentro de los repasos necesarios a nuestra filmografía, y la dilata hacia cuestiones aún más graves de las que puede resolver una proyección. Sobre las imágenes de esta película, se cruzan esas interrogantes, esas demandas, esos reajustes con la Historia pública e íntima de Cuba que las nuevas generaciones deberían asimilar como parte de errores y contradicciones, a fin de evitar que se repitan errores y ausencias, y eso llega a la obra de nuevos realizadores que persisten en ahondar en esos dilemas, como demuestran Santa y Andrés (Carlos Lechuga, 2016) o Landrián (Ernesto Daranas, 2023) y otras obras de ficción y documentales, hijas directas o indirectas de Conducta impropia. A manera de una explosión inesperada, todo lo que rodea aún en la discusión pendiente sobre lo cubano a Conducta impropia, sigue provocando esa dosis de incomodidad, a ratos tan necesaria, como impulso que derogue tantos estancamientos. Y nos coloque en otro nivel de discusión real sobre lo que vemos y creemos ver en esa pantalla mayor que es Cuba: un país que es la biografía de cada uno de sus cuerpos, una imagen sobre la otra, una verdad sobre la piel de otra verdad.
Excelente texto, tanto por el análisis del documental y su contexto, como por el abarcador y certero recorrido por la polémica suscitada, escrito todo con mucho rigor investigativo y, sobre todo, honestidad.