Imagen promocional de 'Holly', la última novela de Stephen King
Imagen promocional de 'Holly', la última novela de Stephen King

Este año inicié el #StephenKingChallenge, un reto que me inventé y que consiste en leer todas las novelas del genio de Maine en el orden cronológico de su publicación. Así, leí sus cuatro primeras novelas:  Carrie, El misterio de Salem’s Lot, Rabia y El resplandor. Quedé enganchado y con la premura del converso tardío que quiere recuperar el tiempo perdido a como dé lugar. Le tocaba el turno a Apocalipsis, pero la publicación de su más reciente novela, Holly, fue demasiada tentación.

Según informan algunos reseñistas más avezados, Holly rescata al personaje homónimo que ya aparece en el ciclo de novelas que se conoce como La trilogía Bill Hodge. Esto, sin duda, debe de agregar un placer intertextual al conocedor de estas obras. Sin embargo, creo que tal familiaridad también puede convertirse en una muleta que disimule el andar cojitranco de esta nueva entrega.

Lo primero que habría que decir de Holly es que se trata de una novela policial. Una muy buena, pues está blindada contra spoilers. Desde el principio sabemos que los responsables de las misteriosas desapariciones en Red Banks son el matrimonio Harris, un par de viejitos académicos, ya jubilados, con predilección por comer carne humana. La atención se centra en cómo la detective privada Holly Gibney va atando los cabos. En los intersticios de la investigación, el narrador va desgranando la historia de Holly, atrapada por el complejo materno pero acompañada siempre por el fantasma benefactor de Bill Hodge. Se trata, me parece, de lo mejor que tiene esta novela.

El presente del relato transcurre en el mes de julio de 2021, cuando la variante delta del Covid hace sus estragos en Estados Unidos. Desde el punto de vista del contexto, Holly es una novela sobre (y escrita durante) la pandemia. Esto pudiera ser un valor agregado si la escogencia de este marco histórico hubiera guardado una relación más orgánica con la trama principal. No es este el caso. Holly hubiera podido ambientarse en el contexto de la Crisis de los Misiles de 1962 y no habría habido mayor diferencia. ¿Por qué, entonces, situar allí las acciones? Porque así Stephen King puede denunciar los horrores de la presidencia de Trump, el efecto alienante entre sus seguidores y la corroción del vínculo social por el conflicto político. Esto no sería en sí algo criticable. Por si toca aclararlo, yo detesto al payaso anaranjado del peluquín y me puse la vacuna y los refuerzos. El problema es la forma en que este debate es planteado, con un maniqueísmo y una superficialidad más propios de Twitter que de una novela.

King pierde demasiado tiempo aleccionando al lector sobre el malvado Donald Trump y lo estúpidos trumpistas que niegan el Covid y no se ponen la vacuna. De esta premisa se desprende el reparto de los atributos morales. En Holly los buenos serán los que se oponen a Trump, están vacunados y respetan el protocolo Covid, y los malos serán, obviamente, los trumpistas y antivacunas. El epítome de esta simplificación son los profesores Rodd y Emily Harris. Esta parejita de académicos caníbales matan y comen a profesores, estudiantes y otros jóvenes que se encuentran en las antípodas de sus creencias: sus víctimas son, principalmente, negros, gays, lesbianas, veganos e hispanos. Supongo que el apellido es un guiño a Thomas Harris, el creador de Hannibal Lecter. No obstante, los caníbales de King jamás aterrorizan. Son, de hecho, francamente risibles e inverosímiles. Y no por razón de su vejez (superan ambos los ochenta años), sino por sus motivaciones, por la maldad de utilería que los define.

Como suele pasar en las novelas de King, hay un personaje alcohólico y  hay otros que son escritores, tanto consagrados como aspirantes a serlo. Esta subtrama la encarnan la joven Barbara y su mentora, la reconocida poeta (en la ficción) Olivia Kingsbury. Esta parte, debo confesarlo, me gustó mucho pero es porque soy un sentimental. Esa representación romántica del oficio literario, el encuentro del maestro y el alumno que descubre su vocación y al final triunfa, parece sacado de una de esas películas domingueras que veía en mi infancia y adolescencia. La resolución de la historia también sigue, después de los descubrimientos y anagnórisis de rigor, la inercia de las películas de acción: el héroe, o, en este caso, la heroína, descubre la verdad, es atrapada por los asesinos y al final liberada por sus amigos.

Se sobrentiende que las 612 páginas de esta novela se leen prácticamente sin descanso. Pero a eso ya nos tiene habituados el señor King. A eso y a algo más que, en esta oportunidad, la monserga biempensante nos arrebató.

El libro depara una última sorpresa y no del todo agradable. Es una “nota del autor”. Allí, el señor King dice lo siguiente: “Una parte considerable de la población estadounidense –no la mayoría, me consuela decir– se opone a la vacunación. Puede que esa gente piense que la línea argumental del Covid en Holly es simple sermoneo (el término para esta clase de ficción, que a mí en cierto modo me encanta, es «pontificación»). No es el caso”.

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A King no se le pasa la cabeza que, además de “esa gente”, pudiera haber otra gente a la que, aún habiéndose vacunado, esa parte de su novela le pareciera un sermón. Luego agrega: “Es verdad que mis opiniones coinciden con las suyas sobre este tema [con las de Molly, cuya madre fallece de Covid supuestamente por no vacunarse], pero me gustaría pensar que, si hubiera elegido un personaje antivacunación como protagonista o como personaje secundario importante, ofrecería una representación justa”.

Esto no hay manera de comprobarlo. Sin embargo, el autor se apresura a querer controlar la interpretación de su novela. Una aclaración que, antes que reasegurarnos sobre la justeza de sus hipotéticas recreaciones ficticias, más bien siembra dudas al respecto. El comentario que hace sobre el personaje Rodney Harris, “cuyas opiniones ciertamente no coinciden con las mías”, se apresura, de nuevo, a aclarar, revelan todavía más del fondo conservador e intransigente que subyace a esta trama que ideológicamente se ve a sí misma, con inocultable complacencia, como racional, científica y progresista: “Casualmente, todos los datos y anécdotas históricas sobre el canibalismo que expone Roddy son verdad. Son sus conclusiones las que son falsas. La idea de que comer hígado humano puede curar el Alzhéimer, por ejemplo, es una absoluta idiotez. No puede culparse a Rodney por ser selectivo con sus datos; salta a la vista que el hombre está como una cabra. Aunque, ahora que lo pienso, esa comparación es un insulto para las cabras”.

¿De verdad Stephen King cree que los lectores son tan idiotas, como “esa gente” que tanto desprecia, como para creer a pies juntillas las locuras de su personaje? Si la locura y la psicopatía de Harris se expresan, entre otros rasgos, a través de sus sesgos cognitivos, ¿quiere decir que lo mismo podría aplicarse a otros personajes? ¿O, incluso, al autor? Cualquier cotejo de datos recientes puede desmontar algunas de las verdades que los personajes “buenos” de esta novela dan por sagradas con respecto a la pandemia, como por ejemplo la efectividad incuestionable de la cuarentena o, hay que decirlo, de la propia vacuna. Si la madre de Holly murió, no por un virus sino, como se dice varias veces en la novela, por su posición política, por negarse a ponerse la vacuna, ¿las muchas personas que murieron igualmente a pesar de estar vacunadas y cuya decisión de vacunarse respondía también a un conjunto de principios entre los cuales estaba la posición política, de qué murieron? ¿Por la política también o en este caso ellos sí murieron “solo» por el virus?

El ideal de un autor ecuánime se corresponde aquí con la ilusión de un sujeto racional, objetivo, sin sesgos de ningún tipo. Si bien es difícil encontrar semejanzas entre Stephen King y Rodney Harris, no se puede decir lo mismo en el caso de su relación con otro de sus personajes, Emily Harris, la verdadera mente criminal detrás de los episodios de canibalismo. Esta profesora de literatura inglesa es una mujer controladora. Así se lo advierte Olivia Kingsbury a la joven Barbara: “como profesora, o como mentora, es como un instructor de autoescuela que siempre acaba quitando el volante al alumno. No puede evitarlo”.

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RODRIGO BLANCO CALDERÓN
Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981). Escritor venezolano. Ha publicado varias colecciones de historias, entre las que se encuentran Una larga fila de hombres, Los invencibles, Las rayas y Los terneros. También publicó una novela, titulada The Night, donde relata la crisis de su país natal. En 2007 fue incluido en la lista Bogotá 39, que se encarga de destacar a los mejores escritores jóvenes de Latinoamérica. En 2019 ganó el Premio de la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa.

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