‘Esquizopatria’ de la poeta cubana Katherine Bisquet: el verano no existe / la casa es la cárcel / los amigos no son humanos, son símbolos

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Katherine Bisquet (Ciudad Nuclear, 1992) (FOTO Facebook / Instituto Internacional de Artivismo
Katherine Bisquet (Ciudad Nuclear, 1992) (FOTO Facebook / Instituto Internacional de Artivismo "Hannah Arendt")

Esquizopatria es mi último libro de poesía”, dice la cubana Katherine Bisquet (Ciudad Nuclear, 1992) desde su aún reciente destierro europeo. “Los poemas que ahí se recogen fueron escritos entre el 2018 y este año. Por tanto, son poemas concebidos posiblemente en el período más duro de mi vida. Mientras la Seguridad del Estado me expulsaba de mis rentas, me detenía; encarcelaba a mis amigos. Mientras resistíamos, nos acuartelábamos, o permanecíamos en prisión domiciliaria. Mientras sufría el chantaje para salir de Cuba, a cambio de la excarcelación de mi novio, y me desterraban. Mientras trataba de entender el exilio y de vivir en él. Mientras veía alejarse la posibilidad de regresar algún día a eso que había llamado país”.

Bisquet ha publicado los cuadernos Algo aquí se descompone (Colección Sur Editores, La Habana, 2014), Ciudad Nuclear mon amour (ediciones sinsentido, La Habana, 2020) y Uranio empobrecido (Rialta Ediciones, Querétaro, 2021).

Es poeta y disidente política del totalitarismo, una doble condición que la ubica en el presente de una ardua e insigne tradición, mucho más vasta que cualquier isla.

Distancia: verstas, millas… / Nos han desunido y dispersado, / por la tierra –cada uno en un confín– / para que no incomodemos”, clama Marina Tsvetáieva en unos versos de 1925 dedicados a Pasternak. Y en otros dice: “Nostalgia del país natal, morboso ánimo / sobre el que hace tiempo lo sé todo. / Me es ya indiferente / dónde vivir sintiéndome sola”.

Ya la locura levanta su ala / y cubre la mitad de mi alma, / me embriaga con el vino que quema / y me atrae al valle sombrío”, murmura Anna Ajmátova. “He comprendido que debo / aceptar su victoria, / escuchar mi desvarío / como si fueran delirios de otro”.

Esquizopatria ha sido distinguido hace muy poco con el Premio de Poesía de la Ciudad de Alcalá de Henares, en España.

Este premio me alcanzó por sorpresa. Envié este libro a algunos concursos casi por inercia. Nunca imaginé que estos poemas esquizofrénicos fuesen a ganar nada. A los días supe que en las mismas premiaciones también sería galardonado [Joaquín] Sabina con el premio de las Artes y las Letras de la misma ciudad. Luego supe que este mismo premio había sido otorgado a Roberto Bolaño por La pista de hielo. No sé exactamente si fue su primer premio aquí en España. Pero esto me ha dado un nuevo impulso, no para seguir creando, porque eso es algo que ya tenía asumido antes de ganar nada, sino para hacer o llevar una vida. De la manera imaginada, supongo, fuera de esa Esquizopatria que habita en mi cabeza.

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El libro tiene dos partes, “Esquizopatria” y “Esquizoexilio”. Está compuesto de treinta poemas. Y está dedicado a dos grandes poetas que admiro mucho. Dos poetas que han podido ver frente a sus ojos lo que yo y mi racionalidad no hemos logrado nunca ni siquiera intuir: Juan Carlos Flores y Marien Fernández Castillo.

Pero, ¿de qué están hechos estos poemas? ¿Y cuáles fueron las circunstancias específicas de su escritura?

Hace dos o tres años me encontraba en casa de Amaury Pacheco, hablábamos de poesía, y hablar de poesía en Alamar y en casa de Amaury supone hablar del poeta Juan Carlos Flores. Iris [Ruiz] y Amaury me contaban sobre su amistad con el poeta y los años en que fueron inseparables. La forma en la que Juan Carlos concebía su mundo me resultaba familiar, algo que había sentido durante toda mi niñez; un mundo encerrado en unos cuantos edificios de microbrigada y balcones enrejados. Había algo cercano en su visión a los tonos y formas de mi infancia. Poemas en bloques, cabezas de bolos, el marabú, el suicidio, la costa y el dienteperro. La soledad. Alamar era lo más parecido a la Ciudad Nuclear [en Cienfuegos]. Su gente era algo similar también a lo que era la gente de la CEN [Central Electronuclear de Juraguá]. Y sus poetas eran seres condenados a una realidad demasiado cruda, una realidad tan desolada y árida que por momentos alcanzaba la belleza sepulcral que sólo pertenece a la muerte.

En los últimos tiempos, me cuenta Iris, a Juan Carlos le dio por ponerle el prefijo esquizo a casi todas las palabras que salían de su boca. Traté de recrear algo así en un poema de título homónimo: “Vamos esquizoamiga, a ese esquizokiosko donde trabaja la esquizodependienta que vende esquizopellys, un esquizorron, y unos esquizopopulares”. Juan Carlos nombraba su realidad en voz alta al mismo tiempo que la escribía. Y ese nombrar las cosas resuena como un mantra iluminador en la conciencia de cualquiera. Algo parecido a una realidad demasiado endeble o demasiado delirante, como una pesadilla cuyo grado de irrealidad sólo él podía percibir. Su mente convivía en el mismo lugar de su esquizomundo. Su esquizofrenia y su esquizoalamar.

¿Cuáles serían los elementos temáticos o estéticos que singularizan este cuaderno con respecto a tu obra anterior? ¿Acaso se vislumbra aquí alguna suerte de conciliación –siquiera esquizoide– entre tus atributos de poeta y de activista política?

Esquizopatria es también un nombramiento de esas cosas que subyacen, desde una consciencia que igual habita en eso subyacente. La Patria es una invención. Los amigos están presos. Los amigos no son humanos, son símbolos. El verano no existe, no existe un verano eterno. El exilio es un pasillo largo de una antigua fábrica de luces en Berlín occidental. El amor fue algo virtual. La casa es la cárcel.

Ya fuera de Cuba es difícil volver a esa poética anterior, esa a la que uno pertenecía naturalmente, con un ritmo y un arrojo específicos. Sería intentar volver a un estado de ánimo que dependía de aquellas circunstancias, de aquel espacio, de aquella experiencia. Un ejercicio inevitablemente marcado por el resentimiento. Muchos terminan olvidando eso anterior. Terminan adoptando otra lengua, otro tono, otra cultura, otra maduración, otra frustración. En mi caso, yo no quería abandonar eso de antes; el libro estaba inconcluso –interrumpido–, como mismo yo. Pero también sabía que volver sobre algo que dependía enteramente de mis vivencias convertiría la segunda parte del libro en algo demasiado diferente. Y acabaría haciendo dos libros.

Katherine Bisquet con un ejemplar de Uranio empobrecido Perfil de Facebook de la autora | Rialta
Katherine Bisquet con un ejemplar de ‘Uranio empobrecido’ (Perfil de Facebook de la autora)

Comencé a tener en ese tiempo una comunicación sostenida con mi amigo el poeta y dramaturgo Marien Fernández Castillo, también de la Ciudad Nuclear, y de un Yaguajay casi Mayajigua [provincia Sancti Spíritus]. Marien está en Cuba y comenzó a ser la conexión directa con mi propia poética de Cuba. Al tiempo que hablaba con Marien podía sentir los olores: los que ya había sentido en la carretera camino a la Ciudad Nuclear, en los caballos con carretas camino al monumento donde Marien pulía las tumbas, en las matas de mango del patio de mi abuela en Mayajigua, que era, al final, el mismo patio de la casa de la abuela de Marien en Yaguajay. Yo era el escape de Marien, y Marien era el sostén de mis sensaciones. Entonces comenzamos a escribir juntos algunos poemas que están incluidos en el libro. Hablé de su historia. Hablé de mi historia a través de él. Su vida convulsa cotidiana se adentraba en mi vida depresiva cotidiana. Nos acompañábamos. Yo con el miedo de caer en la esquizofrenia, él con la certeza de que la esquizofrenia es el mundo real.

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