'Chair Car', Edward Hooper, 1965

Vivo más distraído que de costumbre. Dejo el coche encendido con las llaves ahí, le pongo mayonesa al pan encima del queso y el jamón, hiero a gente sin notarlo. Pero, sobre todo, sigo sin poder sosegarme el celebro o, en su defecto, inventar un sistema tal que me permita concentrarme en una sola lectura y no ir saltando de El pliegue: Leibniz y el barroco a Juntacadáveres, de La pasión según G. H. a La conciencia de Zeno, de Música para corazones incendiados a Un lugar soleado para gente sombría.

Leo de todo y no alcanzo a leer, lo que se dice leer, nada. Mi única nostalgia con la adolescencia es esa particular y tranquila concentración que tenía a los 13, a los 15, a los 17, en los que leía a Hesse y a Rubén Darío, a Teillier y Cortázar y no debía demostrar que los había leído: eran simplemente parte de lo que hacía en la semana. El maese Valdovinos me lo sugirió un día, en una charla telefónica: “Dedicarte a la literatura va a ser la peor manera de saber qué es la literatura”.

Sin embargo, hay chispazos de esperanza en estas jornadas del caos. El entusiasmo de mi amigo Juan Salas me ha devuelto a la “carretera Vila-Matas”, una vía que no transitaba con tantas ganas desde que entregara mi trabajo de maestría sobre ese autor, por allá por marzo del 2007. En Dietario voluble, un libro un tanto disparejo y que –hay que decirlo, Juan– deja regusto solo si eres muy fan, Vila-Matas recoge una serie de reflexiones en torno a leer, escribir, o a los márgenes que existen en torno a leer y a escribir.

Ayer por la mañana después de desayunar, estaba en el cuarto de baño sintiéndome, como todas las mañanas, un rey (¡loas otra vez al Ensayo sobre el lugar silencioso, Pedrito Hanke!), y abrí Dietario voluble en cualquier parte. Lo que salió fue revelador (en el libro, claro: ya superamos hace algunos lustros el infantilismo de ser como Salvador Dalí):

Es complicado regalar un libro porque muchas personas se fijan solo en el título de la novela que les ofreces y creen que contiene un mensaje velado para ellos, y algunos acaban incluso sintiéndose aludidos. Me ha ocurrido varias veces. El día, por ejemplo, en que regalé En busca del tiempo perdido a un amigo que creyó que trataba de indicarle que había hecho siempre el imbécil, que toda su vida había estado perdiendo el tiempo. El día en que regalé El arte de callar, del abate Dinouart, a alguien tan susceptible que pensó que trataba de indicarle que fuera menos charlatán, que hablara menos, sobre todo en mi presencia.

¡Es que ya no hay lectores! ¡Y lo peor es que con mi desesperación por concentrarme en leer soy uno más de los que únicamente observa los libros! Pero bien, puestos en este camino, agregaría que pueden regalarse libros –pues se le deja al destinatario la libertad de hacer lo que le venga en gana con el volumen–, pero recomendarlos es gravísimo. Recomendar un libro es algo así como dar un consejo. Es decir, un insulto solapado, un intento de colonización de la subjetividad del otro.

Cuando se recomienda un libro no se está “invitando” a que otro “disfrute” de una lectura (algo que, pobre de mí, ya no hago: por eso, si saben de algún grupo de apoyo…); más bien, se re-comienda (o sea se “ampara otra vez”) un libro porque ese libro ya está teñido de toda la catarsis que uno ha vivido con él. En suma, ese ya no es un libro, sino, Philip Roth mediante, una “mancha humana”. Y para manchas humanas, mejor cuéntame el peor chisme de tu vida.

Puedo decir que he regalado muchos libros y pocos consejos. Regalar los propios libros es perderlos irremediablemente, y está bien que sea así. Regalé-perdí un ejemplar bellísimo de Cartas a un joven poeta, que tenía mis propias anotaciones, y de seguro cuando todo hizo kaput con esa persona, el libro acabó quemado (ah, esas mujeres-Farenheit). Regalé-perdí una edición de bolsillo de Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley, libro que no he vuelto a encontrar (no sé si este también acabó quemado o, en su defecto, quemado y aspirado por ese amigo). Regalé, una vez, Historias de cronopios y de famas, y a la hora imprudente de preguntar “¿y, te gustó?”, la persona aludida no había entendido nada, pero es que nada del por qué se daban instrucciones para algo tan banal como llorar, dar cuerda a un reloj o subir una escalera.

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(Excusatio non petita, pero necesaria para mí: cuando acudo a librerías, lo cierto es que no voy a “comprar” libros sino a –término que tiene la mayor potestad en mi mundo interno—“rescatarlos”. De alguna forma, los capturo para que sigan en circulación. A veces, a esos libros recuperados les digo pesquisaspez-quizá, un calambur que también tiene mi mayor afecto, sobre todo porque me recuerda a una de las pocas personas que sí –me– aprecia y –me– entiende en todo este batiburrillo, y cuya biblioteca luce orgullosamente algunas pez-quizás que le he hecho).

En definitiva, instrucciones para recomendar libros: al verse en la imperiosa tentación de comprar un volumen, evite los best-sellers, porque esos, seguro, se leerán y comprenderán. El propósito de la literatura de verdad, desde el inicio de sus tiempos, ha sido sembrar la anarquía. Todo buen libro es una bomba molotov. Por tanto, corolario: aprenderse de memoria el artículo “Aunque no entendamos nada”, de don Enrique: “no entender lo más cercano a la vida, no entender obliga al lector a crear, es decir, le abre la puerta de la tolerancia, en definitiva, de la comprensión, que es lo más civilizado y espiritual que existe en la lectura”. Regale Clarices Lispectors y Musiles y Bölls y Grossmans y Marguerite Durases y no diga nada del tipo “te va a encantar”, “este libro es especial para mí, y por eso…”. No. No, no. Deje que la/el destinatario abra la primera página y que la confusión del primer párrafo haga el resto.

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FELIPE RÍOS BAEZA
Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Escritor, comunicólogo social y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Es autor del volumen de cuentos Satori (2018) y de las novelas Clowns (2016) e Infectados (próxima aparición: 2020). Ha publicado, además, El texto desbordado. Aproximaciones contemporáneas al fenómeno literario y artístico (2019); El desvarío ilustrado. Ensayos sobre literatura hispanoamericana contemporánea (2014) y los dos volúmenes de Roberto Bolaño: una narrativa en el margen (2013 y 2016), entre otros libros académicos. Se ha desempeñado como profesor e investigador en varias instituciones de educación superior, en materias de literatura, cine, filosofía y estética, además de escribir y coordinar libros críticos dedicados a autores contemporáneos como Enrique Vila-Matas, César Aira y Juan Villoro, entre otros.

2 comentarios

  1. Qué emoción leerte querido Felipe Ríos B.. !
    Y sobra decir que no hay manera de explicar la correspondencia secreta que nace de la mente y la acción, repetitiva dirán los más criticones, de leer y perderse en cuanto nos dejan la puerta entreabierta. La sorpresa es lo más delicioso, pero también la espera de ese pasaje que nos hizo bloquear todo lo demás y que, si bien, no sabemos la página con exactitud (o si?); si conocemos el camino exacto, y podemos regresar ahí. En fin, gracias por perspectiva, eso de la recomendación de libros, es un arma de dos filos. Disfrute tu artículo, tu escritura es siempre cercana, siempre profunda.

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