La ópera prima del cineasta cubano Miguel Coyula tiene una segunda vida en una edición homenaje

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Talia Rubel y Adam Plotch, protagonistas de ‘Cucarachas rojas’ (2003); Miguel Coyula (IMAGEN IMDB)
Talia Rubel y Adam Plotch, protagonistas de ‘Cucarachas rojas’ (2003); Miguel Coyula (IMAGEN IMDB)

Lo que Miguel Coyula hizo por el cine cubano independiente todavía está por entenderse. Sobre todo, en Cuba. Será por eso que la edición especial en Blu-Ray de su ópera prima, Cucarachas rojas (2003), acaba de aparecer en Estados Unidos de la mano de Saturn’s Core Audio & Video, OCN Distribution y Vinegar Syndrome.

Esta edición propone revisitar un largometraje que es considerado paradigmático dentro de la producción del llamado microcinema en Estados Unidos; un término que pretendió abarcar el periodo primitivo de la producción de cine digital, cuando hubo una verdadera eclosión de películas de bajo presupuesto, editadas en computadoras personales y distribuidas a través de festivales o en cintas de video, discos e Internet.

Cucarachas rojas ya tuvo distribución comercial en 2005, gracias a Heretic Films. Pero esta nueva edición incluye material extra, nuevo y de archivo, la opción de audio comentario por parte del realizador y algunos de los cortos de Coyula. Su segunda vida vuelve a subrayar la heroicidad de hacer un largo con dos mil dólares y una cámara Canon GL1 para un cineasta cubano que vivía en Estados Unidos, y que además se atreve con la ciencia ficción y explora temas duros, como el incesto y la manipulación genética, y cuyo estilo fue asociado entonces con David Lynch, Ridley Scott y Alejandro Jodorowsky.

Pero desde la perspectiva de los estudios sobre cine en Cuba, volver a Cucarachas rojas permite ver la evolución de Coyula como un realizador con una personalidad inigualable dentro de la cultura cinematográfica nacional, alguien que ha sido pionero de muchas maneras y que ha sostenido la radicalidad de su forma de entender el cine hasta hoy, pese a los obstáculos.

Póster de la edición de Heretic Films de ‘Cucarachas rojas’ (2003); Miguel Coyula (IMAGEN endac.org)
Póster de la edición de Heretic Films de ‘Cucarachas rojas’ (2003); Miguel Coyula (IMAGEN endac.org)

Si bien Cucarachas rojas tiene más de un punto de contacto en términos de estilo con obras anteriores de su realizador, sobre todo con El tenedor plástico (2001), quizá sea más fácil de entender hacia 2021, tras el estreno de Corazón azul. Esto, porque ambas parten del mismo universo narrativo: la novela de Coyula Mar rojo, mal azul, escrita en 1999 y publicada en 2013.

Allí está todo ya: el marco distópico del relato; la manipulación genética de los humanos a partir de la oscura maquinaria empresarial que es la empresa DNA21; los seres mutantes que tales experimentos generan; la rebelión de los protagonistas ante un estado de cosas moral insoportable. Esta reunión de elementos, que a mí alrededor de 2003 me pareció un gesto milenarista, acabó por ser el centro de las preguntas que Coyula repite desde entonces.

Sin embargo, cuando pedí al director sus impresiones sobre una película que ahora ve con la distancia de veinte años, encontré que sus preocupaciones entonces eran más bien las de quien enfrenta un ritual de paso.

“Para mi primer largometraje quería contar una historia un poco más lineal que en El tenedor plástico”, dice Coyula. “Por eso fue la filmación mía que más respetó las cronologías de producción y rodaje. La empiezo a filmar en 2001, después de recibir una beca en el Instituto Lee Strasberg, en Nueva York. El guion lo escribí durante la beca; la filmación tomó un año, después se editó. No hice lo de siempre: que se me ocurría una idea mientras editaba y salía a grabarla”.

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Miguel Coyula (FOTO Lynn Cruz)
Miguel Coyula (FOTO Lynn Cruz)

El actor Adam Plotch, protagonista de Cucarachas rojas, venía de trabajar con Coyula en El tenedor plásticoque, a diferencia de la ópera prima del cubano, se grabó en apenas dos semanas.

“La locación principal fue la propia casa del actor, y el personaje también se llamaba Adam. Gran parte de la película sucedió ahí, aunque también nos montábamos en su carro y salíamos a buscar locaciones. Él había estudiado en NYU Tisch School of the Arts. Pusimos un anuncio en la revista Backstage para escoger a la actriz. Se presentaron unas 300 actrices, y de ahí salió Talia Rubel, que me pareció un rostro muy interesante. Para mí es el mayor descubrimiento que tiene la película. Es una cara muy angulosa, como una pintura de Modigliani, que me ofrecía una cualidad como de otro mundo”.

Coyula recuerda los problemas de filmar durante la prehistoria de la cinematografía digital: las cámaras aún no eran de alta definición, se grababa en casetes miniDV, iluminar siempre era complicado. Pero hay rasgos que desarrolló con ella y que hoy sostiene: “Se hizo sin pedir permiso. En eso no he variado mi forma de trabajar desde que empecé con mis primeros cortos en La Habana hasta Corazón azul, mi última película: cine guerrilla, y con un máximo de dos personas tras la cámara”.

“Aquí le dediqué más tiempo al procesamiento digital de las imágenes”, explica el cineasta, “porque al filmar sin permiso no tienes el control físico de las locaciones y a veces había elementos en el fondo que no te interesaban, u otros que te faltaban y tenías que añadirlos digitalmente. Lo mismo pasaba con los colores, porque esta es una película donde el color es importante. Por ello, gran parte de la manipulación de color se hizo digitalmente”.

En este filme Coyula no buscó utilizar el medio digital para hacer que el resultado visual fuera similar a la imagen fotoquímica, sino para aprovechar sus especificidades. “Siempre he pensado que el gran problema en esos años con el digital es que mucha gente trataba de que la imagen luciera como cine, pero no explotaban las posibilidades tanto a nivel de imagen como de montaje y de estructura que te brindaba el formato. Porque fue una revolución para los cineastas independientes en todas partes. Fue lo que les permitió, en Cuba, independizarse del ICAIC, por ejemplo”.

También Cucarachas rojas posee esa cualidad única del cine de Coyula, quien no repite planos durante el rodaje. “Yo parto del principio de que, en la literatura, cuando escribes una oración y pones punto y seguido, comienza otra oración, que es una imagen distinta cuando lo traduces a lenguaje audiovisual. Eso hizo que se complicara más el proceso, porque para una escena había que hacer normalmente muchos más planos que los que haces para una cobertura tradicional. Parto de la idea de que cada momento de la escena tiene el encuadre ideal para contarlo, para crear una cierta incomodidad, que es algo que me gusta en el cine, que sea de alguna manera incómodo, aunque el género no sea suspenso o thriller”.

Miguel Coyula
Miguel Coyula

Sin embargo, a veinte años de distancia, Miguel Coyula se permite ser autocrítico con su ópera prima, más allá de los elogios que todavía recibe. “A estas alturas ya no me interesa demasiado; la encuentro demasiado lineal. No me gusta la resolución de muchas escenas, donde es obvio que a través del diálogo se comunican los elementos de la narración. Lo que sí me sigue gustando es el montaje, sobre todo las transiciones entre las escenas; siempre he partido de la idea de que la transición te puede crear un significado extra de conexión entre las escenas, que te provoca incomodidad. La transición para mí debe descolocar al espectador; es como un autosabotaje donde desarticulas el ritmo que ibas manteniendo para no acostumbrarte a un mismo estilo o a un ritmo específico”.

“Pese a que la considero la menos lograda de mis películas, paradójicamente es la única que ha conseguido distribución comercial”, reflexiona Coyula. “Lo cual dice mucho sobre el estado del cine actual. Uno pensaría que mis películas posteriores, que considero mejores, hubieran tenido una salida comercial mínima. Pero también sucede que Cucarachas rojas está filmada en inglés y no se necesita un contexto demasiado específico, ni conocimientos de la historia ni de la cultura de un país ajeno a Estados Unidos, para entenderla. Las dos veces que se ha distribuido, quizá, mantiene un público. En su momento se movió bastante por festivales, ganó muchos premios. Y eso me sorprendió, porque la había hecho como un ejercicio para perderle el miedo a hacer un largometraje, como fue después Memorias del desarrollo”.

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