'Candys', César Castillo
'Candys', César Castillo

Viva el harapo señor
Y la mesa sin mantel
Viva el que huela a callejuela
A palabrota y taller.
Silvio Rodríguez

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, como cree la silueta ilustrada que lo esencial solo pigmenta su clase; disputa entre blasfemia y susurro que enquista la narrativa del goce, tanto como sustrae la sinergia en la trascendentalidad de la expresión. Zigzaguear entre matices de cólera, mientras se desconoce la oposición cultural, la irreverencia de postulados, lo antagónico o lo bastardo, destroza la armonía en la asimilación, tanto reniega del medio en que florecen los procesos. Transitar ajeno a un contexto histórico es un modelo de imposibilidad que maneja el histrionismo de forma macabra. No se puede negar el hoy, ni la totalidad de elementos que lo componen. Existe una realidad factual y otra construida, mas en esta época de tanto acceso a la vida, quien pretenda crear desde el principio bruto de la exclusividad y la ponderación a un sistema único de pensamiento, no ostenta sino el rostro que promete arrancarse este siglo.

De igual modo, sumirse en la postura del intelectual rancio, quien desestima toda obra que huya del arquetipo “profundo” e “ilustrado”, y de muy desacertada manera envista las que entren en ese dogma como pináculo de la creación, no es más que una pose altamente construida por una élite de entusiastas negacionistas de un saber histórico y popular. Esa intención de exclusión no es de intelectuales, es de clasistas. El arte trasciende todo molde esnob o diletante que, al fin y al cabo, es solo síntoma del consumismo. Los procesos artísticos –más ahora que nunca– logran ser legítimos y, de manera romántica, conceptualmente arte, solo cuando responden a las exigencias paradigmáticas, estéticas e históricas que le exigen los tiempos que corren. Fuera de esta labor contextual, son solo abono para entramados de mercadotecnia que subvierten e instrumentalizan los saberes creativos y las libertades de un imaginario artístico dado. Más cuando, desde la hostilidad, un amplio sector academicista, subvierte y moraliza determinantes en los procesos culturales y artísticos de las clases subalternas. La llamada “alta cultura” es un cuerpo sinusal que nos provoca arritmias, extirparlo, desaprenderlo y reconceptualizarlo es una determinante de salud para el futuro.

Apuntó el investigador argentino Adolfo Colombres que “la subcultura ilustrada poco aporta en definitiva a la historia de las culturas colonizadas. Su intención profunda es distinguir, no comunicar; identifica a un grupo minoritario que se aferra a un modelo «exquisito» para justificar su poder, convirtiéndolo en un código exclusivo, inaccesible a las mayorías, pues el odi profanum vulgus es su regla de oro, así como la creencia de que los mejores bienes culturales deben ser reservados. La burguesía dependiente cambia así las claves del arte para convertirlo en ideología de la dominación, y es esta resemantización negativa, reaccionaria, lo que torna en subcultura a valores espirituales válidos en su contexto original”.[1]

Esta “cultura ilustrada”, en su ponencia de saberes herméticos y excluyentes, invisibiliza o estigmatiza las prácticas que rompen con su retablo de uniformidad. Su principal divisa es imponer dentro de un imaginario determinado la etiqueta de vulgar o inmoral a toda provocación estética que disienta de su orden esquemático. De esta forma, obtienen la exclusividad que reclama su propuesta, mientras crean una segmentación simbólica sobre qué puede ser determinantemente un producto cultural y qué no.

En el caso cubano, la ilustración criolla del siglo XIX promovía los saberes hegemónicos como cumbre de un proceso cultural nacional, práctica que continuó durante el período republicano. De esta forma se repetía el patrón clasista, racista y de segregación que violentaba la identidad de un grupo mayoritario que no tuvo otra opción que sucumbir ante los dictámenes de esa élite. Al mismo tiempo, la burguesía, se apropió e instrumentalizó –dada su debilidad político-económica– la cultura más enraizada en los sectores populares, al punto de institucionalizarla con fines populistas. Luego del 1959 y de las Palabras a los intelectuales, pronunciadas por Fidel Castro, la isla sufrió la influencia abrupta del capital cultural de Europa del este, mientras se cerraban las oportunidades a debates sobre dinámicas creativas internas. Todo se centralizó mientras se sustrajo a las personas la potestad para emitir juicios críticos y frontales. Al mismo tiempo se negó la subalternidad de determinados sectores que fueron mantenidos en la marginalidad y condenados a desentenderse parcialmente de su cultura, tanto que prácticas religiosas como la yoruba fueron preteridas e invisibilizadas y, en el caso particular de la abakuá, ilegalizada durante casi una década, desde 1967 hasta 1976. Luego de la declaración de Cuba como Estado laico comenzó un nuevo proceso de empoderamiento de estas religiones, pero siempre al cuidado de una instancia institucional y burocrática, que lograba suprimir en cierta medida sus expresiones orgánicas.

'El manto de la Virgen', Julio Lorente
‘El manto de la Virgen’, Julio Lorente

Es evidente como el devenir cubano ha vivenciado una serie de procesos que subdividen la integralidad de la mayoría, reduciendo el rango de acción discursiva a diégesis limitadas por las cerrazones políticas e históricas que han puesto límites a la cultura nacional. Esta última, manida y simbólicamente devenida souvenir político, exige una reestructuración semiótica de las fórmulas en que se concibe, toda vez sus rasgos identitarios –los que se intentan enjuiciar– tengan la plenitud y el reconocimiento que reclaman.

Caso peculiar es el del “reparto” y la “racamorfa”, expresiones medulares de un ethos popular que lleva en sí la esencia de prácticas y saberes extendidos por todo el territorio cubano y que representan una definición fidelísima de la cubanidad. Estos géneros son señalados como indecentes, vulgares, marginales, y, en los casos más recalcitrantes, como una aberración, toda vez que se le sustrae la condición de objeto cultural activo dentro de su dinámica contextual. Sus más acérrimos enemigos, casualmente, pertenecen a una élite ilustrada y conservadora que esquematiza la realidad cultural en proporción a sus designios, tanto así que, durante la segunda década de este siglo, los artistas del géneros no eran reconocidos como creadores por la institucionalidad cubana, al punto de hacerles campañas con el fin de desacreditar su obra y pretender señalar como negativo su impacto social, esgrimiendo criterios sobre cómo sus obras incitaban a la violencia, solo hablan de sexo o son música barriobajera. Es totalmente inconcebible cómo en un proceso político que presupone la máxima de empoderamiento de los sectores oprimidos, la cultura identitaria de esos grupos sociales sea deslegitimada con argumentos clasistas y discriminatorios. Por lo tanto, entender las dinámicas culturales desde la retórica positivista de la superación para la integración es un error indecible. No es menos cierto que las personas necesitan desarrollar un imaginario cognoscitivo enfocado en su contexto y realidad. Pero antes necesitan seguridad y las mínimas condiciones de vida garantizadas. La cultura integral del individuo va de la mano con el desarrollo contextual que tenga su medio más cercano, por eso Martí apuntaba en “Maestros ambulantes” que “ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”.[2]

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El individuo responde inequívocamente a su realidad social y está condicionado por su modelo de vida. Las expresiones culturales de un determinado grupo, en este caso, los reparteros, van de la mano con el medio en que se desarrollan. Esas personas son, en todo caso, el reflejo de su realidad, la que está condicionada por el empobrecimiento, la racialización y la marginalización. Y dado que estas realidades son un subproducto del esquema histórico y político del país, tienen un espacio determinante en su cultura identitaria. Es tan cubano el reparto como el punto guajiro, el son o el cha cha cha. Asimismo, es tan importante para el entramado cultural cubano Chocolate MC como lo son Juan Formell, Silvio Rodríguez o Ernesto Lecuona.

Por otra parte, el divisionismo ideológico en la flora y fauna de la cultura cubana ha sido un factor determinante de las políticas culturales de los últimos sesenta años. El ya mencionado discurso Palabras a los intelectuales significó en pleno 1961 el inicio de un proceso de rienda corta en el campo de la creación en Cuba. La política instaurada por Fidel Castro sobre el arte, los patrones estéticos, el compromiso creativo y la identidad nacional retorció el camino que los artistas se propusieron luego de enero del 1959. Casualmente, ese mismo año vería la luz un ensayo esencial para el entendimiento de los procederes de la cultura nacional desde un enfoque histórico, hablo de Crítica: cómo surgió la cultura nacional, de Walterio Carbonell, texto que desnuda todo el proceso de desarrollo de la identidad cultural cubana. En este libro, su autor expone una serie de sucesos que evidencian la importancia de la cultura popular y los sectores subalternos en la formación de la identidad nacional y cómo con la Revolución era posible llevar toda esa explosión a un nivel de integración absoluta. Lamentablemente, cuando se publica este libro, ya estaban sentadas las bases de lo que iba a decantar en un sinfín de censuras, expulsiones laborales, impedimentos creativos, exilios; en lo que podemos enmarcar como el más grande atentado contra nuestra cultura.

El denominador de mayor trato en los procesos de exclusión cultural en la Cuba de los últimos años es, sin lugar a duda, las líneas de pensamiento político. Los paradigmas educativos impuestos desde el orden programático del sistema escolar de todas las enseñanzas presentan una vía estrictamente uniforme, que aboga por la construcción de arquetipos ideológicos. Ilegalizar el disenso fue el último paso con el nuevo Código Penal, pero desde hace décadas se optó por moralizarlo, marginalizarlo y colocarlo como una de las faltas principales dentro de la realidad ética del país. Víctima de esto fueron, y son, un sinfín de creadores.

Al estar limitado el espectro de expresión en el plano creativo, el tratamiento a la cuestión política cobró un nivel de subjetividad tremendo. Luego de pasado el Pavonato, El Quinquenio Gris y el éxodo del Mariel, llegó la fiebre de los ochenta y sus nuevos artilugios. La creación cobró nuevos matices en la Isla y la variable política no estuvo ajena a la situación. En esta época hacían pininos exponentes fundamentales de nuestro arte como Eduardo Ponjuán, René Francisco Rodríguez y Lázaro Saavedra; ellos, junto a otros tantos, completarían su ciclo de solidificación discursiva ya para los noventa y principios del nuevo siglo. El tono que se le ofreció a la labor contestataria desde el arte en esos años, por poner ejemplos de los artistas mencionados, se evidencia en obras como Detector de ideologías (1989-2009) de Lázaro Saavedra, Utopía (1991) de Eduardo Ponjuán y René Francisco Rodríguez, Síndrome de la sospecha (2004) de Lázaro Saavedra, Sur (2007) de Eduardo Ponjuán u Homenaje a los sesenta (2009) de René Francisco Rodríguez. Estas obras exploran dentro del espectro crítico nacional, en tanto lo analizan con ojo quirúrgico, complementando la estética de un ciclo crucial para la contemporaneidad de la cultura cubana.

En la actualidad, el tema de la creación con un tono medianamente político crea disonancias en el esquema de dominación de la casta oficialista de la isla, al punto de tomar medidas extremas e inhumanas contra cualquier persona que se presente tangencial a su propuesta. Ejemplo de esto es el encarcelamiento de Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Castillo (Osorbo), la deportación de Hamlet Lavastida, las reiteradas censuras a Emilio Frías, director de la agrupación El Niño y la Verdad, así como la cancelación en tres oportunidades del panel literario La Peor Generación por parte de los órganos de la Seguridad del Estado.

De los principales argumentos que presenta el poder político y sus censores en la actualidad a la hora de cancelar una obra es el poder de subversión que le otorguen a esta. No es menos cierto que toda pretensión artística es una insinuación política, más cuando germina en un contexto determinado por lo confrontacional y la verticalidad. Además, es sabido que la conclusión de la obra la determina el receptor, y este, inundado de su contexto la resignifica acorde a su situación, que será marcada por condicionantes político-sociales. Pero destaco que la censura politiza los encuentros, la cerrazón politiza las perspectivas, el desentendimiento y el rechazo politizan las intenciones. El arte nunca será un elemento de estricta politización, aunque su objetivo redunda en relatar un imaginario artístico, que, inequívocamente, responde a un contexto político. Por tanto, en la Cuba que corre es el poder desde su tríada Partido/Estado/Gobierno quien impone una órbita de tratamiento político a la creación.

Queda claro que la labor del arte, bajo cualquier término, es disentir. Disentir a lo estático, disentir a la morosidad cansina, disentir a lo arcaico, disentir al propio disenso; y no existe nada más político que el disenso. El arte debe ser la punta que abra el surco y los críticos quiénes la sostengan. Apuntaba el prestigioso Gerardo Mosquera, en una entrevista, que el arte contemporáneo sirve como una bandera para hacer arte crítico, así encontraría el mejor método para situarse consecuente a la zarabanda de este siglo.

'Candado del Nuevo Mundo (Homenaje a Félix Martín de Arrate)', Julio Lorente
‘Candado del Nuevo Mundo (Homenaje a Félix Martín de Arrate)’, Julio Lorente

Así, uno de los peores lastres que puede arrastrar un artista en detrimento de su obra es la enajenación —ya sea por puro oportunismo o temor— de su situación contextual, así como descreerla y/o negarla. Solicitar el salvoconducto de conveniencia a la vida resulta un bache en el ciclo misterioso de la esencia humana. Por ejemplo, dentro del marco institucional cubano existe una polarización morbosa en los enfoques creativos de los artistas. La parametrización, la exigencia de compromisos de militancia, así como las limitaciones de pensamiento, apuntan el orden cronológico que evidencia lo agrietado y hediondo de esa estructura. Por lo tanto, el enclaustrarse en la comodidad de vivir exento de hostilidades en esas instancias, si bien no te hace culpable a priori, te marca como cómplice de tal hecatombe, más en momentos donde el totalitarismo cubano se sacó todas las máscaras y expone una bestia fulminante.

En estos procesos juega un papel fundamental la crítica, la que deberá llevar en sus manos tanto el verbo hiriente como el bálsamo. Desafortunadamente, en Cuba, este ejercicio ha mermado en acierto de ciertas corrientes del periodismo cultural que tan arbitrarios y desacertados condicionamientos crea en el patio.

Señaló el crítico Andrés Isaac Santana que “la confusión entre crítica de arte y periodismo cultural es lamentable; lo mismo que esa triste tendencia al establecimiento de falsas e infundadas jerarquías. La voluntad crítica, esa que se entiende como un ejercicio de compromiso que pone a prueba nuestra posición dentro del sistema, debe superar el escarceo tautológico y la gramática de la complacencia. La historia de la crítica no es sino el relato de la imparcialidad y de la desavenencia. La crítica es crítica siempre, a pesar de todo”.

No existe peor cáncer para los procesos creativos y sus postulados discursivos y simbólicos que el paternalismo y la condescendencia. El edulcoramiento de la simple creación, o el mero hecho de la concreción de una obra, no son más que falacias que estructuran y potencian la medianía en el entramado discursivo-estético que es el arte. La pérdida del rigor condiciona un exabrupto mercantilista y maquillado donde pasan por aciertos los tratados más efímeros e inconsecuentes. La crítica cubana merece una respuesta avasalladora por parte de la creación. Es tarea de orden el separar el concepto de entretenimiento del de arte; esta última es una vertiente filosófica de la expresión humana, donde se recogen un sinfín de saberes histórico-culturales que relatan identidades. No cualquier esbozo estético-discursivo que se intente posee el talante que esta reclama. El fallo —simple y llanamente por ser en sí un acto de resistencia y creación— es aplaudible tanto como la concreción de la solidez en una obra. No se pueden estigmatizar las pretensiones no logradas como un acierto, pues se está a expensas de la instrumentalización y el sofisma.

Son inexistentes las críticas que se hartan en denominar desde diversas esferas como “destructivas”, dentro del afán de renovación y crecimiento, todo punto señalado, aunque arda, es fulcro para la superación, más cuando la crítica exige consonancia con la realidad histórica que vive el artista y su obra. Son tiempos donde la manufactura y los formalismos merman ante el compendio discursivo en una creación, tanto que mientras se redunda en el punto técnico se ignora el impacto cultural de masas que pueda tener una obra. Por tanto, el objetivo eficiente de la crítica contemporánea debe encausarse comprometido con la historia toda, desde la ardentía. La neutralidad en el arte del criterio es una entelequia; la crítica es fuego, o simplemente, no es.

'Simulacro', Enrique Lisdan Díaz, instalación
‘Simulacro’, Enrique Lisdan Díaz, instalación

La tarea de un exégeta trasciende cualquier banalidad fundada en la inmadurez que presenten los creadores, o aquellos que se plantan intransigentes defensores, para asumir el trabajo crítico en la maduración de su hacer creativo. El rigor —por muy ríspido que sea— es lo que solidifica la ética del crítico; solo el rigor es capaz de sostener los estándares que exige el arte y su tiempo. La crítica es el acto de desnudar con un ferviente ejercicio del criterio la obra y su ser, sin caer en traquimañas descriptivas o nimiedades que redundan en la obsolescencia de postulados y conceptos. La crítica no es periodismo, la crítica es juicio y sentencia: exégesis. El crítico es un esteta, no un columnista de boletín de prensa, tanto se debe a su obra como a la altura de su tiempo.

Entonces ¿qué crítica necesita el arte contemporáneo cubano? En mi opinión, una decolonial, antimercantilista, comprometida con la cultura popular en toda su extensión, abarcadora, solariega, y sobre todas las cosas, disidente. Ojalá el futuro haga justicia, en tanto el tiempo de abonar recién comienza, queda mucho por hacer.


Notas:

[1] Adolfo Colombres: Teoría de la cultura y el arte popular, Ediciones ICAIC, La Habana, 2014, p. 90.

[2] José Martí: “Maestros ambulantes”, Obras escogidas en tres tomos, Centro de Estudios Martianos / Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 457.

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1 comentario

  1. Tienes buena cabeza, muchacho, pero debes escribir mejor —en este caso, decir «mejor» es decir más «sencillo» y con mejor sintaxis—. Es cosa de forma, no de contenido. Te felicito.

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