En su ensayo De la política de los autores, el crítico francés André Bazin decía: “La política de los autores consiste, en resumen, en elegir la perspectiva personal en la creación artística como un estándar de referencia y asumir que esta progresará de una cinta a otra. Se reconoce que existen ciertas películas de gran calidad que escapan a esta teoría, pero estas serán consideradas sistemáticamente inferiores a aquellas que posean una estampa personal del autor, a pesar de lo mundano que pueda ser el escenario donde transcurre”.
Definir un auteur sigue siendo un ejercicio complejo y cada vez más remoto en este siglo XXI. En Cuba, el concepto devino paradigma definitivo y aspiración a ultranza; por muchos años, algunos renegaron de toda forma diferente de asumir y consumir el cine.
No obstante, las ideas de Bazin funcionan como brújula para el análisis de dos realizadores cubanos: Miguel Coyula y Rafael Ramírez. Ambos creadores, con una obra cinematográfica validada tanto por academias como en certámenes cinematográficos, poseen varios puntos en común, más allá de “elegir la perspectiva personal en la creación artística”, que denotan la producción de una poética cinematográfica constante e inspiradora para sus congéneres.
En la IV edición del Festival de Cine INSTAR, los directores fueron incluidos en las presentaciones especiales con los largometrajes Corazón azul (Miguel Coyula; 2021) y Las campañas de invierno (Rafael Ramírez; 2019). La película de Coyula se proyectó este viernes 8 de diciembre en la Maison de l’Amérique Latine, en París, y el filme de Ramírez se exhibe este sábado en e-flux Screening Room, en Brooklyn, Nueva York, y está disponible hasta mañana para las audiencias de Cuba en la plataforma online Festhome.
En Las campañas…, el western predomina como género: dibuja el ambiente, los sentimientos, la presencia extrañada y a la vez consecuente del ser humano en medio de la naturaleza, en contraposición con la ciencia ficción distópica y el fin del mundo elucubrado en Corazón azul. En estos escenarios ficcionales, los personajes de Ramírez tienen la certeza de la búsqueda; los de Coyula, el convencimiento del desamparo. Así aparecen ante cámara, los unos con rostros difuminados, los otros con la molestia y el desasosiego muy nítidos. Cada ser en Las campañas… parece irrumpir en el plano; cada “engendro” de Corazón azul quiere huir de este.
Ambos realizadores tienen una extrema facilidad de reimaginar escenarios. Ramírez, con una fotografía extrañada y una corrección de colores superlativa, en que el gris simboliza el invierno, lo mustio. Coyula, con la intensidad lúdica que ofrece el espectro de efectos visuales, todos susceptibles de ser recortados para que el director/montador/supervisor de VFX los reconfigure y recontextualice.
Ambos hablan de este mundo. Ambos lo habitan. Pero han decidido crear otros universos en su interior. Ramírez y Coyula buscan narrativas cinematográficas que trasciendan lo pactado, lo realista. Es en el terreno de la imaginación donde encuentran su lenguaje autoral. Un simple río es el río hacia el infierno; un edificio es la antena que sintoniza el apocalipsis.
En las religiones y filosofías hinduistas, el alma es el primer cuerpo, guía y representación del corazón. En ese sentido, la película de Ramírez puede definirse como un camino que busca los diferentes estados del alma. Esas mismas nociones también le prestan mucha atención a la mente, a la que suelen identificar con el ego, que siempre aboga por una individualidad aparentemente separada de lo divino.
Pudieran identificarse en Corazón azul los caminos del ego. Pero en el rastreo es bueno apartarse de los juicios negativos y preconcebidos. El ego es una alarma, una advertencia para que todos seamos conscientes de nuestro origen, de nuestra raíz, la cual la buscan incesantemente los personajes en el filme de Coyula.
Desde esos lugares, ambos directores no ven en la cámara un dispositivo calcador de realidades, sino un tercer ojo que percibe estados alterados, esencias intuitivas, las cuales pueden estar ya en la composición audiovisual o pueden insertarse luego en la isla de edición. En cualquiera de los casos, el pretexto es la realidad primigenia; el objetivo: la construcción de sentidos enfocados en lo sensorial, que indagan en la relación semióticamente arbitraria de las cosas.
Si algo distingue a estos dos autores es que todo puede ser resignificado mediante el acto (o gesto) de filmar. La cámara es una nave con destino al multiverso; el plano es solo un portal, un cuadrado dentro del cual las diferentes dimensiones se desarrollan.
Cada cosmos creado por ellos da la sensación de partir de contextos cerrados en apariencia. Pero se van ampliando con cada visionaje de los espectadores. En última instancia, tanto los personajes de Corazón azul como de Las campañas de invierno pueden considerarse experimentos de realidades paralelas. La diferencia entre ambos es que los del primer filme no están satisfechos con tal experimentación, mientras que los del segundo deambulan por los espacios, convencidos de su necesidad. Hay una disposición en los caracteres de Las campañas… a aceptar un destino pactado, simulado, como en un videojuego. En los de Corazón azulpredomina la resistencia ante lo inamovible, ante destino dibujado por otros.
Ambos autores encuentran en el cine de género el recurso ideal para el desmontaje de todas las formas del poder: la historia como relato centralizador en Las campañas…; el poder político e ideológico del gobierno cubano en Corazón azul.
La tradicional asociación de la ciencia ficción y el western con el entretenimiento es utilizada por estos cinestas para, desde lo lúdico, desmembrar lo reconocido como autoritario.
El idioma, la palabra como dispositivo transnacional, es otro elemento distintivo en Rafael Ramírez y Miguel Coyula. Cada lengua, compuesta por sonidos característicos, posee ritmos y cadencias diversas que enriquecen las narrativas de sus películas. Y los sitúan en el vasto panorama cinematográfico internacional, a la vez que constituyen devoluciones intelectuales de las influencias y formaciones respectivas.
Para estos autores el cine es un territorio sin delimitaciones rígidas, incluso cuando sus filmes entran en una clasificación “genérica”. El cine como lenguaje es para Coyula y Ramírez un repositorio de sus creatividades, de sus formas de aprehender el mundo. Sus cosmogonías beben de la literatura que crean, del anime y de los videojuegos que consumen, de disímiles saberes que trasmutan en narrativas fílmicas.