Amor, memoria y enfermedad bajo el lente de la directora chilena Maite Alberdi

0
Fotograma de ‘La memoria infinita’, Maite Alberdi, dir., 2023.
Fotograma de ‘La memoria infinita’, Maite Alberdi, dir., 2023.

La memoria infinita (2023), el más reciente (y quinto) largometraje documental de la directora chilena Maite Alberdi, despliega su narración alrededor de una triste ironía: el periodista y escritor Augusto Góngora, que consagró su vida y obra intelectual a la preservación de la memoria de su país, en especial a luchar contra la borradura del pasado dictatorial del régimen de Pinochet, vive con Alzheimer y sostiene una angustiante lucha, francamente perdida, contra el olvido.

A la manera de un diario, el documental observa ese proceso de desvanecimiento de los recuerdos del prestigioso intelectual a través de su relación cotidiana con la actriz Paulina Urrutia, su esposa desde hace más de dos décadas. Góngora fue una figura clave durante la dictadura de Pinochet, sus reportajes televisivos y su activismo contribuyeron a la resistencia. Con el tiempo sus libros favorecerían el rescate de la memoria menos complaciente de esos años, del terror desatado por entonces, de los crímenes cometidos. Mas Alberdi, excelente directora como es, no realizó, exactamente, una película sobre el intelectual, ni sobre la enfermedad. Contó una historia de amor. Y en la escogencia de ese ángulo para narrar la experiencia fatal de este individuo anida su excepcionalidad.

La memoria infinita es una obra de observación que registra la cotidianidad de Góngora y Urrutia posterior al diagnóstico de la enfermedad. Aparecen en pantalla las conversaciones, las rutinas sociales y domésticas, los momentos de dolor, complicidad y alegría atravesados por los amantes. Cada uno de esos pasajes explican por sí mismos, sobre todo a nivel afectivo, cómo acontece la degeneración de la memoria, cómo afecta al otro y cómo se afronta, cómo la enfrentan ellos dos particularmente.

Desprende una profunda ternura el modo paciente y entrañable en que Urrutia se entrega al cuidado y la atención de Góngora. En esos instantes captados por la cámara donde hay intercambios de algún tipo entre ellos, conversaciones, sonrisas, abrazos, se palpa un puente único entre ambos. En tal sentido el filme es, también, una historia de resistencia, de entrega, de enfrentamiento al olvido inevitable.

A diferencia de otras tantas películas urgidas por testimoniar con tragicidad el avance y las consecuencias del Alzheimer, esta es empática, optimista incluso, tierna, lo que no significa que no acoja el dolor. La memoria infinita es una obra desconsoladora, pero lo es en la medida en que consigue transmitir la excepcionalidad del amor en medio del sufrimiento. Aun en los minutos más hostiles (Urrutia abrazada por la desesperación, Góngora arrojado inevitablemente al olvido de sí mismo), aflora el afecto, el cariño.

Diagnosticado en 2014, el Alzheimer no fue motivo para el claustro o el abandono de la vida pública de la pareja. Con absoluta calidez, durante los primeros minutos del metraje, la cámara testimonia los paseos cotidianos del matrimonio, la participación de Góngora en los ensayos teatrales de Urrutia, los encuentros con colegas y amigos, las visitas al propio teatro. Esa sistemática actividad social fue una suerte de atenuante a la progresión del padecimiento. Sin embargo, esas rutinas cambiaron drásticamente una vez la pandemia del coronavirus obligó a la cuarentena, que trajo un desgaste acelerado de la memoria de Góngora.

De esos días aciagos también da cuenta La memoria infinita. Son desestabilizadoras las imágenes de los intervalos de angustia y desesperación vividos por los personajes, acarreados por el creciente avance de la enfermedad y son tan desestabilizadoras por la vívida intimidad que desprenden. Impresionante la nobleza del punto de mira, la complicidad con que la cámara entra en ese mundo tan comúnmente reservado.

El carácter casero del registro de esos días de cuarentena, resultado de una cámara manejada por los propios protagonistas, auxilia la autenticidad con que el espectador accede a las emociones, la adversidad, el desconsuelo, la acechanza de los peores estragos de la enfermedad, así como también a la resiliencia y la entrega mutua. Inquietan las ocasiones en que Góngora no consigue, siquiera, reconocer a Urrutia, su compañera de cada día, inquietan esos momentos en que no logra distinguir su hogar.

- Anuncio -Maestría Anfibia

Hay una breve escena, hacia el final del filme, en que Urrutia lee la dedicatoria que Góngora escribió para ella en su libro Chile: la memoria prohibida: “Paulina, hacer este libro tomó seis años de mi vida […] Para mí es muy importante y por eso te lo quiero regalar hoy. Aquí hay dolor, está denunciado el espanto, pero también hay mucha nobleza. La memoria sigue prohibida pero este libro es porfiado. Los que tienen memoria tienen coraje, y son sembradores, como tú, que sabes de la memoria, tienes coraje y eres sembradora”. La memoria infinita podría verse como una retribución de tales palabras.

A través del trabajo intelectual del respetado periodista, Alberdi teje un paralelo entre la situación enfrentada por él y su país. Ambos combaten una severa enfermedad que corroe la memoria. Todo el registro observacional del documental está intervenido, frecuentemente, por materiales de archivo del propio Góngora: videos familiares, de viajes y caseros, fragmentos del noticiero realizado por él durante la dictadura, que se consumía clandestinamente en el país, grabaciones de intervenciones públicas.

Esta película hace reír y llorar, emociona y entristece, conmueve y conforta y eso resulta de la genuina sensibilidad con que la directora escruta la vida de Góngora y Urrutia. Son divertidísimos los pasajes en que se recuerda la aventura del periodista en el filme La recta provincia de Raúl Ruiz, otro chileno excepcional obcecado con la memoria de su país. Es de una alegría contagiosa la escena en que Góngora se inmiscuye en el ensayo de una obra teatral en la que Urrutia actúa. Resulta estremecedor hasta las lágrimas el abrazo final con que se despide el filme.

Alberdi se ha labrado un sólido prestigio con películas como El agente topo y La once, enfocados ambos en la vulnerabilidad propia de la vejez. Con este nuevo título, dirigido con una delicadeza extraordinaria, suma a su catálogo un documental que roza la excelencia. No por gusto se alzó con el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cine de Sundance e integró la sección Panorama de la 73 edición de la Berlinale, a pesar de haber sido estrenada internacionalmente. Alberdi es, ya no caben dudas, una garantía para el cine latinoamericano.

Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].
ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí