Imagen de cubierta del cuaderno 'Días de hormigas', de Martha Luisa Hernández Cadenas, publicado por Ediciones Unión en La Habana, en 2018
Imagen de cubierta del cuaderno 'Días de hormigas', de Martha Luisa Hernández Cadenas, publicado por Ediciones Unión en La Habana, en 2018

This is the end, beautiful friend
This is the end, my only friend
The end of our elaborate plans
The end of everything that stands.
Jim Morrison

No todos lo logran. Martha Luisa lo consigue de una manera dramática. Desde el primero hasta el último (libros, mensajes) las atmósferas biográficas le son preciadas. Estaba recordando uno de nuestros encuentros, por azar, a la entrada (o la salida) de un recinto. Yo salía y ella entraba:

—Creo que estoy enamorada —esbozó Martha Luisa como un poema.

—Entonces debes estarlo —tuve que responder yo, quien andaba cumpliendo, por esos días, 30 años, y todo me parecía envidiable.

Ese día también me dijo que estaba escribiendo un libro sobre teoremas o matemáticas, el número áureo y cosas así, fractales. Yo sonreía pensando que la boca de Martha Luisa emitía mensajes cifrados. Yo sonreía pensando: ¿en qué andará ella? Sin mayor curiosidad que la del poema, o con cierta curiosidad, claro, porque Martha Luisa es alguien que puede despertar curiosidad incluso en tiempos aciagos, de despedida.

*  *  *

El primer libro de Martha Luisa no llegó a ser nunca ese. En su lugar, hormiguero de palabras, la metáfora de hormiga como mujer, representando a tres mujeres importantes de una vida. Abuela, madre y amante:

Leo el cuaderno de mi madre,
escribió para mí:
“Mi hija, demasiado perdida en observarlo todo,
tiene los rizos llenos de luz”.
Y con mi dedo dibujo la página,
pienso en mi madre joven y radiante,
pienso en mi madre viviendo en esta casa todavía,

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pienso en mi madre con todo el tiempo para verme crecer.

Azotea de Gervasio, el hormiguero. Analógicas pasadas, entrañables: el paisaje de una casa. Abuelos que se casaron el mismo día de su cumpleaños. El mismo día que su madre la parió. El mismo día que una hormiga la picó. Ahí, en lugares cerrados o íntimos, proliferan las hormigas, hormiguean:

Mi abuela me daba una gota de café con la yema del dedo,

y su dedo era todo el sabor del mundo.
Porque ya me paraba en la cuna con tres meses,
y eso era peligroso porque tenía las piernecitas viradas.

Mi abuela y la muchacha aparecieron en un sueño,

iban juntas a La Casa López,
porque en Belascoaín no. 560, entre Pocito y Jesús Peregrino,

encontrarían la felicidad.

Mujer embarazada en la portada con dibujo de globo en la barriga, podría ser la hormiga ilimitada. He visto, mientras leía, que la barriga salía volando y llegaba a las nubes. La barriga retozona:

Otra recaída,
aullido que se enciende.
Despertar con saliva en la cara,
porque también heredé de mi madre la epilepsia.
Qué suerte contar con una plaga,
una marcha de huellas tóxicas y asesinas,
proletarias del jengibre frío
derramado antes de la convulsión.
Y qué suerte vivir en una ciudad tan quemada,
y qué suerte estos meses de padecimiento y encierro,
y qué suerte mi teatro de obsesiones,
y qué suerte la buena insolación,
y qué suerte el faltante de analgésicos,
y qué suerte la función número cien,
y qué suerte encontrar el cuaderno de mi madre en una caja,

y qué suerte conocer a la muchacha,
la muchacha que mi amigo dramaturgo

llamó desde mi casa,
querer a mi amiga suicida,
quererla mucho.
En este día de suerte saberlo:
heredé toda la felicidad de mi abuela y mi madre.

Recordé, antes de empezar, que soy alérgica a las hormigas, y luego, cuando ya tenía quince, desaprobé biología porque no entendía la biología, y luego, cuando ya tenía treinta, conocí en el malecón a una hormiga grande grande grande, y gorda gorda gorda, que no me miró a mí, pero yo quería que me mirara y me dijera qué tal.

Los recuerdos, con los años, cambian. Los libros también, con los años, cambian. Las puestas en escena son un fastidio cambiante, y los actores hacen de todo para engañar a uno como si uno no supiera lo que es una hormiga, una roncha, una desolación.

La hormiga en el malecón se llamaba Martha Luisa y estaba borracha. Como se dice en lenguaje callejero, estaba borracha perdida. Yo también estaba borracha y perdida, una cosa más que la otra, así que ese recuerdo bien pudiera ser literatura, algo tan poco pragmático como un hormiguero en las toallas del único escaparate, un escaparate con espejo. Y cuando uno se baña para quitarse la borrachera y saca la toalla del escaparate el hormiguero entero le cae arriba.

La casa de Gervasio. Vista de hormiga
La casa de Gervasio. Vista de hormiga

Días de hormigas, Premio David, Ediciones Unión 2018, pudiera ser el tomo de biología que falta en los bachilleratos cubanos, en las universidades y cursos de maestrías, en los doctorados cubanos sobre las especies dotadas de antenas, tres pares de patas largas y fuertes mandíbulas. En la ciudad donde yo nací hay un tipo de hormiga llamado santanica que no pica sino muerde. Y los días son de santanica porque las cosas que te pasan por al lado te pegan mordidas por donde te cojan. Y no hay malecón aunque yo sigo estando borracha y perdida, una cosa más que la otra.

Por eso leo este libro de biología como si fuera la hormiga de mi vida, es decir, la novela. En la novela aparece mi madre, mi abuela, y una tal muchacha que lo invade todo como si fuera poco el resto de las invasiones diarias, los recuerdos. En la literatura cubana hay un déficit de biología y de puestas en escena. Como se dice en lenguaje callejero hay tremenda falta de biología, y dicho sea de paso, una falta de santanicas que no la brinca un chivo. Hormigas bravas y locas en todos los escaparates viejos de la poesía cubana, agotadas por el espejo.

Si el espejo es la felicidad o viceversa, y si uno siempre encuentra razones para ser feliz o mirarse en un espejo, por qué con el tiempo me olvido de recordar.

Cubierta del cuaderno 'Días de hormigas', de Martha Luisa Hernández Cadenas, publicado por Ediciones Unión en La Habana, en 2018
Cubierta del cuaderno ‘Días de hormigas’, de Martha Luisa Hernández Cadenas, publicado por Ediciones Unión, en La Habana, en 2018

El siguiente examen es uno teórico-práctico sobre la masturbación. El hecho de masturbarse para llegar a ser completamente invisible, o el hecho de ser invisible para pasarse el día haciéndose eso. Eso mental que libera a uno y a la literatura, que libera al poema y lo hace fluir entre tierras movedizas, pantanales, que hieden a lo mismo con lo mismo.

La masturbación como fuente inagotable del recuerdo. El recuerdo como tesis de grado. Cuando se sueña con una abuela que se besa con una muchacha, y uno conoce a la abuela tan bien como a la muchacha, ese beso no duele sino coagula. Ese beso es la santanica caída del árbol sobre mi hombro, picando como una loca. La locura del dolor contra el amor del dolor, pero sin odio, ni rechazo, ni desprecio.

Nada en los siguientes días huele a nada que envilezca. Porque el amor, madre, a las hormigas, es el amor ridícula a las toallas, y a los escaparates, y a los espejos del siglo XVIII, y a los espejos modernos del Encanto, con marco de formica y una lámina tan débil que uno no puede verse ni el tórax.

*  *  *

Madre. Escribir madre al lado de hormiga y al lado de una pila de cosas leves leves leves, y gordas gordas gordas, como Martha Luisa, como la dramaturgia, como mi amor. Escribir madre como deuda pendiente, como sitio desconocido al que ni las hormigas han encontrado el acceso. Para encontrarlo hay que recordar, o como se dice en lenguaje callejero, volver a vivir. Se vuelve a vivir de una sola manera y esa manera es la escena.

La escena dramática y la escena del amor y la escena del dolor y la escena de la repetición. Aunque Martha Luisa escriba lo contrario, el problema de las hormigas es que todo, cada día, vuelve a repetirse: yo madre y yo hija no me puedo perder la oportunidad de decir, a través de la lectura de este libro, soy una hormiga, no soy una hormiga, estoy preparada para el invierno, no estoy preparada para el invierno, estoy preparada para el primer beso, no estoy preparada para ningún beso.

La felicidad de mi abuelo y mi abuela
La felicidad de mi abuelo y mi abuela

Lo romántico aquí no interesa, y eso que todo es romántico aquí. Si además de mi hijo me interesa leer, lo que leo me sabe a orine, a bilis neonatal, a cebo cabelludo. Y esas cosas, al paladar de una madre, saben a gloria. Lo que leo sabe a gloria: yo también me enamoré de Jim Morrison, de Julianne Moore y de Jamila Medina (aunque creo que mi JM preferido es J. M. Coetzee). Pero sobre todo yo también me enamoré de Martha Luisa al leer su primer libro y desde aquella vez en el malecón cuando jamás me miró a mí, ni a nadie. Cruzó la calle sin mirar y nadie la acompañó a cruzar. La cartera cruzada sobre el pecho, la mirada vuelta a su interior, a sus cien millones de hormigas interiores. Uno se enamora de aquello que lee.

El ejercicio es: pasa la lengua por un hormiguero y trágate todo lo que recoja. El ejercicio es: dile a tu madre que ella es tu hija. El ejercicio es: inventa el abecedario de las hormigas. Almíbar, Bazofia, Cartílagos, Dedo, Eje, Feromona, Gula, Hija, Índice, Jubo, Kárate, Laca, Minerva, Nivea, Ñoña, Oreja, Perdón, Quemazón, Reguero, Sueño, Teatro, Uña, Vainilla, Wawa, Yema, Zángana.

No recuerdo ninguna palabra con x.

Y tú, qué más recuerdas.

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LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
Legna Rodriguez Iglesias (Camagüey, 1984). Escribe la columna Irrelevante en la revista digital El Estornudo y la columna 53 Noviecitas en Hypermedia Magazine. Obtuvo el Premio Casa de Las Américas, teatro, 2016; el Premio Iberoamericano de Cuentos Julio Cortázar, 2011; y el Paz Prize for Poetry, otorgado por The national Poetry Series, 2016. Es autora de libros como: Qué te sucede belleza, cuento, Editorial Los Libros de La Mujer Rota, Chile, 2020; La mujer que compró el mundo, cuento, Editorial Los Libros de La Mujer Rota, 2017; Mi novia preferida fue un bulldog francés, narrativa hispana, Editorial Alfaguara, 2017; Si esto es una tragedia yo soy una bicicleta, teatro, Casa de Las Américas, 2016; Mayonesa bien brillante, novela, Hypermedia Ediciones, 2015; No sabe/no contesta, cuento, Ediciones La Palma, 2015; y Las analfabetas, novela, Bokeh Press, 2015. Sus libros han sido traducidos al inglés, al alemán, al italiano y al portugués. No se incluyen aquí sus libros de poesía.

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