‘El eco’, de Tatiana Huezo, un documento visceral sobre la vida rural mexicana

0
Fotograma de ‘El eco’, Tatiana Huezo, dir., 2023.
Fotograma de ‘El eco’, Tatiana Huezo, dir., 2023.

La realizadora mexicana Tatiana Huezo estrenó este año, con gran éxito, en el Festival Internacional de Cine de Berlín, El eco, su tercer largometraje documental, y el primer filme realizado tras su exitosa aventura por los terrenos de la ficción. Después de los documentales El lugar más pequeño (2011) y Tempestad (2016), la directora consumó un excelente ejercicio fictivo, titulado Noche de fuego (2021), que destacó, entre otros tantos motivos, por el ingenio con que asumía códigos propios del documental. Ahora, El eco resulta atractivo también por la organicidad con que aprende esquemas expresivos típicos de la ficción. Aclamada por la crítica, esta última película se despidió de la Berlinale con los premios a Mejor Dirección y Mejor Documental en la sección Encuentros. Ver el filme confirma la justeza de los galardones y el crecimiento de la excepcional sensibilidad creativa de la realizadora.

El eco es un retrato, poético y emotivo, de la comunidad campesina homónima, asentada en un paisaje tan bello como hostil de las montañas de Puebla, México. Con un criterio de registro sustancialmente observacional, Huezo capta impactantes imágenes de esa remota geografía y de los pobladores sumidos en su cotidianidad, capaces de metaforizar una condición de existencia, una sensibilidad, una percepción singular del tiempo que escapa a los dictámenes del mundo moderno y de la vida urbana.

Tal vez lo más impactante del documental no sea tanto la excepcionalidad de ese cosmos rural y su insólita organización social, enfrascada en preservar un espíritu casi ancestral, como la potencia antropológica de unas imágenes que, por su resolución expresiva, consiguen aprehender un habitus y forjar un mundo único, arcano, suspendido en el tiempo.

La realizadora esboza un paraje perdido, un horizonte humano abocado a su fin, donde un grupo de personas, sin embargo, trabajan en busca de (o esperan) un mañana mejor. La narración se detiene lo mismo en la excepcionalidad del ambiente y del clima o de ciertas rutinas cotidianas, como en los juegos de los niños del pueblo; vemos pasar por la pantalla: el pastoreo de las ovejas, las labores domésticas, las rutinas escolares, el cuidado diario de los ancianos, el cultivo de los cultivos, las conversaciones entre jóvenes y adultos… Nada escapa a la cámara, que teje un ciclo vital, el tránsito de la infancia a la adultez, pautado por los radicales cambios de las estaciones.

El eco estructura su relato en atención a ese ciclo vital. Durante el metraje, vemos las constantes lluvias de primavera, las arrasadoras sequías de otoño, el inclemente frío del invierno y contemplamos, en medio de ese clima cambiante, los vínculos entre niños, adultos y ancianos. El cambio climático pauta la dinámica existencial de los pobladores. Cada momento etario comporta allí una manera de estar, un lugar específico en la comunidad. Mas son los niños los auténticos protagonistas. El eco crece con ellos, mira hacia sus dinámicas de aprendizaje (en la escuela, la casa, el trabajo) e inspecciona las coyunturas en que son capaces de tomar sus propias decisiones.

Esta película es, en definitiva, un filme de aprendizaje, sobre el descubrimiento del mundo y la rápida entrada a la adultez de esos pequeños cuyas responsabilidades anudan deberes propios de su edad y otros correspondientes a la madurez. Al escrutar esta comunidad, al depositar la mirada sobre la cotidianidad de esos pequeños –cómo estudian, cómo se divierten, de qué labores domésticas participan, qué trabajos realizan en el campo, cómo se relacionan con padres y abuelos–, el filme reflexiona sobre la herencia cultural, la trasmisión de valores, las perspectivas de futuro.

En su poética contemplación de ese paisaje humano, El eco advierte, además, un estricto código de convivencia familiar. Por ejemplo, los niños no pueden recoger los platos de la mesa porque es tarea de las mujeres, las niñas no pueden competir en las carreras de caballos porque es un deporte de hombres. Así mismo captura una concepción especial de la muerte y una atadura muy propia a la naturaleza. Pero esa cultura se resquebraja hoy, pues las inclemencias de esa vida campesina consiguen ser tan devastadoras que los pequeños, llegado un momento, parten, emigran, salen a explorar otros horizontes…

¿Desaparecerá finalmente la comunidad El eco? Esa pregunta atraviesa el filme. Y es que, si bien la subjetiva y sensible perspectiva de Huezo está interesada, sobre todo, en la poesía de ese mundo, no deja de apuntar cuán feroz puede ser. Sus habitantes viven sometidos a muchos tipos de violencias, provocadas por la precariedad económica que sufren, por la explotación de los suelos por las autoridades, por la estructura social que los somete a un devastador olvido histórico. A diferencia de las obras anteriores de esta realizadora, en las que la violencia se presenta en toda su dimensión, en El eco no vemos la violencia, todo el tiempo es desplazada de la representación, sin embargo, se respira en la atmósfera como una amenaza constante que se cierne sobre esa gente.

- Anuncio -Maestría Anfibia

Uno de los valores indiscutibles de El eco está en la belleza expresiva con que se apropia de la sonoridad del lugar. El habla de las personas, el sonido del viento, el canto de los pájaros, los ruidos nocturnos…, ese cosmos singular es atrapado y potenciado justo para crear atmósferas y acompañar la visualidad de instantes tan inusitados de esa geografía como el amanecer o la caída de la noche, pero también para enfatizar un modo particular de vida, una cosmovisión. El sonido en El eco narra, dota de identidad al lugar, confiere sentido al tiempo, poetiza las escenas.

El virtuosismo expresivo de este documental refuerza el humanismo con que se registran los sueños, los anhelos, el imaginario de unos niños entrañables. Es, también, responsable de la riqueza de capas y texturas ofrecidas sobre esa realidad hermosa y triste.

No deja de sorprender que sean justo las mujeres quienes estén hoy prestigiando tanto la cinematografía mexicana, además, con una perspectiva fílmica que se distancia de los temas y las estéticas ligeramente estereotipadas que suelen recorrer los festivales y las salas de estreno a nivel internacional. Huezo había depositado su atención en el ámbito rural tanto en Noche de fuego como en Tempestad. Con El eco emprendió una inmersión profunda en ese universo, en sus ritos, en su condición humana, en su fatum, y entregó un documento visceral, pleno en su satisfecha pretensión de entender un mundo.

Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].
ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí