Armando Lucas Correa
Armando Lucas Correa

Incluso a quienes lo conocemos, la vida profesional de Armando Lucas Correa nos parece tan acelerada y fragmentada como su última novela. Recién publicada en Estados Unidos por Penguin Random House, la experiencia de leer El silencio en sus ojos solo puede compararse a la de correr en una estera con espejuelos de oftalmólogo, con breves paradas para cambiar el lente graduado una y otra vez. Como en la estera, terminamos casi sin aliento; como con los lentes oftalmológicos, nos esforzamos por descifrar lo que tenemos delante, para al final darnos cuenta de que no veíamos nada.

1985: con 25 años Correa gana el Premio 13 de marzo, de la Universidad de La Habana, con la obra de teatro Examen Final. 1987: es nombrado editor de la revista de artes escénicas Tablas, en La Habana. 1988: gana el premio de ensayo de la Brigada Hermanos Saiz. 1991: se instala en Estados Unidos gracias a una invitación del Pratt Institute, de Nueva York. 1993: comienza a trabajar como reportero en El Nuevo Herald, en Miami. 1996: con 35 años obtiene el premio de la Society of Professional Journalists. 1997: se convierte en escritor principal de People en Español, la revista hispana de más circulación en Estados Unidos, y se muda a Nueva York. 2007: es nombrado editor jefe de People en Español. 2009: con 50 años publica su primer libro, En busca de Emma: Dos padres, una hija y el sueño de una familia (Rayo/Harper Collins), donde cuenta el recorrido que lo llevó a convertirse en papá de una niña concebida con el óvulo de una donante y gestada mediante embarazo subrogado vía fertilización in vitro. 2016: con 57 años publica su primera novela, La niña alemana (Atria Books/Simon & Schuster), traducida a más de 17 idiomas y distribuida en más de 30 países, que alcanzaría la categoría de superventas con más de 1 millón de copias. 2017: es nombrado periodista del año por la Hispanic Public Relations Association de Nueva York y La niña alemana es reconocido como mejor libro de ficción en español por el International Latino Books Awards. 2018: AT&T le concede el Humanity of Connection Award por su carrera. 2019: publica La niña olvidada (Atria Books). 2021: se reedita en español y por primera vez en inglés En busca de Emma: Cómo creamos nuestra familia (Harper One/Harper Collins). 2022: recibe el Premio de la Fundación Cintas en escritura creativa. 2023: publica La viajera nocturna (Vintage en Español/Penguin Random House). 2024: publica El silencio en sus ojos (Vintage en Español/Penguin Random House).

Acompañé a Armando en la presentación de La viajera nocturna, en Baruch College, el año pasado. Al igual que sus dos libros anteriores, se trata de una novela de ficción histórica relacionada con el MS Saint Louis, trasatlántico alemán que en 1939 zarpó del puerto de Hamburgo con 937 pasajeros, de ellos 930 refugiados judíos que escapaban del régimen nazi. La viajera nocturna cuenta la historia de Lilith, niña bastarda y birracial a quien su madre envía a Cuba para salvarla de las políticas raciales del nazismo. Dos décadas después es Lilith quien, tras el fusilamiento de su esposo por el Gobierno revolucionario, envía a su hija, Nadine, a Estados Unidos a través de la Operación Pedro Pan de la iglesia católica. La niña crece en Queens con padres adoptivos y es su hija, Luna, quien une los cabos sueltos de la historia familiar.

El silencio en sus ojos es la cuarta novela de Correa, un thriller psicológico sobre una joven que padece akinetopsia o ceguera del movimiento y que, tras la muerte de su madre, vive sola en su apartamento en Morningside Heights, Manhattan, en la ciudad de Nueva York. Hace unos días presentamos este libro en la Universidad de Nueva York. Esta entrevista reúne ambas presentaciones.

Tanto el tema del Holocausto, que define tus tres primeras novelas, como el género de suspenso, dentro del cual pudiera ubicarse tu última entrega, fueron muy populares en Cuba durante las décadas de los años setenta y ochenta. El Instituto Cubano del Libro publicó varias novelas internacionales sobre la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y el gueto de Varsovia, y tanto su colección Radar como las editoriales Capitán San Luis, del Ministerio del Interior, y Verde Olivo, del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, se ocuparon del género policiaco. ¿Influyó de alguna manera en tu escritura ese panorama literario? ¿Hasta qué punto y de qué manera?

Soy un lector que escribe y, de alguna manera, escribimos como leemos. Sin embargo, no poseo una memoria vívida de los libros que leí sobre ese tema en Cuba. No crecí leyendo novelas de aventuras, fantasía, piratas, vaqueros o crímenes. Leí libros que, si bien parecían inapropiados para mi edad, moldearon mi gusto literario. Todo lo que llegaba a mi casa —mi mamá era, y sigue siendo, una gran lectora— lo devoraba. Desde Ernest Hemingway, Gustave Flaubert, Stendhal y Fiodor Dostoievski hasta Italo Calvino, Raymond Radiguet, Stephen Crane, Ray Bradbury, J. D. Salinger y Herman Melville, leía casi todo lo que publicaban las editoriales Huracán y Cocuyo. Recuerdo que una vez mi mamá me mandó a hacer la cola en la librería que estaba al lado del parque del preuniversitario Saúl Delgado, en el Vedado, porque ese día lanzaban Adiós a las armas.

La novela policial cubana, con su exceso de testosterona, no era para mí. El escritor más conocido en Cuba en el género de la novela negra era un uruguayo, Daniel Chavarría. Su novela Joy llegó a mis manos a mediados de los años setenta. La trama, centrada en el contraespionaje y los ataques del Gobierno estadounidense a Cuba, no resonaba conmigo. Más tarde, al ingresar al Instituto Superior de Arte, formé parte de la “generación de los ochenta” fascinada por Marguerite Yourcenar, Milan Kundera, Yukio Mishima, Konstantínos Cavafis, Jean Baudrillard y Michel Foucault. Soñábamos con ser libres y conquistar el mundo. El realismo socialista nos daba náuseas. Queríamos irnos del país. Síndrome de Marco Polo le llamaban.

Mi interés por la Segunda Guerra Mundial proviene de mis abuelos maternos. Mi abuelo era un entusiasta de la historia, y mi abuela estaba embarazada de mi madre cuando el trasatlántico MS Saint Louis llegó al puerto de La Habana con más de 900 refugiados judíos que huían de la Alemania nazi. Solo dejaron desembarcar a 28 pasajeros, y crecí escuchando a mi abuela decir “Cuba va a pagar muy caro, por los próximos cien años, lo que les hizo a los refugiados judíos”.

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El suspense y los thrillers me llegaron a través del cine. De niño leí el libro de Guillermo Cabrera Infante Un oficio del siglo XX, una recopilación de sus crónicas cinematográficas, que firmaba con el pseudónimo de Caín, y quedé obsesionado. Quería ponerme al día con un arte que tenía la edad de mi abuela, y pasaba todo el tiempo posible en los cines. Como ya a los diez años tenía la estatura que tengo ahora, podía colarme en películas clasificadas para mayores de 12, 15 y 16 años, cuando cambiaron la edad mínima. En el libro de Cabrera Infante supe por primera vez de Vértigo, mi película favorita de Alfred Hitchcock, calificada como su obra maestra. No paré hasta encontrarla en el Águila de Oro, un cine del Barrio Chino de La Habana. Como dijo Caín, es una gran película surrealista. Si El silencio en sus ojos tiene alguna influencia, es de Vértigo. Desde esa época la llevo en la cabeza, y la he visto varias veces.

Silencio Portada Espana | Rialta
Cubierta de ‘El silencio en sus ojos’

Las protagonistas de La viajera nocturna y de El silencio en sus ojos no son heroínas clásicas. Pudiéramos decir que son más bien víctimas —de regímenes de poder y estructuras sociales—. Son también individuos imperfectos, impuros, enfermos. Durante gran parte de ambas tramas, da la impresión de que no luchan, ni siquiera resisten el orden imperante, sino que se acomodan o huyen de él. Tampoco se trata de mujeres con grandes ambiciones personales o sociales. Sus intereses pasean en el ámbito de lo común, lo cotidiano. Por carecer, carecen hasta de nombres grandiosos o elocuentes. Sus nombres son infantiles, llanos, y un poco las empequeñecen. ¿Qué puedes decirme sobre esto?

Los nombres de los personajes de mis novelas están meticulosamente elegidos. Más allá de que busco nombres que puedan funcionar tanto en español como en inglés —pasa incluso con mis hijos, que se llaman Emma, Anna y Lucas—, estos tienen un significado específico. Para la protagonista de La viajera nocturna me tomó meses llegar al nombre de Lilith. La viajera… es un libro sobre la noche, muchas decisiones se toman al amparo de las tinieblas porque, como escribió Ally, la madre de Lilith, “De noche todos tenemos el mismo color”. Ally, una escritora alemana blanca, tiene una hija con un músico alemán negro, una mishling o mestiza que, de acuerdo con las leyes raciales de Nuremberg, debe ser esterilizada a los siete años o ir a dar a un campo de concentración. Ally y Lilith transitan por un Berlín sumido en sombras, evitando la claridad que pueda delatar a la niña. Lilith significa “dual” en la tradición judeocristiana, es decir, luz y tinieblas. Es una figura que llega al judaísmo de las religiones mesopotámicas, y a lo largo de los siglos ha sido ave nocturna y demonio femenino, siendo también asociada a las tempestades. Incluso, es consideraba la primera mujer de Adán. Se trata de un nombre que figura en el Talmud de Babilonia, en la Epopeya de Gilgamesh y hasta en el Fausto de Goethe. Lilith representa también la luz de la luna.

Así pasa con los nombres de los demás personajes, que, aunque no suenan épicos, llevan consigo un peso considerable.

En cuanto a las historias que narro, se trata de grandes tragedias que abordo desde el ámbito de lo cotidiano. Las grandes hazañas y el heroísmo me aburren, no logro conectarme con ellos. En mis novelas la tragedia del Holocausto trasciende las meras cifras, nombres o eventos históricos. Me aproximo a esta a través de una madre, una hija, un padre, gente como tú y como yo. Es mi manera de crear una conexión emocional.

He notado también, en presentaciones alrededor del mundo, que mis libros abordan el miedo que tenemos del “otro”. Nos inquieta, por no decir que rechazamos, a aquellos que piensan diferente a nosotros, que creen en un Dios diferente, que tienen una orientación sexual diferente, o un color de piel o un acento diferente. Hasta que no reconozcamos y aceptemos esas diferencias, el mundo no será un lugar mejor.

En tus dos últimas novelas, los antihéroes son casi siempre figuras masculinas que de una forma u otra victimizan a las protagonistas. ¿Se trata de una dicotomía consciente? ¿Crees que hubiera funcionado igual de haber invertido los géneros?

En La viajera nocturna, la figura de Franz es sumamente compleja. Fue uno de los personajes en que más profundicé. Hasta llegué a cuestionarme si debía desarrollarlo de la manera en que lo hice. La novela necesitaba, cuanto menos, ese antihéroe. Es una obra de colores y matices; nada es blanco y negro. La trama se desenvuelve entre sombras, por no decir en completa oscuridad. Nada es lo que parece. Franz es un nazi no convencional, distinto a la imagen estereotipada que solemos encontrar en novelas y películas. Se asemeja, de cierta forma, al Thomsen de La zona de interés, de Martin Amis. Franz es un joven atractivo, tranquilo, de buenos modales, educado, poeta, enamorado de Ally y protector de Lilith. Incluso mantiene una relación cercana con su profesor de literatura, que aparenta ser gay. Su condición de nazi y militar es circunstancial, marcada por la época que le tocó vivir y por una madre que es una ferviente seguidora del nazismo. Sin embargo, su bondad y hasta cierto punto humanismo no lo redimen ni salvan de convertirse en un monstruo. Esa dicotomía caracteriza a muchos personajes de mis novelas.

Recuerdo que durante una presentación de La viajera… en Australia alguien del público me preguntó por qué Franz había hecho lo que hizo. Mi respuesta fue “No lo sé”. Creo que no existen respuestas definitivas al porqué Hitler actuó como lo hizo. Es complicado rastrear el origen de la maldad.

En El silencio en sus ojos, la narrativa cambia. Quién victimiza a quién solo se revela al final.

COVER BOOKS World | Rialta
Cubiertas de ediciones de la obra de Armando Lucas Correa

En La viajera nocturna, las protagonistas son birraciales, bilingües (a veces hablan incluso más de dos idiomas), binacionales. La novela se articula en torno a desplazamientos y cambios: de continente, de país, de ciudad, de idioma, de sistemas políticos, de apellido. Eso hace que muchas veces las identidades sean o parezcan fluidas, como un traje que se pone o se quita. El silencio en sus ojos, en cambio, transcurre casi en su totalidad en el interior de un apartamento, y el resto de las escenas están ambientadas en el edificio o a unas pocas cuadras a la redonda, si bien la escena final tiene lugar en una estación de metro en Brooklyn. ¿A qué se debe este cambio y cómo lo enfrentaste desde el punto de vista literario?

Mis tres novelas históricas tienen que ver con el desarraigo, el rechazo. Se mueven de ciudad en ciudad, de país en país, sin que los protagonistas logren echar raíces. Tiene que ver con el sentido de ser un refugiado, un exiliado. “La vida está en otra parte”, dijo Milán Kundera. En El silencio… ocurre lo contrario. Fue un reto para mí, ya que me gusta desarrollar múltiples personajes, temas y subtemas que se entremezclen. Esa complejidad me da libertad.

Mientras en las novelas históricas abarco décadas, en El silencio… la trama queda reducida a un apartamento en Nueva York, a un barrio, y todo transcurre en el lapso de unos meses. El mundo se reduce a lo que ve y piensa su protagonista. Ese fue el mayor desafío literario, narrar desde la perspectiva de Leah.

Este libro, al igual que los anteriores, pasó por múltiples versiones. Por ejemplo, no fue sino hasta su traducción al inglés que decidí extender los capítulos sobre el suelo de mi apartamento y moverlos como piezas de un rompecabezas. Entonces tomé la decisión de adherirme a una narrativa lineal, lo cual representó un cambio significativo con relación a la versión original. Eso me llevó a optar por la primera persona. Como la protagonista no ve el movimiento, pues padece de akinetopsia —lo que ve es un mundo fragmentado, de imágenes estáticas—, decidí reducir los capítulos para que las ideas avanzaran de manera discontinua. El desafío era mantener el ritmo y lograr un desenlace abrupto e inesperado. Eso quiere decir que el libro terminó reducido a la mitad de las páginas que inicialmente había escrito.

Dedicaste mucho tiempo a la investigación durante la escritura de ambas novelas. ¿Fue fácil el paso de la investigación histórica a la investigación médica? ¿Qué método empleas en ambas pesquisas? ¿Qué ganas como persona de todo el proceso?

La investigación de La niña alemana me tomó más de diez años. Mi colección sobre el MS Saint Louis creció hasta que terminé donando muchos de los documentos, objetos y fotografías originales al pequeño museo del Holocausto que hay en una sinagoga en el Vedado. Eso sin contar los numerosos viajes a Berlín, Hamburgo, Cracovia, París, Auschwitz y La Habana. No puedo empezar a escribir hasta que la investigación esté avanzada. Eso incluye leer lo que se leía en la época, ver el cine y escuchar la música de la época, incluso conocer qué tipo del papel se utilizaba para forrar las paredes o qué perfume estaba de moda. Es algo a lo que llego sin proponérmelo, creo. Mucho de lo que estudio e investigo ni siquiera lo utilizo, pero ayuda a mi cerebro a navegar por territorios nuevos.

La investigación del MS Saint Louis me ha aportado mucho. Me he hecho amigo de tres sobrevivientes, que muchas veces me han acompañado en mis presentaciones. La tragedia del MS Saint Louis y el rol que jugaron Cuba, Canadá y Estados Unidos es ahora ampliamente conocida, y aporté mi granito de arena ayudando a que el primer ministro de Canadá Justin Trudeau pidiera disculpas a los sobrevivientes del MS Saint Louis ante la Cámara de los Comunes en Ottawa, en 2018. En aquella ocasión, ayudé a su oficina a localizar e invitar a siete sobrevivientes, hoy ancianos. Uno de ellos, Ana María Karman, vive en Toronto y es ciudadana canadiense. Estuve allí ese día de noviembre, con todos ellos. Fue realmente emocionante.

Si con La hija olvidada, mi segunda novela histórica, pasé meses estudiando los latidos del corazón —casi podía leer los electrocardiogramas con la precisión de un cardiólogo—, para El silencio… me dediqué a estudiar el cerebro y sus misterios, específicamente la enfermedad que padece Leah: la akinetopsia. Mi hija mayor estaba en su último año de preuniversitario y quería estudiar medicina en la universidad. Mi esposo y yo organizamos una visita, con una amiga patóloga, a la morgue de una universidad en Nueva Jersey, para diseccionar y estudiar un cerebro. No dejé de hacer preguntas. Luego volvimos con toda la familia. Al final, quedé fascinado y mi hija lo detestó. Abandonó su sueño de estudiar medicina y terminó matriculando ingeniería mecánica en la universidad.

Recientemente recibí un correo electrónico de un lector cuyo hijo de once años padece de akinetopsia. El lector dedujo que había investigado extensamente sobre la enfermedad y pensó que yo era un experto en el tema. Me apenó no poder ofrecerle la ayuda que buscaba.

Maria Antonia Cabrera Arus presenta a Armando Lucas Correa | Rialta
María Antonia Cabrera Arús presenta a Armando Lucas Correa

Durante la escritura de tus novelas históricas te dedicaste a coleccionar objetos relacionados con los sucesos que sirven de trasfondo a la trama. ¿Te has convertido ahora en un coleccionista de instrumentos médicos, pócimas y daguerrotipos?

Por supuesto que conservo algunas esencias que adquirí. Entre ellas, un frasco de bergamota, ese aroma que es casi un personaje más de la novela. Dediqué meses a buscar un daguerrotipo de una niña ciega, hasta que al final lo encontré y lo compré en una subasta. Aún lo conservo cerca de donde escribo.

De todas tus obras, El silencio en sus ojos es la menos cubana. Si bien casi ninguna de tus protagonistas lo es, parte de la trama de tus novelas anteriores tiene lugar en la Isla. En El silencio en sus ojos, más allá de la nacionalidad de un personaje relativamente secundario, Cuba no está en ninguna parte. ¿Se debe eso a que, tras más de tres décadas de vivir fuera de Cuba, has logrado al fin desprenderte de Cuba?

Soy cubano y nunca dejaré de serlo, esa es mi esencia. Pero rara vez miro hacia atrás. Cuba es, al menos para quienes vivimos fuera de ella y somos exiliados o refugiados, un tormento, una tragedia sin fin. Por esa razón evito vivir anclado en el pasado. Prefiero mirar hacia el futuro. La nostalgia es una dolencia. Escribo sobre lo que realmente me interesa y me motiva. Los temas relacionados con Cuba son demasiado cotidianos para mí. Si me dedicara a escribir sobre ellos, probablemente me aburriría. Desde que dejé Miami, donde trabajé por cinco años recién llegado de Cuba, escribiendo sobre Cuba en El Nuevo Herald, me prometí que la Isla no sería más el tema principal de mi vida ni la fuente de mi sustento. Luego me uní a una empresa a nivel corporativo en Nueva York donde quizás había solo un par de cubanos y el tema Cuba rara vez se cubría. Esto no significa que esté desinformado sobre lo que sucede en Cuba; mi mamá y mi hermana viven en Miami, y Gonzalo, mi esposo, se mantiene al tanto de todo lo que ocurre allí y ayuda en lo que puede.

En mis libros, con la excepción de La hija olvidada y El silencio…, Cuba está presente de alguna manera. En La niña alemana, la Isla aflora a través de los ojos de una judía alemana de doce años que llega a una ciudad que le es hostil. En La viajera…, que considero la más cubana de mis novelas, Lilith llega a La Habana a los ocho años, y allí crece, estudia, se enamora, se casa y tiene una hija. Hasta Fulgencio Batista es un personaje de la novela. En El silencio…, Antonia, la mujer que cuida de Leah, es cubana. Algo es algo.

Hace ya dos años que te dedicas a tiempo completo a la literatura. ¿Cómo influyó tu retiro de People en Español en tu escritura?

Mi salida de People en Español, donde trabajé por 25 años, fue abrupta. A veces, es necesario un empujón para realizar un cambio. Tenía tres libros firmados con Atria Books, en Simon & Schuster, y entre la presión del trabajo y la de la editorial, sin contar el estrés y el confinamiento de la pandemia, me sentía un poco asfixiado.

Desde hace dos años ya no escribo de noche, que era cuando único tenía tiempo para hacerlo. Ahora mi horario es de nueve de la mañana a tres de la tarde y, si quiero, puedo pasarme el día leyendo. Leer y escribir se han convertido en mi trabajo. Tengo la libertad de salir a caminar más de cuatro millas diarias. Me siento, en cierta forma, más libre. Al principio, siempre hay un poco de desorientación. Cuando contemplo la posibilidad de volver al mundo corporativo, me da escalofríos. Pero uno nunca debe cerrarse las puertas. Ahora sí, siempre necesito tener a cuesta un proyecto que implique un desafío. Necesito estar ocupado, aunque eso signifique escribir tres libros a la vez. Es algo de lo que no me puedo librar.

Según People en Español, te encuentras negociando la producción cinematográfica de El silencio en sus ojos. Esta sería la segunda de tus novelas en proceso de adquisición para ser llevada al cine. ¿Qué puedes decirnos sobre ambos proyectos y sobre tus expectativas con relación a directores, protagonistas, etc.?

La niña alemana está bajo contrato con Hollywood Gang Productions para el desarrollo de una serie. Al parecer, ya tienen un director a cargo del guion. El silencio… se encuentra en una fase más inicial de búsqueda de financiamiento. Es un proceso largo y tedioso del cual prefiero mantenerme al margen.

¿Podemos esperar una novela sobre la temática homosexual en la Cuba de los años ochenta?

Nunca más viviré en una isla, novela que escribí y terminé a mediados de los años ochenta y que revisité casi diez años después, tiene que ver con mi generación. Trata sobre un grupo de estudiantes de teatro y artes plásticas que viven en el corazón de la noche habanera. Es un libro muy pretencioso —tenía 25 años cuando finalicé el primer borrador— y abordaba la vida gay en Cuba, con un poco de Tres tristes tigres, de La insoportable levedad del ser y numerosas citas de Marguerite Yourcenar. En la portada tenía al San Sebastián que Consuelo Castañeda recreó en We Don’t Need Another Hero. Una verdadera “paja mental” con mucha “metatranca”, como diría Arturo Cuenca, que nunca verá la luz. Tengo demasiadas ideas para libros nuevos y detenerme en algo viejo me da mucha pereza.

¿En qué estás trabajando ahora?

Estoy en medio de tres proyectos a la vez. Mi novela Lo que fuimos ayer debe salir con Atria Books en 2026. Ya está lista para enviarla a traducción dentro de un mes. Entonces viene un proceso intenso de edición en inglés, que me tomará al menos un año. Luego debo pasar todos esos cambios a la versión en español. Es un trabajo agotador, que drena, pero al final soy un poco masoquista y lo disfruto mucho.

Lo que fuimos ayer comienza en Galicia en 1898, tras de la derrota de los españoles en la guerra hispano-estadounidense, con dos adolescentes que se embarcan en el trasatlántico Isla Panay, apodado el “barco de la muerte”, rumbo a Cuba. A bordo se casan por conveniencia. Desembarcan en Santiago de Cuba y se trasladan a Guantánamo, donde viven en una casa de huéspedes que pertenece a una gallega.

Lo que fuimos ayer es la historia de mis bisabuelos maternos desde su llegada a Guantánamo, cuando era un poblado sin carreteras. Ellos fueron testigos de la creación de la Base Naval estadounidense y de la llegada de la luz eléctrica, entre otros sucesos que hicieron del villorrio, como lo llamaban, una ciudad cosmopolita para la época. La saga familiar recorre el nacimiento de la república, vive regímenes democráticos, sufre golpes de Estado, violencia y guerras internas, y hasta un breve exilio en Nueva York.

Tras el triunfo de la Revolución la protagonista regresa a La Habana y se instala en la mansión del Vedado que había comenzado a construir durante el Gobierno de Batista. La novela termina en La Habana en 1999, cuando el mundo se viene abajo. Es la historia de mi familia hasta 1959. De ahí en adelante les cambio el destino a todos. Uno de los protagonistas, que cierra la novela, es gay.

Tengo otra novela en desarrollo, con más de 30 000 palabras escritas, que también fue adquirida por Atria Books y debe salir en 2028. Las islas del Nunca Jamás retoma la Segunda Guerra Mundial a través de la historia de cuatro niños, nacidos cada uno en diferentes islas: la Isla de los Pavo Reales del lago Wansee, en las afueras de Berlín; la isla Jersey en el Canal de la Mancha; Cuba, y Manhattan. Esta vez, los protagonistas son varones, una promesa que le hice a mi hijo Lucas hace años.

El proyecto que actualmente me consume es Salida de emergencia, una novela que no puedo dejar de escribir. Ambientada a principios del siglo XXI en Nueva York, gira en torno a cinco personajes que no se conocen entre sí, a quienes unen solo sus pérdidas familiares: un joven autista graduado de la Universidad de Columbia, un judío ortodoxo de Brooklyn, una anciana negra del Bronx, una balsera cubana y el hijo de unos terroristas sirios. Una neuropsiquiatra, sobreviviente del Holocausto, los conecta el día de su muerte, convirtiéndolos en la salida de emergencia el uno del otro. Según ella, las salidas de emergencia son también puertas de entrada. Comienza con la caída de las Torres Gemelas.

Daguerrotipo | Rialta
Daguerrotipo de la niña ciega

Si acabaras de llegar de Cuba ahora, ¿intentarías convertirte en escritor?

Como te dije, me considero un lector que escribe. Nunca vi la escritura como una profesión per se. Si de niño leía Platero y yo, terminaba escribiendo una historia sobre un animal a lo Juan Ramón Jiménez. A los diez años me uní a un taller literario en la Casa de la Cultura de 23 y C, en el Vedado, que más tarde se convertiría en una escuela de arte. Creo que me permitieron participar gracias a mi altura, ya que parecía tener más edad, porque a esas reuniones nocturnas solo iban lo que para mí eran ancianos, escritores en potencia que nunca habían publicado. Lo curioso es que esos “ancianos” del taller probablemente no tenían más de 35 años, y aunque reconozco el valor de los talleres literarios y su utilidad, admito que no tienen que ver conmigo. No me agrada la idea de leer un capítulo y luego escuchar críticas. Prefiero leer a escuchar lo que otros leen; simplemente no logro concentrarme. Por eso no me gustan los audiolibros. Tampoco he sido aficionado a las radionovelas; en mi casa, durante mi infancia, en la radio solo escuchábamos música y noticias.

Lo más cercano que he estado a ser un escritor remunerado fue cuando estudié Licenciatura en Artes Escénicas, en la especialidad de Crítica Teatral, en el Instituto Superior de Arte de La Habana. Tuve el honor de que Rine Leal fuera mi mentor y que desde mi ingreso (él presidía el jurado de admisión) me informara que también sería el tutor de mi tesis. Durante un año visité su buhardilla cerca del parque de la calle Calzada, frente al teatro Amadeo Roldán, para mostrarle el avance de mi investigación sobre el dramaturgo Carlos Felipe. Fue una experiencia equivalente a un máster. A pesar de sus predicciones sobre mi futuro como escritor, no le presté atención.

Lo primero que publiqué, antes de graduarme, fue un ensayo sobre Roberto Arlt en la revista Conjunto, que editaba Carlos Espinosa. De Carlos aprendí que se necesita más que ideas inteligentes para escribir. Lo admiro profundamente y considero que la literatura cubana le debe mucho por su labor de archivista y de rescate, especialmente, de escritores como Antón Arrufat, Virgilio Piñera y José Lezama Lima. Lo siguiente que publiqué con él, en Conjunto, fue un resumen de mi tesis sobre la dramaturgia de Carlos Felipe.

Mi carrera como crítico teatral comenzó en la revista Tablas, donde era editor. También colaboraba con la revista española El Público, y era remunerado por mis escritos. Al mismo tiempo escribía ficción, sin imaginar el destino de esos textos que me acompañaron al salir de Cuba. Al llegar a Miami, escribí para El Nuevo Herald y luego para People en Español.

Para que veas, el capítulo final de La niña alemana, donde Hannah, a sus 87 años, camina por la avenida Paseo hasta el malecón con una pequeña caja azul añil, fue escrito en 1987.

Por eso, mi consejo para quienes aspiren a convertirse en autores es simple: escribir todos los días y, lo más importante, nunca dejar de leer. Desconfío de quienes un día dejan su empleo, declaran que se dedicarán a escribir y se sientan por primera vez frente a una pantalla en blanco. Quien escribe es porque ha escrito toda su vida. Tal vez no se haya dedicado profesionalmente a ello, pero debe de tener escritas varios miles de palabras. No es posible que un niño proclame que será novelista antes de haber aprendido a deletrear. Podría soñar con ser piloto, bombero o cazador de leones, pero escritor, no.

Si acabara de llegar de Cuba, seguiría escribiendo, aunque si hubiese salido más joven quizá me habría dedicado a cálculos matemáticos o al coding. Pero ello no significa que habría abandonado la escritura o la lectura; una actividad no excluye la otra.

Con Seis sobrevivientes del Saint Louis OTTAWA | Rialta
El autor con seis sobrevivientes del MS Saint Louis

* El silencio en sus ojos será presentada este viernes 12 de abril a las 6 p. m. en el Baruch College (55 Lexington Ave. 24th Street, NY). Lucas Correa conversará con Joaquín Badajoz sobre el oficio de narrar.

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